Biblioteca de Anarkasis

Las Troyanas

Séneca




ACTO PRIMERO

 



Hécuba

Todo aquel que confía en su realeza y se siente dueño poderoso en un gran palacio y no teme la inconstancia de los dioses y confía crédulo en la prosperidad, que me vea a mí y a ti, Troya. Nunca ha aportado la fortuna pruebas más contundentes de lo frágil que es el sitio sobre el que se yerguen los soberbios: ha caído derrocado el pilar en el que se asentaba el poderío de Asia, obra extraordinaria de los dioses del cielo .
En su apoyo acudieron el que bebe el frío Tanais
que se abre en siete bocas 13 y el que recibe el primero al día cuando renace y ve mezclarse el tibio Tibris con el mar rojizo  y la que, contemplando de cerca a los errantes escitas, azota la orilla del Ponto con sus célibes escuadrones

15; pero ha sido arrasada por la espada; Pérgamo se ha derrumbado sobre sí misma.
Ahí tenéis; la gloria de sus altas murallas yace por tierra, quemada, entre montones de escombros de los tejados. Al palacio lo rodean las llamas, a lo ancho y a lo largo humea la mansión de Asáraco.
No es obstáculo la llama para las manos ávidas del vencedor: Troya es saqueada mientras arde.
20 No se ve ya el cielo con las oleadas de humo. Como cubierto de una densa nube, el día se marchita, negro de las pavesas de Ilión. Se detiene ávido de ira el vencedor, mide con sus ojos a Ilión, la lenta18, y, en su orgullo, perdona a fin de cuentas los diez años.
25 Horror le produce aun estando derruida y, aunque la está viendo derrotada, no cree que haya podido ser derrotada por él.
Los saqueadores roban los despojos de los dárdanos: mil naves no bastan para el botín.
Yo pongo por testigo al poder de los dioses que se ha mostrado contrario a mí, y a las cenizas de la
30 patria y a t i, rey de los frigios, a quien Troya cubre sepultado por todo su reino, y a tus manos, Héctor, que mientras estuviste en pie estuvo en pie Ilion, y a vosotros, abundante grey de hijos míos, sombras más pequeñas: cuanto de adverso nos ha sucedido, cuantos males predijo por su boca delirante la sacerdotisa de
35 Febo  en su frenesí, sin que dejara el dios que la creyeran, yo, Hécuba, los vi antes, cuando estaba embarazada, y no me callé mis temores y fui antes que Casandra profetisa sin crédito.
No ha sido el astuto ítaco el que ha esparcido esas llamas sobre vosotros, ni el compañero nocturno de ítaco , ni el falaz Sinón; mío es ese fuego, son mías

40 las antorchas que os hacen arder.
Pero ¿por qué gimes por las ruinas de una ciudad destruida, vejez llena de vida? Vuelve los ojos en tu desdicha a estos duelos recientes; Troya es un mal ya viejo. Y o he visto la execrable impiedad del asesinato de un rey, un crimen aún más grande cometido al pie

45 mismo del altar por las armas del Eácida, cuando, altanero, a la par que doblaba hacia atrás la cabeza del
rey retorciéndole el cabello con su mano izquierda, le hundió el hierro infame en una profunda herida y, aunque le penetró hasta la empuñadura sin oponer resistencia, la espada regresó sin dificultad, seca de la so garganta del anciano.
50 ¿No pudo disuadirlo de esa feroz matanza el que
estuviera ya pisando el umbral de su vida mortal, ni los dioses de arriba, testigos del crimen, ni ese algo de sagrado que tiene un rey caído?
Aquel padre de tantos reyes, Príamo, está privado

55 de sepultura y, mientras Troya arde, él no tiene una llama.
Sin embargo no tienen bastante los de arriba: he
aquí que una urna va escogiendo por suerte dueños para las nueras y los hijos de Príamo; y detrás iré yo, como botín de poca valía; ya lo veréis. Este se promete

60 a sí mismo la esposa de Héctor, éste desea la mujer
de Héleno, éste, la de Anténor; y no falta quien busque
tu lecho, Casandra. Lo que temen es que yo les toque en suerte; yo soy la única que da miedo a los Dánaos.
¿Se acaban las lamentaciones? Cautivas, tropa mía, golpeaos el pecho con vuestras palmas, formad duelo,
65 haced por Troya el funeral que ella merece. Que al punto resuene el fatal Ida, morada del funesto juez .

Coro de Troyanas - Hécuba
Coro

No es un pueblo inexperto y nuevo en el llanto al que mandas que llore: eso es lo que hemos hecho año tras año desde que el forastero
70 frigio  tocó la costa de la griega Amidas y surcó el mar el pino  consagrado a la madre Cibeles. Por diez veces él Ida
encaneció de nieves, p o r diez veces ha sido desnudado para nuestras hogueras y en los campos sigeos
75 ha cortado temblando el segador las décimas espigas, desde que ningún día está libre de duelo, sino que siempre hay un nuevo motivo de lamentos. Vamos, seguid los golpes;
80 levanta, reina, tu desdichada mano;
esta vil plebe seguirá a su dueña: no somos inexpertas en él duelo.

Hécuba
Leales compañeras de mi desventura soltaos la melena, que por el cuello fluyan
85 con pena los cabellos manchados de ceniza aún caliente de Troya, que prepare sus brazos al desnudo la turba; quitaos el vestido, atadlo bajo el pecho y quede al descubierto vuestro cuerpo hasta el vientre. ¿Para qué matrimonio vas a ocultar los pechos, pudor de cautiva?

90 Que ciña el manto las túnicas bajadas y quede libre para los golpes de un duelo sin tregua vuestra furiosa mano. Me agrada vuestro porte, me agrada: reconozco a la turba de troyanas.
Vuelvan de nuevo los antiguos lamentos,

95 superad vuestra forma habitual de llanto: a Héctor lloramos.

Coro
Todas hemos soltado nuestro pelo mesado por tantos funerales. Nuestra melena cuelga loo libre de nudo y cubre nuestros rostros la ceniza caliente: llenad las manos, esto es lo que nos dejan traer de Troya. Cae de los hombros desnudos el vestido y, sujetado abajo, nos cubre la cintura; los desnudos ya los pechos reclaman nuestras manos. Ahora, dolor, ahora, manifiesta tus fuerzas. Resuenen con los golpes las costas del Reteo  y Eco , que habita en los repliegues del monte, no refleje como antes, brevemente,

110
el fin de las palabras, que repita completos los gemidos de Troya: que el mar entero y el aire los escuchen. Mostraos crueles, manos; batid el pecho con potentes golpes, no me basta el ruido de costumbre: lis a Héctor lloramos.

HÉCUBA

Por ti  golpea los brazos nuestra diestra, por ti golpea los hombros hasta hacerlos sangrar, por ti nuestra derecha sacude la cabeza,
120 por ti cuelgan los pechos desgarrados con manos maternales; fluya y mane la sangre abundante al abrirse todas las cicatrices que me hice antes en tus funerales.
Tú, pilar de la patria, retraso de los hados,
125 refugio de los frigios abatidos, tú eras él muro y encima de tus hombros resistió ella apoyada durante diez años; junta cayó contigo y el último día de Héctor fue también él de la patria.
130 Cambiad el duelo, por Príamo verted ahora vuestros llantos; Héctor tiene bastante.

Coro
Acepta, rey de Frigia, nuestro duelo, acepta nuestro llanto, anciano por dos veces capturado. Nada sufrió bajo tu reino Troya que no se repitiera:
135 dos veces derribó las murallas de Dárdano el hierro de los griegos y dos veces la aljaba de Hércules sufrió. Una vez enterrados los hijos de Hécuba, toda una grey de reyes, tú, el padre, cierras esos funerales
140 e inmolado en ofrenda al poderoso Júpiter yaces truncado en las costas del Sígeo.

Hécuba

Volved hacia otro lado vuestras lágrimas: no es lamentable la muerte de m i Príamo, Troyanas. ¡Feliz Príamo!, decid todas a coro : libre va a los profundos manes y no llevará nunca en su cerviz vencida el yugo de los griegos; no ve a los dos Atridas ni contemplan sus ojos al falaz Ulises; ni como presa en el triunfo argólico humillará su cuello bajo los trofeos; no llevará a la espalda sus manos avezadas a sostener el cetro, ni detrás del

155 carro de Agamenón, portando en su derecha cadenas de oro, servirá de espectáculo para la gran Micenas.

Coro

¡Dichoso Príamo — entonamos todas—
que al morir se ha llevado consigo su reino! Ahora vaga seguro entre las sombras del bosque Elisio y entre piadosas almas

160 dichoso busca a Héctor.
Dichoso Príamo, dichoso todo aquel que, al morir en la guerra, todo lo arrastra a terminar consigo.

 

ACTO SEGUNDO

Taltibio - Coro

Taltibio . — ¡Oh , retraso siempre largo de los dánaos en el puerto , tanto si quieren dirigirse a la guerra

165 como diría ir sea la patria !

Coro . — ¿Qué causa produce el retraso para las naves y para los dánaos? Dínoslo, ¿qué dios cierra los caminos del regreso?
Taltibio . — E l pavor se ha apoderado de mi alma,
un escalofriante estremecimiento sacude mis miembros. Prodigios que sobrepasan lo real (apenas son dignos de crédito) he visto yo mismo, los he visto.
170 Las cimas de los montes rozaba ya Titán en su
nacimiento, había vencido a la noche el día, cuando de súbito la tierra, bramando con un ciego rugido, sacó desde el abismo, de una sacudida, cuanto escondía en su seno; movieron las selvas sus cabezas y la elevada floresta tronó con descomunal estruendo y el bosque
175 sagrado; las rocas del Ida cayeron al desgarrarse sus cumbres.
Y no se estremeció sólo la tierra: también el ponto advirtió la presencia de su Aquiles y sosegó sus aguas.
Se produjo entonces un valle y se abrió en inmensas cavernas, y aquella abertura permite el libre acceso
180 del Erebo hasta los de arriba por donde se había roto la tierra y levanta el túmulo.
Se lanzó fuera, imponente, la sombra del jefe tesalio, al igual que cuando ensayándose ya para el cumplimiento de tus hados, Troya, postró a los ejércitos tracios o cuando abatió al joven hijo de Neptuno que
185 resplandecía con su canosa cabellera, o cuando en medio de las filas, enloquecido en la violencia de Marte atascó con cadáveres los ríos, y el Xanto, buscando un camino, vagó torpemente con sangriento caudal, o cuando se irguió vencedor sobre soberbio carro y llevó las riendas arrastrando a Héctor y a Troya.
Llenaron todo el litoral los gritos de su ira: «Vamos,

190 vamos, indolentes, llevad a mis manes las honras que se les deben; soltad esos ingratos barcos para que vayan a través de mis  mares... No es poco lo que ha pagado Grecia por la cólera de Aquiles y va a seguir pagando caro. Que, tras ser desposada con mis

195 cenizas, Políxena sea sacrificada a manos de Pirro y riegue mi tumba».
Habiendo hablado así con profunda voz, f abandonó la luz del día y sumergiéndose de nuevo en dirección a Dite, cerró aquella enorme cueva, juntándose las tierras.
Yacen tranquilas las aguas del océano sin

200 movimiento alguno, el viento ha depuesto sus amenazas y apacible murmura el mar con suave oleaje: desde las profundidades un coro de Tritones cantó el himeneo.



Pirro -Agamenón -Calcante

Pirro — Cuando, dispuesto a regresar, confiabas alegres tus velas a la mar, se te pasó Aquiles,- cuyas manos fueron realmente las que derribaron a Troya; 205 todo el tiempo que ésta tardó en caer, después de haberse retirado él, fue dudando hacia dónde hacerlo.

Puede que quieras dar lo que se te pide y que te apresures a ello; tarde lo vas a dar. Y a todos los jefes se han llevado su recompensa. ¿Qué paga más

210 pequeña puede darse por un valor tan grande? ¿Es que son pocos los méritos de quien, obligado a huir de la guerra  y a prolongar su vida sedentariamente en larga vejez sobrepasando los años del anciano de Pilos, se quitó los falsos vestidos que eran la trampa de su madre y confesó con las armas que era un hombre?
215 Télefo, el déspota de inhospitalario reino, al negar­ le la entrada a la feroz Misia, le bañó su ruda diestra con sangre real y probó a la vez la fortaleza y la dulzura de una misma mano.
220 Cayó Tebas, vio Eetión, vencido, cómo eran tomados sus reinos; con semejante desastre fue derruida la pequeña Lirnesos, que estaba situada junto a una elevada cima, y la tierra famosa por la captura de Briseida48; y yace en tierra Crisa, motivo de disputas entre reyes, y Ténedos, la de notoria fama, y Esciros, la fértil en pingües pastos, la que nutre a los 225 rebaños tracios, y Lesbos, la que corta las aguas del Egeo, y Cila, tan querida de Febo, Y ¿qué decir de las
que baña el Caico53 cuando sube su caudal con las aguas de la primavera?
Esta destrucción tan grande de pueblos y este pavor tan terrible, tantas ciudades disgregadas como por

230
un enorme torbellino, constituirían tratándose de otro una gloria y una honra suprema. Tratándose de Aquiles son sólo el camino.
Así vino mi padre y tan grandes guerras llevó a cabo cuando sólo preparaba la guerra.
Y, para callarme otros méritos, ¿Héctor solo no hubiera sido suficiente? A Ilion la venció mi padre,

235 vosotros la destruisteis.
Da gusto proseguir las ínclitas glorias y las ilustres hazañas de un gran padre: yació aniquilado Héctor ante los ojos de su padre, y Memnón, ante los de su tío; en duelo por él su madre trajo un día triste

240
con la palidez de su rostro. Aun vencedor sintió horror de su propia obra y aprendió Aquiles que también mueren los hijos de una diosa.
Luego cayó la cruel Amazona, el miedo que quedaba... .
Tú estás en deuda con Aquiles, si es que estimas
245 sus méritos como corresponde, aun cuando exija de Micenas y de Argos una muchacha. ¿Aún se duda? ¿Lo que te había parecido bien lo repruebas ahora de repente y consideras inhumano sacrificar la hija de Príamo al hijo de Peleo?
En cambio, a una hija tuya, tú, su padre, se la inmolaste a Helena: es algo habitual y realizado ya una vez lo que te pido.
250 Agamenón . — Vicio de juventud es no poder gobernar los impulsos: a otros los arrastra esta fogosidad de la primera edad; a Pirro la fogosidad de su padre.
Yo ya aguanté una vez sin inmutarme los terribles arrebatos y las amenazas del altanero nieto de Éaco: cuanto más poderoso seas, tanto más paciente debes mostrarte.
255 ¿Por qué tratas de rociar con una cruel matanza las nobles sombras de un ilustre jefe? Esto es lo primero que hay que conocer: qué es lo que debe hacer el vencedor y soportar el vencido.
El poder basado en la violencia nadie ha conseguido retenerlo mucho tiempo; el moderado, perdura; y cuanto más altos ha destacado y elevado la fortuna
260 los poderes humanos, tanto más conviene que se con­ tenga el que goza de esa felicidad y que tiemble ante la inseguridad del azar, temeroso de unos dioses demasiado favores . Que los grandes poderes se derrumban en un momento lo tengo bien aprendido.
¿Nos hincha Troya en exceso de orgullo y de

265 arrogancia? Nos levantamos ahora los dánaos en este sitio desde donde ella cayó.
Lo confieso, alguna vez, soberbio y sin control en
mi poder de rey, me he encumbrado a mí mismo más alto de la cuenta; pero quebrantó aquellos arrebatos un motivo que a otros hubiese podido alentárselos: el favor de la Fortuna.
Tú, Príamo, me haces a mí soberbio, tú, temeroso.

270
¿Voy yo a pensar que los cetros son otra cosa que un título recubierto de vano esplendor y que una melena que luce con una falsa diadema?
El azar arrastrará consigo todo esto en un momento y probablemente sin necesidad de mil naves y diez años: no a todos amenaza tan lentamente la fortuna.

275
Desde luego, lo confesaré (permítaseme decir esto sin ánimo de ofenderte, tierra argiva), yo quise que los frigios fuesen abatidos y vencidos. Ojalá hubiese yo impedido que fuesen arruinados y arrasados. Pero
el gobierno de unas riendas no son capaces de

280 soportarlo ni la ira, ni el ardor de un enemigo, ni una victoria puesta en manos de la noche.
Todo aquello que a cualquiera ha podido parecerle indigno e inhumano, lo hicieron el rencor y las tinieblas, en medio de las cuales la cólera se excita a sí misma, y la espada afortunada, que una vez que se ha manchado de sangre enloquece de pasión.

285
Cuanto puede sobrevivir a la destrucción de Troya, que se mantenga: ya se le han aplicado castigos suficientes y más que suficientes. Pero que una muchacha de la familia real perezca y sea dada en ofrenda a una tumba y riegue unas cenizas y a la atroz fechoría de un asesinato la llamen una boda, eso no 290
lo consentiré yo.


Sobre mí revierte la culpabilidad de todos: el que no impide una mala acción pudiendo hacerlo, la ordena.
Pirro . — ¿Es que los manes de Aquiles no van a obtener ninguna recompensa?
Agamenón. — La obtendrán y todos lo cantarán con alabanzas y su grandioso nombre lo oirán tierras desconocidas.
295 Y, si sus cenizas se reconfortan con un derramamiento de sangre, que se sacrifiquen rebaños frigios de lustroso cuello y que fluya una sangre que no arranque llantos a ninguna madre.
¿Qué costumbre es esa de que para las honras fúnebres de un hombre se sacrifique otro hombre?
300 Evítale a tu padre el rencor y el odio que le va a suponer el que tú hagas que se le honre con un suplicio.
Pirro . — Oh, tirano de reyes, orgulloso mientras la prosperidad te levanta los ánimos, asustadizo en cuanto los sacude el miedo! ¿Ya llevas el pecho

305 inflamado como siempre por una nueva pasión? ¿Tú sólo vas a obtener tantas veces botines de nosotros?
Con esta diestra devolveré a Aquiles la víctima que es suya. Y, si tú se la niegas y la retienes, le ofreceré una más grande y digna de que la ofrezca Pirro. Además hace ya demasiado tiempo que mi mano no se
310 ocupa en dar muerte a un rey y Príamo está reclamando un compañero.
Agamenón . — Por supuesto, yo no niego que la mayor honra de Pirro en la guerra ha sido la de que yace víctima de su cruel espada Príamo, caído mientras elevaba sus súplicas de padre.
Pirro . — Gente que suplicaba a mi padre eran a la vez sus enemigos; lo tengo bien sabido. Príamo,
sin embargo, vino a rogar cara a cara. Tú, despavo- 315
rido bajo el peso del miedo y sin valor para venir a rogar, encomendaste las súplicas a Áyax y al de íta c a 60, mientras te encerrabas y temblabas ante el enemigo.
Agamenón . — En cambio, tu padre entonces, claro está, no tenía miedo y en medio de las matanzas de
los griegos y del incendio de sus naves, él estaba

320 tranquilamente tumbado, sin acordarse de la guerra y de las armas, pulsando con delicado plectro la melodiosa lira.
Pirro . — Entonces el gran Héctor, que despreciaba tus armas, sintió miedo de los cantos de Aquiles y gracias a ese miedo tan grande hubo una profunda calma en la escuadra tesalia61.
Agamenón . — Y por supuesto que en esa misma

325
escuadra tesalia hubo a su vez una profunda paz para el padre de Héctor.
Pirro . — Es propio de la excelencia de un rey dar la vida a otro rey.
Agamenón . — ¿Y por qué tu diestra le quitó la vida a un rey?
Pirro . — El que es compasivo habrá de dar muchas veces la muerte en lugar de la vida.
A g am e n ó n . — Y ahora tú, por compasión, reclamas

330
una virgen para la pira funeraria.
Pirro . — ¿Es que ahora consideras un crimen inmolar a las vírgenes?.
Agamenón . — Anteponer la patria a los hijos es para un rey un deber.
Pirro . — Ninguna ley perdona al cautivo o impide su castigo.
Agamenón . — Lo que no prohíbe la ley lo prohíbe el pundonor.
335 Pirro . — A un vencedor le es lícito hacer cuanto se le antoja.
Agamenón . — Al que menos le cuadra tener antojos es a aquel a quien mucho se le permite.
Pirro . — ¿Eso es lo que echas en cara a estos a quienes, después de haber estado durante diez años sometidos al peso de tu tiranía, Pirro los ha librado del yugo?
Agamenón . — ¿ Esciros te da esos ánimos ?.
Pirro . — Ella está libre de crímenes fratricidas.
340 Agamenón . — Y encerrada por las olas.
Pirro . — Por supuesto, y de un mar de la familia; la noble casa de Atreo y de Tiestes la tengo bien conocida.
Agamenón . — Tú, el que fue concebido de la furtiva violación de una doncella, el hijo de Aquiles, pero de cuando aún no era un hombre.
Pirro . — De aquel Aquiles que domina al mundo
345 entero, al hallarse su estirpe esparcida por todos lo s reinos de los dioses: al mar, por Tetis; a las sombras, por Éaco; al cielo, por Júpiter66.
Agamenón . — De aquel Aquiles que yace víctima de la mano de Paris.

Pirro . — A quien ni siquiera de los dioses hay uno que le haga frente cara a cara.
Agamenón. — Hace rato que podía yo haber refrenado esas palabras y aplacar esa audacia de mala manera, pero hasta con los cautivos sabe ser moderada

350
mi espada. Que se haga venir mejor a Calcante, el intérprete
de los dioses. Si los hados lo piden, yo cederé. (Entra Calcante.)
Tú que Soltaste las ataduras de las naves pelasgas, acabando con el retraso de la guerra; que con  tus artes abres el cielo; a quien los misterios de las

355 vísceras, a quien el estruendo del firmamento y las  estrellas que arrastran las largas llamas de su cabellera muestran los signos del hado; cuyas palabras me suelen costar un precio enorme, di, Calcante, qué manda la divinidad, guíanos con tu consejo.
Calcante. — Abren los hados camino a los dánaos

360 al precio de costumbre: hay que inmolar una doncella sobre la tumba del jefe tesalio; pero, según el ritual con que suelen unirse en matrimonio las mujeres tesalias o las de Jonia o las de Micenas, que Pirro entregue a su padre la esposa; así se hará la

365  ofrenda como es debido.
No obstante, no es éste el único motivo que retiene nuestras naves: se debe aún una sangre más noble que tu sangre, Políxena. Por exigencia de los hados, desde lo alto de la torre ha de caer el nieto de Príamo, el hijo de Héctor, y encontrar así la muerte.
Entonces podrá llenar los mares nuestra escuadra

370 con sus mil velas.




Coro

¿Es verdad o es que engaña a nuestro miedo la historia de que las sombras viven tras sepultar los cuerpos? Cuando el cónyuge ha puesto la mano en los ojos
y el día postrero ha cortado el paso a la luz del sol
375 y la fúnebre urna ha encerrado las cenizas,
¿es inútil confiar el alma a un funeral, o queda aún una vida más larga en la desdicha? ¿Morimos por entero, sin que ninguna parte quede de cuando la vida se escapa en un suspiro (de nosotros),
380 y se va por los aires mezclada con las nubes y al costado desnudo se le aplica una antorcha por de- Cuanto al salir el sol, cuanto al ponerse (bajo)  mira, cuanto el Océano, en su doble venida y retirada, baña en sus azuladas aguas,
385 lo consumirá él tiempo, raudo como Pegaso.
Con el girar con que pasan volando las doce estrellas, con la carrera con que se apresura a dar vueltas a los siglos
el señor de los astros, del modo en que se apresta
Hécate a recorrer sus inclinadas órbitas,
390 así corremos todos en busca de los hados líos dioses y el que alcanzó los lagos por los cuales suelen jurar ya no está en ningún sitio; igual que el humo de la [ardiente llama
se desvanece, sucio, en corto espacio,
como las nubes que hemos visto cargadas hace poco
las disipa él impulso del Bóreas del norte, 395
así este aliento que nos da la vida se ha de escapar. Tras la muerte nada hay y la misma muerte no es nada, es la meta final de una veloz carrera:
que dejen de esperar los ambiciosos y de temer los
[que están angustiados,
el tiempo nos devora en su avidez, y el caos. 400
La muerte es una sola, ataca al cuerpo
y no perdona al alma: el Ténaro y el reino sometido a un señor inapelable y Cérbero,
el guardián que custodia el umbral infranqueable,
son hueros dichos, palabras sin sentido,

405
fábulas semejantes a una pesadilla.
¿Quieres saber en dónde vas a yacer después que te [ hayas muerto?
En donde yace lo que no ha nacido

 



ACTO TERCERO

 


Andrómaca. — ¿Por qué, tropa afligida de mujeres
frigias, os mesáis el cabello y golpeándoos el miserable

410
pecho, regáis vuestras mejillas con un llanto a raudales? Ligero ha sido nuestro sufrimiento, si sufrimos cosas que se pueden llorar.
Ilión ha caído ahora para vosotros, para mí hace ya tiempo, cuando aquella fiera arrastró en su carro veloz esos miembros míos y gemía con terribles chirridos el eje del hijo de Peleo, estremeciéndose con el peso de Héctor. Quedé entonces abrumada y abatida y cuanto ha sucedido, como estoy embotada y endurecida por los males, lo soporto sin darme cuenta.
Ya me habría liberado yo de los dánaos e iría en pos de mi esposo, si no me retuviera éste. Éste

420 reprime mis impulsos y me impide morir; éste me obliga
a pedir algo todavía a los dioses... Él está prolongando mis calamidades. É l me ha arrebatado el mayor fruto de mis males, el no temer nada.
No me ha dejado un rincón para la felicidad; las
425 desgracias tienen por dónde venir. La más grande desgracia es sentir temor, aun cuando no tengas nada que esperar.
Anciano . — ¿Qué repentino temor te ha conmovido
en tu aflicción?
Andrómaca. — Suele surgir de un gran mal otro mayor. Aún no se ha detenido el hado de la ruina de Ilión.
Anciano . — ¿Y qué calamidades va a encontrar la
divinidad, aunque lo procure?
430 Andrómaca . — Se abren las puertas y las oscuras cuevas de la Éstige profunda y, para que no falte un temor a los que hemos sido arrasados, salen los enemigos desde las profundidades de Dite donde estaban escondidos.
¿Es que el camino de vuelta es sólo transitable
para los dánaos? Ciertamente la muerte es igual para
435 todos... A los frigios los turba y agita ese terror general; pero a mi alma, en particular, la tiene aterrorizada este sueño de una espantosa noche.
Anciano . — ¿Qué visiones nos traes? Manifiesta abiertamente esos temores.
Andrómaca . — Dos de sus partes aproximadamente había recorrido ya la noche vivificadora y las siete estrellas habían dado la vuelta a su resplandeciente carro. Una tranquilidad desconocida me llegó por fin

440 en mi aflicción y un breve sueño se fue deslizando insensiblemente sobre mis ojos, si sueño es el embotamiento de una mente aturdida, cuando de pronto Héctor se irguió ante mis ojos, no como aquel que, tomando la iniciativa en la guerra contra los argivos, acometía a las embarcaciones griegas con antorchas

445; ni como aquel que, enfurecido contra los dánaos en múltiple matanza, obtuvo despojos auténticos de un Aquiles fingido; no era su rostro aquel que lanzaba un llameante resplandor, sino extenuado
y abatido y apesadumbrado por el llanto, y, como el 450
mío, cubierto de una melena en desorden.
Me alegro, a pesar de todo, de verlo. Entonces sacudiendo la cabeza: «Aleja de ti el sueño» — dijo—«y quita de en medio a tu hijo, oh, fiel esposa. Que quede bien oculto, es ésa la única salvación. Déjate de llantos. ¿Estás gimiendo porque ha caído Troya? ¡Ojalá estuviese asolada toda entera! Date prisa, aparta a 455 donde sea a ese pequeño vástago de nuestra casa.»
Un escalofrío y un estremecimiento me despertaron del sueño y dirigiendo despavorida mis ojos ora hacia aquí, ora hacia allí, sin acordarme de mi hijo, busqué, ¡pobre de mí!, a Héctor: su sombra engañosa se m e 460 escapó de los mismos brazos.
Oh, hijo, verdadera descendencia de un gran padre, la única esperanza de los frigios, la única de tu casa en ruinas, retoño demasiado preclaro de una sangre antigua y demasiado semejante a su padre: éste era el
rostro que tenía mi Héctor, así eran sus andares y su 465
porte, así llevaba sus aguerridas manos, así se erguían sus hombros; así, amenazador, con torva frente, cuando apartaba sus cabellos sueltos con una sacudida de su cuello.
Oh, hijo que naciste tarde para los frigios, pronto
470 para tu madre,¿vendrá ese tiempo y ese día feliz en que, como defensor y vengador del suelo troyano, levantes una Pérgamo rediviva y vuelvas a traer a los ciudadanos que ahora se han dispersado huyendo y de­ vuelvas su nombre a los frigios y a la patria?
475 Pero, acordándome de mi hado, siento miedo de tan
grandes anhelos... Que sigamos vivos, lo cual ya es suficiente para unos cautivos.
¡Ay de mí!, ¿qué lugar será de fiar para mis temo­ res?, ¿en qué sitio te voy a ocultar? Aquella fortaleza poderosa por sus recursos y por sus murallas hechas por los dioses, famosa entre todas las gentes y dura
480 con quienes la envidiaban, ahora es un montón de polvo, todo ha sido derrumbado por las llamas, no queda de esa enorme ciudad ni siquiera un escondrijo para un niño.
¿Qué lugar escoger para el engaño? Está la enorme tumba consagrada a mi querido esposo, a la que debe
485 respetar el enemigo; la construyó de inmensa mole y gran suntuosidad el padre de Héctor, como rey que no era nada avaro para sus duelos.
Lo mejor será encomendarlo a su padre.
Un sudor frío me cae por todos los miembros. Me estremezco, ¡pobre de mí!, ante el presagio de tan fúnebre lugar.
Anciano . — Éste es el único motivo que ha apartado
490 a muchos de la muerte : el que se creyera que ya habían perecido .
Andrómaca . — Apenas queda algo de esperanza; a él lo abruma la pesada carga de su gran nobleza.
Anciano . — Aleja los testigos de la estratagema, no vaya a haber algún traidor.
Andrómaca . — ¿ Y si lo busca el enemigo?
Anciano . — Pereció en la destrucción de la ciudad.
Andrómaca . — ¿De qué le ha de servir haber estado o culto si ha de volvera sus manos?
Anciano . — El vencedor tiene la fiereza en los 495 primeros impulsos.
Andrómaca . — ¿ Y qué me dices del hecho de que no puede ocultarse sin un gran miedo?
Anciano . — E l que está en apuros tiene que apresurarse a alcanzar un refugio ; el que se siente seguro es el que puede escoger.
Andrómaca . — ¿Qué lugar, qué región apartada e inaccesible te pondrá a buen recaudo ?  ¿Quién nos prestará ayuda en nuestro temblor? ¿Quién nos protegerá? 500
Tú que lo has hecho siempre, Héctor, ampara ahora también a los tuyos: mantén guardado el hurto de tu piadosa mujer y acógelo en tus leales cenizas para que viva.
Penetra en la tumba, hijo... ¿Por qué te echas atrás y rechazas el lúgubre escondite? Reconozco esa forma de ser: te da vergüenza sentir temor. Ahuyenta 505
ese espíritu de grandeza y ese arrojo de antaño, adopta la actitud que las circunstancias te han ofrecido.
Vamos, contempla la tropa de los supervivientes: una tumba, un niño, una cautiva. Hay que ceder ante la desdicha. Ahí tienes la santa morada donde está enterrado tu padre; vamos, atrévete a penetrar en ella.

510
Si los hados nos son propicios en nuestra desdicha,  ahí tienes la salvación; si los hados nos niegan la vida, ahí tienes el sepulcro.
Anciano. — El escondrijo tiene ya oculto lo que a  él se ha confiado. Para que no vaya a descubrirlo tu temor, vete lejos de aquí y aléjate en dirección contraria.
515 Andrómaca . — Suele ser más ligero el temor del que teme más de cerca88. Pero, si te parece, vayámonos de aquí a otra parte.
Anciano . — Domina un instante esa boca y reprime
las quejas; hacia aquí dirige sus infames pasos el caudillo de los de Cefalania.
520 Andrómaca . — Ábrete, tierra, y tú, esposo, hiende y remueve la tierra en el fondo de esa cueva y esconde en el profundo seno de la Éstige lo que yo te he confiado.
Aquí está Ulises y, por cierto, con un paso y unos gestos equívocos: en su taimado pecho está tramando algún astuto ardid.
Ulises - Andrómaca
Ulises . — Como servidor de un duro oráculo, lo 525 primero que te pido es que, aunque las palabras sean dichas por boca mía, no creas que son mías: es la voz de los griegos todos y de unos caudillos a quienes un regreso ya tardío a sus casas no se lo permite la descendencia de Héctor: los hados lo reclaman.
Los dánaos siempre se verán atenazados por la
530 preocupación de una paz insegura y sin garantías; siempre el temor los forzará a volverse a mirar a su espalda las armas y no les dejará deponerlas, mientras a los frigios, en su ruina, les siga dando ánimos vuestro hijo, Andrómaca. Esto es lo que vaticina el augur 535 Calcante. Y si no dijera estas cosas el augur Calcante, las diría Héctor, del cual me produce horror hasta su estirpe.
Las nobles semillas se levantan hasta la altura de aquellos de donde nacieron. Así aquel pequeño que acompaña a una gran res y que aún no hiende su piel con la punta de sus cuernos, levanta de pronto la
cerviz y con frente altanera se constituye en jefe de 540
la gran grey paterna y da órdenes al ganado.
La tierna vara que queda en pie cuando se ha cor­ tado un tronco, en poco tiempo se hace ella misma igual a su madre y da sombra a las tierras y follaje al cielo.
Así la ceniza que por descuido se deja después de
un gran incendió vuelve a cobrar fuerzas 545
El dolor es ciertamente injusto al valorar las cosas; no obstante, si tú lo sopesas por ti misma, tendrás que perdonar el que, después de diez inviernos y otras tantas siegas, el soldado, ya viejo, tema las guerras y otros desastres nuevos y a una Troya que nunca acaba 550 de quedar completamente destruida.
Importante es la causa que mueve a los dánaos: un futuro Héctor; libera a los griegos de ese miedo. Ése es el único motivo que retiene a las naves estando como están ya a punto; ahí está anclada la escuadra.
Y no vayas a considerarme cruel porque por mandato de un oráculo venga en busca del hijo de Héctor; 555
yo hubiera ido en busca de Orestes. Sufre tú lo que ya soportó el vencedor.
Andrómaca . — Ojalá estuvieses, hijo mío, en manos de tu madre y conociera yo qué azar o qué región te retiene después de haberte arrancado de mí.
Ni con el pecho atravesado por dardos enemigos o con las manos amarradas con cortantes ataduras, ni con uno y otro costado ceñido de ardientes llamas se faltaría yo nunca a mi fidelidad de madre.
Hijo, ¿qué lugar, qué suerte es ahora la tuya? ¿Recorres errante los campos, por vericuetos apartados del camino? ¿Ha devorado tus miembros el enorme
565 incendio de tu patria? ¿Se ha divertido el cruel vencedor derramando tu sangre? ¿Acaso víctima del mordisco de una fiera descomunal sirves de pasto a la aves del Ida?
Ulises . — Déjate de palabras fingidas; no es fácil para ti engañar a Ulises: he vencido yo trampas de
570 madres hasta divinas. Abandona esos vanos propósitos. ¿Dónde está tu hijo?
Andrómaca. — ¿Dónde Héctor? ¿Dónde todos los
frigios? ¿Dónde Príamo? Tú preguntas por uno; yo, por todos.
Ulises . — A la fuerza vas a decir eso de lo que no
quieres hablar de buen grado.
Andrómaca. — No corre ningún riesgo la que puede, debe y ansia perecer.
575 U l i s e s . — Esas brillantes palabras las tira por tierra la proximidad de la muerte.
Andrómaca. — Si quieres, Ulises, forzar a Andrómaca  asustándola, amenázala con la vida: pues morir es mi deseo.
Ulises . — Con azotes, con fuego, con la muerte, con suplicios te hará el dolor hablar contra tu voluntad
580 todo cuanto intentas ocultar y te arrancará del fondo de tu pecho los secretos que allí escondes: la necesidad suele ser más poderosa que el afecto maternal.
Andrómaca. — Prepara llamas, heridas y terribles artilugios del más duro dolor, y hambre y sed cruel y pestes variadas y espadas que se claven por doquier
585 en estas entrañas, las calamidades de una tenebrosa cárcel y todo aquello a que se atreve un vencedor airado cuando siente miedo.
Ulises . — Estúpida fidelidad es ocultar lo que en seguida puede que manifiestes.
Andrómaca . — Una madre valiente no puede albergar en su pecho ningún tipo de miedo.
Ulises . — Precisamente ese mismo amor en que tú, contumaz, insistes, aconseja a los dánaos que miren 590 por sus hijos pequeños.
Después de una guerra tan prolongada, después de diez años, yo temería menos los temores que Calcante nos anuncia, si temiera por mí: contra Telémaco estás tú la guerra preparando.
Andrómaca . — A pesar mío, Ulises, voy a dar una alegría a los dánaos: hay que dársela; muestra, dolor, 595
el duelo que tienes reprimido.
Alegraos, Atridas, y tú, según tu costumbre, anuncia a los pelasgos motivos de alegría: la descendencia de Héctor ya no existe.
Ulises . — ¿Y con qué pruebas vas a demostrar a los dánaos que eso es verdad?
Andrómaca . — Así me suceda a mí lo más terrible con que puede amenazarme el vencedor y así los hados me aniquilen con una muerte pronta y ligera y me

600 sepulten en mi suelo y así la tierra patria no pese mucho sobre Héctor, como es verdad que mi hijo está privado de la luz: yace entre los finados y, entregado a la tumba, ha recibido cuanto se les debe a los que expiran.
Ulises . — Cumplidos están los hados con la 605 desaparición de la estirpe de Héctor y yo voy a poder llevar hasta los dánaos gozoso la noticia de una paz firme... (A parte.) ¿Qué haces, Ulises? Los dánaos se fiarán de ti. Tú, ¿de quién te fías? ¿De una madre?
Pero ¿alguna madre va a fingir una cosa así y no va a sentir pavor del augurio de una muerte abominable?
610 A los augurios les tienen miedo los que no temen nada más grande.
Ha asegurado ella su veracidad con un juramento. Si es perjura, ¿qué cosa más grande puede temer?
Ahora echa mano de tu astucia, alma mía, echa mano de tus trampas, de tus engaños, echa mano de Ulises todo entero. La verdad nunca queda oculta.
615 Fíjate bien en esa madre. Está afligida, llora, gime, pero lleva con ansiedad sus pasos de acá para allá y las palabras que le llegan trata de captarlas con inquietud en sus oídos: ésta está más asustada que afligida. Hay que aguzar el ingenio. A otros padres les va bien que se les hable en medio de su duelo.
620 (A Andrómaca,) A ti hay que felicitarte, desdichada, por estar privada de un hijo al que esperaba una muerte cruel, la de ser precipitado desde una torre, la única que queda de las murallas destruidas.
Andrómaca . — El alma se ha escapado de mis miembros; se estremecen, se desmayan y la sangre se me paraliza presa de un frío glacial.
625 Ulises . — Se ha conmovido; por ése, por ese sitio es por donde tengo que tantearla. A la madre la ha descubierto el temor, insistiré en asustarla.
(A los soldados o criados que le acompañan.) Vamos, vamos rápidos, a ese enemigo escondido por una estratagema de su madre, a esa última peste del pueblo pelasgo, dondequiera que se oculte, sacadla y traedla aquí en medio...
630 Bien, ya está cogido. Adelante, aprisa, tráelo.
¿Por qué te vuelves a mirar estremecida? Está ya, sin duda, muerto.
Andrómaca . — ¡Ojalá temiera!... Es la costumbre de temer después de tanto tiempo: el alma tarda en olvidar lo que ha estado aprendiendo durante mucho.
Ulises . — Puesto que el niño se ha anticipado al sacrificio expiatorio debido a las murallas y no puede 635 secundar al adivino por haber sido arrebatado por un hado mejor, dice Calcante que se puede hacer la expiación para que las naves regresen, del siguiente modo: que aplaque las olas la ceniza de Héctor esparciéndola y que su tumba entera sea arrasada por completo.
En esta ocasión, puesto que él ha escapado a la

640 muerte que debía, no tenemos más remedio que poner nuestras manos sobre esos sagrados aposentos.
Andrómaca . (Aparte). — ¿Qué hago? Dos temores arrastran mi alma en direcciones opuestas: de un lado, mi hijo; de otro, la ceniza sagrada de mi esposo. ¿Cuál de las dos partes saldrá vencedora? Por testigos pongo a los implacables dioses y a los

645 auténticos dioses míos que son los manes de mi esposo: Héctor, en mi hijo no hay otra cosa que me agrade nada más que tú. Que siga vivo para que pueda recordarme tus rasgos.
¿Van a dispersar la ceniza de tu tumba y a hundirla en el mar? ¿Voy yo a consentir que tus huesos sean desparramados y esparcidos en la inmensidad de las 650 olas? Mejor que éste afronte la muerte.
¿Y vas a ser capaz tú, su madre, de verlo entregado a una muerte infame? ¿Vas a ser capaz de verlo dar vueltas cuando lo echen desde la elevada altura?
Seré capaz, lo aguantaré, lo soportaré, con tal que mi Héctor después de muerto no vuelva a ser de nuevo víctima del vencedor.
655 Pero éste puede darse cuenta de su castigo; en cambio, a aquél su muerte lo coloca ya en sitio seguro. ¿Por qué fluctúas? Decide a quién vas a arrancar del suplicio. ¿Dudas, desgraciada? Tu Héctor está de aquella parte. Te equivocas: a ambos lados está Héctor. En esta parte está la vida, la posibilidad de que
660 quizás llegue a ser el vengador de la muerte de su padre...
Salvarlos a los dos no es posible. ¿Qué vas a hacer entonces? Salva de los dos, alma mía, a aquel a quien los dánaos temen.
Ulises . — Voy a cumplir lo que ordenó el oráculo: derribaré la tumba desde sus cimientos.
Andrómaca . — ¿La que nos vendisteis?".
665 Ulises . — Lo haré y desde lo alto del túmulo derribaré el sepulcro.
Andrómaca . — La lealtad de los dioses invoco y la lealtad de Aquiles. Pirro, respeta lo que tu propio padre nos proporcionó.
Ulises . — Esta tumba va a quedar al punto abatida por toda la llanura.
Andrómaca . — Esta impiedad era la única que quedaba; a ella los dánaos no se habían atrevido. Templos
670 habéis violado, dioses hasta cuando os eran propicios.
Las tumbas las había pasado por alto vuestra furia...
Y o resistiré, opondré a vuestras armas mis manos desarmadas, la ira me dará fuerzas.
Como postró a los escuadrones argólicos la feroz amazona o como una ménade que, poseída por el dios,
675 aterra con su paso delirante a las selvas armada con el tirso y fuera de sí hiere sin darse cuenta, me precipitaré en medio de vosotros y caeré en la tumba que he defendido entrando a formar parte de sus cenizas.
Ulises . — ¿Os quedáis quietos y os conmueven los gritos llorosos y el vano furor de una mujer? Lo que os he mandado cumplidlo cuanto antes.
Andrómaca . — A mí, dejadme antes a mí postrada 680
aquí con la espada... Me rechazan, ¡ay de mí!...
Rompe los obstáculos de los hados, remueve las tierras, Héctor; para dominar a Ulises basta con tu sombra... Ha blandido las armas en su mano, está lanzando fuegos... ¿Veis, dánaos, a Héctor? ¿O soy 685 yo sola la que lo veo?
Ulises . — Hasta los cimientos lo destruiré todo,
Andrómaca . — ¿Qué haces? ¿Vas a abatir, tú, la madre, de un solo golpe a tu hijo y a tu hombre? Quizás llegues a poder aplacar con ruegos a los dánaos: al que tengo ahí encerrado lo va a aplastar en seguida el peso descomunal de la tumba... Que muera el desgraciado donde sea antes que el padre se derrumbe

690
sobre el hijo o de que el hijo caiga sobre su padre...
A tus rodillas me postro suplicante, Ulises, y extiendo hacia tus pies una mano derecha que antes no han conocido los pies de ningún otro.
Apiádate de una madre y recibe apacible y paciente

695
sus piadosas súplicas y, mientras más alto te han levantado los dioses, sé más benigno al caer sobre los que estamos postrados: todo lo que se da a un desdichado, a la fortuna se le da.
Así vuelva a verte el lecho de tu santa esposa y prolongue Laertes sus años hasta tu recibimiento.
Así te salga a recibir tu muchacho y, superando

700 vuestros propios votos con sus privilegiadas cualidades, supere a su abuelo en edad y en ingenio a su padre.
Ten compasión de una madre: el único consuelo en mi aflicción está aquí.
Ulises . — Presenta a tu hijo y ruega luego.

705 Andrómaca. — Ven aquí, sal de tu escondite, tú, el hurto deplorable de una pobre madre... Éste es, Ulises, éste es el terror de las mil naves. Baja tú las manos y, postrándote, adora con diestra suplicante
710 los pies de tu señor y no te dé vergüenza de lo que la fortuna manda a los desdichados. Echa de tu alma a los reyes de tu estirpe y los poderes de ese gran anciano famosos en la tierra entera. Olvida a Héctor,
715 toma aire de cautivo y, doblando la rodilla, si no eres aún consciente de tu ruina, ve imitando los llantos de tu madre.
Ya vio antes Troya lágrimas de un rey niño y Príamo de pequeño logró doblegar
720 las amenazas del terrible Alcida.
Aquél, aquel feroz que con su enorme fuerza logró vencer todas las fieras, que, habiendo destrozado las puertas de Dite, abrió el camino tenebroso de vuelta,
725 vencido p or las lágrimas del pequeño enemigo dijo: « Toma las riendas de tu reino y siéntate allá arriba en el solio paterno, mas lleva el cetro con mayor lealtad». Esto era ser cautivo de aquel vencedor:
730 aprended si es suave en Hércules la ira.
¿O es que sólo os agradan en Hércules las armas?
Postrado está a tus pies un suplicante que no es menor que aquél. Pide la vida... Que la fortuna lleve al reino de Troya donde ella quiera . 735
Ulises . — Evidentemente me conmueve la aflicción de esta madre fuera de sí, pero más me conmueven las madres pelasgas, para terribles duelos de las cuales crece ese niño.
Andrómaca . — Estas ruinas, estas ruinas de una ciudad reducida a cenizas, ¿las va a resucitar éste? ¿Estas 740 manos van a levantar a Troya? Ningunas esperanzas tiene Troya, si son ésas las que tiene: la postración en que nos hallamos los troyanos no es como para poder inspirar miedo a nadie...
¿Que el padre le da ánimos? ¡Pero si fue arrastrado!. Hasta el propio padre después de lo de Troya habría perdido su valentía, pues los grandes males 745 suelen quebrantarla.
Si se pide un castigo (¿qué castigo más grave se puede pedir?), que someta su noble cuello al yugo de la esclavitud, que se le permita ser un siervo. ¿Alguien le niega esto a un rey?
Ulises . — No te lo niega Ulises, sino Calcante.
Andrómaca . — ¡Oh, maquinador de engaños y 750 artífice de crímenes, por cuyo valor guerrero nadie ha caído! Mas por las trampas y astucia de su maligna mente yacen hasta los pelasgos. ¿A un adivino y a unos dioses que no tienen culpa vas a ponerlos por delante? Esta fechoría es de tu propio pecho. Guerrero 755
nocturno no, valiente para matar a un niño, ¿te vas a atrever a algo tú solo 511 y a la claridad del día?
Ulises . — El valor de Ulises es bastante conocido para los dánaos y lo es demasiado para los frigios. No tengo el día para malgastarlo en vanas palabras. La escuadra está levando anclas.
760 Andrómaca . — Otórgame un breve retraso mientras como madre rindo a mi hijo los supremos deberes y en un último abrazo sacio mi insaciable dolor.
Ulises . — ¡Ojalá estuviera en mi mano compadecerme de ti! Lo único que está en mi mano, un plazo de
765 tiempo, te lo voy a conceder. Llénate de lágrimas a tu gusto. El llanto alivia las desdichas.
Andrómaca . — ¡Oh, dulce prenda! ¡Oh, gloria de esta casa derrumbada y duelo supremo de Troya! ¡Oh, terror de los dánaos! ¡Oh, vana esperanza de tu madre, para quien yo, insensata, pedía las glorias guerreras de su padre y los años de madurez de su
770 abuelo! m . Esas plegarias mías las ha desechado la divinidad.
El cetro de Ilión no lo llevarás tú, poderoso en el palacio real, ni darás leyes a los pueblos, ni someterás a tu yugo a las naciones vencidas; no herirás las espaldas de los griegos, no arrastrarás a Pirro.
775 Tú no manejarás armas pequeñas con tu tierna mano, ni a las fieras esparcidas a todo lo ancho de los bosques las perseguirás audazmente, ni en el día fija­ do del lustro, repitiendo la solemne ceremonia del
juego de Troya, conducirás tú, como niño noble que eres, los rápidos escuadrones.
Entre los altares, rápido, con ágil pie, mientras el curvo cuerno vuelve a hacer sonar sus acelerados ritmos, no honrarás los templos bárbaros114 con primitivas danzas.
¡Oh, qué final, más triste que la muerte cruel! Algo
más lamentable que la matanza del gran Héctor van 785 a ver las murallas.
Ulises . — Interrumpe ya esos llantos, madre: un gran dolor no se pone fin él solo a sí mismo.
Andrómaca . — Para las lágrimas, Ulises, es el pequeño retraso que te pido; permíteme unas pocas, que con mi mano pueda cerrar sus ojos cuando aún está vivo.
Mueres ciertamente de pequeño, pero ya temible. 790
Troya te espera, la tuya: adelante, camina en libertad, contempla la libertad de los troyanos.
Astianacte . — Piedad, madre.
Andrómaca . — ¿Por qué te agarras a los pliegues de mi vestido y tratas de alcanzar el inútil refugio de las manos de tu madre?
Igual que, tras oír el rugido del león, el tierno 795 novillo pega a su madre el costado tembloroso, y a su vez, el cruel león, apartando a la madre, sostiene entre sus enormes dientes a la presa más pequeña, la destroza y se la lleva, así de mi regazo te va a arrancar el enemigo.
Mis besos y mis llantos y mis cabellos arrancados son recógelos, niño, y lleno de mí ve al encuentro de tu padre. Pero haz llegar hasta él, no obstante, unas pocas palabras de queja de tu madre: «Si los manes siguen teniendo los sentimientos de antes y no muere el amor entre las llamas, ¿vas a consentir que 805 Andrómaca sea la sierva de un varón griego, Héctor cruel?
¿Yaces ahí tranquilo e indolente? Ha vuelto Aquiles.»
Toma ahora de nuevo estos cabellos y toma estas lágrimas, todo lo que me ha quedado del desdichado funeral de mi hombre; toma mis besos para hacerlos llegar hasta tu padre.
810 Como consuelo para tu madre, déjale esta vestidura: la han tocado esa querida tumba mía y mis queridos manes. Si algo se oculta en ella de ceniza, la escudriñaré con mi boca.
Ulises . (A los soldados. ) — No hay final para ese llanto. Llevaos rápidamente a esa rémora de la escuadra argólica.

Coro

A las cautivas ¿qué lugar las llama para que en él ha[ biten?
815 ¿Los montes de Tesalia y el umbroso Tempe o Ptía, tierra más apropiada para producir hombres de armas y la pedregosa
Traquis, más apta para la cría de fuerte ganado o Yolcos, la señora del inmenso mar?.
820 ¿Creta espaciosa con sus cien ciudades,
la pequeña Gortin y la estéril Trica
De cuando estaban vivos, el Valle de Tesalia.
O Motone, que abunda en pobres riachuelos, que, escondida a la sombra de las selvas del Eta, mandó más de una vez arcos hostiles para arruinar a Troya?
¿Olenos habitada por escasas viviendas, Pleurónm, que no es amiga de la diosa virgen, o Trecén, que se curva ante el ancho mar?
¿El Pelio, reino soberbio de Prótoo, tercer peldaño para el cielo?. (Allí, echado en una cueva excavada en el monte, [ temible, Quirón, el corpulento maestro de un niño 127 que ya era pulsando con el plectro las tintineantes cuerdas,
ya entonces le aguzaba su terrible ira con poemas guerreros.)
¿Caristo m, rica en piedra de colores?
¿Calcis, que pisa la costa de un mar inquieto siempre, debido a las corrientes del Euripo?
¿Calidnas, que está expuesta a cualquier viento, Gonoesa, a la que el viento nunca falta, o Enispe a la que el Bóreas aterra? ,
¿Peparetos , que cuelga de la costa del Ática o Eleusis, que disfruta con sus secretos ritos?
¿Voy a ir a Salamina, la de Áyax,
845 o a Calidón, famosa por su fiera cruel, y a las tierras que inunda cuando ya está llegando al mar el Titaresom de perezosas aguas?
¿A Besa, a Escarpe o a Pilos la vieja?
¿A Faris, Pisas, la de Zeus, o a Elis,
850 de famosas corona?
A donde quiera puede la tempestad lanzar a estas pobres y echarnos a la tierra que sea, con tal que quede lejos Esparta, que produjo una peste tan grande para Troya y para los aqueos.
855 Que queden lejos Argos y Micenas, la de Pélope Néritos, la pequeña, aún más que Zacinto, [el cruel 14°, e ítaca, peligrosa por sus rocas traidoras.
¿Qué hado te aguarda, qué dueño ha de llevarte, Hécuba, y a qué tierras va a mostrarte?
860 ¿En el reino de quién encontrarás la muerte?

 




ACTO CUARTO

 


Helena -Andrómaca - Hécuba

Helena . (A parte). — Todo himeneo funesto, sin ale­ gría, que entrañe lamentos, matanzas, sangre, gemidos, es digno de que lo auspicie Helena. Aun después de derrotados, me veo forzada a hacer daño a los frigios.
Yo tengo la orden de presentar la falsa historia de 865 la boda de Pirro, yo también la de proporcionarle adornos y atuendos griegos. Será presa de mis artificios y caerá en mi trampa la hermana de París.
¡Que sea engañada! Hasta para ella será esto más suave, creo yo: muerte deseable es morir sin miedo a la muerte.
¿Por qué no te pones a cumplir las órdenes? La

870
culpa de un delito al que se nos obliga recae en los instigadores.
(A Políxena). — Noble muchacha de la casa de Dárdano, la divinidad comienza a miraros más propicia en vuestro abatimiento y se dispone a dotarte de un
feliz tálamo; un matrimonio así ni la misma Troya 875
que hubiese quedado a salvo, ni Príamo, te lo hubieran proporcionado. Pues a ti la máxima honra del pueblo pelasgo 142, aquél cuyos reinos se extienden a todo lo ancho de la llanura tesalia, te reclama para la sagrada alianza de un matrimonio legítimo.
A ti la gran Tetis, a ti tantas diosas del piélago y la otra Tetis, la apacible divinidad del mar

880 embravecido, te considerarán de la familia. A ti, al ser entregada a Pirro, tu suegro Peleo te llamará nuera y Nereo te llamará nuera.
Deja ese porte descuidado, vístete de fiesta, olvídate de que eres una cautiva; doblega esos cabellos 885 erizados y permite que una mano experta ponga orden a
esa melena.
Hasta es posible que esta desdicha vuelva a colocarte en un trono más elevado: a muchos les ha venido bien caer cautivos.
Andrómaca . — Esto era lo único que nos faltaba
a los frigios en nuestro abatimiento, estar alegres. Ardiendo están las ruinas de Pérgamo esparcidas por
890 doquier; ¡buen momento para matrimonios! ¿O es que alguien se atrevería a negarlo? ¿Alguien dudaría en ir a un lecho nupcial que Helena le propone?
Tú, peste, perdición, ruina de uno y otro pueblo,
¿estás viendo estas tumbas de los caudillos y esos
895 huesos desnudos que yacen sin enterrar por doquier en toda la llanura? Tu boda los ha esparcido. Por tu culpa ha corrido la sangre de Asia, ha corrido la sangre de Europa, mientras tú contemplabas tranquila­ mente a los hombres luchando delante de ti, sin saber por qué bando inclinarte...
Vamos, prepara esa boda. ¿Qué necesidad hay de
900 teas o de solemnes antorchas? ¿Qué necesidad hay de fuego? Para esta inaudita boda está el resplandor del incendio de Troya.
Celebrad, troyanas, el matrimonio de Pirro, celebradlo como se merece: resuenen los golpes sobre vuestro pecho y los gemidos.
Helena . — Aunque un fuerte dolor no se atiene a razones y se niega a doblegarse y llega a veces incluso a odiar a sus propios compañeros de aflicción , no 905 obstante, yo soy capaz de asegurar mi causa aun con un juez en contra mía; para algo he sufrido cosas peores.
Se lamenta Andrómaca por Héctor y Hécuba por Príamo: sólo por Paris tiene que lamentarse Helena a escondidas.
¿Es cruel y odioso y duro soportar la esclavitud? 910
Y o estoy sufriendo ese yugo hace ya tiempo, cautiva desde hace diez años.
¿Ha sido Ilion derrumbada, destruidos sus Penates?. Perder la patria es duro, pero más duro es temerla.
A vosotras os alivia el veros acompañadas en un mal tan grande. Contra mí se enfurecen el vencedor y el vencido.
Quien se iba a llevar como esclava a cada una de

915
vosotras estuvo en suspenso durante mucho tiempo, pendiente del azar. A mí me arrastró en seguida, sin sacarme a suerte, mi señor.
¿Causa de guerras he sido y de una ruina tan grande para los Teucros? Eso considéralo cierto, si fue una popa espartana la que surcó vuestros mares. Pero 920
si yo fui el botín robado por unos remeros frigios y si me entregó como regalo al juez la diosa victoriosa, perdona a Paris.
Mi causa va a tener un juez airado: es a Menelao a quien corresponde este arbitraje.
Pero ahora, Andrómaca, dejando un poco a un lado tus duelos, trata de doblegar a ésta... Apenas puedo 925 retener las lágrimas.
Andrómaca . — ¡Qué grande es la desgracia cuando Helena está llorando! Mas ¿por qué está llorando? Di qué trampas, qué crímenes está tramando el de Itaca. ¿Desde las cimas del Ida hay que arrojar a la muchacha o hay que lanzarla por el peñasco que
930 sobresale en la elevada ciudadela? ¿Acaso hay que
hacerla rodar hacia la inmensidad del mar a través de esos peñascos que levanta por su abrupto costado el S igeo150 que contempla un mar poco profundo?
Habla, di todo eso que ocultas bajo tu engañoso rostro. Todos los males son más llevaderos que el que
935 Pirro se convierta en yerno de Príamo y de Hécuba.
Habla, manifiesta qué castigo estás preparando y evítanos en medio de nuestras desgracias al menos esto: el ser engañadas. Ya nos estás viendo preparadas a sufrir la muerte.
Helena . — Ojalá me ordenara a mí también el in­
térprete de los dioses cortar con la espada los estorbos
940 que me atan a esta odiosa vida o bien caer ante la tumba de Aquiles bajo la mano furibunda de Pirro, como compañera tuya de hado, desdichada Políxena; Aquiles manda que le seas entregada a él y que te inmolen ante sus cenizas para ser tu marido en la llanura Elisia.
945 Andrómaca . — Mira cómo esa alma grande ha es­ cuchado con alegría lo de la muerte: está pidiendo engalanarse con vestiduras reales y permite que se ponga mano en sus cabellos. Aquello le parecía la muerte, esto le parece una boda.
Pero la desdichada madre se ha quedado atónita
950 con la luctuosa noticia, ha perdido el sentido y se ha venido abajo... Arriba, levanta ese ánimo, desdichada, y mantén firme ese espíritu que se derrumba...

¡De qué hilo tan sutil está colgada su débil vida!: es apenas nada lo que a Hécuba puede hacerla Mizi. Respira, ha revivido. La primera que huye de los desdichados es la muerte.
Hécuba . — ¿Aún está vivo Aquiles para suplicio de

955
los frigios? ¿Aún vuelve a hacer la guerra? ¡Débil mano, ay, la de Paris !. Hasta su ceniza y su tumba están sedientas de nuestra sangre.
Hace poco una muchedumbre feliz ceñía mis costados, me agotaba de repartir mis besos entre tantos y mi cariño de madre entre toda una grey. Ahora ésta

960 es la única que me queda, mi anhelo, mi compaña, el alivio de mi aflicción, mi reposo.
Aquí está todo lo que ha parido Hécuba, ésta es ya la única voz que me llama madre.
Vamos, escápate ya, vida dura y desdichada, ahórrame al fin al menos este único funeral.
Le riega el llanto las mejillas y una lluvia

965 repentina le cae por su rostro vencido.
Alégrate, sé feliz, hija: ¡cómo querría Casandra ese matrimonio tuyo! ¡Cómo lo querría Andrómaca!.
Andrómaca. — Por nosotras, Hécuba, por nosotras, por nosotras, Hécuba, es por quien hay que llorar, que cuando se ponga en movimiento la escuadra nos

970 esparcirá por aquí y por allá. A ésta la cubrirá la querida tierra de su patria.
Helena . — Más la vas a envidiar cuando sepas tu suerte.
Andrómaca . — ¿Es que alguna parte de mi suplicio me es aún desconocida?
Helena. — Se le ha dado vueltas a la urna y ha señalado sus dueños a las cautivas.
975 Andrómaca . — ¿ A quién se me entrega de criada? Dime, ¿a quién llamo yo señor?
Hécuba . — A ti te ha sacado en suerte, a la primera
tirada, el muchacho de Esciros.
Andrómaca . — ¡Dichosa Casandra, a la que el delirio que le inspiró Febo ha librado del sorteo!.
Helena . — Está en poder del supremo rey de los reyes.
H écuba. — ¿Y hay alguien que quiera tener a Hécuba por suya?


980 Helena . — Al de ítaca le has tocado en suerte tú, un botín para poco tiempo, que él no quiere.
Hécuba . — ¿Quién es el que con tanta tiranía y cruel­
dad e inhumanidad ha hecho el sorteo en esa inicua urna y ha puesto unos reyes en manos de otros reyes?
¿Quién es el dios que con tan mala intención está repartiendo a las cautivas? ¿Quién es el juez cruel y
985 funesto para estas desdichadas que no sabe escoger­
nos unos dueños y que con mano atroz nos asigna en nuestra desdicha unos hados inicuos?
¿Quién trata de mezclar a la madre de Héctor con
las armas de Aquiles?!.
Al lado de Ulises me llaman: ahora es cuando me veo vencida, ahora cautiva, ahora asediada por todas  las catástrofes.
Del dueño me avergüenzo, no de la esclavitud. Los 990
despojos de Héctor, ¿se los va a llevar él que se llevó los de Aquiles? Una tierra estéril y encerrada entre crueles mares no es capaz de dar cabida a mi tumba.
Llévame, llévame, Ulises, no me resisto en absoluto, voy en pos de mi señor; en pos de mi irán mis hados (no sobrevendrá en el piélago una tranquilidad

995 apacible, furioso se levantará el mar con los vientos) y las
guerras y los fuegos y mis males y los de Príamo.
Y mientras llega todo eso, entre tanto queda esto como castigo: me he adelantado a coger tu lote, te he  arrancado el premio.
Mas, he aquí que Pirro llega corriendo con paso  apresurado y torva expresión.

1000
Pirro, ¿por qué vacilas? Vamos, ábreme el pecho
con el hierro y junta así a los suegros de tu querido
Aquiles. Adelante, sacrificador de ancianos, también
esta sangre te va a ti bien. Llévate a rastras a la que
me has robado.
Manchad a los dioses de allá arriba con esta funesta matanza, manchad a los manes. 1005
¿Y qué pedir para vosotros? Pido un mar digno de estos sacrificios: que a la escuadra pelasga entera, que a las mil naves les suceda lo que yo voy a pedir que suceda a mi nave, mientras me llevan en ella.

Coro

Dulce es para el que sufre un pueblo de afligidos,
1010 dulce que a sus lamentos respondan las naciones: con menos fuerza el duelo y las lágrimas muerden si están entre una turba que igualmente llora. Siempre, ¡ay!, siempre es malévolo el d olor: goza de que sus hados se lancen contra muchos
1015 y de no ser el único en que puso sus ojos el castigo.
Nadie rehúsa soportar la suerte que sufren todos.
Suprime a los felices, y nadie, aunque lo sea, se creerá desdichado. Quitad los ricos
1020 con todo su oro, quitad los que roturan feraces labrantíos con cien bueyes: despertará en el pobre su coraje abatido.
Desgraciado no es nadie, más que si se compara.
Dulce es para el que está postrado en la ruina
1025 que nadie tenga rostro de alegría.
Se lamenta y se queja de su hado el que, al cruzar las olas en nave solitaria, viene a caer desnudo en el puerto que buscaba.
Más resignado soporta la desgracia y las tormentas
1030 el que en el ponto vio junto a él hundirse mil naves y la costa sembrada de maderos náufragos, cuando el Coro amontonando olas no deja al mar volver hacia la costa.
Lamentó Frixo la caída de Hele
1035 cuando el carnero, con su vellón de oro resplandeciente, juntos al hermano y a la hermana transportó a sus espaldas y en medio del ponto la tiró. En cambio, contuvieron sus quejas Pirra y su hombre cuando el mar veían y ninguna otra cosa más que mar veían,

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únicos hombres dejados en la tierra. Disolverá este grupo y nuestras lágrimas, por acá y por allá repartirá la escuadra, cuando zarpe, y la trompeta ordene a los marinos hacerse a la vela, cuando, a una con los vientos, apresurando el remo,

1045 a alta mar traten de llegar y escape huyendo la costa.
¿Qué será lo que sientan estas desgraciadas, cuando decrezca toda la tierra y crezca el piélago, cuando a lo lejos las cumbres del Ida se vayan ocultando?
Mostrando entonces el niño a la madre, y ésta a su

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la región donde Troya yace derruida, [hijo , dirá indicando con el dedo a lo lejos'.
«Allí está Ilion, donde se eleva el humo  serpenteando al cielo, allí donde los sucios nubarrones.» Gracias a esa señal van a ver los troyanos a su patria. 1055



ACTO QUINTO
 



Mensajero - Hécuba - Andrómaca

Mensajero . — ¡Oh hados crueles, atroces, dignos d e compasión, espantosos! ¿Qué crimen tan inhumano, tan funesto ha visto Marte en estos diez años? ¿Qué voy a relatar primero en medio de gemidos? ¿Tu duelo, mejor? ¿O quizás el tuyo, anciana?
Hécuba . — Por cualquier duelo que llores, llorarás

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por el mío. Sobre cada uno pesa sólo su propia ruina;
sobre mí, la de todos. A mí me afecta todo cuanto perece; todo el que es de Hécuba es un desdichado.
Mensajero . — Inmolada está ya la doncella y lanzado desde la muralla el niño. Pero ambos han sufrido la muerte con noble actitud.
1065 Andrómaca . — Expón el proceso de esa matanza; relátanos con detalle esa doble fechoría... Un gran dolor se goza en plantear a fondo sus desgracias. Cuenta, nárralo todo.
Mensajero . — Queda de Troya una gran torre,1070  frecuentada por Príamo, desde lo alto de la cual, apostado en sus almenas, gobernaba los ejércitos dirigiendo la batalla.
En esta torre, acogiendo al nieto cariñosamente en el regazo, mientras Héctor a hierro y fuego ponía en fuga a los dánaos, que daban la espalda terriblemente asustados, el anciano mostraba al niño los combates de su padre.
1075 Esta torre, famosa en otro tiempo y orgullo de la muralla, es ahora una roca cruel; asediada de caudillos por todas partes, se ve ceñida en tropel por la plebe. Todo el vulgo allí se concentra abandonando las naves. A éstos una colina alejada les permite ver libremente
loso con amplia perspectiva; a éstos, una alta roca en cuya
cima se yergue una multitud de puntillas.
. A éste lo sostiene un pino, a aquél un laurel, a éste lino haya y la selva entera se estremece con el pueblo colgado de ella.
Aquél alcanza la punta de un monte escarpado;
1085 aquel, en cambio, se agarra a un tejado a medio que­ mar o a una piedra que sobresale de un muro en ruinas y algún desaprensivo — ¡qué impiedad!— se coloca so­ bre la tumba de Héctor, para ver el espectáculo.
A través de esos amplios espacios, llenos de gente, avanza con andar altanero el de ítaca tirando con su
1090 mano derecha del pequeño nieto de Príamo y el niño
se dirige a lo alto de las murallas con paso nada vacilante.
Cuando se hubo colocado ante lo más alto de la torre, dirigió amargamente la mirada hacia acá y hacia allá, sin inmutarse. Al igual que una cría de una imponente fiera, pequeña y tierna e incapaz todavía de 1095
hacer daño, trata no obstante ya de amenazar con los dientes e intenta vanos mordiscos y se envalentona, así aquel niño, apresado por la diestra del enemigo, con su fiera arrogancia había conmovido al vulgo y a los caudillos y hasta al propio Ulises.
Él es el que no llora de toda aquella, turba que 1100
llora por él. Y, mientras Ulises pronuncia las palabras y plegarias del profético adivino y convoca a los dioses crueles para el sacrificio, por propio impulso se dejó caer de un salto en medio de los reinos de Príamo.
Andrómaca . — ¿Qué habitante de la Cólquide m, qué
escita sin morada fija ha cometido esto o qué nación nos de las que tocan el mar Caspio, que no saben lo que
son leyes, se ha atrevido a ello?
Los altares del fiero Busiris no los roció una sangre de niño, ni Diomedes puso miembros de un pequeño como banquete para sus ganados.
¿Quién va a cubrir tus miembros y a entregarlos a 1110
la tumba?
Mensajero . — ¿Y qué miembros va a haber dejado aquel precipicio? Huesos desgajados y machacados por el golpe de la caída. Los rasgos de aquel insigne cuerpo y el rostro y aquellas nobles facciones de su padre, los
ha confundido el fuerte choque en el abismo. El cuello 1115
se le ha descoyuntado al golpear contra las piedras, la cabeza se le ha partido quedándole los sesos completamente machacados... Lo que allí yace es un cuerpo sin forma.
Andrómaca . — Incluso así es semejante a su padre.
Mensajero . — En cuanto el niño cayó precipitado desde lo alto de la muralla y la turba de aqueos lloró
1120 la impiedad que acababa de cometer, aquel mismo pueblo se volvió para llevar a cabo otra fechoría, hacia la tumba de Aquiles, a la que por el costado de más allá azotan suavemente con su oleaje las aguas re­ teas167. La parte opuesta la ciñe la llanura y un valle, levantado en suave pendiente, que abarcando la parte
1125 del centro va creciendo a modo de teatro.
Una nutrida concurrencia llenó toda la costa: éstos piensan que el retraso de la escuadra se va a acabar con esta muerte; aquéllos se alegran de que quede cortada de raíz la estirpe de sus enemigos; gran parte del vulgo, inconscientemente, siente odio por el crimen a la vez que lo contempla. Y tampoco los troyanos
1130 dejan de acudir en masa a su propio funeral y despavoridos de miedo contemplan la última parte de la ruina de Troya.
Cuando, de pronto, al modo de una boda, avanzan delante de e lla 168 las antorchas y la hija de Tindáreo, como «prónuba», con la cabeza tristemente bajada,
1135 «Que la boda de Hermíone sea como ésta» —imploran los frigios— , «ojalá sea devuelta así a su hombre la impura Helena».
El terror mantiene estupefactos a uno y otro pueblo. Ella lleva pudorosamente la mirada baja, mas, no obstante, brillan sus mejillas y en este momento supremo resplandece más que de ordinario su hermosura, al igual que la luz de Febo suele ser más dulce

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cuando está ya a punto de ponerse, cuando va a llegar de nuevo el turno a las estrellas, y el día, vacilante, se ve acosado por la noche que se avecina.
Estupefacto queda todo el vulgo y casi todos alaban más sus cualidades por estar a punto de perecer: a éstos conmueve su noble hermosura, a éstos su

1145 tierna edad, a éstos los inciertos avatares de las cosas. Los conmueve a todos su fortaleza de espíritu para hacer frente a la muerte.
Ella se adelanta a Pirro: a todos se les estremece el alma, la admiran y la compadecen.
En cuanto alcanzó la cima del escarpado montículo y el joven se irguió allá arriba, sobre la cúspide uso de la tumba paterna, valerosa, la doncella no dio un paso atrás: haciendo frente al golpe se yergue altiva con fiero semblante.
Tal fortaleza de espíritu los impresiona a todos y, un prodigio nuevo, Pirro se muestra remiso en dar el golpe.
Cuando su diestra hundió el hierro clavándolo hasta el fondo, estalló de pronto, al recibir la muerte, un río de sangre a través de la enorme herida.
Y, no obstante, ni aún al morir abandonó sus ánimos; cayó, como si quisiera hacer pesar la tierra sobre Aquiles m, de cara y con un furioso impulso.

1160 Las dos muchedumbres lloraron, pero los frigios lanzaron un tímido gemido; el vencedor gimió con más fuerza.
Éste fue el desarrollo de la ceremonia... No se estancó la sangre derramada ni fluyó por el suelo; la absorbió al punto y se la bebió la tumba cruel.
1165 Hécuba . — Marchaos, marchaos, dánaos; poned rumbo ya tranquilos a vuestras casas, que con velas des­ plegadas surque sin miedo la escuadra los ansiados mares: ya han caído juntos una doncella y un niño; la guerra ha terminado...
¿Adonde voy a llevar mis lágrimas? ¿Dónde escupiré yo este obstáculo que no me deja morir ya a mis mucho años? ¿Lloraré a mi hija o a mi nieto, a mi esposo o a mi patria? ¿Lloraré por todo o sólo por mí?
Muerte, único anhelo mío, vienes violenta en busca de niños y de doncellas, siempre con prisa, cruel. Sólo a mí me temes y me evitas, aun cuando te he buscado entre espadas y dardos y antorchas durante una noche
1175 entera; tú huyes del que te desea.
Ni el enemigo, ni los derrumbamientos, ni el fuego han consumido mis miembros. Qué cerca de Príamo he estado!
Mensajero . — Apresurad vuestros pasos en dirección al mar, cautivas: están desplegando las velas los navíos y la escuadra se pone en movimiento.
 

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