Biblioteca de Anarkasis

Hércules Loco

Séneca

 

 

 

PERSONAJES


Juno.
Mégara.
Hijos de Mégara.
Anfitrión.
Lico.
Hércules.
Teseo.
Coro de Tebanas.
Esclavos y soldados de Lico.
Escena: en Tebas, ante el palacio real.
 

 

ACTO PRIMERO
J u n o


Juno. — Yo, la hermana del Tronador 19 (éste es, en
efecto, el único título que se me ha dejado), a un Júpiter
que siempre anda con otras y a los santuarios
del altísimo cielo, siempre vacíos, los he abandonado.
Viéndome echada del cielo, he cedido el puesto a
mis rivales: tengo que vivir en la tierra; mis rivales 5
se han adueñado del cielo.
Por esta parte, en las alturas del polo glacial, la
Osa 20, astro siempre elevado, guía las escuadras argólicas.
Por esta otra, por donde con la llegada de la primavera
se dilata el día, brilla el que transportó a la
tiria Europa 21 a través de las olas. Por allí las 10 errabundas Atlántides 22 asoman su grey temible para las
naves y el ponto. Amenazador con la espada, aterra
Orión por aquí a los dioses, y el áureo Perseo 23 mantiene
sus estrellas. Por aquí brillan como astros 15 relucientes los hijos gemelos 24 de Tindáreo, por cuyo nacimiento
detuvo la tierra sus movimientos.
Y no es suficiente con que Baco o la madre de Baco
hayan alcanzado la categoría de dioses: para que no
haya parte libre de ultraje, el firmamento lleva la
corona de la muchacha de Gnosos...25.
Pero me estoy quejando de cosas ya viejas: por sí
20 sola esta cruel y feroz tierra tebana esparcida de
nueras impías 26, ¡cuántas veces me ha convertido en
madrastra!
nada que ver con el del continente europeo). Europa fue raptada
por Zeus, quien para ello tomó la figura de un toro blanco.
Dicho toro se convirtió luego en la constelación del Zodíaco
que lleva su nombre.
Puede subir Alcmena y ocupar vencedora mi puesto
y a la vez puede tomar posesión de los astros que se
le prometieron a su hijo 27, para cuyo nacimiento gastó
el cielo un día y Febo brilló con retraso en el mar de 25
Oriente por haber recibido la orden de retener su luminaria
sumergida en el océano.
Mis odios no van a desaparecer así; el ímpetu de
mi carácter animará mi fogosa ira y mi cruel resentimiento
llevará a cabo guerras eternas sin permitir un
momento de paz...
¿Qué guerras? Cuanto de horrible crea la tierra 30
enemiga, cuanto el ponto o el aire produce de terrible,
de espantoso, de pernicioso, de atroz, de fiero, ha sido
quebrantado y dominado. Él se sobrepone a las desgracias
y se engrandece con ellas y mi cólera le produce
gozo. Mis odios los convierte en motivos de ala- 35
bauza propia: al imponerle empresas demasiado crueles
he demostrado quién es su padre y le he dado una
oportunidad para su gloria.
Por donde el sol vuelve a traer el día y por donde
se lo lleva, tiñendo a los dos pueblos etíopes28 por la
proximidad de su antorcha, se da honra a su indómito
valor y por todo el orbe va de boca en boca como un
dios. Monstruos me faltan ya y menos trabajo le supone 40
a Hércules cumplir lo que le mando que a mí mandárselo:
con alegría recibe mis órdenes. ¿Qué atroces
órdenes de tirano 29 van a poder dañar a su impetuosa
45 juventud? ¡Si hasta lleva como armas cosas que temió
y que luego venció! Armado viene con el león y con
la hidra 30. Y ya no le basta la extensión de las tierras.
Miradlo, ha quebrantado el umbral del Júpiter de los
infiernos 31 y regresa arriba con espléndido botín tomado
al rey vencido.
Poco es regresar. Se ha destruido el pacto de las
so sombras. Lo he visto yo misma, lo he visto, después
de disipar la noche de los infiernos y de someter a
Plutón, jactarse ante su padre de los despojos del
hermano de éste 32.
¿Por qué no arrastra en persona amarrado y cargado
de cadenas a aquel que recibió en suerte una
parte similar a la de Júpiter 33 y se constituye en señor
del Erebo34, una vez que lo ha tomado por asalto, y
deja al descubierto la laguna Estigia?
55 Ha quedado abierto el camino de regreso desde el
abismo de los manes y los sagrados misterios de la
terrible muerte están abatidos a la vista de todos.
Él, por su parte, altanero por haber roto la cárcel
de las sombras, celebra su triunfo sobre mí y de su
mano soberbia pasea al horrible perro por las

60 ciudades argólicas; yo he visto esfumarse al día y temblar
al sol al ver a Cerbero; incluso de mí se apoderó
el temblor y, al contemplar el triple cuello del monstruo
derrotado, sentí miedo de haber dado la orden.
Pero me estoy jactando de cosas demasiado banales:
por el cielo hay que temer, no vaya a conquistar los
reinos de allá arriba el que ha vencido a los de abajo, 65
arrebatándole el cetro a su padre. Y hasta los astros
no llegará él por un camino lento como Baco. Intentará
abrirse paso con la destrucción y querrá reinar en
el cielo tras dejarlo vacío. Con las pruebas a que
ha sido sometido su vigor, se siente orgulloso y que
el cielo puede ser vencido por sus fuerzas lo ha aprendido 70 transportándolo... Puso debajo del universo su
cabeza y no doblegó sus hombros el peso de la inmensa
mole y el centro del firmamento se asentó sobre el
cuello de Hércules. Sin vacilar su cerviz soportó los
astros y el cielo y a mí misma que hacía por aplastarlo...
Está buscando el camino hacia los dioses de
arriba.
Adelante, ira, adelante y reprime sus ansias de 75 grandeza, entabla con él combate y despedázalo con tus
propias manos. ¿Por qué encomiendas a otro un rencor
tan profundo? Que se aparten las fieras, que el propio
Euristeo, cansado ya, deje de darle órdenes. Suelta a so
los Titanes, que osaron quebrantar el poderío de Júpiter,
abre la caverna de la montaña siciliana y que la
tierra doria, temblando con las sacudidas del gigante,
deje levantarse la cerviz del monstruo terrorífico que
bajo ella aprisiona 35; que allá arriba la Luna acoja
otras fieras 36.
Pero todo eso lo ha vencido él. ¿Buscas a alguien
equiparable al Alcida? Nadie hay más que él mismo: 85
haga, pues, consigo mismo la guerra. Que desde el más
profundo abismo del Tártaro acudan a mi conjuro las

Euménides 11, fuego esparzan sus llameantes cabelleras,
que sus crueles manos hagan crujir sus látigos de
víboras.
Anda ahora, soberbio, dirígete a las mansiones 90 celestiales, desprecia lo humano. ¿Crees tú, en tu altivez,
haberte librado ya de la Estigia y de los manes? Aquí
te voy a mostrar yo los infiernos: voy a hacer venir
envuelta en profundas tinieblas, más allá del lugar de
destierro de los condenados, a la diosa de la discordia
38, a la cual protege el enorme antro de la montaña
95 que tiene delante. Voy a sacar y arrastrar desde lo
más hondo del reino de Dite todo lo que él ha dejado:
' vendrá el odioso Crimen y la Impiedad feroz, que se
lame su propia sangre, y el Extravío y la Locura, siempre
armada contra sí misma. Éste, éste es el servidor
que debe usar mi resentimiento,
íoo Comenzad, esclavas de Dite, agitad rápidas la ardiente
antorcha de pino, que Megera 39 acaudille esa
tropa erizada de serpientes y con su mano funesta
arranque de la ardiente hoguera un enorme tizón.
Manos a la obra, exigid el castigo por la violación
ios de la Éstige. Sacudid su pecho, hierva su mente con
más fuerza que el fuego que arde furioso en las fraguas
del Etna.
Pero para que el Alcida pueda ser arrastrado, sin
ser dueño de su mente, conmovido por enorme locura,
tenéis vosotras que enloquecer primero,
lio Juno, ¿por qué no enloqueces todavía? A mí, a mí,
hermanas, privadme de razón, trastornadme a mí la
primera, si es que yo me dispongo a hacer algo digno
de una madrastra...

Voy a cambiar de súplicas: ruego que a su regreso
vea a sus hijos a salvo y que vuelva con la fuerza de
su brazo. He encontrado el día en el que el odioso lis
valor de Hércules va a ser de mi agrado: ¿me ha vencido
a mí?, que también se venza a sí mismo y desee
morir después de haber vuelto de los infiernos: ahora
me va a servir el que haya sido engendrado por Júpiter.
Me apostaré allí y para que los dardos salgan disparados
por un arco certero, yo los lanzaré con mi
mano; yo gobernaré sus armas cuando ya esté loco; 120
por fin voy a ayudar a Hércules en una lucha...
Una vez realizado el crimen, ¡que lo admita en el
cielo su padre con esas manos!
Hay que entablar ya el combate: comienza a clarear
el día y Titán aparece brillante por el oriente de color
de azafrán.
Coro 40
Ya pocos astros brillan mortecinos 125
en un cielo en declive; la noche derrotada
recoge sus errantes fuegos al renacer la luz,
ya empuja Lucífero41 a la brillante tropa.
El signo helado del polo boreal,
él de las siete estrellas de la Osa arcadia 42, 130
llama a la luz tras haber dado vuelta a su timón.
Ya Titán remontando sobre azules caballos,
vigila desde lo alto de la cumbre del Eta 43

Los ínclitos jarales de las bacantes descendientes de
135 se enrojecen rociados por la luz del día [Cadmo ^
y la hermana de Febo huye con esperanzas de volver.
Comienza la tarea dura y remueve
todas las cuitas y abre todas las casas.
El pastor deja suelto ai rebaño, que arranca
140 los pastos que blanquean con la helada escarcha.
Juega libre en el prado sin barreras
un novillo con la frente aún no rota*5;
las madres, agotadas, reponen sus ubres;
corre ligero, sin un rumbo fijo,
145 caprichoso, el cabrito sobre la hierba blanda.
De lo alto de una rama pende vocinglera
y trata de ofrecer al nuevo sol sus plumas
en medio de sus crías quejumbrosas
la amante tracia46 y un tropel confuso
150 suena a su alrededor y mezcla sus murmullos
anunciando el día.
Lanza velas al viento el navegante
arriesgando su vida, mientras la brisa hincha
los flojos pliegues; uno, colgando de horadados
155 escollos, o prepara los anzuelos
burlados o, en tensión,
contempla el premio apretando la mano:
siente el sedal el tembloroso pez.
Éste es él cuadro de los que gozan el tranquilo sosiego
160 de una vida inocente y una casa contenta
con lo poco que tiene; andan errantes en las grandes
[en su gran torbellino afanes, inquietantes] [ ciudades
ambiciones y angustias que quitan el sosiego.

 129
Rinde aquél culto a los soberbios pórticos
y a las hurañas puertas de los reyes, sin conciliar el 165
Este otro las riquezas, su felicidad, [sueño,
contempla sin descanso, boquiabierto ante tales tesoros
y pobre en medio de un montón de oro.
A aquél lo arrastra la popularidad
y el vulgo más voluble que las olas, 170
levantándolo hinchado con su frívolo soplo.
Este trafica entre airados debates del clamoroso foro 47
y alquila sin escrúpulos su ira y sus palabras.
De pocos es amiga una quietud sin angustias:
son esos que acordándose de lo veloz del tiempo 175
intentan apresar unos momentos
que nunca han de volver; mientras dejen los hados,
vivid alegres; se apresura la vida
en rápida carrera y volando los días
hacen girar la rueda del año que se precipita. iso
Las crueles hermanas 48 prosiguen sus tareas
y nunca desenrollan los hilos de sus husos.
La raza de los hombres sin ser dueña de sí
va en busca del destino que la arrastra:
las aguas de la Éstige buscando vamos espontánea- 185
Alcida, con un pecho demasiado valiente [mente.
corres a visitar a los lúgubres Manes:
las Parcas llegan en el justo momento.
Nadie queda eximido de esa orden,
nadie puede aplazar el día que está escrito: 190
la urna encierra los nombres de la gente que ha sido
Lleve a otro la gloria por muchos países [ convocada
y la habladora fama por todas las ciudades
lo alabe y lo levante a la altura del cielo
y de los astros; que otro se pasee 195

130
altanero en su carro: a mí mi tierra
me dé cobijo en un hogar oculto y sin peligros.
Alcanza a los tranquilos la hermosa vejez
y en un lugar humilde, pero segura,
200 se asienta la fortuna modesta de una casa pobre',
desde su altura cae la osada valentía...
Pero se acerca triste, con el pelo en desorden
Mégara, acompañada de su pequeña grey
y, torpe por sus años, avanza el padre del Alcida.
ACTO SEGUNDO
Anfitrión - Mégara - Lico
205 Anfitrión. — ¡Oh, gran soberano del Olimpo y árbitro
del universo49, pon ya de una vez por todas límite
a mis penosas tribulaciones y fin a mi desgracia. La
luz del día no ha brillado ni una sola vez para mí libre
de angustias: el final de un sufrimiento es un paso
adelante de otro que se avecina; aún no ha regresado
210 y ya se le prepara un nuevo enemigo; antes de llegar a
su casa que se llena de alegría, marcha, obedeciendo
órdenes, a una nueva guerra y no hay reposo alguno
ni tiempo alguno de tregua más que el de recibir otra
orden. Le acosa Juno, en contra de él ya desde el primer
día: ¿es que acaso sus años de niño se vieron
215 libres de esa pesadilla? Monstruos venció antes de poder
conocerlos.
Un par de reptiles50 avanzaban con sus encrestadas
cabezas; hacia su encuentro gateaba el recién nacido

 131
fijando su mirada confiada y apacible en los ojos de
fuego de las serpientes; con rostro sereno aguantó los 220
apretados nudos y, aplastando con su tierna mano las
gargantas hinchadas, se entrenó para la hidra51.
La veloz fiera del Ménalo, que erguía su cabeza profusamente
adornada con oro, fue capturada a la carrera52.
El temor más espantoso de Nemea, el león, 225
gimió estrujado por los brazos de Hércules53.
¿Y a qué recordar el espantoso establo del rebaño
bistonio y al rey entregado como pasto a su propio
ganado54 y el jabalí menalio de pelo erizado, acostumbrado
a asolar los bosques arcadios en las espesas
cumbres del Enmanto55 y el toro, miedo nada liviano 230
para cien pueblos?56.
Entre los remotos rebaños del pueblo hesperio, el
pastor de tres cuerpos de la costa tartesia fue matado;
fue traído el botín desde los confies de Occidente y el
ganado familiarizado con el Océano pastó en el Citerón57.
Cuando se le mandó que penetrara en las regiones 235
del sol estival y en los tostados reinos que abrasa el
mediodía, desunió las montañas dejándolas a uno y

otro lado, y rota esta barrera abrió un ancho camino
por donde se precipitó el Océano58.
Arremetiendo después de todo esto contra el recinto
240 del opulento bosque, se trajo el dorado botín del dragón
insomne59.
¿Y qué? A los terribles monstruos de Lerna, múltiple
calamidad, ¿no logró vencerlos con el fuego e hizo
que aprendieran a morir?60. Y a las Estinfálides que
solían ocultar el día desplegando sus alas, ¿no les dio
alcance derribándolas de las propias nubes?61.
245 No lo venció la del lecho siempre célibe, la reina
sin esposo del pueblo del Termodonte62 y sus manos
audaces para cualquier noble hazaña no rehuyeron el
inmundo trabajo del establo de Augias63.
¿De qué sirve todo eso? Se encuentra privado del
25o mundo que él defendió. Las tierras han experimentado
con tristeza la ausencia de aquél que les procuró la
paz: al crimen que prospera con éxito, se le llama
virtud; a los culpables obedecen los buenos; el derecho
está en las armas; ahoga a las leyes el temor.
Ante mis propios ojos he visto caer a manos asesinas 64
a unos hijos que eran los defensores del reino
paterno; y al propio padre, último retoño del noble 255
Cadmo, lo he visto sucumbir; vi arrebatarle los atributos
reales de su cabeza junto con la cabeza.
¿Quién podrá llorar a Tebas lo suficiente? Tierra
fecunda en dioses, ¿ante qué tirano tiemblas?
La tierra de cuyos sembrados y de cuyo fecundo 200
seno surgió una juventud erguida con la espada en la
mano, cuyos muros construyó Anfión, el hijo de Júpiter,
arrastrando las piedras con melodiosos sones65,
a cuya ciudad más de una vez vino, abandonando el
cielo, el padre de los dioses; esta tierra que ha 265 albergado a los del cielo y que los ha producido (y permítaseme
decirlo) quizás los producirá, se ve oprimida
por un yugo vergonzoso.
Descendencia de Cadmo y linaje de Ofión 66, ¿adonde
habéis ido a parar? Tembláis ante un oscuro desterrado
que, privado de territorio propio, oprime el nuestro. 270
Aquel que persigue los crímenes por tierra y por
mar y que con mano justiciera quebranta los cetros
tiránicos, es ahora esclavo estando ausente y soporta
cosas que él suele impedir que se hagan y a la Tebas
de Hércules la tiene en su poder Lico el desterrado.
Pero no va a seguir teniéndola. Vendrá y le dará 275
castigo; repentinamente saldrá a la luz del sol; encontrará
el camino o se lo abrirá.
Acude ya, regresa sano y salvo, te lo suplico, ven
de una vez vencedor a tu hogar vencido.
Migara. — Arriba, esposo, y rompe las tinieblas disipándolas
con tu mano. Si no hay ningún camino de 280
regreso y el paso está cerrado, abre la bóveda y regresa;
y cuanto se oculta bajo el dominio de la negra
noche sácalo contigo.

Como aquella vez que, buscando un camino para
que se precipitara un río torrencial, lo estableciste
285 rompiendo los montes, cuando desgarrado con ímpetu
descomunal quedó abierto el valle de Tempe67; al impulso
de tu pecho el monte se derrumbó a un lado y
otro, y una vez rota la mole, corrió el torrente tesalio
por el nuevo camino.
De igual manera, tratando de llegar hasta tus padres,
290 tus hijos, tu patria, lánzate hacia afuera arrastrando
contigo las barreras del mundo; y cuanto con avaricia
el tiempo ha mantenido oculto al paso de tantos años,
devuélvelo; y a las muchedumbres olvidadas de sí mismas
y asustadas de la luz tráetelas por delante. In-
295 digno de ti es el botín, si sólo te traes aquello que se
te ha ordenado 68.
Pero estoy hablando de cosas demasiado grandes
sin conocer nuestra suerte.
¿De dónde me va a llegar ese día en que pueda
abrazarte y estrechar tu mano derecha y darte mis quejas
por tu tardanza en regresar sin acordarte de mí?
300 En tu honor, oh rey de los dioses, cien indómitos
toros ofrecerán sus cuellos; en tu honor, madre de las
mieses 69, celebraré los ritos misteriosos; en tu honor
con muda lealtad agitará callada las largas antorchas
Eleusis 70.
Entonces me parecerá que se ha devuelto la vida a
mis hermanos y que mi propio padre gobierna su reino
en prosperidad.

Si algún poder más grande te retiene encerrado, 30S
voy a ir detrás de ti: defiéndenos a todos volviendo
sano y salvo o arrástranos a todos. Nos vas a arrastrar
y ningún dios nos va a levantar de la ruina en que
hemos caído.
Anfitrión. — Oh, compañera de mi propia sangre,
que con casta fidelidad guardas el lecho y los hijos del 310
esforzado Hércules, da cabida en tu mente a mejores
pensamientos y levanta el ánimo. Seguro que volverá,
y engrandecido, como suele volver de sus trabajos.
Mégara. — Lo que los desdichados desean con demasiada
fuerza, fácilmente se lo creen.
Anfitrión. — Más bien lo que temen excesivamente
piensan que nunca podrá ser eliminado ni superado. 315
El temor es siempre propenso a creer lo peor.
Mégara. — Sumergido y enterrado, y teniendo además
encima el peso del orbe entero, ¿qué camino tiene
para llegar arriba?
Anfitrión. — El que tenía entonces, cuando marchó
a través de la árida llanura y de unas olas de arena 320
semejantes a las de un mar tempestuoso; y a través del
mar cuyas aguas se retiran dos veces y vuelven otras
dos; y cuando, abandonada la embarcación, quedó
apresado en los bajos fondos de las Sirtes y, encallada
la popa, ganó tierra a pie.
Mégara. — En su injusticia rara vez la fortuna tiene 325
en cuenta las virtudes, por muy grandes que sean;
nadie puede arriesgarse con garantías mucho tiempo
a tan constantes peligros: si el azar lo pasa por alto
una vez y otra, alguna vez lo encuentra...
Pero mira; torvo y con amenazas en su rostro y 330
mostrándose en su porte tal como es en su interior,
viene, blandiendo en su derecha un cetro que no es
suyo, Lico.
136
Lico (Aparte)11. — Constituido en rey de los opulentos
parajes del estado tebano y de todo el terreno
de fértil suelo que ciñe oblicuamente la Fócide, cuanto
335 riega el ísmeno, cuanto ve el Citerón desde su elevada
cumbre y el estrecho Istmo que separa en dos el mar,
no poseo los derechos ancestrales de una casa paterna
heredados sin méritos propios; no tengo nobles abuelos
340 ni un linaje ilustre de títulos altisonantes, pero sí un
insigne valor; el que se jacta de su linaje, alaba lo que
es de otros.
Pero los cetros que han sido arrebatados se mantienen
con mano temblorosa. Toda la salvación está
en el hierro: lo que tú sabes que retienes contra la
voluntad de los ciudadanos lo defiende tu espada des-
345 envainada; en el puesto de otro no es estable la situación de rey. Sólo Mégara uniéndose a mí en real matrimonio puede dar una base sólida a mi poder; mi
condición de advenedizo tomará brillo de su ínclito
linaje. Desde luego no creo que llegue a rehusar y a
350 rechazar mi lecho. Y, si obstinada con su orgulloso
carácter dice que no, tengo el firme propósito de eliminar
por completo toda la familia de Hércules...
¿El odio y la murmuración del pueblo van a impedir
que lo haga? La primera habilidad de un rey es ser
capaz de soportar incluso el odio. Intentémoslo, pues;
355 el azar nos ha brindado la ocasión: con la cabeza cubierta
con un lúgubre velo, está apostada junto a sus
dioses protectores; y a su lado, sin separarse de ella,
está el auténtico padre del Alcida11.
Mégara. — ¿Qué de nuevo prepara ése, ruina y perdición
de nuestra estirpe? ¿Qué intenta?

Lico. — Oh tú, que recibes un nombre ilustre de 36©
un real linaje, acoge benigna un momento con pacientes
oídos mis palabras. Si los mortales mantuvieran
eternamente sus odios y la furia una vez emprendida
no se apartara nunca de su ánimo, sino que el afortunado
mantuviera las armas y el desafortunado las
preparara, no dejarían nada las guerras: entonces, 36S
desolados los labrantíos, se llenaría el campo de maleza;
aplicada la antorcha a las viviendas, un montón
de cenizas cubriría a los pueblos sepultándolos. Querer
que la paz vuelva es bueno para el vencedor y necesario
para el vencido. Ven a compartir el reino, una- 370
mos nuestras almas. Acepta esta prenda de mi buena
fe: toma mi mano derecha... ¿Por qué callas con mirada
torva?
Mégara. — ¿Que yo toque una mano salpicada con .
la sangre de mi padre y con la matanza de mis dos
hermanos? Antes extinguirá el día el oriente y volverá
a traerlo el occidente, habrá antes una paz inquebran-/375
table entre las nieves y las llamas y Escila unirá él
costado siciliano con el ausonio73 y antes el huidizo
Euripo74 con sus frecuentes idas y venidas quedara
paralizado en aguas de Eubea.
Me has robado mi padre, mi reino, mis hermanos,
mi hogar, mi patria. ¿Qué me queda? Una sola cosa 38©
me queda y la quiero más que a un hermano y que a
un padre, más que a un reino y que a un hogar: el odio
que te tengo y que siento tener que compartirlo con
el pueblo, pues, ¿cuál es la parte de ese odio que queda
para mí?

Domina tú, con tu altanería, lleva a cabo tus altivas
38S ambiciones: a los soberbios los va siguiendo detrás un
dios vengador.
Yo conozco el reino de Tebas. ¿A qué hablar de las
madres que han sufrido el crimen y de las que han
osado cometerlo?75.
¿A qué hablar de la doble impiedad con que se mezclaron
los nombres de esposo, de hijo y de padre?76
¿A qué hablar de los dos frentes de hermanos? ¿A qué,
390 de las dos hogueras?77. Madre soberbia, la hija de Tántalo
78 queda petrificada de dolor y la piedra destila su
tristeza en el Sípilo frigio79. Más aún, el propio Cadmo
® alzando torvamente su encrestada cabeza mientras
recorría en su huida los reinos ilíricos, fue dejando
una larga huella al arrastrar su cuerpo.
395 Estos modelos son los que te esperan. Ejerce tu
poder como te plazca, hasta que el destino habitual de
nuestro trono venga en busca de ti.
Lico. — Vamos, deja esas palabras furiosas que te
dicta tu rabia y aprende del Alcida a obedecer sumisamente
las órdenes de los reyes81.
Yo, aunque un cetro robado lleve en mi diestra
400 vencedora y lo gobierne todo sin miedo a unas leyes
que son derrotadas por mis armas, voy a darte unos
pocos argumentos a favor de mi causa.

¿Cayó tu padre en un combate cruento? ¿Cayeron
tus hermanos? Las armas no guardan moderación y la
cólera de una espada desenvainada no puede fácilmente
ser templada ni reprimida: las guerras piden sangre. 405
¿Que él luchaba en defensa de su reino y yo movido
por una ambición descarada? Lo que interesa es el resultado
de la guerra, no el motivo...
Pero enterremos ya todo recuerdo: cuando el vencedor
ha depuesto las armas, también el vencido debe
deponer los odios. No te pido que doblegando la 410 rodilla me adores como rey... Precisamente lo que me
agrada de ti es que aceptas tu ruina con entereza. Tú
eres una esposa digna de un rey; unamos nuestros
lechos.
Mégara. — Un temblor escalofriante me recorre los
miembros que se han quedado sin sangre. ¿Qué fechoría acaba de sacudirme los oídos? En verdad yo no
sentí horror cuando, rota la paz, el fragor de la guerra
sonaba en torno a las murallas; todo lo soporté hasta
el final con serenidad. Ahora tiemblo ante esa boda,
ahora es cuando me veo hecha una esclava. Pesen
sobre mi cuerpo las cadenas y que el hambre prolongada
me proporcione una muerte lenta. Ninguna fuer- 420
za llegará a vencer mi fidelidad. Moriré tuya, Alcida.
Lico. — ¿Te da ánimos tu esposo sumergido en los
infiernos?
Mégara. — Ha bajado a los infiernos para poder
alcanzar las regiones de allá arriba82.
Lico. — Lo tiene aplastado el peso de la inmensa
tierra.
Mégara. — Ninguna carga puede aplastar a uno que 425
ha sostenido el cielo.
Lico. — Lo vas a hacer a la fuerza.
Mégara. — El que puede ser forzado es que no sabe
morir.
Lico. — Dime qué regalo quieres que prepare para
tu nueva boda.
Mégara. — O tu muerte o la mía.
Lico. — Morirás, insensata.
Mégara. — Iré corriendo al encuentro de mi esposo.
430 Lico. — ¿Más que mi cetro vale para ti un esclavo?
Mégara. — ¡Cuántos reyes ha entregado a la muerte
ese esclavo!
Lico. — ¿Por qué, entonces, está al servicio de un
rey y soporta el yugo?
Mégara. — Quita las duras órdenes; ¿en qué queda
el valor?
Lico. — ¿Crees que el valor consiste en verse expuesto
a fieras y monstruos?
435 Mégara. — Lo propio del valor es dominar aquello
que causa pavor a todos.
Lico. — Las tinieblas del Tártaro han tapado la
boca a ese bravucón.
Mégara. — No es cómodo el camino desde la tierra
hasta las estrellas.
Lico. — ¿De qué padre ha nacido para que tenga
esperanza de habitar con los dioses en el cielo?
Anfitrión. —  Pobre esposa del gran Hércules, calia!
440 Es a mí a quien corresponde devolver al Alcidá
su padre y su linaje verdaderos.
Después de tantas hazañas memorables propias de
un varón colosal, después de haber pacificado con su
mano cuanto ve Titán al nacer y al ponerse, después
de haber dominado tantos monstruos, después de haber
445 dejado Flegras83 rociada de sangre impía, en defensa
de los dioses, ¿todavía no está clara la cuestión de su
83 En Flegras tuvo lugar el combate entre gigantes y dioses,
en el cual participó Hércules a favor de estos últimos.
 141
padre? Si es que crees que yo miento diciendo que es
Júpiter, da crédito al odio que le tiene Juno.
Lico. — ¿Por qué ultrajas a Júpiter? La raza mortal
no puede unirse al cielo.
Anfitrión. — Ese caso suyo es común a muchos
dioses.
Lico. — ¿Y habían sido esclavos antes de conver- 450
tirse en dioses?
Anfitrión. — El de Délos estuvo de pastor apacentando
los rebaños de Feras84.
Lico. — Pero no anduvo desterrado, errante por
todas las regiones.
Anfitrión. — ¿Él, a quien una madre fugitiva dio a
luz en una tierra errante?85.
LlCO. — ¿Acaso Febo sintió temor de los monstruos
crueles o de las fieras?
Anfitrión. — Un dragón fue el primero que tiñó 455
las flechas de Febo.
Lico. — ¿Es que no sabes los graves sufrimientos
que soportó de pequeño?
Anfitrión. — El niño que fue arrojado del vientre
de su madre por un rayo se colocó en seguida al lado
de su padre, el que lanza los rayos86. ¿Y qué? El que
lleva el timón de los astros, el que zarandea las nubes,
¿no estuvo escondido de pequeño en una cueva de 460
las rocas del Ida?87. Los nacimientos tan importantes
tienen que pagarse con congojas; siempre cuesta caro
el que nazca un dios.
M Apolo, que estuvo como pastor al servicio de Admeto, rey
de Feras, en Tesalia.
Lico. — Todo el que veas que es desgraciado puedes
tenerlo por hombre.
Anfitrión. — Todo el que veas que es valiente, puedes
decir que no es desgraciado.
465 Lico. — ¿Vamos a llamar valiente a uno de cuyos
hombros cayó el león, convertido en regalo para una
doncella88, así como la maza? ¿A uno cuyo costado
brilló con los colores de un vestido de Sidón?
¿Vamos a llamar valiente a uno cuyos cabellos erizados
se empaparon de nardo y que movió sus manos,
470 famosas por sus hazañas, al son nada viril del tamborcilio,
con su frente feroz ceñida por la mitra bárbara?
89.
Anfitrión. — No se ruboriza Baco de dejarse caer
suelto el cabello con aire femenino, ni de agitar el ligero
tirso con mano afeminada, mientras con paso
475 poco aguerrido arrastra la sirma90 con exóticos adornos
de oro: después de muchos trabajos el valor suele
relajarse.
Lico. — Así lo confirma la casa arrasada de Éurito91
y los rebaños de vírgenes violentadas a modo de reses.
Esto no se lo ordenó ninguna Juno, ningún Euristeo:
480 son obras propias suyas.

Anfitrión. — No las conoces todas: obra suya es el
haber destrozado a puñetazos a Érix y junto a Érix al
libio Anteo, y el que un hogar rebosante en sangre de
sus huéspedes bebiera en justo castigo la sangre de
Busiris92. Obra suya es el haber conseguido que Cieno93, 485
que hacía frente a los golpes de la espada, sufriera la
muerte sin ser hef-ido y el que Gerión, que no era uno
solo, fuese vencido por una sola mano94. Entre ésos te
vas a ver tú... y eso que ellos no mancharon su lecho
matrimonial con ninguna violación.
Lico. — Lo que es lícito para Júpiter lo es para un
rey: a Júpiter ofreciste tú una esposa; vas a ofrecer 490
una al rey... Y contigo por maestro no será nuevo esto
que va a aprender tu nuera: a irse, incluso con el consentimiento
de su hombre, detrás de otro mejor. Y, si
obstinada se niega a unirse a mí en matrimonio, aunque
sea forzándola, obtendré de ella una noble descendencia.
Mégara. — Sombras de Creonte y Penates de Láb- 495
daco 95, y antorchas nupciales del impío Edipo haced
que se cumpla ahora el fatal destino que suele ir ligado
a vuestras uniones. Ahora, ahora, cruentas nueras
del rey Egipto 97, acudid con vuestras manos 500 manchadas de ríos de sangre: sólo falta una Danaide... yo
completaré vuestro crimen.
Lico. — Ya que en tu obstinación te niegas a unirte
conmigo y tratas de aterrorizar a un rey, vas a saber
cuál es el poder de un cetro. Abraza los altares; ningún
dios te va a librar de mí, ni aun si, removiendo
sos el globo terráqueo, pudiera el Alcida llegar hasta arriba
vencedor.
(A sus soldados o servidores.) Amontonad un bosque
entero: que los templos en llamas se derrumben
sobre sus propios fieles; que al prenderse fuego esta
única hoguera consuma a la esposa y a toda la familia.
Anfitrión. — Como padre del Alcida te pido este
510 favor que es el que a mí me cuadra pedirte: que yo
caiga el primero.
Lico. — El que hace pagar a todos con la pena de
muerte no sabe ser tirano. Impon castigos opuestos:
al que es desgraciado impídele que muera; al que es
feliz oblígale a morir.
Yo, mientras aumenta la pira que ha de quemar las
515 vigas, voy a rendir culto al que rige los mares con un
sacrificio votivo. (Se va.)
Anfitrión. — ¡Oh, poder supremo de las divinidades!
¡Oh, rey y padre de los del cielo, que cuando
lanzas tus dardos se estremece el género humano!,
refrena la mano impía de un rey feroz... ¿Por qué
520 invoco en vano a los dioses? Dondequiera que estés,
escúchame, hijo... ¿Por qué se tambalea el templo agitado
por una súbita sacudida? ¿Por qué muge el suelo?
Un fragor infernal ha sonado desde lo más profundo
del abismo. ¡Soy escuchado! Es, sí, es el ruido de los
pasos de Hércules.
 145
C oro.
¡Oh, fortuna, que ves con malos ojos al varón valeroso,
qué poco justa eres con los buenos al repartir tus 525
[premios!
Que esté Euristeo en su trono, en apacible ocio,
y el que nació de Alcmena, combate tras combate con
[íos monstruos,
agote la potencia de su mano que ha sostenido el cielo,
que le corte al reptil los cuellos que retoñan 9S,
que engañe a las hermanas y se traiga los frutos 530
cuando haya dado al sueño sus ojos siempre en vela
el dragón que custodia las ricas manzanas 99.
Él penetró en las tiendas nómadas de Escitia,
unas gentes extrañas en su propio país 10°,
y holló la superficie rígida de las aguas 535
y un mar callado de mudos litorales 101;
endurecida el agua no tiene allí oleaje [hinchadas
y por donde las naves habían desplegado sus velas
hay un sendero que frecuentan los sármatas102 de larga
[cabellera.
El ponto queda quieto o bien se mueve, en el curso 540
[del año,
ora dispuesto a soportar un barco, ora un jinete.
Allí la que gobierna a las célibes tribus,
que ciñe sus costados con cinturón de oro,
arrancó de su cuerpo ese noble despojo
y el escudo y el peto de su pecho de nieve, 545
levantando los ojos hacia el vencedor, hincada de rodillas
¿Cuál era la esperanza que te llevó al abismo del inosando
recorrer un camino sin vuelta [fiemo,
hasta llegar a ver los reinos de Prosérpina, la siciliana?
550 Allí no hay mares que en hinchado oleaje se levanten
ni con el Noto ni con el Favonio,
Allí los dos retoños gemelos de Tindáreo m,
cambiados en estrellas, no socorren a las tímidas naves.
Inmóvil languidece el piélago en sus negras simas
555 y, una vez que la muerte pálida con sus dientes avarientos conduce
hasta los manes a innumerables gentes, [tos
con un solo remero pasan tantos pueblos.
¡Ojalá venzas las leyes de la fiera Éstige
y las irreversibles ruecas de las Parcas!
560 El que como rey 105 manda sobre múltiples pueblos,
cuando atacabas en son de guerra a Pilos la de Néstor106,
cruzó contigo sus mortíferas manos,
llevando en ristre la lanza de tres puntas;
pudo escapar con una herida leve
565 y, señor de la muerte, tuvo miedo a morir. [fiemos
Quebranta él hado con tu mano, que a tos tristes inse
les abra la puerta de la luz y que el infranqueable
umbral les facilite acceso hasta aquí arriba.
A los rígidos dueños de las sombras
570 pudo ablandar con cánticos y ruegos suplicantes
Orfeo, al reclamar a su querida Eurídice.
Su arte que había arrastrado selvas, aves y rocas,
que había producido tardanzas a los ríos,
a cuyo son las fieras se habían detenido,
575 aplaca con su insólito canto a tos de abajo
Cástor y Pólux, catasterizados en la constelación de Gémini.

y resuena más clara en los sordos parajes.
Lloran a Eurídice las jóvenes de Tracia.
Y la lloran los dioses, tan duros a las lágrimas,
y los jueces m de frente demasiado sombría
que investigan los crímenes y descubren a reos de otros 580
llorando por Eurídice ocupan sus sitiales. [ tiempos
Al fin «Cedemos» —dice el señor de la muerte—.
«Marcha hacia arriba, pero con una ley que yo te imavanza
tú detrás a espaldas de tu hombre; [pongo:
tú no te vuelvas a mirar a tu esposa 585
hasta que el claro día no te muestre a tos dioses108
y esté ante ti la puerta de Ténaro en Esparta» 109.
El verdadero amor odia las dilaciones, no las soporta:
y, al tener prisa por mirar a su prenda, la perdió.
El palacio que pudo ser vencido con cánticos 590
vencido podrá ser por la violencia.
 

ACTO TERCERO
 

 

Anfitrión - Hércules - Teseo
Hércules. — Oh, tú que gobiernas la luz vivificante
y das ornato al cielo, que, recorriendo en círculo sobre
tu carro de llamas alternativamente los espacios, levantas
tu brillante cabeza sobre las tierras a las que llenas
de alegría, dame, oh Febo, tu perdón si algo ilícito han 595
visto tus ojos: obedeciendo órdenes he sacado a la luz
los arcanos misterios del universo. Y tú, señor y padre
de los que habitan el cielo, cúbrete los ojos poniendo
por delante el rayo; y tú, que ba jo tu cetro gobiernas
los mares, segundo de los reinos, vete a lo más profundo de Jas olas; que todo aquel que desde la altura
contempla las cosas de la tierra, temeroso de mancharse
con este espectáculo insólito, desvíe su mirada y
levante su rostro hacia el cielo rehuyendo los prodigios.
Que a este ser nefasto lo miren sólo dos: el que lo ha
605 traído y la que le dio la orden. Para darme castigo e
imponerme trabajos, no son suficientemente amplias las
tierras para el odio que Juno me tiene: yo he visto lo
que es innaccesible a todos y desconocido a Febo, y los
espacios tenebrosos que el polo de abajo tiene asignados
al Júpiter siniestro no. Incluso, si me hubieran gustado
6io los parajes de ese tercer lo te111, hubiera podido ser su
rey: al caos de la eterna noche y a algo más funesto que
esa noche y a los lúgubres dioses y a los hados yo los he
vencido. He burlado a la muerte y estoy de vuelta. ¿Qué
otra cosa me queda? He visto yo y he mostrado a otros
los seres de allá abajo...
Si hay algo más, dímelo; ya es mucho el tiempo que
615 llevas sufriendo por la inactividad de mis manos, Juno:
¿qué me mandas que venza? Pero los templos, ¿por qué
los tiene tomados el soldado con aire hostil y al umbral
sagra do lo asedia el terror de las armas?
Anfitrión. — ¿Engañan a mis ojos mis anhelos o es
que el gran vencedor del orbe y honra de los griegos
620 ha abandonado la lúgubre morada de la bruma silenciosa?
¿Es aquél mi hijo? Los miembros se me paralizan
de alegría. ¡Oh, hijo mío, salvación segura, aunque tardía,
de Tebas!, ¿te tengo ya, salido al aire libre, o mi
gozo es producto del engaño de una vana sombra? ¿Eres
625 tú? Reconozco tus músculos y tus hombros y tu mano
gloriosa con su enorme tronco1I2.
no Plutón, hermano de Júpiter.
ni El infierno, tercer lote de los tres que hicieron para repartirse
el mundo los tres hermanos, Júpiter, Neptuno y Plutón.
Hércules. — ¿A qué se debe, padre, ese aspecto desaliñado
y el lúgubre atuendo de mi esposa? ¿A qué el
que mis hijos estén rodeados de tan vergonzosa suciedad?
¿Qué ruina pesa sobre mi casa?
Anfitrión. — Tu suegro ha sido muerto, de tus reinos
se ha adueñado Lico y a tus hijos, a tu padre y a 630
tu esposa los amenaza de muerte.
Hércules. — Ingrata tierra, ¿nadie ha acudido en
auxilio de la casa de Hércules? ¿Ha visto esta impiedad
tan grande el orbe que yo he defendido?... ¿Por qué
malgasto el día quejándome? Sea inmolado el enemigo.
Que lleve mi valor esta condecoración y quede 635
Lico como el último enemigo del Alcida. Me siento
arrastrado a derramar la sangre enemiga, Teseo.
Detente, no te dejes llevar por un arrebato de violencia.
Es a mí a quien reclaman los combates. Deja
para luego los abrazos, padre; y tú, esposa, déjalos
para luego. Que anuncie a Dite Lico que yo ya he llegado.
Teseo. — Esa mirada llorosa aléjala de tus ojos,
reina; y tú, con tu hijo ya a salvo, deja de derramar
lágrimas: si es que yo conozco a Hércules, Lico pagará
por la muerte de Creonte el castigo que merece...
Tarde es «pagará», «paga»; incluso esto es tarde: «ha
pagado».
Anfitrión. — Favorable sea a nuestro voto el dios 645
que puede serlo y asista a nuestra situación desolada.
¡Oh, magnánimo compañero de mi noble hijo!,
muéstranos el desarrollo de sus heroicidades, qué largo
camino conduce a los tristes manes, cómo ha soportado
las duras cadenas el perro del Tártaro.
Teseo. — Me obligas a recordar unas hazañas que 650
han de horrorizar incluso a un espíritu sereno. Apenas
tengo aún completa seguridad de estar respirando con
vida, no tengo claridad en la vista y mis ojos entorpecidos 150 apenas soportan la claridad del día por haber
perdido la costumbre.
Anfitrión. — Termina de vencer, Teseo, ese resto de
655 pavor que te queda en el fondo de tu pecho y no te
defraudes a ti mismo privándote del mejor fruto de
tus trabajos: aquello que fue durp de soportar es dulce
recordarlo. Cuenta esas horribles aventuras.
Teseo. — A cuanto hay de sagrado en el universo
y a ti, que dominas en un reino que todo lo abarca, y
660 a ti, a quien en vano buscó tu madre por toda Enalí3,
yo os invoco: que me sea lícito exponer impunemente
las leyes secretas y ocultas bajo la tierra.
La tierra espartana levanta una famosa montaña
allí donde el Ténaro con sus densos bosques avanza
contra el mar: aquí abre su enorme boca la morada
665 del odioso Dite: bosteza una alta roca y en la inmensa
cueva un ingente abismo se abre en descomunal garganta
y despliega ante todos los pueblos un ancho
paso.
El camino no se inicia desde el principio cegado
por las tinieblas: un tenue resplandor de la luz que
670 se ha dejado a las espaldas y una claridad imprecisa,
propia de un sol ya en declive, penetra hasta allá abajo
y engaña a la vista —con esa mezcla de noche suele
ofrecer su luz el día al empezar y al atardecer—.
Luego se extienden unos espacios amplios con estancias
vacías en dirección a las cuales avanza todo el
675 género humano; y no es trabajosa la marcha, el propio
camino te lleva hacia abajo: de igual modo que con
frecuencia la marejada arrastra a las naves contra su
voluntad, así empujan el aire que baja y el ávido caos;

y las sombras, que se adhieren con fuerza, no dejan
nunca volver el paso atrás.
En el interior de una inmensa hoya se desliza manso 680
el Leteo114 con plácida corriente y hace olvidar las inquietudes
y, para no ofrecer posibilidad alguna de regresar,
retuerce su pesado caudal en múltiples revueltas:
como el Meandro115 sin rumbo fijo juega con sus
aguas errantes y se aparta de sí mismo para luego
volver a replegarse, sin saber si dirigirse hacia la costa 685
o hacia la fuente. Las repugnantes aguas estancadas del
Cocito116 yacen inertes. Aquí gime el buitre, allá el lúgubre
búho y resuena el funesto presagio de la infausta
lechuza. Se eriza un negruzco follaje en una
oscura fronda en la cual sobresale el tejo, en el que 690
se asienta el perezoso Sopor, y el Hambre yace triste
con los labios podridos y el Remordimiento tardío se
cubre el rostro consciente de su culpa.
El Miedo y el Pavor, el Duelo y el Dolor que rechina
los dientes y el negro Luto vienen luego, y la Enfermedad
escalofriante y las Guerras, ceñidas de hierro; 695
y, escondida allá en el fondo, la inerte Vejez ayuda
sus pasos con un bastón.
Anfitrión. — ¿Hay allí alguna tierra fértil en Ceres
o en Baco?117.
Teseo. — No crecen alegres los prados con su verde
semblante ni la mies ya crecida ondea al suave Zéfiro,
no hay una arboleda que tenga sus ramas carga- 700
das de frutas: la estéril desolación del suelo de las
profundidades lo convierte en un yermo y una repugnante tierra se muestra inerte en su eterna postración;
es el triste final de las cosas y el confin del mundo.
705 Sin movimiento, el aire está paralizado y una noche
negra se asienta en un mundo inerte: todo es de una
horrible tristeza, y aun peor que la propia muerte es
la morada de la muerte.
Anfitrión. — ¿Y qué de aquel que rige con su cetro
esos lugares tenebrosos? ¿Dónde está colocado para
gobernar esos pueblos de fantasmas?
Teseo. — Hay en un rincón oscuro del Tártaro un
710 lugar al que aprisiona una espesa niebla de pesadas
sombras. Desde allí, desde una única fuente mana un
caudal que se divide en dos completamente distintos:
uno, modelo de serenidad (por éste juran los dioses),
que bajando en silencioso fluir produce la sagrada Éstige.
En cambio, el otro baja como un feroz torrente
715 con enorme estrépito y hace rodar las piedras entre
sus aguas: el Aqueronte, imposible de remontar navegando.
Queda ceñida por la doble corriente la fachada del
palacio de Dite y la descomunal morada se halla cubierta
por un sombrío bosque. Aquí, en una enorme
cueva, cuelgan del abismo los umbrales del tirano; por
720 aquí pasan las sombras; ésta es la puerta del reino; una
llanura yace alrededor en la que, aposentándose con
soberbio semblante, la cruel majestad del dios va distribuyendo a las almas que acaban de llegar.
Su frente, torva; pero no sin presentar rasgos de
sus hermanos y de su estirpe tan ilustre: tiene la cara
725 de Júpiter, pero de Júpiter cuando lanza el rayo. Una
gran parte de lo terrible de ese reino la constituye por
sí solo este Señor, a quien todo aquello que produce
temor teme mirar.
Anfitrión. — ¿Y es verdad lo que se dice de que en
los infiernos, aunque con tanto retraso, se aplican las
leyes, y los culpables, que ya se habían olvidado de su
 153
crimen, pagan el castigo que deben? ¿Quién es ése que 730
impone la verdad y el que decide lo que es justo?
Teseo. — No es un solo inquisidor el que sentado
en elevado tribunal reparte tardías sentencias a los
temblorosos reos. Se acude en un foro a Minos el de
Gnosos; en otro, a Radamantis; en este otro tiene su
audiencia el suegro de Tetis m.
Lo que cada cual hizo, lo sufre; el crimen revierte 735
sobre su autor y el culpable cae bajo el peso de su
propio ejemplo: yo he visto encerrar en la cárcel a
caudillos sanguinarios y desgarrar a manos de la plebe
las espaldas de un tirano inmoderado.
Todo aquel que ejerce su poder con serenidad y, 740
teniendo la vida de sus súbditos en sus manos, las
mantiene inocentes y administra con mansedumbre su
imperio, sin mancharlo de sangre y respetando la vida,
después de hacer por muchos años el largo recorrido
de una feliz existencia, o va en dirección al cielo o a
los alegres parajes del feliz bosque Elisio, para ser 745
luego juez. Abstente de sangre humana, tú, cualquiera
que seas, que tienes poder: vuestros crímenes son tasados
a más alto precio.
Anfitrión. — ¿Retiene encerrados a los culpables un
lugar preciso y, según se suele decir, doman a los impíos
crueles suplicios, estando encadenados para siempre?
Teseo. — Retorciéndose Ixíon es arrastrado por una 750
veloz rueda; una enorme roca se asienta sobre la cerviz
de Sísifo; en medio de un río, con la garganta seca,
un viejo trata de alcanzar las olas; le baña el mentón
el líquido y cuando, después de haberlo engañado ya
muchas veces, le da esperanzas, se desvanece el agua 755
en sus labios; los frutos engañan a su hambre 1I9.
lis Éaco, padre de Peleo;
Ofrece Titio al ave un eterno banquete120 y las
Danaides tratan en vano de llenar sus vasijas. Andan
errantes en su furor las impías hijas de Cadmo121 y
aterroriza a la mesa de Fineo la voraz ave122.
760 Anfitrión. — Expon ahora la gloriosa lucha de mi
hijo. Lo que trae, ¿es un regalo que ha querido hacerle
su t ío 123 o es un botín?
Teseo. — Una fúnebre roca se levanta sobre el perezoso
vado donde las aguas están paralizadas y el caudal
del río se adormece indolente.
Guarda este río un repugnante viejo, de porte y as-
765 pecto horribles, y transporta a los despavoridos manes:
la barba le cuelga descuidada, un nudo sujeta los
desaliñados pliegues de su vestido, sus ojos le brillan
hundidos.
Siendo aduanero, conduce él mismo la barca con
una larga pértiga.
Acercando éste la embarcación libre de carga al
770 litoral, venía otra vez a buscar sombras. Pide paso
el Alcida y se aparta la muchedumbre. Aterrador grita
Caronte: «¿Adonde vas, atrevido? Detén ese paso
apresurado.»
El hijo de Alcmena, que nunca soportó un obstáculo,
somete al barquero forzándolo con su propia pér-
775 tiga y sube a la nave: una barca con capacidad para
pueblos enteros se hundió al peso de uno solo. Se
sienta y la embarcación con la sobrecarga bebe por
120 Titio, uno de los gigantes, fue condenado en el infierno
a que dos águilas (o dos serpientes) le devorasen el hígado;
que luego le renacía de nuevo.
121 Agave —cf. nota 26— e Ino, que habían calumniado a
su hermana Sémele, madre de Baco.
122 A Fineo lo atormentaban las Harpías robándole o ensuciándole
la comida (cf. Medea, nota 170).
123 Plutón, hermano de Júpiter.
 155
ambos lados las aguas del Leteo al vacilar sus costados.
Se echan entonces a temblar los monstruos que él
había vencido, los crueles Centauros y los Lapitas
enardecidos para el combate por el exceso de vino;
buscando el más profundo seno de la laguna Estigia 780
sumerge sus fecundas cabezas la que había sido su
trabajo de Lerna.
Después de todo esto aparece la morada del avaro
Dite. Aquí aterroriza a las sombras el cruel perro
estigio que, sacudiendo sus tres cabezas con enorme
estruendo, protege el reino. Su sórdida cabeza la lamen 785
unas culebras, de víboras se eriza su melena y en su
retorcida cola silba un largo dragón; su furor es comparable
a su aspecto. En cuanto percibió el movimiento
de pies, erizó sus pelos haciendo vibrar a las serpientes
y con sus orejas tiesas trata de captar el sonido 790
que se producía, acostumbrado como estaba a oír incluso
sombras.
Cuando se hubo acercado el que nació de Júpiter m,
el perro indeciso se echó al suelo en la cueva y ambos
sintieron temor.
De pronto con un ronco ladrido siembra el terror
en aquellos mudos parajes; silban amenazadoras las 795
serpientes a lo largo de sus ijares; el estrépito de
aquel grito horripilante lanzado por tres bocas deja
completamente aterrorizadas incluso a las sombras
bienaventuradas.
Descuelga él entonces de su izquierda la cabeza del
de Cleonas125 con sus feroces fauces y la coloca delante,
cubriéndose con tan descomunal escudo, mien- 800
tras en su diestra vencedora blande el enorme roble:
Hércules.
125 La del león de Nemea: Cleonas es una ciudad próxima
a Nemea.
156
lo revuelve lanzándolo sin parar, ora por aquí, ora
por allá, redoblando sus golpes.
Sabiéndose dominado, el perro interrumpió sus
amenazas y bajó todas sus cabezas extenuado, al tiempo
que dejó completamente libre la cueva,
sos Se asustaron los dos señores del infierno sentados
en sus tronos y dieron órdenes de que se lo llevaran;
a mí también, ante los ruegos del Alcida, me entregaron
a él como regalo.
Luego, acariciando con su mano los funestos cuellos
del monstruo, los ató con lazos de acero: olvidado
de lo que era, el perro, guardián siempre en vela del
8io reino de las sombras, baja sumisamente las orejas y,
mientras se deja llevar y reconoce a su dueño siguiéndolo
con la cabeza baja, se golpea uno y otro costado
con su cola de serpientes.
Cuando se hubo llegado a las proximidades de Ténaro
e hirió sus ojos el resplandor de aquella luz des-
815 conocida, el vencido recobró su bravura y sacudió con
furia las enormes cadenas; estuvo a punto de arrastrar
al vencedor y de lanzarlo de cabeza hacia atrás haciéndole
perder pie.
Entonces el Alcida tuvo que recurrir también a
mis manos: duplicando así ambos la fuerza y arras-
820 trando al perro, que iba enloquecido de rabia e intentaba
vanamente atacarnos, lo introdujimos en el
mundo.
En cuanto vio la claridad del día y divisó los puros
espacios del resplandeciente cielo, le sobrevino la
noche, fijó la mirada en tierra, cerró apretadamente
825 los ojos y rechazó aquella odiosa luz del día, volviéndose
hacia atrás y buscando la tierra con todos sus
cuellos; luego escondió las cabezas bajo la sombra de
Hércules...
 157
Pero viene con alegre vocerío una muchedumbre
apretada, con la frente adornada de laurel, entonando
merecidas alabanzas del gran Hércules.
Coro
Euristeo, el nacido de parto prematuro,
le había ordenado penetrar hasta el fondo del uniesto
sólo faltaba a sus trabajos, [verso:
arrancar un botín al rey del tercer lote m.
Se atrevió a franquear las puertas tenebrosas
por donde hasta los manes apartados [ bosque,
lleva un camino lúgubre y espantoso por su negro
mas frecuentado por una enorme turba de acompa-
Como el pueblo que va por las ciudades, [ñantes.
ávido, hacia los juegos de un nuevo espectáculo;
como el que acude en masa al Tronador Eleo,
cuando el quinto verano vuelve a traer sus fiestas I27;
como la turba que, cuando se alargan las horas de la
[noche
y Libra deseosa de que aumenten los sueños apacibles
retiene, equilibrada, la carroza de Febo128,
se aglomera en los ritos misteriosos de Ceres I29;
como los iniciados atenienses abandonan sus casas
y corren presurosos a celebrar la noche,
así es la turba que a través de llanuras silenciosas
es empujada: unos caminan lentamente, por sus años,
tristes y hartos de una larga vida;
otros con una edad menos penosa corren todavía:
vírgenes que aún no saben del yugo conyugal
126 Plutón; cf. nota 111.
127 Los juegos de Júpiter Olímpico, que se celebraban cerca
de Pisa, en la Élide, cada cuatro años, es decir, al comenzar
el quinto.
128 La constelación de Libra marca el equinoccio de otofio.
129 Ritos agrícolas en el mes boédromíon (septiembre).
830
835
840
845
850
158
y efebos que aún no han dado su melena 130 [madre,
y niños que hace poco han aprendido el nombre de su
855 Tan sólo éstos tienen permitido, para que teman menos,
disipar las tinieblas llevando por delante una canios
demás marchan tristes por la oscuridad. [déla 13í;
¿Cuál es vuestra actitud cuando la luz se aleja
y siente uno, angustiado, su cabeza
860 bajo la tierra entera sepultada?
Queda un espeso caos y deformes tinieblas
y el funesto color negruzco de la noche
y la quietud de un mundo silencioso y nubes vacías.
¡Tarde nos lleve allí nuestra vejez!
865 Nadie allí llega tarde, de donde nunca,
una vez que ha llegado, puede volver:
¿para qué apresurar el cruel destino?
Toda esta turba que errante vaga sobre la ancha tierra
irá junto a los manes y soltará las velas
870 rumbo al Cocito inerte. Para ti crece todo,
lo que el ocaso ve y lo que el orto;
ten paciencia con los que ya vendremos,
para ti, muerte, estamos preparándonos, [prisa:
puedes estar tranquila; nosotros mismos ya nos damos
la misma hora primera que nos da la vida nos la arre-
875 Día de fiesta es hoy para Tebas: [bata,
acudid suplicando a los altares,
inmolad víctimas bien alimentadas,
que las mujeres mezcladas con los hombres
formen solemnes coros;
88o descansen, yugo en tierra,
los que cultivan los fértiles campos.
Hay paz gracias al brazo de Hércules
130 La melena que se solían dejar primero y cortar luego
para ofrecerla a alguna divinidad.
131 De ahí la costumbre de enterrar a los muchachos con
candelas.
 159
desde la aurora a Héspero132
y allá por donde el sol de medio día
no da sombra a los cuerpos. 885
Todo el suelo que baña
Tetis 133 en su amplio abrazo
ya lo domó el trabajo del Alcida.
Después de haber cruzado los vados del Tártaro
vuelve tras someter a los infiernos. 890
Ya no quedan temores:
no hay nada más allá de los infiernos.
Tu cabello erizado, sacerdote,
cúbretelo de álamo que es su árbol preferido.
ACTO CUARTO
Hércules - Teseo - Anfitrión - M égara
Hércules. — Derribado por mi mano vencedora ha 895
caído Lico, mordiendo la tierra con su boca. Luego
todo aquel que había sido partícipe de su tiranía ha
yacido en tierra partícipe de su castigo.
Ahora como vencedor voy a ofrecer un sacrificio
a mi padre y a los dioses de arriba y a honrar sus
altares inmolándoles las víctimas que ellos merecen.
A ti, a ti, compañera y ayuda de mis trabajos, te 900
invoco, Palas belicosa, en cuya mano izquierda la
égida134 lanza feroces amenazas con su semblante petrificador.
132 Desde Oriente a Occidente.
133 Tetis (Téthys; no confundir con Thetis), hermana y esposa
de Océano, hija de Urano y Gea (c f. Ruiz de Elvira,
Mitología..., págs. 38-39).
134 Especie de coraza de piel de cabra.
160
Que me asista el que sometió a Licurgo y al rojo
905 mar, con su lanza cubierta de verdeante tirso I3S y las
divinidades gemelas, Febo y la hermana de Febo (la
hermana, más dedicada a las flechas; Febo, a la lira),
y todos mis hermanos que habitan en el cielo, que no
son hermanos de madrastra.
Acarread aquí rebaños bien alimentados, cuanto
910 cosechan los de la India, cuanto los árabes recogen
de sus árboles olorosos traedlo a los altares: que fluya
en abundancia su denso vapor. Adorne el álamo nuestras
cabelleras; cúbrate a ti, Teseo, la rama del olivo
con la fronda propia de tu gente. Mi mano adorará al
915 Tronador; tú rendirás culto a los fundadores de la
ciudad136 y al antro silvestre del fiero Zeto 137 y a Dirce
la de famosas aguas 538 y al hogar tirio del rey extranjero
139.
Echad incienso a las llamas.
(Se retira Teseo.)
Anfitrión. — Hijo, purifica primero tus manos que
chorrean sangre de la matanza, aunque lo sea de un
enemigo.
920 Hércules. — Ojalá pudiera yo libar a los dioses la
sangre derramada por esa odiosa cabeza: ningún líquido
más grato teñiría los altares. No puede sacrificarse
a Júpiter una víctima mejor ni más opulenta que
un rey inicuo.
135 Baco; Licurgo es un rey de Tracia (cf. Edipo, nota 58).
El mar Rojo o mar Eritreo corresponde al actual Océano
Indico.
336 Cadmo y Anfión.
i3? Anfión y Zeto son hijos gemelos de Zeus y Antíope (cf.
Las Fenicias, nota 12, y Ruiz de Elvira, Mitología... págs. 187
y sigs.).
138 Famosa fuente de Tebas.
i3® Cadmo.
 161
Anfitrión, — Desea que tu padre termine tus tra- 925
bajos; que se conceda alguna vez tiempo libre y tranquilidad
a nuestra fatiga.
Hércules. — Yo voy a formular unas plegarias dignas
de Júpiter y de mí: Que permanezcan en su sitio
el cielo, la tierra y el éter; que los astros hagan eternamente
su recorrido, sin tropiezo alguno; que una
paz profunda alimente a los pueblos, que todo el 930
hierro lo ocupen las inocentes labores de los campos
y las espadas permanezcan ocultas. Que ninguna tempestad
turbe el mar con su violencia, que ningún fuego
salte lanzado por la ira de Júpiter, que ningún río nutrido
con nieve invernal arrastre los labrantíos destrozándolos.
Que se acaben los venenos, que ninguna 935
hierba funesta se hinche con su jugo nocivo. Que no
ocupen los tronos tiranos crueles y feroces. Si todavía
la tierra ha de producir algún crimen, que se dé prisa
y, si prepara algún monstruo, que sea para mí...
Pero ¿qué es esto? Al medio día lo han rodeado 940
las tinieblas, Febo camina con rostro ensombrecido
sin que haya nube alguna. ¿Quién hace huir hacia
atrás al día y lo empuja hacia su punto de partida?
¿De dónde saca su negruzca cabeza esta noche insólita?
¿De dónde tantas estrellas que llenan el cielo en
pleno día? Mirad, mi primer trabajo, el León, brilla 945
en una buena parte del cielo; hierve todo él de cólera
y se prepara a morder; está a punto de apresar algún
astro; se yergue amenazador con boca descomunal
y echa un soplo de fuego y hace resplandecer su rojiza
melena sacudiéndola sobre su cuello. Todo lo que el
penoso otoño y el frío invierno llevan consigo en su 950
gélido espacio lo va a atravesar de un solo salto y va
a acometer y quebrantar el cuello del Toro primaveral.
Anfitrión. — ¿Qué es esta súbita desgracia? ¿Adonde,
hijo mío, vuelves tu fogosa mirada de acá para allá
y con los ojos turbios ves un cielo imaginario?
162
955 Hércules. — La tierra está completamente sometida,
los mares furiosos se han dado por vencidos, los
reinos infernales han experimentado mis ataques:
inmune queda el cielo, un trabajo digno del Alcida. A
los altos espacios del universo voy a elevarme; acometamos
el éter, mi padre me promete las estrellas...
96o ¿Y qué, si me dijera que no? No puede abarcar a
Hércules la tierra y al ñn lo devuelve a los de arriba.
Escuchad, por su propia iniciativa me llama toda
la asamblea de los dioses y me abre las puertas; sólo
lina se opone 14°. ¿Me acoges y me abres el firmamento
965 o arranco la puerta del cielo si se resiste? ¿Aún sigue
la duda? Libraré de cadenas a Saturno 141 y contra la
realeza tiránica de un padre sin sentimientos soltaré
a mi abuelo; que se apresten a la guerra los Titanes
enfurecidos bajo mi caudillaje.
Rocas y bosques me llevaré y arrancaré con mi
mano derecha montañas llenas de Centauros.
970 Poniendo un monte sobre otro me haré un camino
hasta los de allá arriba. Que Quirón142 vea a su Pelio
bajo el Osa 143. El Olimpo llegará hasta el cielo colocado
como tercer escalón o lo lanzaré hasta allí.
Anfitrión. — Aparta lejos esos sentimientos nefan-
975 dos. Refrena el loco ímpetu de un pecho que, a pesar
de su grandeza, no está cuerdo.
Hércules. — ¿Qué es esto? Los funestos Gigantes
presentan batalla, escapa de las sombras Titio 144 y con
340 Juno.
141 Saturno es un dios itálico muy antiguo, identificado luego
con Crono, hijo de Urano y Gea y padre de Zeus. Junto con
los otros Titanes fue vencido y encadenado por Zeus.
142 Quirón es uno de los Centauros; habitaba en el monte
Pelio, en Tesalia.
M3 Monte Osa, en Tesalia.
144 Titio es uno de los Gigantes, de gran estatura; cuando
cayó herido su cuerpo cubría nueve hectáreas. Sobre el suplicio
a que estaba sometido, cf. nota 120.
 163
el pecho desgarrado y carcomido ¡qué cerca del cielo
ha llegado!,..
Se tambalea el Citerón, la alta Pallene 145 tiembla y
el Tempe macedonio. Éste ha arrancado las cumbres 980
del PindóWó, aquél ha arrancado el Eta, se enfurece
terriblemente Mimante 147, una Erinis148 llameante hace
sonar el látigo sacudiéndolo y acerca más y más a mi
cara los tizones encendidos en piras funerarias; la
cruel Tisífone con la cabeza vallada de serpientes ha 985
cerrackpvponiendo su antorcha, la puerta que había
quedado líbre al ser robado el perro ...149.
Pero ahí se esconde la prole del rey enemigo, la
infame semilla de Lico. Esta mano derecha va a devolveros
a vuestro odioso padre. Dispare velozmente las
flechas la cuerda de mi arco; así hay que lanzar los 990
dardos de Hércules. (Mata a uno de sus hijos; los
otros huyen.)
A n f it r ió n . — ¿Adonde ha ido a estrellarse su ciega
locura? Dobló el enorme arco juntando sus extremos
y abrió la aljaba. Silbó la saeta disparada con ímpetu...
por en medio del cuello se escapó la flecha, dejando 995
atrás la herida.
Hércules. — Voy a registrar todos los escondrijos
y a acabar con el resto de la prole... ¿Por qué me
detengo? Aún me queda un combate más grande en
Micenas hasta que caigan, derrumbadas por mis ma-
145 Ciudad de Ática.
346 Monte de Tracia, consagrado a Apolo y a Jas Musas.
547 Otro de los Gigantes.
148 Las Erinies o Furias nacieron, como los Gigantes, de las
gotas que cayeron a la tierra con la castración de Urano. Tienen
un aspecto horripilante, con cabellera de serpientes, y suelen
llevar una antorcha y un látigo, que también es una serpiente.
Son divinidades vengadoras y castigadoras, en especial de los
crímenes dentro de una misma familia (cf. Grimal, Diccionario...,
s. v.). Son tres: Alecto, Tisífone y Meguera.
149 Cérbero.
164
nos, todas sus piedras ciclópeas: que, arrancado el
cerrojo, vayan de acá para allá los batientes de la
1000 puerta y destrocen las jambas, que el dintel se derrumbe
con su impulso...
Ya está inundado de luz todo el palacio; aquí veo
escondido a un hijo de ese padre criminal. (Entra en
el palacio.)
Anfitrión. — Mirad, tendiéndole sus tiernas manos
a las rodillas le suplica con voz lastimera... es un
1005 crimen infame, amargo y horrible de ver. Mientras le
imploraba, lo ha agarrado con su mano derecha y,
después de haberle hecho dar dos, tres vueltas en su
arrebato de locura, lo ha lanzado. Su cabeza ha dado
un chasquido y sus sesos salpicados chorrean por el
tejado.
La desgraciada Mégara, protegiendo a un hijo en
su regazo sale huyendo como loca de su escondrijo.
(Mégara entra en escena con el menor de sus hijos,
seguida por Hércules.)
ioio Hércules. — Aunque al huir te refugies en el seno
del Tronador, te acosará por doquier esta mano derecha
y te dará alcance.
Anfitrión. — ¿Adonde te obstinas en ir, desgraciada?
¿Qué huida o qué escondite intentas encontrar?
No hay lugar que te salve de la hostilidad de Hércules.
Abrázate a él mejor y trata de apaciguarlo con ruegos
cariñosos.
1015 Mégara. — Basta ya, esposo, te lo ruego, reconoce
a Mégara. Este hijo refleja tu semblante y tus rasgos.
¿Ves cómo te tiende las manos?
Hércules. — Tengo ante mí a la madrastra. Ahora,
tú, recibe el castigo que me debes y libera a Júpiter
1020 de la opresión de un yugo vergonzoso. Pero, antes que
la madre, que caiga este pequeño monstruo.
Mégara. — ¿Qué intentas, insensato? ¿Vas a derramar
tu propia sangre?
 165
Anfitrión. — Impresionado el niño por la mirada
de fuego de su padre, ha muerto antes de ser herido;
el susto le ha quitado la vida. Contra la esposa es
ahora lanzada la pesada clava; le ha machacado los
huesos, en el cuerpo mutilado ya no está la cabeza,
ni se ve por ninguna parte.
¿A contemplar esto te atreves, vejez que ya has
vivido demasiado? Si te pesa el duelo, tienes a mano
la muerte; ofrece tu pecho a sus armas o haz que
venga contra ti ese tronco teñido con la matanza de
los nuestros.
(A Hércules.) Elimina a este padre falso y vergonzoso
para tu nombre: no vaya a ser obstáculo para
tu gloria.
Teseo. — ¿Por qué, anciano, vas tú mismo al encuentro
de la muerte? ¿Adonde vas, insensato? Huye, ponte
a cubierto fuera de su vista y evítales al menos un
crimen a las manos de Hércules.
Hércules. (Aparte). — Ya está. La casa de este infame
rey ha sido exterminada. En ofrenda a ti, esposa
del soberano Júpiter, he sacrificado este rebaño. Con
gran placer he cumplido unos votos dignos de ti; también
Argos te proporcionará otras víctimas.
Anfitrión. — Todavía no has cumplido, hijo: consuma
el sacrificio. Aquí tienes de pie ante el altar
la víctima, espera tu mano con la cabeza inclinada.
Me ofrezco, voy a tu encuentro, te sigo: ¡inmola!
¿Qué es esto? ¿Se extravían mis ojos, el sufrimiento
me embota la vista o estoy viendo temblar las manos
de Hércules? Sus ojos caen en el sueño y su cuello
extenuado se desploma dejando caer la cabeza.
Se doblan sus rodillas y al punto se derrumba entero
a tierra igual que el olmo que se tala en los bosques
o la mole que se echa para dotar de puertos a la
mar.
1025
1030
1035
1040
1045
166
¿Estás vivo o te ha entregado al más allá la misma
locura que envió a los tuyos a la muerte?
loso Es un desvanecimiento: la respiración sigue su ritmo.
Dejémosle tiempo para que descanse de modo que,
al ser vencida la fuerza de la enfermedad por ese profundo
sueño, alivie la opresión de su pecho. Criados,
quitad de enmedio las armas; no vaya a volver a empuñarlas
en su locura.
Coro 150
Que llore el cielo, y el poderoso padre
1055 del elevado cielo, y la tierra fecunda
y las errantes olas del ponto inquieto
y sobre todo tú, que por las tierras
y por el ancho mar echas tus rayos
y ahuyentas a la noche con tu hermoso rostro,
1060 Titán ardiente: el ocaso y el orto
los ha visto el Alcida igual que tú
y ha conocido tu doble morada.
Librad su espíritu de tan grandes monstruos,
libradlo, dioses, enderezad su mente
1065 hacia mejor camino. Y tú, oh sueño,
que dominas los males, reposo del espíritu,
que eres la mejor parte de la vida humana,
alada descendencia de la madre Astrea1S1,
lánguido hermano de la dura muerte,
150 El Coro se lamenta de la desgracia de Hércules, a la
vez que invoca a dioses, astros y demás elementos. Sigue luego
una larga plegaria al sueño como reparador de los males del
hombre, para terminar con nuevas lamentaciones sobre Hércules
y sus víctimas.
151 Astrea es la Justicia, una de las Horas, hija de Zeus y
Temis, que después de la edad de oro abandonó la tierra y
subió al cielo, ocupando la constelación de Virgo. Una de sus
genealogías la hace hija de Astreo, de ahí que también se la
llame Astrea (cf. Ruiz de Elvira, Mitología..., págs. 67 y sigs.).
 167
que mezclas la verdad con la mentira, de lo futuro
garantía segura y a la vez la más falsa.
Oh, padre de las cosas, puerto de la vida,
descanso de la luz, compaña de la noche,
que llegas por igual al rey y al esclavo,
tú que a la raza humana, que tiembla ante la muerte,
la haces ir aprendiendo una muerte prolongada:
apacible y suave, alivia su fatiga,
cae sobre él dejándolo vencido en un profundo letargo,
que el sopor atenace sus indómitos miembros
y no abandone su pecho enfurecido
hasta que su razón vuelva de nuevo al camino de antes.
Míralo: echado en tierra, da vueltas en su fiero coa
horripilantes sueños ( todavía [ razón
no ha sido superada la peste de ese mal tan espantoso);
y, acostumbrado a reposar su cabeza cansada
en la terrible maza, echa de menos en su diestra vacía
su enorme peso, tratando de alcanzarla con los brazos
inútilmente. Y aún no ha echado fuera
toda la tempestad, sino que, como la ola
zarandeada por el fuerte noto, [aún después
guarda su agitación por mucho tiempo y se hincha
que el viento ya ha cesado. Echa la loca
tempestad de su alma, que vuelvan la piedad
y la virtud a ese hombre. Mejor, quede su mente
turbada por la loca agitación,
su ciego desvarío siga el camino por donde empezó;
tan sólo la locura puede garantizar ya tu inocencia:
lo que más se aproxima a unas manos puras
es no saber el crimen que se ha cometido.
Resuene ahora su pecho golpeado
con sus hercúleas manos, sus brazos avezados
a sostener el mundo reciban los azotes que les lance
su mano vencedora: gemidos monstruosos
escuche el éter y también la reina
1070
1075
1080
1085
1090
1095
1100
168
1105 del negro p o lo 152 y Cérbero feroz
que con sus cuellos con cadenas enormes amarrados
se oculta en lo más hondo de su antro153.
Resuene el caos con lúgubre clamor
y el agua del abismo en su extensión inmensa
1110 y el aire de regiones intermedias
que, aun así, tus armas ha sentido.
Un pecho rodeado de tan grandes males
no puede ser herido por un golpe suave:
a una lancen los gritos de su duelo los tres reinos.
1115 Y tú, que como adorno y arma cuelgas de su cuello
desde hace tiempo, valerosa flecha,
y tú, pesada aljaba, dad crueles azotes
a su feroz espalda; hiera sus hombros
aguerridos el roble y que él potente tronco154
1120 caiga sobre su pecho con sus duros nudos: [dolores.
deben sus armas arrancarle lamentos por tan grandes
Vosotros que no habéis participado de la gloria paterna
vengándoos con la muerte de crueles tiranos,
que no habéis conseguido en la palestra argiva
1125 agilizar los miembros, haciéndoos valientes con los puvalientes
en la lucha, pero que habéis osado [ños,
lanzar con una mano bien segura
el veloz dardo del carcaj escita
y alcanzar a los ciervos que huyendo se defienden
1130 aunque aún no a los lomos del feroz melenudo,
marchad hacia los puertos de la Éstige,
marchad, sombras inocuas, en quienes, cuando estaban
en tos mismos umbrales de la vida, hizo presa
la criminal locura de su padre.
1135 Marchad linaje infausto, oh niños, por la senda
152 Prosérpina.
153 Inconsecuencia de Séneca, pues; como se ha dicho antes,
Cérbero había sido traído a la tierra por Hércules.
154 Se está refiriendo ahora a la maza.
 169
lúgubre de la empresa ya famosa; marchad a coritos
reyes de la ira. [ templar
ACTO QUINTO
Hércules-Anfitrión-Teseo
Hércules. — ¿Qué lugar es éste, qué región, qué
zona del mundo? ¿Dónde estoy? ¿Bajo el punto por
donde nace el sol o bajo el eje de la osa glacial? ¿Es
éste por ventura el confín del Océano señalado por la
última tierra del mar hesperio? ¿Qué aire respiro?
¿Qué suelo sostiene mi fatiga? Es seguro que he regresado...
¿Cómo es que veo cuerpos ensangrentados tendidos
por el suelo de mi casa? ¿Es que todavía no se ha
desembarazado mi mente de las visiones infernales?
¿Incluso después de mi regreso se pasea ante mis ojos
la fúnebre turba?...
Vergüenza me da confesarlo: siento pavor. Yo no
sé, no sé qué enorme desgracia me presagia mi alma.
¿Dónde estás, padre? ¿Dónde aquella esposa llena de
vida con su grey de hijos? ¿Por qué falta en mi costado
izquierdo la piel de león? ¿A dónde ha ido a parar
esa protección mía y a la vez lecho mullido para el
sueño de Hércules? ¿Dónde están las flechas? ¿Dónde
el arco? ¿Quién estando yo vivo ha podido quitarme
las armas? ¿Quién me ha robado tan terribles despojos
y no ha sentido miedo de Hércules aunque fuese
dormido? Me gustaría ver a mi vencedor, me gustaría.
Adelante, nuevo héroe, a quien ha dado vida mi padre
abandonando el cielo, en cuyo engendramiento se
ha detenido la noche más tiempo que en el mío.
¿Qué impío horror estoy viendo? Yacen mis hijos
víctimas de cruenta matanza; mi esposa, asesinada...
1140
1145
1150
1155
1160
170
¿Qué Lico ocupa el trono? ¿Quién se ha atrevido a
tramar tan espantosos crímenes en Tebas, estando
Hércules ya de vuelta?
Cuantos habitáis los parajes del ísmeno 155, cuantos
1165 los campos acteos 156, cuantos los reinos del dardanio
Pélope batidos por dos mares 157, acudid en mi ayuda,
indicadme el autor de la horrible matanza. Que se precipite
mi cólera contra todos: enemigo es todo aquel
que no me muestra al enemigo.
Vencedor del Alcida, ¿te ocultas? Adelante. Bien
1170 trates de vengar a los atroces corceles del cruento trac
io 1S8, bien al rebaño de Gerión159 o a los tiranos de
Libia160, no hay por qué retrasar la lucha. Aquí me
tienes desnudo, incluso puede que me ataques con mis
propias armas, desarmado como estoy.
¿Por qué Teseo rehuye mi mirada y mi padre también?
¿Por qué esconden su rostro?
1175 Dejad para luego los llantos. ¿Quién ha podido entregar
a la muerte de una vez a todos los míos? Dímelo...
¿Por qué sigues callado, padre? A ver tú, di meló,
Teseo; pero con tu lealtad, Teseo... Uno y otro en silencio
se cubren el rostro llenos de vergüenza y derraman
sus lágrimas a escondidas. En medio de tan granii8o
des males, ¿de qué hay que avergonzarse? ¿Ha sido
355 Río de Beocia.
156 De Ática.
J57 El Peloponeso: Pélope era hijo de Tántalo, el cual lo
mató y ofreció como banquete a los dioses; éstos lo resucitaron
(cf. Ruiz de Elvira, Mitología..., págs. 190 y sigs.).
*58 Diomedes, rey de Tracia, hijo de Ares y de Pirene:' sus
yeguas antropófagas devoraban a los viajeros que llegaban al
país. Apoderarse de estas yeguas fue el octavo «trabajo» de
Hércules (cf. nota 54).
«9 Cf. nota 57.
160 Anteo y Atlas, con quienes se enfrentó Hércules cuando
iba a buscar las manzanas de las Hespérides (undécimo «trabajo
»).
 171
acaso el tiránico señor de la ciudad argiva 161, ha sido
acaso el hostil escuadrón de Lico, al morir éste, el que
ha echado sobre nosotros tan gran calamidad?
Por la gloria de mis hazañas, te ruego, padre, y
por el poder divino de tu nombre, que siempre me iiss
ha sido propicio: habla. ¿Quién ha arrasado mi casa?
¿De quién he sido la presa?
Anfitrión. — Que se alejen las desgracias no hablando
de ellas.
Hércules. — ¿Y que quede yo sin venganza?
Anfitrión. — Con frecuencia la venganza es contraproducente.
Hércules. — ¿Pero alguien en su cobardía ha soportado
males tan grandes?
Anfitrión. — Todo el que temía otros mayores.
Hércules. — Pero, padre, ¿se puede temer algo más 1190
grande o más funesto que estas desgracias?
Anfitrión. — De tu desgracia esa parte que conoces,
¡es tan pequeña!
Hércules. — Piedad, padre; hacia ti tiendo mis manos
suplicantes... ¿Qué es esto? Mi mano se echa
atrás... Por aquí ronda el crimen. ¿De dónde viene
esta sangre? ¿Qué es aquella flecha, húmeda de san- 1195
gre de niño? Ahora veo ya mis propias armas teñidas
con el mortal veneno de Lemaí62. No pregunto por la
mano que las haya lanzado. ¿Quién ha podido curvar
el arco o qué diestra doblar la cuerda que a mí me
cuesta trabajo hacer ceder?
Acudo de nuevo a vosotros; padre, ¿es este crimen
mío?... ¡Se callan! Mío es. 1200
Anfitrión. — El duelo sí es tuyo; el crimen es de
tu madrastra163. Este desastre no tiene culpable.
161 Eurísteo.
162 Hércules había empapado sus flechas en, el veneno o en
la sangre de la Hidra de Lerna.
163 Juno.
172
Hércules. — Ahora desde todas partes truena, padre,
encolerizado. Aunque te hayas olvidado de mí,
véngate al menos, aunque sea tarde, de tus nietos. Re-
1205 suene el estrellado firmamento y lancen llamas este
polo y el otro. Arrastren mi cuerpo a ellos amarrado
los peñascos del Caspio y el ave devoradora... ¿Por
qué están vacías las rocas de Prometeo?164, Que se prepare
la abrupta ladera del Cáucaso desnuda de selvas,
que en sus inmensas cimas da pasto a las aves de
rapiña.
1210 Que las famosas Simplégades que estrechan el ponto
escita me estiren sobre el mar con las manos amarradas
a ellas y cuando, al llegar el turno, vuelvan a
juntarse y los escollos, al chocar unas con otras las
rocas, lancen hasta el cielo el mar que hay entre ellas,
1215 quede yo como un obstáculo movedizo entre los dos
montes.
¿Por qué no acarreo un bosque, lo amontono formando
una pira y quemo este cuerpo que está rociado
de sangre impía? Eso, eso es lo que debo hacer: devolveré
a Hércules a los infiernos.
Anfitrión. — Su pecho que aún no está libre de
1220 frenética perturbación ha cambiado sus iras y, como
es propio de la locura, se ensaña consigo mismo.
Hércules. — Terribles lugares de las Furias y cárcel
de los Infiernos y región asignada a la turba culpable...,
si más allá del Erebo se oculta algún lugar de
1225 destierro desconocido para Cérbero y para mí, escóndeme
en él, Tierra; quiero ir al último confín del
Tártaro para quedarme allí...
164 Prometeo, primo de Júpiter, en cuanto hijo del titán
Jápeto, figura en la leyenda como creador (a veces) y como
benefactor de la Humanidad. Por haber engañado a los dioses,
fue amarrado a una roca del Cáucaso, donde un águila le devoraba
el hígado, que inmediatamente le volvía a renacer.
 

 

 

 

¡O h , pecho demasiado feroz! Avosotros , hijos , esparcidos c o m o e s t á i s p o r t o d a l a c a s a , ¿ q u i é n v a a
p o d e r l lo r a r o s c o m o e s d e b id o ? E s t o s o j o s e n d u r e c i d
o s p o r la s d e s g r a c i a s n o s a b e n e c h a r l á g r im a s . . .
T r a e d a c á l a e s p a d a , t r a e d a c á la s f l e c h a s , t r a e d 1230
a c á e l e n o rm e t r o n c o . P o r t i d e s t r o z a r é m i s d a r d o s ,
p o r t i, h i jo , r o m p e r é m i a r c o y p o r tu s s o m b r a s a r d e r á
e l p e s a d o t r o n c o , in c lu s o e l c a r c a j , l le n o d e f l e c h a s
l e r n e a s 165, i r á a p a r a r a tu h o g u e r a . Q u e p a g u e n m i s 1235
a rm a s s u c a s t i g o . . . a v o s o t r a s t am b i é n o s q u em a r é ,
fu n e s t a s c o m o s o i s p a r a m i s a rm a s , ¡o h m a n o s d e
m a d r a s t r a !
A n f it r ió n . — ¿ Q u i é n h a a p l i c a d o e n a lg ú n lu g a r a
u n e r r o r e l n o m b r e d e c r im e n ?
H é r c u le s . — M u c h a s v e c e s u n e r r o r g r a v e s e e q u ip
a r a a u n c r im e n .
A n f it r ió n . — A h o r a e s c u a n d o h a c e f a l t a u n H é r c
u le s : s o p o r t a e l e n o rm e p e s o d e e s t a d e s g r a c ia .
H é r c u le s . — N o s e h a a c a b a d o , e x t in g u id o p o r l a 1240
lo c u r a , m i p u d o r h a s t a e l p u n t o d e e s t a r d i s p u e s t o a
e s p a n t a r a t o d o s lo s p u e b lo s c o n m i im p ío a s p e c t o .
M is a rm a s , T e s e o , t e in s i s t o e n q u e m e d e v u e lv a s r á p
id am e n t e l a s a rm a s q u e m e h a n r o b a d o . S i e s t o y e n
m i s a n o ju i c i o , d e v o lv e d a m i s m a n o s lo s d a r d o s . S i
p e r s i s t e l a lo c u r a , r e t í r a t e , p a d r e ; v o y a e n c o n t r a r e l 1245
c am in o d e l a m u e r t e .
A n f it r ió n . — P o r lo s s a c r o s a n t o s l a z o s f am i l i a r e s ,
p o r e l d e r e c h o d e c u a lq u i e r a d e m i s d o s n om b r e s , b i e n
m e l lam e s t u t o r , o b i e n p a d r e v e r d a d e r o , p o r e l r e s p
e t o q u e d e b e n im p o n e r m i s c a n a s a q u i e n s e a r e s p e t
u o s o , t e n e n c u e n t a l a d e s o la c ió n d e m i v e j e z , t e lo
r u e g o , y e l c a n s a n c io d e m i s a ñ o s . 1250
Ü n i c o a p o y o d e u n a c a s a e n r u in a s , ú n i c a lu z d e
u n o q u e e s t á h u n d id o e n l a d e s g r a c i a , guárdate tú a ti mismo. Ni un solo fruto de tus trabajos ha llegado
hasta mí... Siempre he estado temiendo al mar inse-
1255 guro o a los monstruos. Cuantos reyes crueles en todo
el mundo entero se ensañan haciendo el daño con sus
manos o con sus altares166 me producen temor... Padre
de un hijo siempre ausente, pido poder disfrutar de
ti y tocarte y contemplarte.
Hércules. — Para retener más tiempo mi alma en
este mundo o para retrasarme no hay motivo alguno:
1260 todos mis bienes los tengo ya perdidos: la razón, las
armas, la reputación, la esposa, los hijos, las manos...,
hasta la locura. Nadie podría poner remedio a la suciedad
de mi espíritu: con la muerte hay que curar el
crimen.
A nfitrión. — Vas a acabar con tu padre.
Hércules. — Para que no pueda hacerlo, voy a morir.
Anfitrión. — ¿En presencia de tu padre?
Hércules. — Ya le he enseñado yo cómo contemplar
una monstruosidad.
1265 Anfitrión . — Ten en cuenta mejor tus hazañas, que
todos han de recordar, e implórate gracia a ti mismo
por ese único delito.
H é r c u le s . — ¿Va a perdonarse a sí mismo el que a
nadie ha perdonado? Las hazañas loables las hice obedeciendo
órdenes: sólo esto último es lo mío. Ven en
1270 mi ayuda, padre; bien te muevan los sentimientos
paternales, bien mi triste destino, bien la mancha caída
sobre la honra de mi virtud, tráeme las armas. Sea
vencida la fortuna por mi mano derecha.
Teseo. — Ciertamente los ruegos de un padre suelen
ser lo bastante eficaces; déjate, sin embargo, conmover
1275 también por mi llanto. ¡Arriba!, y destroza la adversidad
con tu ímpetu de siempre. Vuelve ya a recuperar
 Busiris, rey de Egipto, que acostumbraba a sacrificar a
los extranjeros en el altar de Zeus.
 175
tu ánimo que nunca ha cedido ante ninguna desgracia,
debes actuar ya con tu gran valor. No dejes que Hércules
sea arrastrado por la ira.
Hércules. — Si sigo vivo, soy un criminal; si muero,
una víctima de esos crímenes. Tengo prisa por purificar
la tierra. Hace ya tiempo que un monstruo impío, 1280
cruel, altanero y feroz ronda a mi alrededor. Vamos,
mano derecha, esfuérzate en acometer esta enorme
empresa de más envergadura que los doce trabajos.
Cobarde, ¿sigues en tu indolencia, atreviéndote sólo
con niños y con madres asustadas?
Si no me das las armas, o cortaré toda la selva del 1285
Pindó tracio y los bosques sagrados de Baco y las cimas
del Citerón para quemarlas junto conmigo, o todas las
casas de Tebas con sus familias y dueños y los templos
con todos sus dioses los derrumbaré sobre mi cuerpo
y quedaré sepultado bajo las ruinas de la ciudad. 1290
Y, si para mis resistentes hombros es ligero el peso de
las murallas al caer lanzadas contra mí y si las siete
puertas no bastan para cubrirme y aplastarme, toda la
pesada masa que se asienta en la parte central del
universo y deja aislados a los dioses167 la precipitaré
sobre mi cabeza.
Anfitrión. — Te devuelvo las armas. 12 9 5
Hércules. — Esas palabras son dignas del padre de
Hércules... Mira, con esta flecha cayó asesinado el niño.
Anfitrión. — Este dardo lo puso Juno en tus manos.
Hércules. — Ahora me serviré yo de él.
Anfitrión. — Mirá cómo palpita de miedo mi pobre corazón y sacude en su inquietud mi cuerpo.
Hércules. — Preparada está la saeta. 1300
167 La tierra (y el firmamento) que se halla entre el infierno
y la morada de los dioses.
176
Anf itrió n . — F í j a t e , a h o r a e s c u a n d o v a s a c o m e t e r
u n c r im e n v o lu n t a r i a y c o n s c i e n t em e n t e .
H é r c u le s . — E x p l í c am e , ¿ q u é m a n d a s q u e h a g a ?
A n f it r ió n . — N o t e p id o n a d a ; m i d o l o r e s t á p u e s t o
a b u e n r e c a u d o : m i h i jo , t ú e r e s e l ú n i c o q u e p u e d e
c o n s e r v á rm e lo ; a r r e b a t á rm e lo , n i s i q u i e r a tú . E s t o y
1305 l ib r e d e l p e o r d e lo s t em o r e s : d e s g r a c i a d o n o p u e d e s
h a c e rm e , f e l i z s í . D e c id a s lo q u e d e c id a s , h a z lo a s a b
i e n d a s d e que tu c a u s a y tu b u e n n om b re se h a l l a n
e n u n a s i t u a c i ó n c r í t i c a y a p u r a d a : o v i v e s o m e
m a t a s .
E s t e h i l o d e v id a , d e u n a v id a a g o t a d a p o r lo s a ñ o s
1310 y n o m e n o s a g o t a d a p o r l a s d e s g r a c i a s lo t e n g o a f l o r
d e l a b io s ; ¿ t a r d a a lg u i e n t a n t o e n d a r a s u p a d r e la
v id a ? N o s o p o r t a r é m á s a p la z am i e n t o s : v o y a h u n d i r
e l h i e r r o e n m i p e c h o d e a n c ia n o . A q u í , v a a q u e d a r
t e n d id a u n a v í c t im a d e u n H é r c u l e s e n s u s a n o ju i c i o .
H é r c u le s . — D e t e n t e , p a d r e , d e t e n t e , v u e l v e a t r á s
1315 e s a m a n o . . . R ín d e t e , v a l e n t í a , s o m é t e t e a l a a u t o r id a d
d e u n p a d r e , ü n a s e a lo s t r a b a j o s d e H é r c u l e s e s t e
n u e v o t r a b a j o : v iv am o s . A y u d a a m i p a d r e a l e v a n t a r
d e l s u e lo s u s m i em b r o s a b a t id o s , T e s e o : m i m a n o d e r
e c h a c a r g a d a d e c r ím e n e s r e h u y e t o c a r s u p u r e z a .
1320 A n f it r ió n . — E s t a m a n o l a b e s o y o g u s t o s o , e n e l l a
a p o y a d o c am in a r é ; a c e r c á n d o l a a m i p e c h o a f l i g id o
a h u y e n t a r é m i s d o lo r e s .
H é r c u le s . — ¿ A q u é lu g a r p u e d o y o d i r i g i rm e e n
m i d e s t i e r r o ? ¿ D ó n d e v o y a e s c o n d e rm e o b a j o q u é
t i e r r a m e v o y a s e p u l t a r ? ¿ Q u é T a n a i s 568 o q u é N i lo o
q u é T i g r i s d e P e r s i a c o n s u v i o l e n t o c a u d a l o q u é R in
1325 f i e r o o q u é T a j o a r r a s t r a n d o e n s u t u r b i a c o r r i e n t e lo s
t e s o r o s d e I b e r i a p o d r á l a v a r m i m a n o d e r e c h a ? A u n q
u e l a g é l id a M e ó t i d e 169 v u e lq u e s o b r e m í s u s á r t i c a s
168 El actual río Don.
169 Patus Maeotis o simplemente Maeotis era el actual mar
Azof.
 177
olas y Tetis 170 entera corra por m i s m a n o s , n o s e b o r
r a r á e l c r im e n p r o fu n d a m e n t e m a r c a d o e n e l la s . C o n
t u im p i e d a d , ¿ a q u é t i e r r a t e v a s a r e t i r a r ? ¿ I r á s h a c i a 1330
e l o r i e n t e o h a c i a e l o c c id e n t e ? C o n o c id o e n to d a s p a r te
s , h e p e r d id o c u a lq u i e r p o s ib l e lu g a r d e d e s t i e r r o .
M e r e h u y e e l o r b e , lo s a s t r o s t o r c i e n d o s u c u r s o t r a z
a n ó r b i t a s d e m a l a g ü e r o , e l p r o p io T i t á n v e c o n
m e j o r e s o j o s a C é r b e r o q u e a m í .
O h , T e s e o , f i e l c a b e z a , b u s c a u n e s c o n d i t e l e j a n o , 133S
a p a r t a d o ; y a q u e s i em p r e a l s e r á r b i t r o d e c r ím e n e s
a j e n o s s i e n t e s c a r iñ o p o r lo s c u lp a b l e s , c o r r e s p o n d e
a h o r a c o n tu a g r a d e c im i e n t o a lo s m é r i t o s m ío s : d e v
u é lv em e , t e lo r u e g o , a lo s in f i e r n o s l l e v á n d o m e o t r a
v e z a la s s o m b r a s y r e s t i t ú y em e a m a r r a d o c o n tu s c a - 1340
d e n a s . A q u e l lu g a r m e o c u l t a r á . . . P e r o t am b i é n é l m e
c o n o c e .
Teseo. — Mi tierra te aguarda . A l l í G r a d i v o m, v o l v
i ó d e n u e v o a l a s a rm a s s u m a n o q u e y a h a b í a q u e d
a d o a b s u e l t a d e s u c r im e n . Esa t i e r r a t e llama , A l c id a ;
u n a t i e r r a a c o s t u m b r a d a a hacer inocentes a los dioses .

 

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