Las Moradas
Santa Teresa
J H S
Pocas cosas que me ha mandado la obediencia se me han hecho tan dificultosas
como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no me parece que me da el Señor
espíritu para hacerlo, ni deseo; lo otro, por tener la cabeza tres meses ha con un ruido
y flaqueza tan grande, que an los negocios forzosos escribo con pena; mas entendiendo
que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen imposibles, la voluntad
se determina a hacerlo muy de buena gana, anque el natural parece que se aflige
mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud, que el pelear con la enfermedad
contino y con ocupaciones de muchas maneras, se pueda hacer sin gran contradicción
suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más dificultosas por hacerme merced, en
cuya misericordia confío.
Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho en otras cosas que me han
mandado escribir; antes temo que han de ser casi todas las mesmas, porque ansí como
los pájaros que enseñan a hablar, no saben más de lo que les muestran u oyen, y esto
repiten muchas veces, so yo al pie de la letra. Si el Señor quisiere diga algo nuevo, su
Majestad lo dará u será servido traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que
an con esto me contentaría, por tenerla tan mala, que me holgaría de atinar a algunas
cosas; que decían estaban bien dichas, por si se hubieren perdido. Si tampoco me diere
el Señor esto, con cansarme y acrecentar el mal de cabeza, por obediencia, quedaré
con ganancia, anque de lo que dijere no se saque ningún provecho. Y ansí comienzo a
cumplir hoy día de la Santísima Trenidad, año de MDLXXVII, en este monesterio de
San Josef del Carmen en Toledo, adonde al presente estoy, sujetándome en todo lo que
dijere a el parecer de quien me lo manda escribir, que son personas de grandes letras.
Si alguna cosa dijere, que no vaya conforme a lo que tiene la santa Ilesia Católica
Romana, será por inorancia y no por malicia. Esto se puede tener por cierto, y que
siempre estoy y estaré sujeta por la bondad de Dios, y lo he estado, a ella. Sea por
siempre bendito, amén, y glorificado.
Díjome quien me mandó escribir, que como estas monjas de estos monesterios de
Nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las
declare, y que le parecía, que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y
con el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido
por esta causa, será de alguna importancia si se acierta a decir alguna cosa, y por esta
causa iré hablando con ellas en lo que escribiré; y porque parece desatino pensar que
puede hacer al caso a otras personas, harta merced me hará Nuestro Señor si a
algunas dellas se aprovechare para alabarle algún poquito. Mas bien sabe su
Majestad, que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que cuando algo se atinare a
decir, entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere tener tan poco
entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el Señor por su
misericordia no la da.
Moradas primeras
Capítulo primero
Estando hoy suplicando a Nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa
que decir ni como comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré,
para comenzar con algún fundamento: que es, considerar nuestra alma como un castillo
todo de diamante u muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, ansí como en el
cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el
alma del justo, sino un paraíso, adonde dice él tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece
que será el aposento a donde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de
todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un
alma y la gran capacidad. Y verdaderamente, apenas deben llegar nuestros
entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla; ansí como no pueden llegar a
considerar a Dios, pues él mesmo dice que nos crió a su imagen y semejanza. Pues si
esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de
este Castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios, que del Criador a la
criatura, pues es criatura, basta decir su Majestad, que es hecha a su imagen, para que
apenas podamos entender la gran divinidad y hermosura del ánima. Nos es pequeña
lástima y confusión, que por nuestra culpa no entendamos a nosotros mesmos, ni
sepamos quién somos. ¿No sería gran inorancia, hijas mías, que preguntasen a uno
quién es, y no se conociese, ni supiese quién fue su padre, ni su madre, ni de qué tierra?
Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que hay en nosotras,
cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en estos cuerpos,
y ansí a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos
almas; mas qué bienes puede haber en esta alma, u quién está dentro de esta alma, u el
gran valor de ella, pocas veces lo consideramos, y ansí se tiene en tan poco procurar con
todo cuidado conservar su hermosura. Todo se nos va en la grosería del engaste u cerca
de este Castillo, que son estos cuerpos. Pues consideremos que este Castillo tiene, como
he dicho, muchas Moradas, unas en lo alto, otras en bajo, otras a los lados; y en el
centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de
mucho secreto entre Dios y el alma. Es menester que vais advertidas a esta
comparación; quizá será Dios servido pueda por ella daros algo a entender de las
mercedes que es Dios servido hacer a las almas y las diferencias que hay en ellas, hasta
donde yo hubiere entendido que es posible, que todas será imposible entenderlas nadie,
sigún son muchas, cuanto más quien es tan ruin como yo. Porque os será gran consuelo,
cuando el Señor os las hiciere, saber que es posible; y a quien no, para alabar su gran
bondad: que ansí como no nos hace daño considerar las cosas que hay en el cielo, y lo
que gozan los bienaventurados, antes nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos
gozan, tampoco nos hará ver que es posible en este destierro comunicarse un tan gran
Dios con unos gusanos tan llenos de mal olor, y amar una bondad tan buena, y una
misericordia tan sin tasa. Tengo por cierto, que a quien hiciere daño entender que es
posible hacer Dios esta merced en este destierro, que estará muy falta de humildad y del
amor del prójimo; porque si esto no es, ¿cómo nos podemos dejar de holgar de que haga
Dios estas mercedes a un hermano nuestro, pues no impide para hacérnoslas a nosotras,
y de que su Majestad dé a entender sus grandezas, sea en quien fuere? Que algunas
veces será sólo por mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista, cuando le preguntaron
los apóstoles si era por sus pecados u de sus padres. Y ansí acaece, no las hacer por ser
más santos a quien las hace que a los que no, sino porque se conozca su grandeza, como
vemos en San Pablo y la Magdalena, y para que nosotros le alabemos en sus criaturas.
Podráse decir que parecen cosas imposibles y que es bien no escandalizar los flacos:
menos se pierde en que ellos no lo crean, que no en que se dejen de aprovechar a los que
Dios las hace; y se regalarán y despertarán a más amar a quien hace tantas
misericordias, siendo tan grande su poder y majestad. Cuanto más que sé que hablo con
quien no habrá este peligro, porque saben y creen que hace Dios an muy mayores
muestras de amor. Yo sé que quien esto no creyere, no lo será por espiriencia; porque es
muy amigo de que no pongan tasa a sus obras; y ansí, hermanas, jamás os acaezca a las
que el Señor no llevare por este camino.
Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso Castillo, hemos de ver cómo podremos
entrar en él. Parece que digo algún disbarate; porque si este Castillo es el ánima, claro
está que no hay para qué entrar, pues se es el mesmo: como parecería desatino decir a
uno que entrase en una pieza, estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho
de estar a estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del Castillo, que es
adonde están los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro, ni saben qué
hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni an qué piezas tiene. Ya habréis
oído en algunos libros de oración aconsejar a el alma que entre dentro de sí; pues esto
mesmo es. Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración
como un cuerpo con perlesía u tollido, que anque tiene pies y manos no los puede
mandar; que ansí son que hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas
esteriores, que no hay remedio, ni parece que pueden entrar dentro de sí; porque ya la
costumbre la tiene tal de haber siempre tratado con las sabandijas y bestias que están en
el cerco del Castillo, que ya casi está hecha como ellas; y con ser de natural tan rica, y
poder tener su conversación, no menos que con Dios, no hay remedio. Y si estas almas
no procuran entender y remediar su gran miseria, quedarse han hechas estatuas de sal,
por no volver la cabeza hacia sí, ansí como lo quedó la mujer de Lo por volverla.
Porque a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este Castillo es la oración y
consideración; no digo más mental que vocal, que como sea oración, ha de ser con
consideración; porque la que no advierte con quién habla, y lo que pide, y quién es
quien pide, y a quién, no la llamo yo oración, anque mucho menee los labrios; porque
anque algunas veces sí será anque no lleve este cuidado, más es habiéndole llevado
otras; mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios, como hablaría
con su esclavo, que ni mira si dice mal, si no lo que se le viene a la boca y tiene
deprendido, por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plega a Dios que ningún
cristiano la tenga de esta suerte; que entre vosotras, hermanas, espero en su Majestad no
lo habrá, por la costumbre que hay de tratar de cosas interiores, que es harto bueno para
no caer en semejante bestialidad. Pues no hablemos con estas almas tullidas, que si no
viene el mesmo Señor a mandarlas se levanten, como al que había treinta años que
estaba en la picina, tienen harta mala ventura, y gran peligro, sino con otras almas, que,
en fin, entran en el Castillo, porque anque están muy metidas en el mundo, tienen
buenos deseos, y alguna vez, anque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro Señor,
y consideran quién son, anque no muy de espacio; alguna vez en un mes rezan llenos de
mil negocios, el pensamiento casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos,
que, como adonde está su tesoro se va allá el corazón, ponen por sí algunas veces de
desocuparse, y es gran cosa el propio conocimiento y ver que no van bien para atinar a
la puerta. En fin entran en las primeras piezas de las bajas, mas entran con ellas tantas
sabandijas, que ni le dejan ver la hermosura del Castillo, ni sosegar: harto hace en haber
entrado.
Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad del Señor no sois de
éstas. Habéis de tener paciencia, porque no sabré dar a entender como yo tengo
entendido algunas cosas interiores de oración, sino es ansí, y an plega el Señor, que
atine a decir algo; porque es bien dificultoso lo que querría daros a entender, si no hay
espiriencia; si la hay, veréis que no se puede hacer menos de tocar en lo que, plega a el
Señor, no nos toque por su misericordia.
Capítulo segundo
Antes que pase adelante, os quiero decir que consideréis qué será ver este Castillo
tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida, que está plantado
en las mesmas aguas vivas de la vida, que es Dios, cuando cay en un pecado mortal; no
hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan oscura y negra que no lo esté mucho más. No
queráis más saber de que con estarse el mesmo Sol, que le daba tanto resplandor y
hermosura, todavía en el centro de su alma, es como si allí no estuviese para participar
de él, con ser tan capaz para gozar de su Majestad como el cristal para resplandecer en
él el sol. Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que
hiciere, estando ansí en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria; porque
no procediendo de aquel principio, que es Dios, de donde nuestra virtud es virtud, y
apartándonos de él, no puede ser agradable a sus ojos; pues, en fin, el intento de quien
hace un pecado mortal, no es contentarle, sino hacer placer al Demonio, que como es las
mesmas tinieblas, ansí la pobre alma queda hecha una mesma tiniebla. Yo sé de una
persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba
mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible
ninguno pecar, anque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar, por huir de
las ocasiones. Y ansí le dio mucha gana, que todos los entendieran; y ansí os la dé a
vosotras, hijas de rogar mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una
escuridad, y ansí son sus obras; porque ansí como de una fuente muy clara lo son todos
los arroicos que salen della, como es un alma que está en gracia, que de aquí le viene ser
sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden de esta
fuente de vida, adonde el alma está como un árbol plantado en ella, que la frescura y
fruto no tuviera, si no le procediere de allí, que esto le sustenta y hace no secarse, y que
dé buen fruto; ansí el alma que por su culpa se aparta desta fuente y se planta en otra de
muy negrísima agua y de muy mal olor, todo lo que corre della es la mesma desventura
y suciedad. Es de considerar aquí que la fuente y aquel sol resplandeciente que está en
el centro del alma no pierde su resplandor y hermosura, que siempre está dentro de ella
y cosa no puede quitar su hermosura; mas si sobre un cristal que está a el sol se pusiese
un paño muy negro, claro está que anque el sol dé en él no hará su claridad operación en
el cristal.
¡Oh, almas redemidas por la sangre de Jesucristo!, ¡entendeos y habed lástima de
vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este
cristal? Mirá que si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús!
¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del
Castillo! ¡Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! Y las
potencias, que son los alcaides y mayordomos y mastresalas, ¡con qué ceguedad, con
qué mal gobierno! En fin, como adonde está plantado el árbol, que es el Demonio, ¿qué
fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que
hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios, por su
misericordia, nos libre de tan gran mal, que no hay cosa mientra vivimos que merezca
este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin. Esto es, hijas, de
lo que hemos de andar temerosas, y lo que hemos de pedir a Dios en nuestras oraciones;
porque si él no guarda la ciudad, en vano trabajaremos, pues somos la mesma vanidad.
Decía aquella persona que había sacado dos cosas de la merced que Dios le hizo; la una,
un temor grandísimo de ofenderle, y ansí siempre le andaba suplicando no la dejase
caer, viendo tan terribles daños; la segunda, un espejo para la humildad, mirando cómo
cosa buena que hagamos no viene su principio de nosotros, sino de esta fuente adonde
está plantado este árbol de nuestras almas, y de este sol, que da calor a nuestras obras.
Dice que se le representó esto tan claro, que en haciendo alguna cosa buena, u viéndola
hacer, acudie a su principio, y entendía como sin esta ayuda no podíamos nada; y de
aquí le procedía ir luego a alabar a Dios, y lo más ordinario, no se acordar de sí en cosa
buena que hiciese. No sería tiempo perdido, hermanas, el que gastásedes en leer esto, ni
yo en escribirlo, si quedásemos con estas dos cosas, que los letrados y entendidos muy
bien las saben, mas nuestra torpeza de las mujeres todo lo ha menester, y ansí, por
ventura quiere el Señor que vengan a nuestra noticia semejantes comparaciones; ¡plega
a su bondad nos dé gracia para ello!
Son tan escuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como
yo, forzado habrá de decir muchas cosas superfluas y an desatinadas, para decir alguna
que acierte. Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para escribir
lo que no sé; que cierto algunas veces tomo el papel, como una cosa boba, que ni sé qué
decir ni cómo comenzar. Bien entiendo que es cosa importante para vosotras declarar
algunas interiores como pudiere, porque siempre oímos cuán buena es la oración, y
tenemos de costitución tenerla tantas horas; y no se nos declara más de lo que podemos
nosotras; y de cosas que obra el Señor en su alma, declárase poco, digo sobrenatural.
Diciéndose y dándose a entender de muchas maneras, sernos ha mucho consuelo
considerar este artificio celestial interior, tampoco entendido de los mortales, antes que
vayan muchos por él. Y anque en otras cosas que he escrito ha dado el Señor algo a
entender, entiendo que algunas no las había entendido como después acá, en especial de
las más dificultosas. El trabajo es que para llegar a ellas, como he dicho, se habrán de
decir muchas muy sabidas, porque no puede ser menos para mi rudo ingenio.
Pues tornemos ahora a nuestro Castillo de muchas Moradas. No habéis de entender
estas Moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poné los ojos en el centro,
que es la pieza o palacio adonde está el Rey, y considerad como un palmito, que para
llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan; ansí acá
en rededor de esta pieza están muchas, y encima lo mesmo, porque las cosas del alma
siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan
nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se
comunica este sol, que está en este palacio. Esto importa mucho a cualquier alma que
tenga oración, poca o mucha, que no la arrincone ni apriete; déjela andar por estas
Moradas, arriba y abajo y a los lados, pues Dios la dio tan gran dinidad; no se estruje en
estar mucho tiempo en una pieza sola, u que si es en el propio conocimiento, que con
cuan necesario es esto, miren que me entiendan, an a las que las tiene el Señor en la
mesma Morada que él está, que jamás por encumbrada que esté le cumple otra cosa, ni
podrá anque quiera; que la humildad siempre labra como la abeja en la colmena la miel,
que sin esto todo va perdido. Mas consideremos que la abeja no deja de salir a volar
para traer flores, ansí el alma en el propio conocimiento; créame, y vuele algunas veces
a considerar la grandeza y majestad de su Dios. Aquí hallará su bajeza mejor que en sí
mesma y más libre de las sabandijas adonde entran en las primeras piezas, que es el
propio conocimiento, que anque, como digo, es harta misericordia de Dios que se
ejercite en esto, tanto es lo de más como lo de menos, suelen decir. Y créanme, que con
la virtud de Dios obraremos muy mejor virtud que muy atadas a nuestra tierra. No sé si
queda dado a bien entender, porque es cosa tan importante este conocernos, que no
querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en los cielos; pues
mientra estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad. Y
ansí torno a decir que es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el
aposento adonde se trata de esto, que volar a los demás, porque este es el camino; y si
podemos ir por lo seguro y llano, ¿para qué hemos de querer alas para volar?; mas que
busque cómo aprovechar más en esto. Y a mi parecer, jamás nos acabamos de conocer,
si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza acudamos a nuestra bajeza, y
mirando su limpieza veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos
cuán lejos estamos de ser humildes. Hay dos ganancias de esto: la primera está claro que
parece una cosa blanca muy más blanca cabe que la negra, y al contrario la negra cabe
la blanca; la segunda es porque nuestro entendimiento y voluntad se hace más noble y
más aparejado para todo bien, tratando, a vueltas de sí, con Dios; y si nunca salimos de
nuestro cieno de miserias es mucho inconveniente. Ansí como decíamos de los que
están en pecado mortal cuán negras y del mal olor son sus corrientes, ansí acá, anque no
son como aquellas, Dios nos libre, que esto es comparación, metidos siempre en la
miseria de nuestra tierra, nunca el corriente saldrá de cieno de temores, de
pusilanimidad y cobardía, de mirar si me miran no me miran, si yendo por este camino
me sucederá mal, si osaré comenzar aquella obra, si será soberbia, si es bien que una
persona tan miserable trate de cosa tan alta como la oración, si me ternán por mejor, si
no voy por el camino de todos, que no son buenos los estremos, aunque sea en virtud,
que como soy tan pecadora será caer de más alto, quizá no iré adelante y haré daño a los
buenos, que una como yo no ha menester particularidades. ¡Oh, válame Dios, hijas, qué
de almas debe el Demonio de haber hecho perder mucho por aquí!, que todo esto les
parece humildad, y otras muchas cosas que pudiera decir, y viene de no acabar de
entendernos; tuerce el propio conocimiento, y si nunca salimos de nosotros mesmos, no
me espanto que esto y más se puede temer. Por eso digo, hijas, que pongamos los ojos
en Cristo nuestro bien, y allí desprenderemos la verdadera humildad, y en sus santos, y
ennoblecerse ha el entendimiento como he dicho, y no hará el propio conocimiento
ratero y cobarde; que anque es la primera Morada, es muy rica, y de tan gran precio, que
si se descabulle de las sabandijas de ella, no se quedará sin pasar adelante. Terribles son
las ardides y mañas del Demonio para que las almas no se conozcan ni entiendan sus
caminos.
Destas Moradas primeras podré yo dar muy buenas señas de espiriencia; por eso
digo que no consideren pocas piezas, sino un mollón, porque de muchas maneras entran
almas aquí, unas y otras con buena intención; mas como el Demonio siempre la tiene
tan mala, debe tener en cada una muchas legiones de demonios para combatir que no
pasen de unas a otras, y como la pobre alma no lo entiende, por mil maneras nos hace
trampantojos. Lo que no puede tanto a las que están más cerca de donde está el Rey; que
aquí, como an se están embebidas en el mundo, y engolfadas en sus contentos, y
desvanecidas en sus honras y pretensiones, no tienen la fuerza los vasallos del alma, que
son los sentidos y potencias que Dios les dio de su natural, y fácilmente estas almas son
vencidas, anque anden con deseos de no ofender a Dios, y hagan buenas obras. Las que
se vieren en ese estado, han menester acudir a menudo, como pudieren, a su Majestad,
tomar a su bendita Madre por intercesora y a sus santos, para que ellos peleen por ellas,
que sus criados poca fuerza tienen para se defender. A la verdad, en todos estados es
menester que nos venga de Dios. Su Majestad nos la dé por su misericordia, amén. ¡Qué
miserable es la vida en que vivimos! Porque en otra parte dije mucho del daño que nos
hace, hijas, no entender bien esto de la humildad y propio conocimiento, no os digo más
aquí, anque es lo que más nos importa; y an plega el Señor haya dicho algo que os
apreveche.
Habéis de notar que en estas Moradas primeras an no llega casi nada la luz que sale
del palacio donde está el Rey, porque anque no están escurecidas y negras, como
cuando el alma está en pecado, está escurecida en alguna manera, para que no la pueda
ver, el que está en ella digo, y no por culpa de la pieza que no sé darme a entender, sino
porque con tantas cosas malas de culebras y víboras y cosas emponzoñosas, que
entraron con él, no le dejan advertir a la luz. Como si uno entrase en una parte adonde
entra mucho sol, y llevase tierra en los ojos, que casi no los pudiese abrir; clara está la
pieza, mas él no lo goza por el impedimento u cosas de estas fieras y bestias, que le
hacen cerrar los ojos para no ver sino a ellas. Ansí me parece que debe ser un alma, que
anque no está en mal estado, está tan metida en cosas del mundo, y tan empapada en la
hacienda u honra u negocios, como tengo dicho, que anque en hecho de verdad se
querría ver y gozar de su hermosura, no le dejan, ni parece que puede escabullirse de
tantos impedimentos. Y conviene mucho para haber de entrar a las segundas Moradas,
que procure dar de mano a las cosas y negocios no necesarios, cada uno conforme a su
estado. Que es cosa que le importa tanto para llegar a la Morada principal, que si no
comienza a hacer esto, lo tengo por imposible, y an estar sin mucho peligro en la que
está, anque haya ésta entrado en el Castillo, porque entre cosas tan ponzoñosas, una vez
u otra es imposible dejarle de morder.
¿Pues qué sería, hijas, si a las que ya están libres de estos tropiezos, como nosotras, y
hemos ya entrado muy más dentro a otras Moradas secretas del Castillo, si por nuestra
culpa tornásemos a salir a estas baraúndas, como por nuestros pecados debe haber
muchas personas, que las ha hecho mercedes, y por su culpa las echan a esta miseria?
Acá libres estamos en lo esterior; en lo interior plega el Señor que lo estemos, y nos
libre. Guardaos, hijas mías, de cuidados ajenos. Mirá que en pocas Moradas de este
Castillo dejan de combatir los demonios. Verdad es que en algunas tienen fuerza las
guardas para pelear, como creo he dicho, que son las potencias; mas es mucho menester
no nos descuidar para entender sus ardides, y que no nos engañe hecho ángel de luz, que
hay una multitud de cosas con que nos puede hacer daño entrando poco a poco, y hasta
haberle hecho no le entendemos. Yo os dije otra vez, que es como una lima sorda, que
hemos menester entenderle a los principios. Quiero decir alguna cosa para dároslo
mejor a entender. Poned en una hermana varios ímpetus de penitencia, que le parece no
tiene descanso, sino cuando se está atormentando. Este principio bueno es; mas si la
priora ha mandado que no hagan penitencia sin licencia, y le hace parecer que en cosa
tan buena bien se puede atrever, y escondidamente se da tal vida que viene a perder la
salud, y no hacer lo que manda su Regla, ya veis en qué paró este bien. Poné a otra un
celo de la perfección muy grande; esto muy bueno es; mas podría venir de aquí, que
cualquier faltita de las hermanas le pareciese una gran quiebra, y un cuidado de mirar si
las hacen, y acudir a la priora; y an a las veces podría ser no ver las suyas, por el gran
celo que tiene de la relisión: como las otras no entienden lo interior y ven el cuidado,
podría ser no la tomar tan bien.
Lo que aquí pretende el Demonio no es poco, que es enfriar la caridad y el amor de
unas con otras, que sería gran daño. Entendamos, hijas mías, que la perfeción verdadera
es amor de Dios y del prójimo, y mientra con más perfeción guardaremos estos dos
mandamientos, seremos más perfetas. Toda nuestra Regla y Costituciones no sirven de
otra cosa sino de medios para guardar esto con más perfeción. Dejémonos de celos
indiscretos, que nos pueden hacer mucho daño: cada una se mire a sí. Porque en otra
parte os he dicho harto sobre esto, no me alargaré. Importa tanto este amor de unas con
otras, que nunca querría que se os olvidase; porque de andar mirando en las otras unas
9/87
naderías, que a las veces no será imperfeción, sino como sabemos poco quizá lo
echaremos a la peor parte, puede el alma perder la paz y an inquietar la de otras; mirá si
costaría caro la perfeción. También podría el Demonio poner esta tentación con la
priora, y sería más peligrosa. Para esto es menester mucha discreción; porque si fuesen
cosas que van contra la Regla y Costitución, es menester que no todas veces se eche a
buena parte, sino avisarla; y si no se enmendare, a el perlado: esto es caridad. Y también
con las hermanas, si fuese alguna cosa grave; y dejarlo todo por miedo si es tentación,
sería la mesma tentación. Mas hase de advertir mucho, porque no nos engañe el
Demonio, no lo tratar una con otra, de que aquí puede sacar el Demonio gran ganancia y
comenzar costumbre de mormuración, sino con quien ha de aprovechar, como tengo
dicho. Aquí, gloria a Dios, no hay tanto lugar, como se guarda tan contino silencio, mas
bien es que estemos sobreaviso.
Moradas segundas
Capítulo único
Ahora vengamos a hablar cuáles serán las almas que entran a las segundas Moradas
y qué hacen en ellas. Querría deciros poco, porque lo he dicho en otras partes bien
largo, y será imposible dejar de tornar a decir otra vez mucho de ello, porque cosa no se
me acuerda de lo dicho; que si se pudiera guisar de diferentes maneras, bien sé que no
os enfadárades, como nunca nos cansamos de los libros que tratan de esto, con ser
muchos.
Es de los que ya han comenzado a tener oración y entendido lo que les importa, no se
quedar en las primeras Moradas; mas no tienen an determinación para dejar muchas
veces de estar en ella, porque no dejan las ocasiones, que es harto peligro. Mas harta
misericordia es que algún rato procuren huir de las culebras y cosas emponzoñosas y
entiendan que es bien dejarlas. éstos, en parte, tienen harto más trabajo que los
primeros, anque no tanto peligro; porque ya parece lo entienden, y hay gran esperanza
de que entrarán más adentro. Digo que tienen más trabajo, porque los primeros son
como mudos, que no oyen, y ansí pasan mejor su trabajo de no hablar, lo que no
pasarían sino muy mayor, los que oyesen y no pudiesen hablar; mas no por eso se desea
más lo de los que no oyen, que, en fin, es gran cosa entender lo que nos dicen. Ansí
éstos entienden los llamamientos que les hace el Señor; porque, como van entrando más
cerca de donde está su Majestad es muy buen vecino, y tanta su misericordia y bondad,
que an estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos y baraterías del
mundo, y an cayendo y levantando en pecados, porque estas bestias son tan ponzoñosas,
y peligrosa su compañía, y bulliciosas, que por maravilla dejarán de tropezar en ellas
para caer, con todo esto, tiene en tanto este Señor nuestro que le queramos y
procuremos su compañía, que una vez u otra no nos deja de llamar, para que nos
acerquemos a él; y es esta voz tan dulce, que se deshace la pobre alma en no hacer
luego lo que le manda; y ansí, como digo, es más trabajo que no lo oír. No digo que son
estas voces y llamamientos como otras que diré después, sino con palabras que oyen a
gente buena, u sermones, u con lo que leen en buenos libros, y cosas muchas que habéis
oído, por donde llama Dios, u enfermedades, trabajos, y también con una verdad que
enseña en aquellos ratos que estamos en la oración, sean cuan flojamente quisierdes,
tiénelos Dios en mucho. Y vosotras, hermanas, no tengáis en poco esta primer merced,
ni os desconsoléis, anque no respondáis luego al Señor, que bien sabe su Majestad
aguardar muchos días y años, en especial cuando ve perseverancia y buenos deseos.
Esta es lo más necesario aquí, porque con ellas jamás se deja de ganar mucho. Mas es
terrible la batería que aquí dan los demonios, de mil maneras, y con más pena del alma
que an en la pasada; porque acullá estaba muda y sorda, al menos oía muy poco y
resestía menos, como quien tiene, en parte, perdida la esperanza de vencer. Aquí está el
entendimiento más vivo y las potencias más hábiles: andan los golpes y la artillería de
manera que no lo puede el alma dejar de oír. Porque aquí es el representar los demonios
estas culebras de las cosas del mundo y el hacer los contentos de él casi eternos: la
estima en que está tenido en él, los amigos y parientes, la salud en las cosas de
penitencia, que siempre comienza el alma que entra en esta Morada a desear hacer
alguna, y otras mil maneras de impedimentos. ¡Oh Jesús, qué es la baraúnda que aquí
ponen los demonios y las afliciones de la pobre alma, que no sabe si pasar adelante u
tornar a la primera pieza! Porque la razón, por otra parte, le representa el engaño que es
pensar que todo esto vale nada en comparación de lo que pretende; la fe la enseña cuál
es lo que le cumple; la memoria le representa en lo que paran todas estas cosas,
trayéndole presente la muerte de los que mucho gozaron estas cosas que ha visto; cómo
algunas ha visto súpitas, cuán presto son olvidados de todos, cómo ha visto a algunos
que conoció en gran prosperidad pisar debajo de la tierra, y an pasado por la sepultura él
muchas veces, y mirar que están en aquel cuerpo hirviendo muchos gusanos, y otras
hartas cosas que le pueden poner delante. La voluntad se inclina a amar adonde tan
innumerables cosas y muestras ha visto de amor, y querría pagar alguna; en especial se
le pone delante, cómo nunca se quita de con él este verdadero amador, acompañándole,
dándole vida y ser. Luego el entendimiento acude con darle a entender que no puede
cobrar mejor amigo, anque viva muchos años; que todo el mundo está lleno de falsedad,
y estos contentos que le pone el Demonio de trabajos y cuidados y contradiciones, y le
dice que esté cierto, que fuera de este Castillo no hallará siguridad ni paz; que se deje de
andar por casas ajenas, pues la suya es tan llena de bienes, si la quiere gozar, que quién
hay que halle todo lo que ha menester como en su casa, en especial teniendo tal huésped
que le hará señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el hijo
pródigo, comiendo manjar de puercos. Razones son éstas para vencer los demonios.
Mas, ¡oh Señor y Dios mío, que la costumbre en las cosas de vanidad, y el ver que todo
el mundo trata de esto, lo estraga todo! Porque está tan muerta la fe, que queremos más
lo que vemos que lo que ella nos dice. Y, a la verdad, no vemos sino harta mala ventura
en los que se van tras estas cosas visibles; mas eso han hecho estas cosas emponzoñosas
que tratamos, que, como si a uno muerde una víbora, se emponzoña todo y se hincha,
ansí es acá: no nos guardamos; claro está que es menester muchas curas para sanar, y
harta merced nos hace Dios si no morimos de ello. Cierto pasa el alma aquí grandes
trabajos, en especial si entiende el Demonio que tiene aparejo en su condición y
costumbres para ir muy adelante; todo el infierno juntará para hacerle tornar a salir
fuera. ¡Ah, Señor mío, aquí es menester vuestra ayuda, que sin ella no se puede hacer
nada! Por vuestra misericordia, no consintáis que esta alma sea engañada para dejar lo
comenzado. Dadle luz para que vea cómo está en esto todo su bien y para que se aparte
de malas compañías; que grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto; allegarse
no sólo a los que viere en estos aposentos que él está, sino a los que entendiere que han
entrado a los de más cerca; porque le será gran ayuda, y tanto les puede conversar, que
le metan consigo. Siempre esté con aviso de no se dejar vencer; porque si el Demonio le
ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso y todo lo que
le ofrece que tornar a la pieza primera, muy más presto le dejará. Sea varón, y no de los
que se echaban a beber de buzos cuando iban a la batalla, no me acuerdo con quién, sino
que se determine, que va a pelear con todos los demonios, y que no hay mejores armas
que las de la Cruz.
Anque otras veces he dicho esto, importa tanto, que lo torno a decir aquí; es que no
se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de
comenzar a labrar un tan precioso y grande edificio; y si comienza sobre arena, darán
con todo en el suelo; nunca acabarán de andar desgustados y tentados; porque no son
estas las Moradas adonde se llueve la maná; están más adelante, adonde todo sabe a lo
que quiere un alma, porque no quiere sino lo que quiere Dios. Es cosa donosa, que an
nos estamos con mil embarazos y imperfeciones, y las virtudes que an no saben andar,
sino que ha poco que comenzaron a nacer, y an plega a Dios estén comenzadas, ¿y no
habemos vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades? Nunca
os acaezca, hermanas; abrazaos con la Cruz que vuestro esposo llevó sobre sí y
entended que ésta ha de ser vuestra empresa: la que más pudiere padecer, que padezca
más por él, y será la mejor librada. Lo demás, como cosa acesoria, si os lo diere el
Señor, dadle muchas gracias. Pareceros ha que para los trabajos esteriores bien
determinadas estáis, con que os regale Dios en lo interior. Su Majestad sabe mejor lo
que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que nos ha de dar, que nos puede con
razón decir que no sabemos lo que pedimos. Toda la pretensión de quien comienza
oración, y no se os olvide esto, que importa mucho, ha de ser trabajar y determinarse y
desponerse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conformar con la de Dios,
y, como diré después, estad muy cierta que en esto consiste toda la mayor perfeción que
se puede alcanzar en el camino espiritual. Quién más perfetamente tuviere esto, más
recebirá del Señor y más adelante está en este camino; no penséis que hay aquí más
algarabías ni cosas no sabidas y entendidas, que en esto consiste todo nuestro bien. Pues
si erramos en el principio quiriendo luego que el Señor haga la nuestra, y que nos lleve
como imaginamos, ¿qué firmeza puede llevar este edificio? Procuremos hacer lo que es
en nosotros, y guardarnos de estas sabandijas ponzoñosas, que muchas veces quiere el
Señor que nos persigan malos pensamientos y nos aflijan, sin poderlos echar de
nosotras, y sequedades, y an algunas veces permite que nos muerdan, para que nos
sepamos mejor guardar después, y para probar si nos pesa mucho de haberlo ofendido.
Por eso no os desaniméis si alguna vez cayerdes, para dejar de procurar ir adelante, que
an de esa caída sacará Dios bien, como hace el que vende la triaca para probar si es
buena, que bebe la ponzoña primero. Cuando no viésemos en otra cosa nuestra miseria,
y el gran daño que nos hace andar derramados, sino en esta batería que se pasa para
tornarnos a recoger, bastaba. ¿Puede ser mayor mal que no nos hallemos en nuestra
mesma casa? ¿Qué esperanza podemos tener de hallar sosiego en otras cosas, pues en
las propias no podemos sosegar? Sino que tan grandes y verdaderos amigos y parientes,
y con quien siempre, anque no queramos, hemos de vivir, como son las potencias, esas
parecen nos hacen la guerra, como sentidas de las que a ellas les han hecho nuestros
vicios. Paz, paz, hermanas mías, dijo el Señor, y amonestó a sus apóstoles tantas veces;
pues creéme que si no la tenemos y procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en
los estraños. Acábese ya esta guerra; por la sangre que derramó por nosotros lo pido yo
a los que no han comenzado a entrar en sí, y a los que han comenzado, que no baste
para hacerlos tornar atrás. Miren que es peor la recaída que la caída; ya ven su pérdida;
confíen en la misericordia de Dios y no nada en sí, y verán cómo su Majestad le lleva de
unas Moradas a otras, y le mete en la tierra adonde estas fieras ni le puedan tocar ni
cansar, sino que él las sujete a todas y burle de ellas y goce de muchos más bienes que
podría desear, an en esta vida digo. Porque, como dije al principio, os tengo escrito
cómo os habéis de haber en estas turbaciones, que aquí pone el Demonio, y cómo no ha
de ir a fuerza de brazos el comenzarse a recoger, sino con suavidad, para que podáis
estar más continuamente, no lo diré aquí, mas que de mi parecer hace mucho al caso
tratar con personas espirimentadas; porque en cosas que son necesario hacer, pensaréis
que hay gran quiebra: como no sea el dejarlo, todo lo guiará el Señor a nuestro
provecho, anque no hallemos quien nos enseñe, que para este mal no hay remedio, si no
se torna a comenzar, sino ir perdiendo poco a poco cada día más el alma, y an plega a
Dios que lo entienda. Podría alguna pensar, que si tanto mal es tornar atrás, que mejor
será nunca comenzarlo, sino estarse fuera del Castillo. Ya os dije al principio, y el
mesmo Señor lo dice, que quien anda en el peligro en él perece, y que la puerta para
entrar en este Castillo es la oración. Pues pensar que hemos de entrar en el Cielo y no
entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a
Dios, y pidiéndole muchas veces misericordia es desatino. El mesmo Señor dice:
Ninguno subirá a mi Padre sino por mí (no sé si dice así, creo que sí), y quien me ve a
mí, ve a mi Padre. Pues si nunca le miramos y consideramos lo que le debemos, y la
muerte que pasó por nosotros, no sé cómo le podemos conocer ni hacer obras en su
servicio. Porque la fe sin ellas y sin ir llegadas al valor de los merecimientos de
Jesucristo, bien nuestro, ¿qué valor pueden tener? ¿Ni quién nos despertará a amar a
este Señor? Plega a su Majestad nos dé a entender lo mucho que le costamos y cómo no
es más siervo que el Señor, y que hemos menester obrar para gozar su gloria y que para
esto no es necesario orar, para no andar siempre en tentación.
Moradas terceras
Capítulo primero
A los que por misericordia de Dios han vencido estos combates y, con la
perseverancia, entrado a las terceras Moradas, ¿qué les diremos, sino: bienaventurado el
varón que teme al Señor? No ha sido poco hacer su Majestad que entienda yo ahora qué
quiere decir el romance de este verso a este tiempo, según soy torpe en este caso. Por
cierto, con razón le llamaremos bienaventurado, pues si no torna atrás, a lo que
podemos entender, lleva camino seguro de salvación. Aquí veréis, hermanas, lo que
importa vencer las batallas pasadas; porque tengo por cierto que nunca deja el Señor de
ponerle en siguridad de conciencia, que no es poco bien. Digo en siguridad, y dije mal,
que no hay en esta vida, y por eso siempre entended que digo: si no torna a dejar el
camino comenzado. Harto gran miseria es vivir en vida que siempre hemos de andar
como los que tienen enemigos a la puerta, que ni pueden dormir ni comer sin armas, y
siempre con sobresalto, si por alguna parte pueden desportillar esta fortaleza. ¡Oh Señor
mío y bien mío! ¡Cómo queréis que se desee vida tan miserable, que no es posible dejar
de querer y pedir nos saquéis de ella, si no es con esperanza de perderla por Vos, u
gastarla muy de veras en vuestro servicio, y, sobre todo, entender que es vuestra
voluntad! Si lo es, Dios mío, muramos con Vos, como dijo Santo Tomás, que no es otra
cosa, sino morir muchas veces, vivir sin Vos y con estos temores de que puede ser
posible perderos para siempre. Por eso digo, hijas, que la bienaventuranza que hemos de
pedir es estar ya en siguridad con los bienaventurados; que con estos temores, ¿qué
contento puede tener quien todo su contento es contentar a Dios? Y considerá que éste y
muy mayor tenían algunos santos que cayeron en graves pecados, y no tenemos seguro
que nos dará Dios la mano para salir de ellos y hacer la penitencia que ellos (entiéndese
del ausilio particular). Por cierto, hijas mías, que estoy con tanto temor escribiendo esto
que no sé cómo lo escribo ni cómo vivo cuando se me acuerda, que es muy muchas
veces. Pedidle, hijas mías, que viva su Majestad en mí siempre, porque si no es ansí,
¿qué siguridad puede tener una vida tan mal gastada como la mía? Y no os pese de
entender que esto es ansí, como algunas veces lo he visto en vosotras cuando os lo digo,
y procede de que quisiérades que hubiera sido muy santa, y tenéis razón: también lo
quisiera yo; ¡mas qué tengo de hacer!, si lo perdí por sola mi culpa; que no me quejaré
de Dios, que dejó de darme bastantes ayudas para que se cumplieran vuestros deseos;
que no puedo decir esto sin lágrimas y gran confusión de ver que escriba yo cosa para
las que me puedan enseñar a mí. ¡Recia obidiencia ha sido! Plega al Señor que, pues se
hace por él, sea para que os aprovechéis de algo, porque le pidáis que perdone a esta
miserable atrevida. Mas bien sabe su Majestad que sólo puedo presumir de su
misericordia, y ya que no puedo dejar de ser la que he sido, no tengo otro remedio sino
llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, Madre suya, cuya
hábito indinamente trayo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta
Señora verdaderamente; y ansí no tenéis para qué os afrentar de que sea yo ruin, pues
tenéis tan buena Madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta
Señora y el bien de tenerla por patrona, pues no han bastado mis pecados, y ser la que
soy, para dislustrar en nada esta sagrada Orden. Mas una cosa os aviso: que no por ser
tal y tener tal Madre estéis siguras, que muy santo era David, y ya veis lo que fue
Salomón; ni hagáis caso del encerramiento y penitencia en que vivís, ni os asegure el
tratar siempre de Dios y ejercitaros en la oración tan contino y estar tan retiradas de las
cosas del mundo y tenerlas a vuestro parecer aborrecidas. Bueno es todo esto, mas no
basta, como he dicho, para que dejemos de temer, y ansí continúa este verso y traedle en
la memoria muchas veces: veatus vir, qui timed Dominum.
Ya no sé lo que decía, que me he divertido mucho, y en acordándome de mí, se me
quiebran las alas para decir cosa buena, y ansí lo quiero dejar por ahora, tornando a lo
que os comencé a decir, de las almas que han entrado a las terceras Moradas, que nos
las ha hecho el Señor pequeña merced en que hayan pasado las primeras dificultades,
sino muy grande. De éstas, por la bondad del Señor, creo hay muchas en el mundo: son
muy deseosas de no ofender a su Majestad, an de los pecados veniales se guardan, y de
hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse
en obras de caridad con los prójimos, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno
de casa los que las tienen. Cierto, estado para desear, y que, al parecer, no hay por qué
se les niegue la entrada hasta la postrera Morada, ni se la negara el Señor, si ellos
quieren, que linda dispusición es para que les haga toda merced. ¡Oh Jesús! y ¿quién
dirá que no quiere un tan gran bien, habiendo ya en especial pasado por lo más
trabajoso? No, ninguna. Todas decimos que lo queremos; mas como an es menester
más, para que del todo posea el Señor el alma, no basta decirlo, como no bastó a el
mancebo cuando le dijo el Señor que si quería ser perfeto. Desde que comencé a hablar
en estas Moradas le trayo delante, porque somos ansí al pie de la letra, y lo más
ordinario vienen de aquí las grandes sequedades en la oración, anque también hay otras
causas, y dejo unos trabajos interiores que tienen muchas almas buenas, intolerables, y
muy sin culpa suya, de los cuales siempre las saca el Señor con mucha ganancia, y de
las que tienen melancolía y otras enfermedades. En fin, en todas las cosas hemos de
dejar aparte los juicios de Dios. De lo que yo tengo para mí que es lo más ordinario, es
lo que he dicho; porque como estas almas se ven, que por ninguna cosa harían un
pecado, y muchas que an venial, de advertencia, no le harían, y que gastan bien su vida
y su hacienda, no pueden poner a paciencia que se les cierre la puerta para entrar adonde
está nuestro Rey, por cuyos vasallos se tienen, y lo son; mas anque acá tenga muchos el
Rey de la tierra, no entran todos hasta su cámara. Entrad, entrad, hijas mías, en lo
interior; pasá adelante de vuestras obrillas, que por ser cristianas debéis todo eso y
mucho más, y os basta que seáis vasallas de Dios: no queráis tanto que os quedéis sin
nada. Mirad los santos que entraron a la cámara de este Rey, y veréis la diferencia que
hay de ellos a nosotras. No pidáis lo que no tenéis merecido ni había de llegar a nuestro
pensamiento, que por mucho que sirvamos, lo hemos de merecer los que hemos
ofendido a Dios. ¡Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso,
que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es
un poco de falta de ella. Digo que dejo los trabajos grandes interiores que he dicho, que
aquéllos son mucho más que falta de devoción. Probémonos a nosotras mesmas,
hermanas mías, u pruébenos el Señor, que lo sabe bien hacer, anque muchas veces no
queremos entenderlo, y vengamos a estas almas tan concertadas; veamos qué hacen por
Dios, y luego veremos como no tenemos razón de quejarnos de su Majestad; porque si
le volvemos las espaldas y nos vamos tristes, como el mancebo del Evangelio, cuando
nos dice lo que hemos de hacer para ser perfetos, ¿qué queréis que haga su Majestad,
que ha de dar el premio conforme a el amor que le tenemos? Y este amor, hijas, no ha
de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras, y no penséis que ha
menester nuestras obras, sino la determinación de nuestra voluntad. Parecernos ha que
las que tenemos hábitos de relisión y le tomamos de nuestra voluntad, y dejamos todas
las cosas del mundo y lo que teníamos por él (anque sea las redes de san Pedro, que
harto le parece que da quien da lo que tiene), que ya está todo hecho. Harto buena
dispusición es, si persevera en aquello y no se torna a meter en las sabandijas de las
primeras piezas, anque sea con el deseo, que no hay duda, sino que si persevera en esta
desnudez y dejamiento de todo, que alcanzará lo que pretende. Mas ha de ser con
condición, y mirá que os aviso de esto, que se tenga por siervo sin provecho, como dice
san Pablo, u Cristo, y crea que no ha obligado a nuestro Señor para que le haga
semejantes mercedes; antes, como quien más ha recibido, queda más adeudado. ¿Qué
podemos hacer por un Dios tan generoso, que murió por nosotros y nos crió y da ser,
que no nos tengamos por venturosos en que se vaya desquitando algo de lo que le
debemos, por lo que nos ha servido (de mala gana dije esta palabra, mas ello es ansí,
que no hizo otra cosa todo lo que vivió en el mundo), sin que le pidamos mercedes de
nuevo y regalos? Mirad mucho, hijas, algunas cosas que aquí van apuntadas, anque
arrebujadas, que no lo sé más declarar; el Señor os lo dará a entender, para que saquéis
de las sequedades humildad, y no inquietud, que es lo que pretende el Demonio; y creé
que adonde la hay de veras, que anque nunca dé Dios regalos, dará una paz y
conformidad con que anden más contentas que otros con regalos, que muchas veces,
como habéis leído, los da la divina Majestad a los mas flacos, anque creo de ellos que
no los trocarían por las fortalezas de los que andan con sequedad. Somos amigos de
contentos más que de cruz. Pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades, para que nos
conozcamos.
Capítulo segundo
Yo he conocido algunas almas, y an creo puedo decir hartas, de las que han llegado a
este estado, y estado y vivido muchos años en esta retitud y concierto alma y cuerpo, a
lo que se puede entender, y después de ellos, que ya parecen habían de estar señores del
mundo, al menos bien desengañados dél, probarlos su Majestad en cosas no muy
grandes y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me trayan
tonta, y an temerosa harto. Pues darles consejo no hay remedio, porque como ha tanto
que tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros y que les sobra razón en
sentir aquellas cosas. En fin, que yo no he hallado remedio, ni le hallo para consolar a
semejantes personas, si no es mostrar gran sentimiento de su pena, y a la verdad se tiene
de verlos sujetos a tanta miseria, y no contradecir su razón, porque todas las conciertan
en su pensamiento, que por Dios las sienten, y ansí, no acaban de entender que es
imperfeción; que es otro engaño para gente tan aprovechada, que de que lo sientan no
hay que espantar, anque a mi parecer había de pasar presto el sentimiento de cosas
semejantes. Porque muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y
aparta un poco su favor, que no es menester más, que ausadas que nos conozcamos bien
presto. Y luego se entiende esta manera de probarlos, porque entienden ellos su falta
muy claramente, y a las veces les da más pena ésta de ver que sin poder más, sienten
cosas de la tierra, y no muy pesadas, por lo mesmo de que tienen pena. Esto téngolo yo
por gran misericordia de Dios, y anque es falta, muy gananciosa para la humildad. En
las personas que digo no es ansí, sino que canonizan, como he dicho, en sus
pensamientos, estas cosas, y ansí querrían que otros las canonizasen. Quiero decir
algunas de ellas, porque nos entendamos y nos probemos a nosotras mesmas antes que
nos pruebe el Señor, que sería muy gran cosa estar apercebidas y habernos entendido
primero.
Viene a una persona rica sin hijos ni para quien querer la hacienda, una falta della;
mas no es de manera que en lo que le queda le puede faltar lo necesario para sí y para su
casa, y sobrado; si éste anduviese con tanto desasosiego y inquietud, como si no le
quedara un pan que comer, ¿cómo ha de pedirle nuestro Señor que lo deje todo por él?
Aquí entra el que lo siente porque lo quiere para los pobres. Yo creo que quiere Dios
más que yo me conforme con lo que su Majestad hace, y anque lo procure, tenga quieta
mi alma, que no esta caridad. Y ya que no lo hace, porque no ha llegádole el Señor a
tanto, enhorabuena; mas entienda que le falta esta libertad de espíritu, y con esto se
disporná para que el Señor se la dé, porque se la pedirá. Tiene una persona bien de
comer, y an sobrado; ofrécesele poder adquirir más hacienda: tomarlo si se lo dan,
enhorabuena, pase; mas procurarlo, y después de tenerlo procurar más y más, tenga
cuan buena intención quisiere, que si debe tener, porque, como he dicho, son estas
personas de oración y virtuosas, que no hayan miedo que suban a las Moradas más
juntas a el Rey. De esta manera es, si se les ofrece algo de que los desprecien u quiten
un poco de honra, que anque les hace Dios merced de que lo sufran bien muchas veces,
porque es muy amigo de favorecer la virtud en público, porque no padezca la mesma
virtud en que están tenidos y an será porque le han servido, que es muy bueno este Bien
nuestro, allá les queda una inquietud, que no se pueden valer ni acaba de acabarse tan
presto. ¡Válame Dios! ¿No son éstos los que ha tanto que consideran como padeció el
Señor y cuán bueno es padecer y an lo desean? Querrían a todos tan concertados como
ellos train sus vidas, y plega a Dios que no piensen que la pena que tienen es de la culpa
ajena y la hagan en su pensamiento meritoria. Pareceros ha, hermanas, que hablo fuera
de propósito y no con vosotras, porque estas cosas no las hay acá, que ni tenemos
hacienda, ni la queremos, ni procuramos, ni tampoco nos injuria nadie; por eso las
comparaciones no es lo que pasa, mas sácase de ellas otras muchas cosas que pueden
pasar, que ni sería bien señalarlas ni hay para qué; por éstas entenderéis si estáis bien
desnudas de lo que dejastes, porque cosillas se ofrecen, anque no tan de esta suerte, en
que os podéis muy bien probar y entendé si estáis señoras de vuestras pasiones. Y
creéme que no está el negocio en tener hábito de relisión u no, sino en procurar ejercitar
las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra
vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga
nuestra voluntad, sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí, como he dicho,
humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque si la hay de veras, anque tarde
algún tiempo, verná el zurujano, que es Dios, a sanarnos.
Las penitencias que hacen estas almas son tan concertadas como su vida; quiérenla
mucho, para servir a nuestro Señor con ella, que todo esto no es malo, y ansí tienen gran
discreción en hacerlas, porque no dañen a la salud. No hayáis miedo que se maten,
porque su razón está muy en sí. No está an el amor para sacar de razón; mas querría yo
que la tuviésemos para no nos contentar con esta manera de servir a Dios siempre a un
paso que nunca acabaremos de andar este camino. Y como nuestro parecer siempre
andamos y nos cansamos, porque creed que es un camino brumador, harto bien será que
no nos perdamos. Mas ¿paréceos, hijas, si yendo a una tierra desde otra pudiésemos
llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año, por ventas y nieves y aguas y
malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez?, porque todo esto hay y peligros
de serpientes. ¡Oh, qué buenas señas podré yo dar de esto! Y plega a Dios que haya
pasado de aquí, que hartas veces me parece que no. Como vamos con tanto seso, todo
nos ofende, porque todo lo tememos, y ansí, no osamos pasar adelante, como si
pudiésemos nosotras llegar a estas Moradas y que otros anduviesen el camino. Pues no
es esto posible, esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor: dejemos nuestra
razón y temores en sus manos; olvidemos esta flaqueza natural, que nos puede ocupar
mucho. El cuidado de estos cuerpos ténganle los perlados; allá se avengan; nosotras de
sólo caminar apriesa para ver este Señor, que anque el regalo que tenéis es poco u
nenguno, el cuidado de la salud nos podría engañar. Cuanto más, que no se terná más
por esto, yo lo sé, y también sé que no está el negocio en lo que toca a el cuerpo, que
esto es lo menos, que el caminar que digo es con una grande humildad; que si habéis
entendido, aquí creo está el daño de las que no van adelante, sino que nos parezca que
hemos andado pocos pasos, y lo creamos ansí, y los que andan nuestras hermanas nos
parezcan muy presurosos, y no sólo deseemos, sino que procuremos nos tengan por la
más ruin de todas. Y con esto este estado es ecelentísimo, y si no, toda nuestra vida nos
estaremos en él, y con mil penas y miserias; porque, como no hemos dejado a nosotras
mesmas, es muy trabajoso y pesado, porque vamos muy cargadas desta tierra de nuestra
miseria, lo que no van los que suben a los aposentos que faltan. En éstos no deja el
Señor de pagar como justo, y an como misericordioso, que siempre da mucho más que
merecemos con darnos contentos harto mayores que los podemos tener en los que dan
los regalos y detraimientos de la vida. Mas no pienso que da muchos gustos, si no es
alguna vez para convidarlos con ver lo que pasa en las demás Moradas, porque se
dispongan para entrar en ellas. Pareceros ha que contentos y gustos, todo es uno; ¿que
para qué hago esta diferencia en los nombres? A mí paréceme que la hay muy grande;
ya me puedo engañar. Diré lo que en esto entendiere en las Moradas cuartas, que vienen
tras éstas, porque como se habrá de declarar algo de los gustos que allí da el Señor,
viene mejor. Y anque parece sin provecho, podrá ser de alguno, para que, entendiendo
lo que es cada cosa, podáis esforzaros a seguir lo mejor, y es mucho consuelo para las
almas que Dios llega allí, y confusión para las que les parece que lo tienen todo, y si son
humildes moverse han a hacimiento de gracias. Si hay alguna falta de esto, darles ha un
deabrimiento interior y sin propósito, pues no está la perfeción en los gustos, sino en
quien ama más, y el premio lo mesmo, y en quien mejor obrare con justicia y verdad.
Pareceros ha que ¿de qué sirve tratar destas mercedes interiores y dar a entender cómo
son, si es esto verdad, como lo es? Yo no lo sé; pregúntese a quien me lo manda
escribir, que yo no soy obligada a disputar con los superiores, sino a obedecer, ni sería
bien hecho. Lo que os puedo decir con verdad es que cuando yo no tenía, ni an sabría
por espiriencia, ni pensaba saberle en mi vida, y con razón, que harto contento fuera
para mí saber u por conjeturas entender que agradaba a Dios en algo, cuando leía en los
libros de estas mercedes y consuelos que hace el Señor a las almas que le sirven, me le
daba grandísimo, y era motivo para que mi alma diese grandes alabanzas a Dios. Pues si
la mía, con ser tan ruin, hacía esto, las que son buenas y humildes le alabarán mucho
más, y por sola una que le alabe una vez, es muy bien que se diga a mi parecer, y que
entendamos el contento y deleites que perdemos por nuestra culpa. Cuanto más que, si
son de Dios, vienen cargados de amor y fortaleza, con que se puede caminar más sin
trabajo y ir creciendo en las obras y virtudes. No penséis que importa poco que no
quede por nosotros, que cuando no es nuestra falta, justo es el Señor, y su Majestad os
dará por otros caminos lo que os quita por éste, por lo que su Majestad sabe, que son
muy ocultos sus secretos; al menos será lo que más nos conviene, sin duda nenguna.
Lo que me parece nos haría mucho provecho a las que, por la bondad del Señor,
están en este estado, que, como he dicho, no les hace poca misericordia, porque están
muy cerca de subir a más, es estudiar mucho en la prontitud de la obediencia, y anque
no sean relisiosos, sería gran cosa, como lo hacen muchas personas, tener a quien
acudir, para no hacer en nada su voluntad, que es lo ordinario en que nos dañamos, y no
buscar otro de su humor, como dicen, que vaya con tanto tiento en todo, sino procurar
quien esté con mucho desengaño de las cosas del mundo, que en gran manera aprovecha
tratar con quien ya le conoce, para conocernos. Y porque algunas cosas que nos parecen
imposibles, viéndolas en otros tan posibles, y con la suavidad que las llevan, anima
mucho y parece que con su vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las
aves cuando se enseñan, que anque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco
imitan a sus padres, en gran manera aprovecha esto: yo lo sé. Acertarán, por
determinadas que estén, en no ofender a el Señor personas semejantes, no se meter en
ocasiones de ofenderle; porque como están cerca de las primeras Moradas, con facilidad
se podrán tornar a ellas, porque su fortaleza no está fundada en tierra firme, como los
que están ya ejercitados en padecer, que conocen las tempestades del mundo, cuán poco
hay que temerlas ni que desear sus contentos, y sería posible con una persecución
grande volverse a ellos, que sabe bien urdirlas el Demonio para hacernos mal, y que,
yendo con buen celo, quiriendo quitar pecados ajenos, no pudiese resistir lo que sobre
esto se le podría suceder. Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho
de personas tan concertadas espantarse de todo; y, por ventura, de quien nos espantamos
podríamos bien deprender en lo principal, y en la compostura esterior y en su manera de
trato le hacemos ventajas; y no es esto lo de más importancia, anque es bueno, ni hay
para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino, ni ponerse a enseñar el del
espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es, que con estos deseos que nos da Dios,
hermanas, del bien de las almas, podemos hacer muchos yerros, y ansí, es mejor
llegarnos a lo que dice nuestra Regla: en silencio y esperanza procurar vivir siempre,
que el Señor terná cuidado de sus almas; como no nos descuidemos nosotras en
suplicarlo a su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre
bendito.
Moradas cuartas
Capítulo primero
Para comenzar a hablar de las cuartas Moradas bien he menester lo que he hecho,
que es encomendarme a el Espíritu Santo, y suplicarle de aquí adelante hable por mí
para decir algo de las que quedan, de manera que lo entendáis, porque comienzan a ser
cosas sobrenaturales, y es dificultosísimo de dar a entender, si su Majestad no lo hace,
como en otra parte que se escribió, hasta donde yo había entendido, catorce años ha,
poco más u menos; anque un poco más luz me parece tengo destas mercedes que el
Señor hace a algunas almas, es diferente el saberlas decir. Hágalo su Majestad, si se ha
de seguir algún provecho, y si no, no. Como ya estas Moradas se llegan más adonde está
el Rey, es grande su hermosura, y hay cosas tan delicadas que ver y que entender, que el
entendimiento no es capaz para poder dar traza cómo se diga siquiera algo que venga
tan al justo que no quede bien escuro para los que no tienen espiriencia, que quien la
tiene muy bien lo entenderá, en especial si es mucha. Parecerá que para llegar a estas
Moradas se ha de haber vivido en las otras mucho tiempo, y anque lo ordinario es que
se ha de haber estado en la que acabamos de decir, no es regla cierta, como ya habréis
oído muchas veces, porque da el Señor cuando quiere y como quiere y a quien quiere,
como bienes suyos, que no hace agravio a nadie. En estas Moradas pocas veces entran
las cosas ponzoñosas, y si entran, no hacen daño, antes dejan con ganancia; y tengo por
muy mejor cuando entran y dan guerra en este estado de oración, porque podría el
Demonio engañar, a vueltas de los gustos que da Dios, si no hubiese tentaciones, y
hacer mucho más daño que cuando las hay, y no ganar tanto el alma, por lo menos
apartando todas las cosas que la han de hacer merecer, y dejarla en un embebecimiento
ordinario. Que cuando lo es en un ser, no le tengo por siguro, ni me parece posible estar
en un ser el espíritu del Señor en este destierro. Pues hablando de lo que dije que diría
aquí de la diferencia que hay entre contentos en la oración, u gustos, los contentos me
parece a mí se pueden llamar los que nosotros adquirimos con nuestra meditación y
peticiones a nuestro Señor, que procede de nuestro natural, anque, en fin, ayuda para
ellos Dios, que hase de entender en cuanto dijere que no podemos nada sin él, mas
nacen de la mesma obra virtuosa que hacemos, y parece a nuestro trabajo lo hemos
ganado, y con razón nos da contento habernos empleado en cosas semejantes. Mas si lo
consideramos, los mesmos contentos ternemos en muchas cosas que nos pueden suceder
en la tierra. Ansí en una gran hacienda que de presto se provea alguno; como de ver una
persona que mucho amamos, de presto; como de haber acertado en un negocio
importante y cosa grande, de que todos dicen bien; como si a alguna le han dicho que es
muerto su marido u hermano u hijo, y le ve venir vivo. Yo he visto derramar lágrimas
de un gran contento, y an me ha acaecido alguna vez. Paréceme a mí que ansí como
estos contentos son naturales, ansí en los que nos dan las cosas de Dios, sino que son de
linaje más noble, anque estotros no eran tampoco malos; en fin, comienzan de nuestro
natural mesmo y acaban en Dios: los gustos comienzan de Dios, y siéntelos el natural, y
goza tanto dellos como gozan los que tengo dichos y mucho más. ¡Oh Jesús, y qué
deseo tengo de saber declararme en esto! Porque entiendo a mi parecer muy conocida
diferencia, y no alcanza mi saber a darme a entender; hágalo el Señor. Ahora me
acuerdo en un verso que decimos a Prima al fin del postrer Salmo, que al cabo del verso
dice: Cun dilatasti cor meum. A quien tuviese mucha espiriencia, esto le basta para ver
la diferencia que hay de lo uno a lo otro, a quien no es menester más. Los contentos que
están dichos, no ensanchan el corazón, antes lo más ordinariamente parece aprietan un
poco, anque con contento todo de ver que se hace por Dios; mas vienen unas lágrimas
congojosas que en alguna manera parece las mueve la pasión. Yo sé poco destas
pasiones del alma, que quizá me diera a entender, y lo que procede de la sensualidad y
de nuestro natural, porque soy muy torpe; que yo me supiera declarar, si como he
pasado por ello lo entendiera. Gran cosa es el saber y las letras para todo. Lo que tengo
de espiriencia de este estado, digo de estos regalos y contentos en la meditación, es que
si comenzaba a llorar por la Pasión, no sabía acabar hasta que se me quebraba la cabeza;
si por mis pecados, lo mesmo; harta merced me hacía nuestro Señor, que no quiero yo
ahora esaminar cuál es mejor lo uno u lo otro, sino la diferencia que hay de lo uno a lo
otro querría saber decir. Para estas cosas, algunas veces van estas lágrimas y estos
deseos ayudados del natural y como está la despusición; mas, en fin, como he dicho,
vienen a parar en Dios, anque sea esto. Y es de tener en mucho, si hay humildad, para
entender que no son mejores por eso; porque no se puede entender si son todos efetos
del amor, y cuando sea, es dado de Dios. Por la mayor parte tienen estas devociones las
almas de las Moradas pasadas, porque van casi contino con obra de entendimiento
empleadas en discurrir con el entendimiento y en meditación; y van bien, porque no se
les ha dado más, anque acertarían en ocuparse un rato en hacer atos, y en alabanzas de
Dios, y holgarse de su bondad, y que sea el que es, y en desear su honra y gloria, esto
como pudiere, porque despierta mucho la voluntad; y estén con gran aviso, cuando el
Señor les diere estotro, no lo dejar por acabar la meditación que se tiene de costumbre.
Porque me he alargado mucho en decir esto en otras partes no lo diré aquí; sólo quiero
que estéis advertidas, que para aprovechar mucho en este camino y subir a las Moradas
que deseamos, no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho, y ansí, lo que más
os dispertare a amar, eso haced. Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré
mucho, porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear
contentar en todo a Dios y procurar en cuanto pudiéramos no le ofender, y rogarle que
vaya siempre adelante la honra y la gloria de su Hijo y el aumento de la Ilesia Católica.
éstas son las señales del amor, y no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa y
que si os divertís un poco va todo perdido. Yo he andado en esto de esta baraúnda del
pensamiento bien apretada algunas veces, y habrá poco más de cuatro años que vine a
entender por espiriencia que el pensamiento, u imaginación, porque mejor se entienda,
no es el entendimiento, y preguntélo a un letrado, y díjome que era ansí, que no fue para
mí poco contento; porque como el entendimiento es una de las potencias del alma,
hacíaseme recia cosa estar tan tortolito a veces, y lo ordinario vuela el pensamiento de
presto, que sólo Dios puede atarle, cuando nos ata ansí, de manera que parece que
estamos en alguna manera desatados de este cuerpo. Yo vía a mi parecer las potencias
del alma empleadas en Dios y estar recogidas con él, y, por otra parte, el pensamiento
alborotado: traíame tonta. ¡Oh, Señor, tomad en cuenta lo mucho que pasamos en este
camino por falta de saber! Y es el mal que, como no pensamos que hay que saber más
que pensar en Vos, an no sabemos preguntar a los que saben, ni entendemos qué hay
que preguntar, y pásanse terribles trabajos, porque no nos entendemos, y lo que no es
malo, sino bueno, pensamos que es mucha culpa. De aquí proceden las afliciones de
mucha gente que trata de oración, y el quejarse de trabajos interiores, a lo menos mucha
parte en gente que no tiene letras, y vienen las melancolías y a perder la salud, y an a
dejarlo del todo, porque no consideran que hay un mundo interior acá dentro, y ansí
como no podemos tener el movimiento del cielo, sino que anda apriesa con toda
velocidad, tampoco podemos tener nuestro pensamiento; y luego metemos todas las
potencias del alma con él, y nos parece que estamos perdidas, y gastado mal el tiempo
que estamos delante de Dios, y estáse el alma por ventura toda junta con él en las
Moradas muy cercanas, y el pensamiento en el arrabal del Castillo, padeciendo con mil
bestias fieras y ponzoñosas, y mereciendo con este padecer. Y ansí, ni nos ha de turbar
ni lo menos de dejar, que es lo que pretende el Demonio, y por la mayor parte, todas las
inquietudes y trabajos vienen de este no nos entender. Escribiendo esto, estoy
considerando lo que pasa en mi cabeza del gran ruido de ella, que dije al principio, por
donde se me hizo casi imposible poder hacer lo que me mandaban de escribir. No
parece sino que están en ella muchos ríos caudalosos, y, por otra parte, que estas aguas
se despeñan; muchos pajarillos y silbos, y no en los oídos, sino en lo superior de la
cabeza, adonde dicen que está lo superior del alma; yo estuve en esto harto tiempo, por
parecer que el movimiento grande del espíritu hacia arriba subía con velocidad. Plega a
Dios que se me acuerde en las Moradas por adelante decir la causa desto, que aquí no
viene bien, y no será mucho que haya querido el Señor darme este mal de cabeza para
entenderlo mejor, porque con toda esta baraúnda de ella no me estorba a la oración ni a
lo que estoy diciendo, sino que el alma se está muy entera en su quietud y amor y
deseos y claro conocimiento. Pues si en lo superior de la cabeza está lo superior del
alma, ¿cómo no la turba? Eso no lo sé yo, mas sé que es verdad lo que digo. Pena da
cuando no es la oración con suspensión, que entonces, hasta que se pasa, no se siente
ningún mal, mas harto mal fuera si por este impedimento lo dejara yo todo. Y ansí, no
es bien que por los pensamientos nos turbemos ni se nos dé nada, que si los pone el
Demonio, cesarán con esto, y si es, como lo es, de la miseria que nos quedó del pecado
de Adán, con otras muchas, tengamos paciencia y sufrámoslo por amor de Dios. Pues
estamos también sujetas a comer y dormir, sin poderlo escusar, que es harto trabajo,
conozcamos nuestra miseria y deseemos ir adonde naide nos menosprecia. Que algunas
veces me acuerdo haber oído esto que dice la Esposa en los Cantares, y verdaderamente
que no hallo en toda la vida cosa adonde con más razón se pueda decir, porque todos los
menosprecios y trabajos que puede haber en la vida no me parece que llegan a estas
batallas interiores. Cualquier desasosiego y guerra se puede sufrir con hallar paz adonde
vivimos, como ya he dicho; mas que queremos venir a descansar de mil trabajos que
hay en el mundo, y que quiera el Señor aparejarnos el descanso, y que en nosotras
mesmas esté el estorbo, no puede dejar de ser muy penoso y casi insufridero. Por eso,
¡llévanos, Señor, adonde no nos menosprecien estas miserias, que parecen algunas veces
que están haciendo burla del alma! An en esta vida la libra el Señor de esto, cuando ha
llegado a la postrera Morada, como diremos si Dios fuere servido. Y no darán a todos
tanta pena estas miserias ni las acometerán, como a mí hicieron muchos años por ser
ruin, que parece que yo mesma me quería vengar de mí. Y como cosa tan penosa para
mí, pienso que quizá será para vosotras ansí, y no hago sino decirlo de un cabo y en
otro, para si acertase alguna vez a daros a entender como es cosa forzosa, y no os traiga
inquietas y afligidas, sino que dejemos andar esta tarabilla de molino, y molamos
nuestra harina, no dejando de obrar la voluntad y el entendimiento. Hay más y menos en
este estorbo, conforme a la salud y a los tiempos. Padezca la pobre alma, anque no tenga
en esto culpa, que otras haremos, por donde es razón que tengamos paciencia. Y porque
no basta lo que leemos y nos aconsejan, que es que no hagamos caso de estos
pensamientos, para las que poco sabemos no me parece tiempo perdido todo lo que
gasto en declararlo más y consolaros en este caso; mas hasta que el Señor nos quiera dar
luz poco aprovecha. Mas es menester y quiere su Majestad que tomemos medios y nos
entendamos, y lo que hace la flaca imaginación y el natural y demonio no pongamos la
culpa a el alma.
Capítulo segundo
¡Válame Dios, en lo que me he metido! Ya tenía olvidado lo que trataba, porque los
negocios y salud me hacen dejarlo al mejor tiempo, y como tengo poca memoria, irá
todo desconcertado, por no poder tornarlo a leer. Y an quizá se es todo desconcierto
cuanto digo; al menos es lo que siento. Paréceme queda dicho de los consuelos
espirituales, como algunas veces van envueltos con nuestras pasiones. Train consigo
unos alborotos de zollosos, y an a personas he oído que se les aprieta el pecho, y an
vienen a movimientos esteriores, que no se pueden ir a la mano, y es la fuerza de
manera que les hace salir sangre de narices, y cosas ansí penosas. Desto no sé decir
nada, porque no he pasado por ello, mas debe quedar consuelo, porque, como digo, todo
va a parar en desear contentar a Dios y gozar de su Majestad. Los que yo llamo gusto de
Dios, que en otra parte lo he nombrado oración de quietud, es muy de otra manera,
como entenderéis las que lo habéis probado por la misericordia de Dios. Hagamos
cuenta para entenderlo mejor que vemos dos fuentes con dos pilas que se hinchen de
agua, que no me hallo cosa más a propósito para declarar algunas de espíritu que esto de
agua, y es, como sé poco y el ingenio no ayuda, y soy tan amiga de este elemento, que
le he mirado con más advertencia que otras cosas; que en todas las que crió tan gran
Dios, tan sabio, debe haber hartos secretos, de que nos podemos aprovechar, y ansí lo
hacen los que lo entienden, anque creo que en cada cosita que Dios crió hay más de lo
que se entiende, anque sea una hormiguita. Estos dos pilones se hinchen de agua de
diferentes maneras: el uno viene de más lejos por muchos arcaduces y artificio; el otro
está hecho en el mesmo nacimiento del agua, y vase hinchendo sin nengún ruido, y si es
el manantial caudaloso, como éste que hablamos, después de henchido este pilón
procede un gran arroyo; ni es menester artificio, ni se acaba el edificio de los arcaduces,
sino siempre está procediendo agua de allí. Es la diferencia que la que viene por
arcaduces es, a mi parecer, los contentos que tengo dicho que se sacan con la
meditación, porque traemos con los pensamientos, ayudándonos de las criaturas en la
meditación y cansando el entendimiento, y como viene, en fin, con nuestras diligencias,
hace ruido cuando ha de haber algún hinchimiento de provechos que hace en el alma,
como queda dicho.
Estotra fuente viene el agua de su mesmo nacimiento, que es Dios, y ansí como su
Majestad quiere, cuando es servido, hacer alguna merced sobrenatural, produce con
grandísima paz y quietud y suavidad, de lo muy interior de nosotros mesmos, yo no sé
hacia dónde ni cómo, ni aquel contento y deleite se siente como los de acá en el
corazón, digo en su principio, que después todo lo hinche: vase revertiendo este agua
por todas las Moradas y potencias, hasta llegar al cuerpo, que por eso dije que comienza
de Dios y acaba en nosotros, que cierto, como verá quien lo hubiere probado, todo el
hombre esterior goza de este gusto y suavidad.
Estaba yo ahora mirando, escribiendo esto, que en el verso que dije: Dilatasti cor
meum, dice que se ensanchó el corazón, y no me parece que es cosa, como digo, que su
nacimiento es del corazón, sino de otra parte an más interior, como una cosa profunda;
pienso que debe ser el centro del alma, como después he entendido y diré a la postre,
que cierto veo secretos en nosotros mesmos que me train espantada muchas veces, ¡y
cuántos más debe haber! ¡Oh Señor mío y Dios mío, qué grandes son vuestras
grandezas! Y andarnos acá como unos pastorcillos bobos, que nos parece alcanzamos
algo de Vos, y debe ser tanto como nonada, pues en nosotros mesmos están grandes
secretos que no entendemos. Digo tanto como nonada, para lo muy mucho que hay en
Vos, que no porque no son muy grandes las grandezas que vemos, an de lo que
podemos alcanzar de vuestras obras. Tornando a el verso, en lo que me puede
aprovechar, a mi parecer, para aquí, es en aquel ensanchamiento, que ansí parece que,
como comienza a producir aquella agua celestial de este manantial que digo, de lo
profundo de nosotros, parece que se va dilatando y ensanchando todo nuestro interior y
produciendo unos bienes que no se pueden decir, ni an el alma sabe entender que es lo
que se le da allí. Entiende una fraganza, digamos ahora, como si en aquel hondón
interior estuviese un brasero adonde se echasen olorosos perfumes; ni se ve la lumbre ni
donde está, mas el calor y humo oloroso penetra toda el alma, y an hartas veces, como
he dicho, participa el cuerpo. Mirá, entendedme, que ni se siente calor ni se huele olor,
que más delicada cosa es que estas cosas, sino para dároslo a entender. Y entiendan las
personas que no han pasado por esto que es verdad que pasa ansí, y que se entiende y lo
entiende el alma más claro que yo lo digo ahora; que no es esto cosa que se puede
antojar, porque por diligencias que hagamos, no lo podemos adquirir, y en ello mesmo
se ve no ser de nuestro metal, sino de aquel purísimo oro de la sabiduría divina. Aquí no
están las potencias unidas, a mi parecer, sino embebidas y mirando como espantadas
qué es aquello.
Podrá ser que en estas cosas interiores me contradiga algo de lo que tengo dicho en
otras partes; no es maravilla, porque en casi quince años que ha que lo escribí, quizá me
ha dado el Señor más claridad en estas cosas, de las que entonces entendía, y ahora y
entonces puedo errar en todo, mas no mentir, que por la misericordia de Dios antes
pasaría mil muertes: digo lo que entiendo.
La voluntad bien me parece que debe estar unida en alguna manera con la de Dios;
mas en los efetos y obras de después se conocen estas verdades de oración, que no hay
mejor crisol para probarse. Harto gran merced es de nuestro Señor si la conoce quien la
recibe, y muy grande si no torna atrás. Luego queréis, mis hijas, que como he dicho, no
acaba de entender el alma las que allí la hace el Señor y con el amor que la va acercando
más a Sí, que cierto está desear saber cómo alcanzaremos esta merced. Yo os diré lo que
en esto he entendido. Dejemos cuando el Señor es servido de hacerla, porque su
Majestad quiere y no por más; él sabe el porqué; no nos hemos de meter en eso.
Después de hacer lo que los de las Moradas pasadas, humildad, humildad; por ésta se
deja vencer el Señor a cuanto dél queremos, y lo primero en que veréis si la tenéis es en
no pensar que merecéis estas mercedes y gustos del Señor, ni los habéis de tener en
vuestra vida. Diréisme que de esta manera que ¿cómo se han de alcanzar no los
procurando? A esto respondo que no hay otra mejor de la que os he dicho, y no los
procurar por estas razones: la primera, porque lo primero que para esto es menester es
amar a Dios sin interese; la segunda, porque es un poco de poca humildad pensar que
por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande; la tercera, porque el
verdadero aparejo para esto es deseo de padecer y de imitar al Señor, y no gustos, los
que, en fin, le hemos ofendido; la cuarta, porque no está obligado su Majestad a
dárnoslos, como a darnos la gloria si guardamos sus mandamientos, que sin esto nos
podremos salvar, y sabe mejor que nosotros lo que nos conviene y quién le ama de
verdad, y ansí es cosa cierta, yo lo sé, y conozco personas que van por el camino del
amor como han de ir, por sólo servir a su Cristo crucificado, que no sólo no le piden
gustos ni los desean, mas le suplican no se los dé en esta vida: esto es verdad; la quinta
es porque trabajaremos en balde, que, como no se ha de traer esta agua por arcaduces,
como la pasada, si el manantial no la quiere producir, poco aprovecha que nos
cansemos. Quiero decir, que anque más meditación tengamos, anque más nos
estrujemos y tengamos lágrimas, no viene este agua por aquí: sólo se da a quien Dios
quiere y cuando más descuidada está muchas veces el alma. Suyas somos, hermanas;
haga lo que quisiere de nosotras; llévenos por donde fuere servido; bien creo que quien
de verdad se humillare y desasiere (digo de verdad, porque no ha de ser por nuestros
pensamientos, que muchas veces nos engañan, sino que estemos desasidas del todo) que
no dejará el Señor de hacernos esta merced y otras muchas que no sabremos desear. Sea
por siempre alabado y bendito. Amén.
Capítulo tercero
Los efetos de esta oración son muchos; algunos diré, y primero otra manera de
oración, que comienza casi siempre primero que ésta, y por haberla dicho en otras
partes, diré poco: Un recogimiento que también me parece sobrenatural, porque no es
estar en escuro, ni cerrar los ojos, ni consiste en cosa esterior, puesto que sin quererlo se
hace esto de cerrar los ojos y desear soledad; y sin artificio, parece que se va labrando el
edificio para la oración que queda dicha, porque estos sentidos y cosas esteriores parece
que van perdiendo de su derecho, porque el alma vaya cobrando el suyo, que tenía
perdido. Dicen que el alma se entra dentro de sí y otras veces se sube sobre sí: por este
lenguaje no sabré yo aclarar nada, que esto tengo malo, que por el que yo lo sé decir
pienso que me habéis de entender, y quizá será sola para mí. Hagamos cuenta que estos
sentidos y potencias, que ya he dicho que son la gente deste Castillo, que es lo que he
tomado para saber decir algo, que se han ido fuera y andan con gente estraña, enemiga
del bien de este Castillo días y años, y que ya se han ido, viendo su perdición, acercando
a él, anque no acaban de estar dentro, porque esta costumbre es recia cosa, sino no son
ya traidores y andan alrededor. Visto ya el gran Rey, que está en la Morada de este
Castillo, su buena voluntad, por su gran misericordia quiérelos tornar a él, y como buen
pastor, con un silbo tan suave que an casi ellos mesmos no lo entienden, hace que
conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su Morada; y tiene
tanta fuerza este silbo del pastor, que desamparan las cosas esteriores, en que estaban
enajenados, y métense en el Castillo. Paréceme que nunca lo he dado a entender como
ahora, porque para buscar a Dios en lo interior, que se halla mejor y más a nuestro
provecho que en las criaturas (como dice san Agustín que le halló, después de haberle
buscado en muchas partes) es gran ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis
que es por el entendimiento adquirido, procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la
imaginación, imaginándole en sí; bueno es esto y ecelente manera de meditación,
porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mesmos; mas no
es esto, que esto cada uno lo puede hacer, con el favor del Señor, se entiende, todo. Mas
lo que digo es en diferente manera; y que algunas veces antes que se comience a pensar
en Dios, ya esta gente está en el Castillo, que no sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su
pastor, que no fue por los oídos, que no se oye nada, mas siéntese notablemente un
encogimiento suave a lo interior, como verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar
mejor; paréceme que he leído que como un erizo o tortuga cuando se retiran hacia sí, y
debíalo de entender bien quien lo escribió; mas éstos, ellos se entran cuando quieren;
acá no está en nuestro querer, sino cuando Dios nos quiere hacer esta merced. Tengo
para mí que cuando su Majestad la hace, es a personas que van ya dando de mano a las
cosas del mundo; no digo que sea por obra los que tienen estado, que no pueden sino
por el deseo, pues los llama particularmente para que estén atentos a las interiores, y
ansí creo que si queremos dar lugar a su Majestad, que no dará sólo esto a quien
comienza a llamar para más. Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy
mucha razón que conozca la merced; y hacimiento de gracias por ella hará que se
disponga para otras mayores. Y es dispusición para poder escuchar, como se aconseja
en algunos libros, que procuren no discurrir, sino estarse atentos a ver qué obra el Señor
en el alma; que si su Majestad no ha comenzado a embebernos, no puedo acabar de
entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño que
provecho, anque ha sido contienda bien platicada entre algunas personas espirituales; y
de mí confieso mi poca humildad, que nunca me han dado razón para que yo me rinda a
lo que dicen. Uno me alegró con cierto libro del santo fray Pedro de Alcántara, que yo
creo lo es, a quien yo me rindiera, porque sé que lo sabía, y leímoslo, y lo mesmo que
yo, anque no por estas palabras, mas entiéndese en lo que dice que ha de estar ya
despierto el amor. Ya puede ser que yo me engañe, mas voy por estas razones:
La primera, que en esta obra de espíritu, quien menos piensa y quiere hacer, hace
más: lo que habemos de hacer es pedir como pobres necesitados delante de un grande y
rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad; cuando por sus secretos
caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha
dejado estar cerca dél, y no será malo procurar no obrar con el entendimiento, si
podemos, digo; mas si este Rey an no entendemos que nos ha oído, ni nos ve, no nos
hemos de estar bobos; que lo queda harto el alma cuando ha procurado esto, y queda
mucho más seca y, por ventura, más inquieta la imaginación con la fuerza que se ha
hecho a no pensar nada; sino que quiere el Señor que le pidamos y consideremos estar
en su presencia, que él sabe lo que nos cumple. Yo no puedo persuadirme a industrias
humanas en cosas que parece puso su Majestad límite, y las quiso dejar para Sí; lo que
no dejó otras muchas que podemos con su ayuda, ansí de penitencias, como de obras,
como de oración, hasta adonde puede nuestra miseria.
La segunda razón es que estas obras interiores son todas suaves y pacíficas; y hacer
cosa penosa, antes daña que aprovecha; llamo penosa cualquiera fuerza que nos
queramos hacer, como sería para detener el huelgo; sino dejarse el alma en las manos de
Dios, haga lo que quisiere de ella, con el mayor descuido de su provecho que pudiere y
mayor resinación a la voluntad de Dios.
La tercera es que el mesmo cuidado que se pone en no pensar nada, quizá despertará
el pensamiento a pensar mucho.
La cuarta es que lo más sustancial y agradable a Dios es que nos acordemos de su
honra y gloria y nos olvidemos de nosotros mesmos, y de nuestro provecho y regalo y
gusto. Pues como está olvidado de sí el que con mucho cuidado está, que no se osa
bullir, ni an deja a su entendimiento y deseos que se bullan a desear la mayor gloria de
Dios ni que se huelgue de la que tiene, cuando su Majestad quiere que el entendimiento
cese ocúpale por otra manera, y da una luz en el conocimiento tan sobre la que podemos
alcanzar, que le hace quedar absorto, y entonces, sin saber cómo, queda muy mejor
enseñado que no con todas nuestras diligencias para echarle más a perder; que pues
Dios nos dio las potencias para que con ellas trabajásemos, y se tiene todo su premio, no
hay para qué las encantar, sino dejarlas hacer su oficio hasta que Dios las ponga en otro
mayor. Lo que entiendo que más conviene que ha de hacer el alma que ha querido el
Señor meter a esta Morada, es lo dicho, y que sin ninguna fuerza ni ruido procure atajar
el discurrir, del entendimiento, mas no el suspenderle, ni el pensamiento, sino que es
bien que se acuerde que está delante de Dios y quién es este Dios. Si lo mesmo que
siente en sí le embebiere, enhorabuena; mas no procure entender lo que es, porque es
dado a la voluntad; déjela gozar sin ninguna industria mas de algunas palabras
amorosas, que anque no procuremos aquí estar sin pensar nada, se está muchas veces,
anque muy breve tiempo. Mas, como dije en otra parte, la causa porque en esta manera
de oración (digo en la que comencé esta Morada, que he metido la de recogimiento con
ésta que había de decir primero, y es muy menos que la de los gustos que he dicho de
Dios, sino que es principio para venir a ella, que en la del recogimiento no se ha de dejar
la meditación ni la obra del entendimiento en esta fuente manantial, que no viene por
arcaduces) él se comide, u le hace comedir ver que no entiende lo que quiere, y ansí
anda de un cabo a otro como tonto, que en nada hace asiento. La voluntad le tiene tan
grande en su Dios, que la da gran pesadumbre su bullicio, y ansí, no ha menester hacer
caso dé él, que la hará perder mucho de lo que goza, sino dejarle y dejarse a sí en los
brazos del amor, que su Majestad la enseñará lo que ha de hacer en aquel punto, que
casi todo es hallarse indina de tanto bien y emplearse en hacimiento de gracias.
Por tratar de la oración de recogimiento, dejé los efetos u señales que tienen las
almas a quien Dios nuestro Señor da esta oración. Ansí como se entiende claro un
dilatamiento u ensanchamiento en el alma, a manera de como si el agua que mana de
una fuente no tuviese corriente, sino que la mesma fuente estuviere labrada de una cosa,
que mientra más agua manase, más grande se hiciese el edificio, ansí parece en esta
oración, y otras muchas maravillas que hace Dios en el alma, que la habilita y va
dispuniendo, para que quepa todo en ella. Ansí esta suavidad y ensanchamiento interior
se ve en el que le queda, para no estar tan atada como antes en las cosas del servicio de
Dios, sino con mucho más anchura; ansí en no se apretar con el temor del infierno,
porque anque le queda mayor de no ofender a Dios, el servil piérdese aquí: queda con
gran confianza que le ha de gozar. El que solía tener para hacer penitencia, de perder la
salud, ya le parece que todo lo podrá en Dios; tiene más deseos de hacerla que hasta allí.
El temor que solía tener a los trabajos, ya va más templado, porque está más viva la fe,
y entiende que, si los pasa por Dios, su Majestad le dará gracia para que los sufra con
paciencia, y an algunas veces lo desea, porque queda también una gran voluntad de
hacer algo por Dios. Como va más conociendo su grandeza, tiénese ya por más
miserable; como ha probado ya los gustos de Dios, ve que es una basura lo del mundo;
vase poco a poco apartando de ellos y es más señora de sí para hacerlo. En fin, en todas
las virtudes queda mejorada, y no dejará de ir creciendo si no torna atrás ya a hacer
ofensas de Dios, porque entonces todo se pierde, por subida que esté un alma en la
cumbre. Tampoco se entiende que de una vez u dos que Dios haga esta merced a un
alma, quedan todas estas hechas si no va perseverando en recibirlas, que en esta
perseveranza está todo nuestro bien.
De una cosa aviso mucho a quien se viere en este estado: que se guarde muy mucho
de ponerse en ocasiones de ofender a Dios, porque aquí no está an el alma criada, sino
como un niño que comienza a mamar, que si se aparta de los pechos de su madre, ¿qué
se puede esperar de él sino la muerte? Yo he mucho temor que a quien Dios hubiere
hecho esta merced y se apartare de la oración, que será ansí, si no es con grandísima
ocasión u si no retorna presto a ella, porque irá de mal en peor. Yo sé que hay mucho
que temer en este caso, y conozco algunas personas que me tienen harto lastimada, y he
visto lo que digo, por haberse apartado de quien con tanto amor se le quería dar por
amigo y mostrárselo por obras. Aviso tanto que no se pongan en ocasiones, porque pone
mucho el Demonio más por un alma de éstas que por muy muchas a quien el Señor no
haga estas mercedes; porque le pueden hacer gran daño con llevar otras consigo y hacer
gran provecho, podría ser, en la Ilesia de Dios. Y anque no haya otra cosa sino ver el
que su Majestad las muestra amor particular, basta para que él se deshaga porque se
pierdan; y ansí son muy combatidas, y an mucho más perdidas que otras, si se pierden.
Vosotras, hermanas, libres estáis de estos peligros, lo que podemos entender; de
soberbia y vanagloria os libre Dios; y de que el Demonio quiera contrahacer estas
mercedes, conocerse ha en que no hará estos efetos, sino todo al revés. De un peligro os
quiero avisar, anque os lo he dicho en otra parte, en que he visto caer a personas de
oración, en especial mujeres, que como somos más flacas, ha más lugar para lo que voy
a decir; y es, que algunas, de la mucha penitencia y oración y vigilias, y an sin esto,
sonse flacas de complesión; en tiniendo algún regalo, sujétales el natural, y como
sienten contento alguno interior, y caimiento en lo esterior, y una flaquedá, cuando hay
un sueño que llaman espiritual, que es un poco más de lo que queda dicho, parecerles
que es lo uno como lo otro, y déjanse embebecer; y mientras más se dejan, se
embebecen más, porque se enflaquece más el natural, y en su seso les parece
arrobamiento; y llámole yo abobamiento, que no es otra cosa más de estar perdiendo
tiempo allí, y gastando su salud. A una persona le acaecía estar ocho horas, que ni están
sin sentido ni sienten cosa de Dios; con dormir y comer y no hacer tanta penitencia, se
le quitó a esta persona; porque hubo quien la entendiese, que a su confesor traía
engañado, y a otras personas, y a sí mesma; que ella no quería engañar. Bien creo que
haría el Demonio alguna diligencia para sacar alguna ganancia, y no comenzaba a sacar
poca. Hase de entender que cuando es cosa verdaderamente de Dios, que anque hay
caimiento interior y esterior, que no le hay en el alma, que tiene grandes sentimientos de
verse tan cerca de Dios, ni tampoco dura tanto, sino muy poco espacio. Bien que se
torna a embebecer, y en esta oración, si no es flaqueza, como he dicho, no llega a tanto
que derrueque el cuerpo, ni haga nengún sentimiento esterior en él. Por eso tengan
aviso, que cuando sintieren esto en sí, lo digan a la perlada, y diviértanse lo que
pudieren, y hágalas no tener horas tantas de oración, sino muy poco, y procure que
duerman bien y coman, hasta que se les vaya tornando la fuerza natural, si se perdió por
aquí. Si es de tan flaco natural que no le baste esto, créanme que no la quiere Dios sino
para la vida ativa, que de todo ha de haber en los monesterios; ocúpenla en oficios, y
siempre se tenga cuenta que no tenga mucha soledad, porque verná a perder del todo la
salud. Harta mortificación será para ella; aquí quiere probar el Señor el amor que le
tiene en cómo lleva esta ausencia, y será servido de tornarle la fuerza después de algún
tiempo, y sino, con oración vocal ganará, y con obedecer, y merecerá lo que había de
merecer por aquí, y por ventura más. También podría haber algunas de tan flaca cabeza
y imaginación, como yo las he conocido, que todo lo que piensan les parece que lo ven;
es harto peligroso, porque quizá se tratará de ello adelante, no más aquí; que me he
alargado mucho en esta Morada, porque es en la que más almas creo entran; y como es
también natural junto con lo sobrenatural, puede el Demonio hacer más daño; que en las
que están por decir no le da el Señor tanto lugar. Sea por siempre alabado, amén.
Moradas quintas
Capítulo primero
¡Oh hermanas! ¿Cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y deleites, que hay en
las quintas Moradas? Creo fuera mejor no decir nada de las que faltan, pues no se ha de
saber decir, ni el entendimiento lo sabe entender, ni las comparaciones pueden servir de
declararlo, porque son muy bajas las cosas de la tierra para este fin. Enviá, Señor mío,
del Cielo luz, para que yo pueda dar alguna a estas vuestras siervas; pues sois servido de
que gocen algunas de ellas tan ordinariamente de estos gozos, porque no sean
engañadas, transfigurándose el Demonio en ángel de luz, pues todos sus deseos se
emplean en desear contentaros.
Y anque dije algunas, bien pocas hay que entren en esta Morada que ahora diré. Hay
más y menos, y a esta causa digo, que son las más las que entran en ellas. En algunas
cosas de las que aquí diré, que hay en este aposento, bien creo que son pocas; mas
anque no sea sino llegar a la puerta, es harta misericordia la que las hace Dios; porque
puesto que son muchos los llamados, pocos son los escogidos. Ansí digo ahora que
anque todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la
oración y contemplación, porque este fue nuestro principio, desta casta del Monte
Carmelo, que en tan gran soledad, y con tanto desprecio del mundo buscaban este
tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos, pocas nos disponemos para que nos la
descubra el Señor. Porque cuanto a lo esterior vamos bien para llegar a lo que es
menester en las virtudes; para llegar aquí hemos menester mucho, mucho, y no nos
descuidar poco ni mucho; por eso, hermanas mías, alto a pedir al Señor, que pues en
alguna manera podemos gozar del Cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no
quede por nuestra culpa, y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar
hasta hallar a este tesoro escondido, pues es verdad que le hay en nosotras mesmas; que
esto querría yo dar a entender, si el Señor es servido que sepa. Dije «fuerzas en el
alma», porque entendáis que no hacen falta las del cuerpo a quien Dios Nuestro Señor
nos la da; no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo
que tuviere se contenta. Bendito sea tan gran Dios. Mas mirá, hijas, que para esto que
tratamos no quiere que os quedéis con nada; poco u mucho, todo lo quiere para sí, y
conforme a lo que entendierdes de vos que habéis dado, se os harán mayores u menores
mercedes. No hay mejor prueba para entender si llega a unión u si no nuestra oración.
No penséis que es cosa soñada, como la pasada; digo soñada, porque ansí parece está el
alma como adormizada, que ni bien parece está dormida ni se siente despierta. Aquí,
con estar todas dormidas y bien dormidas a las cosas del mundo y a nosotras mesmas
(porque en hecho de verdad, se queda como sin sentido aquello poco que dura, que ni
hay poder pensar anque quieran), aquí no es menester con artificio suspender el
pensamiento hasta el amar; si lo hace, no entiende cómo, ni qué es lo que ama, ni qué
querría, en fin, como quien de todo punto ha muerto al mundo para vivir más en Dios;
que ansí es una muerte sabrosa, un arrancamiento del alma de todas las operaciones que
puede tener, estando en el cuerpo: deleitosa, porque anque de verdad parece se aparta el
alma de él, para mejor estar en Dios; de manera, que an no sé yo si le queda vida para
resolgar. Ahora lo estaba pensando y paréceme que no; al menos, si lo hace, no se
entiende si lo hace. Todo su entendimiento se querría emplear en entender algo de lo
que siente, y como no llegan sus fuerzas a esto, quédase espantado, de manera que, si no
se pierde del todo, no menea pie ni mano, como acá decimos de una persona que está
tan desmayada que nos parece está muerta. ¡Oh secretos de Dios! Que no me hartaría de
procurar dar a entenderlos, si pensase acertar en algo, y ansí diré mil desatinos, por si
alguna vez atinase, para que alabemos mucho a el Señor. Dije que no era cosa soñada,
porque en la Morada que queda dicha, hasta que la espiriencia es mucha, queda el alma
dudosa de qué fue aquello, si se le antojó, si estaba dormida, si fue dado de Dios, si se
trasfiguró el Demonio en ángel de luz. Queda con mil sospechas, y es bien que las
tenga, porque como dije, an el mesmo natural nos puede engañar allí alguna vez; porque
anque no hay tanto lugar para entrar las cosas emponzoñosas, unas lagartijillas sí, que
como son agudas, por do quiera se meten; y anque no hacen daño, en especial si no
hacen caso de ellas, como dije, porque son pensamentillos que proceden de la
imaginación, y de lo que queda dicho, importunan muchas veces. Aquí por agudas que
son las lagartijas, no pueden entrar en esta Morada; porque ni hay imaginación ni
memoria ni entendimiento que pueda impedir este bien. Y osaré afirmar, que si
verdaderamente es unión de Dios, que no puede entrar el Demonio, ni hacer ningún
daño; porque está su Majestad tan junto y unido con la esencia del alma, que no osará
llegar, ni an debe de entender este secreto. Y está claro: pues dicen que no entienden
nuestro pensamiento, menos entenderán cosa tan secreta que an no lo fía Dios de
nuestro pensamiento. ¡Oh, gran bien! ¡Estado adonde este maldito no nos hace mal!
Ansí queda el alma con tan grandes ganancias, por obrar Dios en ella, sin que nadie le
estorbe, ni nosotros mesmos. ¿Qué no dará quien es tan amigo de dar, y puede dar todo
lo que quiere?
Parece que os dejo confusas en decir si es unión de Dios, y que hay otras uniones. ¡Y
cómo si las hay! Anque sean en cosas vanas, cuando se aman mucho, también las
trasportará el Demonio, mas no con la manera que Dios, ni con el deleite y satisfación
del alma y paz y gozo. Es sobre todos los gozos de la tierra, y sobre todos los deleites, y
sobre todos los contentos, y más, que no tiene que ver adonde se engendran estos
contentos u los de la tierra, que es muy diferente su sentir, como los ternéis
espirimentado. Dije yo una vez que es como si fuesen en esta grosería del cuerpo, u en
los tuétanos, y atiné bien, que no sé como lo decir mejor. Paréceme que an no os veo
satisfechas, porque os parecerá que os podéis engañar, que esto interior es cosa recia de
esaminar; y anque para quien ha pasado por ello basta lo dicho, porque es grande la
diferencia, quiéroos decir una señal clara, por donde no os podréis engañar, ni dudar si
fue de Dios, que su Majestad me la ha traído hoy a la memoria, y a mi parecer, es la
cierto. Siempre en cosas dificultosas, anque me parece que lo entiendo y que digo
verdad, voy con este lenguaje de que «me parece», porque si me engañare, estoy muy
aparejada a creer lo que dijeren los que tienen letras muchas. Porque anque no hayan
pasado por estas cosas, tienen un no sé qué grandes letrados, que como Dios los tiene
para luz de su Ilesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita, y si no son
derramados, sino siervos de Dios, nunca se espantan de sus grandezas, que tienen bien
entendido que puede mucho más y más. Y en fin, anque algunas cosas no están
declaradas, otras deben hallar escritas, por donde ven que pueden pasar éstas. De esto
tengo grandísima espiriencia, y también la tengo de unos medio letrados espantadizos,
porque me cuestan muy caro; al menos creo que quien no creyere que puede Dios
mucho más, y que ha tenido por bien, y tiene algunas veces comunicarlo a sus criaturas,
que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Por eso, hermanas, nunca os acaezca,
sino creer de Dios mucho más y más, y no pongáis los ojos en si son ruines u buenos a
quien las hace, que su Majestad lo sabe, como os lo he dicho; no hay para qué nos meter
en esto, sino con simpleza de corazón y humildad servir a su Majestad y alabarle por sus
obras y maravillas.
Pues tornando a la señal que digo es la verdadera: ya veis esta alma que la ha hecho
Dios boba del todo para imprimir mejor en ella la sabiduría, que ni ve ni oye ni entiende
en el tiempo que está ansí, que siempre es breve, y an harto más breve le parece a ella
de lo que debe de ser. Fija Dios a sí mesmo en lo interior de aquel alma de manera, que
cuando torna en sí, en ninguna manera pueda dudar que estuvo en Dios y Dios en ella;
con tanta firmeza le queda esta verdad, que anque pase años sin tornarle Dios a hacer
aquella merced, ni se le olvida, ni puede dudar que estuvo; an dejemos por los efetos
con que queda, pues éstos diré después; esto es lo que hace mucho al caso. Pues
diréisme, ¿cómo lo vio u cómo lo entendió, si no ve ni entiende? No digo que lo vio
entonces, sino que lo ve después claro; y no porque es visión, sino una certidumbre que
queda en el alma, que sólo Dios la puede poner. Yo sé de una persona que no había
llegado a su noticia que estaba Dios en todas las cosas por presencia y potencia y
esencia, y de una merced que le hizo Dios de esta suerte, lo vino a creer de manera, que
anque un medio letrado, de los que tengo dichos, a quien preguntó cómo estaba Dios en
nosotros (él lo sabía tan poco como ella antes que Dios se lo diese a entender), le dijo
que no estaba más de por gracia, ella tenía ya tan fija la verdad que no le creyó, y
preguntólo a otros que le dijeron la verdad, con que se consoló mucho. No os habéis de
engañar pareciéndoos que esta certidumbre queda en forma corporal, como el cuerpo de
Nuestro Señor Jesucristo, está en el Santísimo Sacramento, anque no le vemos; porque
acá no queda ansí, sino de sola la Divinidad. Pues ¿cómo lo que no vimos se nos queda
con esa certidumbre? Eso no lo sé yo, son obras suyas, mas sé que digo verdad, y quien
no quedare con esta certidumbre, no diría yo que es unión de toda el alma con Dios,
sino de alguna potencia y otras muchas maneras de mercedes que hace Dios a el alma.
Hemos de dejar en todas estas cosas de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega
nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que
es todo poderoso el que lo hace, y pues no somos ninguna parte, por diligencias que
hagamos, para alcanzarlo, sino que es Dios el que lo hace, no lo queramos ser para
entenderlo. Ahora me acuerdo sobre esto que digo de que no somos parte, de lo que
habéis oído, que dice la Esposa en los Cantares: -Llevóme el rey a la bodega del vino (u
metióme, creo que dice). Y no dice que ella se fue. Y dice también que andaba buscando
a su Amado por una parte y por otra. Esta entiendo yo es la bodega donde nos quiere
meter el Señor, cuando quiere y como quiere, mas por diligencias que nosotros
hagamos, no podemos entrar; su Majestad nos ha de meter y entrar en el centro de
nuestra alma, y para mostrar sus maravillas mejor, no quiere que tengamos en ésta más
parte de la voluntad, que del todo se le ha rendido, ni que se le abra la puerta de las
potencias y sentidos, que todos están dormidos; sino entrar en el centro del alma sin
ninguna, como entró a sus discípulos, cuando dijo: Pas vobis, y salió del sepulcro sin
levantar la piedra. Adelante veréis cómo su Majestad quiere que le goce el alma en su
mesmo centro, an más que aquí mucho en la postrera Morada. ¡Oh, hijas, qué mucho
veremos si no queremos ver más de nuestra bajeza y miseria y entender que no somos
dinas de ser siervas de un Señor tan grande, que no podemos alcanzar sus maravillas!
Sea por siempre alabado, amén.
Capítulo segundo
Pareceros ha que ya está todo dicho lo que hay que ver en esta Morada, y falta
mucho, porque, como dije, hay más y menos. Cuanto a lo que es unión, no creo saber
decir más; mas cuando el alma, a quien Dios hace estas mercedes, se dispone, hay
muchas cosa que decir de lo que el Señor obra en ellas; algunas diré, y de la manera que
queda. Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es
buena para este fin; y también para que veamos cómo, anque en esta obra que hace el
Señor no podemos hacer nada más, para que su Majestad nos haga esta merced,
podemos hacer mucho dispuniéndonos. Ya habréis oído sus maravillas en cómo se cría
la seda, que sólo él pudo hacer semejante invención, y cómo de una simiente, que es a
manera de granos de pimienta pequeños (que yo nunca la he visto, sino oído, y ansí si
algo fuere torcido, no es mía la culpa), con el calor, en comenzando a haber hoja en los
morares, comienza esta simiente a vivir, que hasta que haya este mantenimiento de que
se sustenta, se está muerta; y con hojas de morar se crían, hasta que, después de grandes,
les ponen unas ramillas, y allí con las boquillas van de sí mesmos hilando la seda, y
hacen unos capuchillos muy apretados, adonde se encierran; y acaba este gusano, que es
grande y feo, y sale del mesmo capucho una mariposica blanca muy graciosa. Mas si
esto no se viese sino que nos lo contaran de otros tiempos, ¿quién lo pudiera creer? ¿Ni
con qué razones pudiéramos sacar que una cosa tan sin razón como es un gusano, y una
abeja, sean tan diligentes en trabajar para nuestro provecho y con tanta industria, y el
pobre gusanillo pierda la vida en la demanda? Para un rato de meditación basta esto,
hermanas, anque no os diga más, que en ello podéis considerar las maravillas y
sabiduría de nuestro Dios. Pues ¿qué será si supiésemos la propiedad de todas las cosas?
De gran provecho es ocuparnos en pensar estas grandezas y regalarnos en ser esposas de
Rey tan sabio, y poderoso. Tornemos a lo que decía. Entonces comienza a tener vida
este gusano, cuando con la calor del Espíritu Santo se comienza a aprovechar del ausilio
general que a todos nos da Dios, y cuando comienza a aprovecharse de los remedios que
dejó en su Ilesia, ansí de acontinuar las confesiones, como con buenas liciones y
sermones, que es el remedio que un alma, que está muerta en su descuido y pecados y
metida en ocasiones, puede tener. Entonces comienza a vivir, y vase sustentando en esto
y en buenas meditaciones, hasta que está crecida, que es lo que a mí me hace al caso,
que estotro poco importa. Pues crecido este gusano, que es lo que en los principios
queda dicho de esto que he escrito, comienza a labrar la seda y edificar la casa adonde
ha de morir. Esta casa querría dar a entender aquí que es Cristo. En una parte me parece
he leído u oído que nuestra vida está escondida en Cristo, u en Dios, que todo es uno, u
que nuestra vida es Cristo. En que esto sea o no, poco va para mi propósito.
¡Pues veis aquí, hijas, lo que podemos con el favor de Dios hacer! ¡Que su Majestad
mesmo sea nuestra morada, como lo es en esta oración de unión, labrándola nosotras!
Parece que quiero decir que podemos quitar y poner en Dios, pues digo que él es la
Morada, y la podemos nosotros fabricar para meternos en ella. Y ¡cómo si podemos, no
quitar de Dios ni poner, sino quitar de nosotros y poner como hacen estos gusanitos!;
que no habremos acabado de hacer en esto todo lo que podemos, cuando este trabajillo,
que no es nada, junte Dios con su grandeza y le dé tan gran valor que el mesmo Señor
sea el premio de esta obra. Y ansí como ha sido el que ha puesto la mayor costa, ansí
quiere juntar nuestros trabajillos con los grandes que padeció su Majestad y que todo
sea una cosa. Pues, ea, hijas mías, priesa a hacer esta labor y tejer este capuchillo,
quitando nuestro amor propio y nuestra voluntad, el estar asidas a ninguna cosa de la
tierra, puniendo obras de penitencia, oración, mortificación, obediencia, todo lo demás
que sabéis; que ansí obrásemos como sabemos y somos enseñadas de lo que hemos de
hacer. Muera, muera este gusano, como lo hace en acabando de hacer para lo que fue
criado, y veréis como vemos a Dios y nos vemos tan metidas en su grandeza como lo
está este gusanillo en este capucho. Mirá que digo ver a Dios como dejo dicho que se da
a sentir en esta manera de unión. Pues veamos qué se hace este gusano, que es para lo
que he dicho todo lo demás; que cuando está en esta oración bien muerto está a el
mundo, sale una mariposita blanca. ¡Oh, grandeza de Dios, y cuál sale un alma de aquí,
de haber estado un poquito metida en la grandeza de Dios, y tan junta con él, que, a mi
parecer, nunca llega a media hora! Yo os digo de verdad que la mesma alma no se
conoce así; porque mirá la diferencia que hay de un gusano feo a una mariposita blanca,
que la mesma hay acá. No sabe de dónde pudo merecer tanto bien; de dónde le pudo
venir, quise decir, que bien sabe que no le merece; vese con un deseo de alabar a el
Señor, que se querría deshacer, y de morir por él mil muertes. Luego, le comienza a
tener de padecer grandes trabajos, sin poder hacer otra cosa. Los deseos de penitencia
grandísimos, el de soledad, el de que todos conociesen a Dios; y de aquí le viene una
pena grande de ver que es ofendido. Y anque en la Morada que viene se tratará más
destas cosas en particular, porque anque casi lo que hay en esta Morada y en la que
viene después es todo uno, es muy diferente la fuerza de los efetos; porque, como he
dicho, si después que Dios llega a un alma aquí se esfuerza a ir adelante, verán grandes
cosas. ¡Oh, pues ver el desasosiego de esta mariposita, con no haber estado más quieta y
sosegada en su vida!, es cosa para alabar a Dios, y es que no sabe adónde posar y hacer
su asiento, que, como le ha tenido tal, todo lo que ve en la tierra le descontenta, en
especial cuando son muchas las veces que la da Dios de este vino; casi de cada una
queda con nuevas ganancias. Ya no tiene en nada las obras que hacía siendo gusano,
que era poco a poco tejer el capucho; hanle nacido alas, ¿cómo se ha de contentar,
pudiendo volar, de andar paso a paso? Todo se le hace poco cuanto puede hacer por
Dios, según son sus deseos. No tiene en mucho lo que pasaron los santos, entendiendo
ya por espiriencia cómo ayuda el Señor y transforma un alma, que no parece ella, ni su
figura; porque la flaqueza que antes le parecía tener para hacer penitencia, ya la halla
fuerte, el atamiento con deudos u amigos u hacienda, que ni le bastaban atos, ni
determinaciones, ni quererse apartar, que entonces le parecía se hallaba más junta, ya se
ve de manera que le pesa estar obligada a lo que, para no ir contra Dios, es menester
hacer. Todo le cansa, porque ha probado que el verdadero descanso no le pueden dar las
criaturas. Parece que me alargo, y mucho más podría decir, y a quien Dios hubiere
hecho esa merced verá que quedo corta, y ansí no hay que espantar que esta mariposilla
busque asiento de nuevo, ansí como se halla nueva de las cosas de la tierra. Pues
¿adónde irá la pobrecita?, que tornar adonde salió no puede, que, como está dicho, no es
en nuestra mano, anque más hagamos, hasta que es Dios servido de tornarnos a hacer
esta merced. ¡Oh, Señor, y qué nuevos trabajos comienzan a esta alma! ¿Quién dijera tal
después de merced tan subida? En fin, fin, de una manera u de otra ha de haber cruz
mientras vivimos. Y quien dijere que después que llegó aquí siempre está con descanso
y regalo, diría yo que nunca llegó sino que por ventura fue algún gusto, si entró en la
Morada pasada, y ayudado de flaqueza natural, y an por ventura, del Demonio, que le da
paz para hacerle después mucha mayor guerra. No quiero decir que no tienen paz los
que llegan aquí, que sí tienen y muy grande, porque los mesmos trabajos son de tanto
valor y de tan buena raíz que, con serlo muy grandes, de ellos mesmos sale la paz y el
contento. Del mesmo descontento que dan las cosas del mundo nace un deseo de salir
dél, tan penoso, que si algún alivio tiene es pensar que quiere Dios viva en este
destierro, y an no basta, porque an el alma, con todas esta ganancias, no está tan rendida
en la voluntad de Dios, como se verá adelante, anque no deja de conformarse, mas es
con un gran sentimiento, que no puede más, porque no le han dado más y con muchas
lágrimas; cada vez que tiene oración es esta su pena. En alguna manera, quizá procede
de la muy grande que le da de ver que es ofendido Dios, poco estimado en este mundo,
y de las muchas almas que se pierden, ansí de herejes como de moros; anque las que
más la lastiman son las de los cristianos, que, anque ve es grande la misericordia de
Dios, que por mal que vivan se pueden enmendar y salvarse, teme que se condenan
muchos. ¡Oh, grandeza de Dios, qué pocos años antes estaba esta alma, y an quizá días,
que no se acordaba sino de sí! ¿Quién la ha metido en tan penosos cuidados? Que anque
queramos tener muchos años de meditación tan penosamente como ahora esta alma lo
siente, no lo podremos sentir. Pues, ¡válame Dios!, si muchos días y años yo me procuro
ejercitar en el gran mal que es ser Dios ofendido, y pensar que estos que se condenan
son hijos suyos y hermanos míos, y los peligros en que vivimos, ¿cuán bien nos estará
salir de esta miserable vida, no bastará? Que no, hijas; no es la pena que se siente aquí
como las de acá; que eso bien podríamos, con el favor del Señor, tenerla, pensando
mucho esto; mas no llega a lo íntimo de las entrañas, como aquí, que parece desmenuza
un alma y la muele, sin procurarlo ella, y an a veces sin quererlo. Pues ¿qué es esto?
¿De dónde procede? Yo os lo diré. ¿No habéis oído, que ya aquí lo he dicho otra vez,
anque no a este propósito de la Esposa, que la metió Dios a la bodega del vino, y ordenó
en ella la caridad? Pues esto es que, como aquel alma ya se entrega en sus manos y el
gran amor la tiene tan rendida, que no sabe ni quiere más de que haga Dios lo que
quisiere de ella. Que jamás hará Dios, a lo que yo pienso, esta merced, sino a alma que
ya toma muy por suya; quiere que sin que ella entienda cómo, salga de allí sellada con
su sello; porque verdaderamente el alma allí no hace más que la cera cuando imprime
otro el sello, que la cera no se le imprime a sí; sólo está dispuesta, digo blanda, y an
para esta dispusición tampoco se ablanda ella, sino que se está queda y lo consiente.
¡Oh, bondad de Dios, que todo ha de ser a vuestra costa! Sólo, queréis nuestra voluntad
y que no haya impedimento en la cera.
Pues veis aquí, hermanas, lo que nuestro Dios hace aquí para que esta alma ya se
conozca por suya; da de lo que tiene, que es lo que tuvo su Hijo en esta vida: no nos
puede hacer mayor merced. ¿Quién más debía querer salir desta vida? Y ansí lo dijo su
Majestad en la Cena: -«Con deseo he deseado». Pues ¿cómo, Señor, no se os puso
delante la trabajosa muerte que habéis de morir, tan penosa y espantosa? -No, porque el
grande amor que tengo y deseo de que se salven las almas, sobrepujan sin comparación
a esas penas; y las muy grandísimas que he padecido y padezco, después que estoy en el
mundo, son bastantes para no tener ésas en nada en su comparación. Es ansí que muchas
veces he considerado en esto, y sabiendo yo el tormento que pasa y ha pasado cierta
alma que conozco, de ver ofender a nuestro Señor, tan insufridero que se quisiera
mucho más morir que sufrirlo, y pensando si un alma con tan poquísima caridad
comparada a la de Cristo, que se puede decir casi nenguna en esta comparación, sentía
este tormento tan insufridero, ¿qué sería el sentimiento de nuestro Señor Jesucristo, y
qué vida debía pasar, pues todas las cosas que le eran presentes, y estaba siempre viendo
las grandes ofensas que se hacían a su Padre? Sin duda creo yo que fueron muy mayores
que las de su sacratísima Pasión; porque entonces ya vía el fin de estos trabajos, y con
esto, y con el contento de ver nuestro remedio con su muerte, y demostrar el amor que
tenía a su Padre en padecer tanto por él, moderaría los dolores, como acaece acá a los
que con fuerza de amor hacen grandes penitencias: que no las sienten casi, antes
querrían hacer más y más, y todo se le hace poco. ¿Pues qué sería a su Majestad,
viéndose en tan gran ocasión, para mostrar a su Padre cuán cumplidamente cumplía el
obedecerle, y con el amor del prójimo? ¡Oh, gran deleite padecer en hacer la voluntad
de Dios! Mas en ver tan continuo tantas ofensas a su Majestad hechas, y ir tantas almas
al Infierno, téngolo por cosa tan recia, que creo, si no fuera más de hombre, un día de
aquella pena bastaba para acabar muchas vidas, cuanto más una.
Capítulo tercero
Pues tornemos a nuestra palomica, y veamos algo de lo que Dios da en este estado.
Siempre se entiende que ha de procurar ir adelante en el servicio de nuestro Señor y en
el conocimiento propio; que si no hace más de recibir esta merced, y como cosa ya
segura descuidarse en su vida y torcer el camino del cielo, que son los mandamientos,
acaecerle ha lo que a la que sale del gusano, que echa la simiente para que produzcan
otras, y ella queda muerta para siempre. Digo que echa la simiente, porque tengo para
mí que quiere Dios que no sea dada en balde una merced tan grande, sino que ya no se
aprovecha de ella para sí, aproveche a otros. Porque como queda con estos deseos y
virtudes dichas, el tiempo que dura en el bien, siempre hace provecho a otras almas, y
de su calor les pega calor; y an cuando le tienen ya perdido, acaece quedar con esa gana
de que se aprovechan otras, y gusta de dar a entender las mercedes que Dios hace a
quien le ama y sirve. Yo he conocido persona que le acaecía ansí, que estando muy
perdida gustaba de que se aprovechasen otras con las mercedes que Dios le había hecho,
y mostrarles el camino de oración a las que no lo entendían, y hizo harto provecho,
harto. Después la tornó el Señor a dar la luz. Verdad es que an no tenía los efetos que
quedan dichos. Mas ¿cuántos debe haber que los llama el Señor a el apostolado, como a
Judas, comunicando con ellos, y los llaman para hacer reyes, como Saúl, y después por
su culpa se pierden? De donde sacaremos, hermanas, que para ir mereciendo más y más,
y no perdiéndonos como éstos, la seguridad que podemos tener es la obediencia y no
torcer de la ley de Dios; digo a quien hiciere semejantes mercedes, y an a todos.
Paréceme que queda algo oscura, con cuanto he dicho, esta Morada; pues hay tanta
ganancia de entrar en ella, bien será que no parezca quedan sin esperanza a los que el
Señor no da cosas tan sobrenaturales; pues la verdadera unión se puede muy bien
alcanzar, con el favor de nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla, con no
tener voluntad, sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios. ¡Oh, qué dellos habrá
que digamos esto, y nos parezca que no queremos otra cosa, y moriríamos por esta
verdad, como creo ya he dicho! Pues yo os digo, y lo diré muchas veces, que cuando lo
fuere que habéis alcanzado esta merced del Señor, y ninguna cosa se os dé de estotra
unión regalada que queda dicha, que lo que hay de mayor precio en ella es por proceder
de esta que ahora digo, y por no poder llegar a lo que queda dicho, sino es muy cierta la
unión de estar resinada nuestra voluntad en la de Dios. ¡Oh, qué unión ésta para desear!
Venturosa el alma que la ha alcanzado, que vivirá en esta vida con descanso, y en la otra
también; porque ninguna cosa de los sucesos de la tierra la afligirá si no fuere, si se vee
en algún peligro de perder a Dios, u ver si es ofendido, ni enfermedad, ni pobreza, ni
muerte, si no fuere de quien ha de hacer falta en la Ilesia de Dios, que ve bien esta alma,
que él sabe mejor lo que hace que ella lo que desea. Habéis de notar, que hay penas y
penas; porque algunas penas hay, producidas de presto de la naturaleza; y contentos lo
mesmo, y an de caridad de apiadarse de los prójimos, como hizo nuestro Señor, cuando
resucitó a Lázaro, y no quitan éstas el estar unidos con la voluntad de Dios, ni tampoco
turban el ánima con una pasión inquieta, desasosegada, que dura mucho. Estas penas
pasan de presto; que como dije de los gozos en la oración, parece que no llegan a lo
hondo del alma, sino a estos sentidos y potencias. Andan por estas Moradas pasadas,
mas no entran en la que está por decir postrera. Pues para esto es menester lo que queda
dicho de suspensión de potencias, que poderoso es el Señor de enriquecer las almas por
muchos caminos, y llegarlas a estas Moradas, y no por el atajo que queda dicho. Mas
advertid mucho, hijas, que es necesario que muera el gusano, y más a vuestra costa;
porque acullá ayuda mucho para morir el verse en vida tan nueva: acá es menester, que
viviendo en ésta, le matemos nosotras. Yo os confieso que será a mucho o más trabajo,
mas su precio se tiene; ansí será mayor el galardón si salís con vitoria; mas de ser
posible, no hay que dudar, como lo sea la unión verdaderamente con la voluntad de
Dios. Esta es la unión que toda mi vida he deseado; esta es la que pido siempre a
nuestro Señor, y la que está más clara y sigura. Mas ¡ay de nosotros, qué pocos debemos
de llegar a ella!, anque a quien se guarda de ofender al Señor, y ha entrado en relisión le
parezca que todo lo tiene hecho. ¡Oh, que quedan unos gusanos que no se dan a
entender, hasta que, como el que royó la yedra a Jonás, nos han roído las virtudes con
un amor propio, una propia estimación, un juzgar los prójimos anque sea en pocas
cosas, una falta de caridad con ellos, no los quiriendo como a nosotros mesmos, que
anque arrastrando cumplimos con la obligación para no ser pecado, no llegamos con
mucho a lo que ha de ser, para estar del todo unidas con la voluntad de Dios! ¿Qué
pensáis, hijas, que es su voluntad? Que seamos del todo perfetas, para ser unos con él y
con el Padre, como su Majestad le pidió. ¡Mirá qué nos falta para llegar a esto! Yo os
digo que lo estoy escribiendo con harta pena de verme tan lejos, y todo por mi culpa;
que no ha menester el Señor hacernos grandes regalos para esto; basta lo que nos ha
dado en darnos a su Hijo, que nos enseñase el camino. No penséis que está la cosa en si
se muere mi padre u hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios, que no lo
sienta, y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno es, y a las veces
consiste en discreción; porque no podemos más, y hacemos de la necesidad virtud:
¡cuántas cosas de éstas hacían los filósofos, u anque no sea de éstas, de otras, de tener
mucho saber! Acá solas estas dos que nos pide el Señor: amor de su Majestad y del
prójimo, es en lo que hemos de trabajar; guardándolas con perfeción hacemos su
voluntad, y ansí estaremos unidos con él. Mas ¡qué lejos estamos de hacer como
debemos a tan gran Dios estas dos cosas, como tengo dicho! Plega a su Majestad nos dé
gracia, para que merezcamos llegar a este estado, que en nuestra mano está, si
queremos. La más cierta señal que, a mi parecer, hay de si guardamos estas dos cosas,
es guardando bien la del amor del prójimo; porque si amamos a Dios no se puede saber,
anque hay indicios grandes para entender que le amamos, mas el amor del prójimo sí. Y
estad ciertas, que mientras más en éste os vierdes aprovechadas, más lo estáis en el
amor de Dios; porque es tan grande el que su Majestad nos tiene, que en pago del que
tenemos a el prójimo, hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras: en
esto yo no puedo dudar. Impórtanos mucho andar con gran advertencia cómo andamos
en esto, que si es con mucha perfeción, todo lo tenemos hecho; porque creo yo, que
según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no
llegaremos a tener con perfeción el del prójimo. Pues tanto nos importa esto, hermanas,
procuremos irnos entendiendo en cosas an menudas, y no haciendo caso de unas muy
grandes, que ansí por junto vienen en la oración, de parecer que haremos y
conteceremos por los prójimos, y por sola un alma que se salve; porque si no vienen
después conformes las obras, no hay para qué creer que lo haremos. Ansí digo de la
humildad también, y de todas las virtudes; son grandes los ardides del Demonio, que
por hacernos entender que tenemos una, no la tiniendo, dará mil vueltas al Infierno. Y
tiene razón, porque es muy dañoso, que nunca estas virtudes fingidas vienen sin alguna
vanagloria, como son de tal raíz; ansí como las que da Dios están libres de ella ni de
soberbia. Yo gusto algunas veces de ver unas almas, que cuando están en oración, les
parece querrían ser abatidas y públicamente afrontadas por Dios, y después una falta
pequeña encubrirían si pudiesen, u que si no la han hecho, y se la cargan, Dios nos libre.
Pues mírese mucho quien esto no sufre, para no hacer caso de lo que a solas determinó a
su parecer, que en hecho de verdad no fue determinación de la voluntad, que cuando
ésta hay verdadera es otra cosa, sino alguna imaginación, que en esta hace el Demonio
sus saltos y engaños, y a mujeres, u gente sin letras, podrá hacer muchos, porque no
sabemos entender las diferencias de potencias y imaginación, y otras mil cosas que hay
interiores. ¡Oh, hermanas, cómo se ve claro adonde está de veras el amor del prójimo,
en algunas de vosotras, y en las que no está con esta perfeción! Si entendiésedes lo que
nos importa esta virtud, no trairíades otro estudio. Cuando yo veo almas, muy diligentes
a entender la oración que tienen, y muy encapotadas cuando están en ella, que parece
que no se osan bullir ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de
gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por
donde se alcanza la unión. ¿Y piensan que allí está todo el negocio? Que no, hermanas,
no; obras quiere el Señor; y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no
se te dé nada de perder esta devoción, y te compadezcas de ella, y si tiene algún dolor,
te duela a ti, y si fuere menester lo ayunes porque ella lo coma, no tanto por ella como
porque sabes que tu Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad; y
que si vieres loar mucho a una persona, te alegres más mucho que si te loasen a ti; esto a
la verdad fácil es, que si hay humildad, antes terná pena de verse loar. Mas este alegría
de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna
falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla. Mucho he dicho en otras
partes de esto, porque veo, hermanas, que si hubiese en ello quiebra, vamos perdidas.
Plega el Señor nunca la haya, que como esto sea, yo os digo que no dejéis de alcanzar
de su Majestad la unión que queda dicha. Cuando os vierdes faltas en esto, anque
tengáis devoción y regalos, que os parezca habéis llegado ahí, y alguna suspensioncilla
en la oración de quietud, que a algunas luego les parece que está todo hecho, créeme,
que no habéis llegado a unión, y pedid a nuestro Señor que os dé con perfeción este
amor al prójimo, y dejar hacer a su Majestad, que él os dará más que sepáis desear,
como vosotras os esforcéis y procuréis, en todo lo que pudierdes, esto, y forzar vuestra
voluntad, para que se haga en todo la de las hermanas, anque perdáis de vuestro
derecho, y olvidar vuestro bien por el suyo, anque más contradición os haga el natural, y
procurar tomar trabajo, por quitarle al prójimo, cuando se ofreciere. No penséis que no
ha de costar algo y que os lo habéis de hallar hecho. Mirá lo que costó a nuestro Esposo
el amor que nos tuvo, que por librarnos de la muerte, la murió tan penosa, como muerte
de cruz.
Capítulo cuarto
Paréceme que estáis con deseo de ver qué se hace esta palomica, y adónde asienta,
pues queda entendido que no es en gustos espirituales ni en contentos de la tierra; más
alto es su vuelo, y no os puedo satisfacer de este deseo hasta lo postrera Morada, y an
plega a Dios se me acuerde u tenga lugar de escribirlo, porque han pasado casi cinco
meses desde que lo comencé hasta ahora, y como la cabeza no está para tornarlo a leer,
todo debe ir desbaratado, y por ventura dicho algunas cosas dos veces. Como es para
mis hermanas, poco va en ello.
Todavía quiero más declararos lo que me parece que es esta oración de unión:
conforme a mi ingenio porné una comparación. Después diremos más desta mariposica,
que no para, anque siempre frutifica haciendo bien a sí y a otras almas, porque no halla
su verdadero reposo. Ya ternéis oído muchas veces que se desposa Dios con las almas
espiritualmente; ¡bendita sea su misericordia, que tanto se quiere humillar!, y anque sea
grosera comparación, yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo,
que el sacramento del matrimonio. Porque anque de diferente manera, porque en esto
que tratamos jamás hay cosa que no sea espiritual (esto corpóreo va muy lejos, y los
contentos espirituales que da el Señor, y los gustos, al que deben tener los que se
desposan, van mil leguas lo uno de lo otro), porque todo es amor con amor, y sus
operaciones son limpísimas, y tan delicadísimas y suaves que no hay cómo se decir;
mas sabe el Señor darlas muy bien a sentir. Paréceme a mí que la unión an no llega a
desposorio espiritual, sino como por acá cuando se han de desposar dos, se trata si son
conformes, y que el uno y el otro quieran, y an que se vean, para que más se satisfagan
el uno del otro. Ansí acá, prosupuesto que el concierto está ya hecho, y que esta alma
está muy bien informada, cuán bien le está, y determinada a hacer en todo la voluntad
de su Esposo, de todas cuantas maneras ella viere que le ha de dar contento, y su
Majestad, como quien bien entenderá si es ansí, lo está de ella, y ansí hace esta
misericordia, que quiere que le entienda más, y que, como dicen, vengan a vistas, y
juntarla consigo. Podemos decir que es ansí esto, porque pasa en brevísimo tiempo. Allí
no hay más dar y tomar, sino un ver el alma por una manera secreta, quién es este
Esposo que ha de tomar; porque por los sentidos y potencias en ninguna manera podía
entender en mil años lo que aquí entiende en brevísimo tiempo; mas como es tal el
Esposo, de sola aquella vista la deja más digna de que se vengan a dar las manos como
dicen: porque queda el alma tan enamorada, que hace de su parte lo que puede para que
no se desconcierte este divino desposorio. Mas si esta alma se descuida a poner su
afición en cosa que no sea él, piérdelo todo, y es tan grandísima pérdida, como lo son
las mercedes que va haciendo, y mucho mayor que se puede encarecer. Por eso, almas
cristianas, a las que el Señor ha llegado a estos términos, por él os pido que no os
descuidéis, sino que os apartéis de las ocasiones, que an en este estado no está el alma
tan fuerte que se pueda meter en ellas, como lo está después de hecho el desposorio, que
es en la Morada que diremos tras ésta, porque la comunicación no fue más de una vista,
como dicen, y el Demonio andará con gran cuidado a combatirla, y a desviar este
desposorio, que después, como ya la ve del todo rendida a el Esposo, no osa tanto,
porque la ha miedo, y tiene espiriencia, que si alguna vez lo hace queda con gran
pérdida y ella con más ganancia. Yo os digo, hijas, que he conocido personas muy
encumbradas, y llegar a este estado, y con la gran sotileza y ardid del Demonio,
tornarlas a ganar para sí, porque debe de juntarse todo el Infierno para ello; porque
como muchas veces digo, no pierden un alma sola, sino gran multitud. Ya él tiene
espiriencia en este caso; porque, si miramos la multitud de almas que por medio de una
tray Dios a sí, es para alabarle mucho, los millares que convertían los mártires. ¡Una
doncella como santa úrsula! ¡Pues las que habrá perdido el Demonio por santo
Domingo y san Francisco y otros fundadores de órdenes, y pierde ahora por el padre
Inacio, el que fundó la Compañía, que todos, está claro, como lo leemos, recibían
mercedes semejantes de Dios! ¿Qué fue esto, sino que se esforzaron a no perder por su
culpa tan divino desposorio? ¡Oh, hijas mías, que tan aparejado está este Señor a
hacernos merced ahora como entonces, y an en parte más necesitado de que las
queramos recibir, porque hay pocos que miren por su honra, como entonces había!
Querémonos mucho; hay muy mucha cordura para no perder de nuestro derecho. ¡Oh,
qué engaño tan grande! El Señor nos dé luz para no caer en semejantes tinieblas, por su
misericordia.
Podréisme preguntar, u estar con duda de dos cosas: la primera, que si está el alma
tan puesta con la voluntad de Dios, como queda dicho, que cómo se puede engañar,
pues ella en todo no quiere hacer la suya; la segunda, por qué vías puede entrar el
Demonio tan peligrosamente que se pierda vuestra alma, estando tan apartadas del
mundo y tan llegadas a los Sacramentos, y en compañía, podemos decir, de ángeles,
pues la bondad del Señor, todas no train otros deseos, sino de servirle y agradarle en
todo; que ya los que están metidos en las ocasiones del mundo no es mucho.
Yo digo que en esto tenéis razón, que harta misericordia nos ha hecho Dios; mas
cuando veo, como he dicho, que estaba Judas en compañía de los Apóstoles, y tratando
siempre con el mesmo Dios, y oyendo sus palabras, entiendo que no hay seguridad en
esto. Respondiendo a lo primero, digo que si esta alma se estuviese siempre asida a la
voluntad de Dios, que está claro que no se perdería; mas viene el Demonio con unas
sotilezas grandes, y debajo de color de bien vala desquiciando en poquitas cosas de ella,
y metiendo en algunas que él le hace entender que no son malas, y poco a poco
escureciendo el entendimiento, y entibiando la voluntad, y haciendo crecer en ella el
amor propio, hasta que de uno en otro la va apartando de la voluntad de Dios, y
llegando a la suya. De aquí queda respondido a lo segundo, porque no hay
encerramiento tan encerrado adonde él no pueda entrar, ni desierto tan apartado adonde
deje de ir. Y an otra cosa os digo, que quizá lo primite el Señor para ver cómo se ha
aquel alma a quien quiere poner por luz de otras, que más vale que en los principios si
ha de ser ruin lo sea, que no cuando dañe a muchas. La diligencia que a mí se me ofrece
más cierta, después de pedir siempre a Dios en la oración que nos tenga de su mano, y
pensar muy continuo, como si él nos deja, seremos luego en el profundo, como es
verdad, y jamás estar confiadas en nosotras, pues será desatino estarlo, o andar con
particular cuidado y aviso, mirando cómo vamos en las virtudes: si vamos mejorando u
desminuyendo en algo, en especial en el amor unas con otras y en el deseo de ser tenida
por la menor y en cosas ordinarias; que si miramos en ello, y pedimos al Señor que nos
dé luz, luego veremos la ganancia u la pérdida. Que no penséis que alma que llega Dios
a tanto la deja tan apriesa de su mano que no tenga bien el Demonio que trabajar, y
siente su Majestad tanto que se le pierda, que le da mil avisos interiores de muchas
maneras; ansí que no se le podrá asconder el daño.
En fin, sea la conclusión en esto, que procuremos siempre ir adelante, y si esto no
hay, andemos con gran temor, porque sin duda, algún salto nos quiere hacer el
Demonio; pues no es posible que habiendo llegado a tanto, deje ir creciendo, que el
amor jamás está ocioso; y ansí será harto mala señal. Porque alma que ha pretendido ser
esposa del mesmo Dios, y tratándose ya con su Majestad, y llegado a los términos que
queda dicho, no se ha de echar a dormir. Y para que veáis, hijas, lo que hace con las que
ya tiene por esposas, comencemos a tratar de las sestas Moradas, y veréis cómo es poco
todo lo que pudiéremos servir y padecer y hacer para disponernos a tan grandes
mercedes; que podrá ser haber ordenado nuestro Señor que me lo mandasen escribir,
para que, puestos los ojos en el premio, y viendo cuán sin tasa es su misericordia, pues
con unos gusanos quiere ansí comunicarse y mostrarse, olvidemos nuestros contentillos
de tierra, y puestos los ojos en su grandeza, corramos encendidas en su amor. Plega a él
que acierte yo a declarar algo de cosas tan dificultosas, que si su Majestad y el Espíritu
Santo no menea la pluma, bien sé que será imposible; y si no ha de ser para vuestro
provecho, le suplico no acierte a decir nada, pues sabe su Majestad que no es otro mi
deseo, a cuanto puedo entender de mí, sino que sea alabado su nombre, y que nos
esforcemos a servir a un Señor que ansí paga an acá en la tierra, por donde podemos
entender algo de lo que nos ha de dar en el Cielo, sin los intervalos y trabajos y peligros
que hay en este mar de tempestades, porque a no le haber de perderle y ofenderle,
descanso sería que no se acabase la vida hasta la fin del mundo, por trabajar por tan gran
Dios y Señor y Esposo. Plega a su Majestad merezcamos hacerle algún servicio, sin
tantas faltas como siempre tenemos, an en las obras buenas. Amén.
Moradas sestas
Capítulo primero
Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar en las sestas Moradas,
adonde el alma ya queda herida del amor del Esposo, y procura más lugar para estar
sola, y quitar todo lo que puede, conforme a su estado, que la puede estorbar de esta
soledad. Está tan esculpida en el alma aquella vista, que todo su deseo es tornarla a
gozar. Ya he dicho que en esta oración no se ve nada que se pueda decir ver, ni con la
imaginación; digo vista, por la comparación que puse. Ya el alma, bien determinada
queda a no tomar otro esposo; mas el Esposo no mira a los grandes deseos que tiene de
que se haga ya el desposorio, que an quiere que lo desee más y que le cueste algo, bien
que es el mayor de los bienes. Y anque todo es poco para tan grandísima ganancia, yo
os digo, hijas, que no deja de ser menester la muestra y señal que ya se tiene della para
poderse llevar. ¡Oh, válame Dios, y qué son los trabajos interiores y esteriores que
padece hasta que entra en la sétima Morada! Por cierto que algunas veces lo considero,
y que temo que si se entendiesen antes sería dificultosísimo determinarse la flaqueza
natural para poderlo sufrir ni determinarse a pasarlo, por bienes que se le representasen,
salvo si no hubiese llegado a la sétima Morada, que ya allí nada no se teme, de arte que
no se arroje muy de raíz el alma a pasarlo por Dios. Y es la causa, que está casi siempre
tan junta a su Majestad, que de allí le viene la fortaleza. Creo será bien contaros algunos
de los que yo sé que se pasan con certidumbre. Quizá no serán todas las almas llevadas
por este camino, anque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra, de una
manera u de otra, las almas que a tiempo gozan tan de veras de cosas del cielo. Anque
no tenía por mí de tratar de esto, he pensado que algún alma que se vea en ello le será
gran consuelo saber qué pasa en las que Dios hace semejantes mercedes, porque
verdaderamente parece entonces que está todo perdido. No llevaré por concierto como
suceden, sino como se me ofreciere a la memoria; y quiero comenzar de los más
pequeños, que es una grita de las personas con quien se trata, y an con las que no trata,
sino que en su vida le pareció se podían acordar de ella: -¡Que se hace santa, que hace
estremos para engañar el mundo, y para hacer a los otros ruines, que son mejores
cristianos sin esas ceremonias!- y hase de notar que no hay ninguna, sino procurar
guardar bien su estado. Los que tenían por amigos, se apartan della, y son los que le dan
mejor bocado, y es de los que mucho se sienten: -¡Que va perdida aquel alma y
notablemente engañada, que son cosas del Demonio, que ha de ser como aquella y la
otra persona que se perdió, y ocasión de que caya la virtud, que tray engañados los
confesores!- y ir a ellos y decírselo, puniéndole ejemplos de lo que acaeció a algunos
que se perdieron por aquí: mil maneras de mofas y de dichos de éstos. Yo sé de una
persona que tuvo harto miedo no había de haber quien la confesase, según andaban las
cosas, que, por ser muchas, no hay para qué me detener; y es lo peor, que no pasan de
presto, sino que es toda la vida; y el avisarse unos a otros que se guarden de tratar
personas semejantes. Diréisme que también hay quien diga bien. ¡Oh, hijas, y qué pocos
hay que crean ese bien, en comparación de los muchos que abominan! Cuanto más, que
ese es otro trabajo mayor que los dichos, porque como el alma ve claro que si tiene
algún bien es dado de Dios, y en ninguna manera no suyo, porque poco antes se vio
muy pobre y metida en grandes pecados, esle un tormento intolerable, al menos a los
principios, que después no tanto, por algunas razones. La primera, porque la espiriencia
le hace claro ver que tan presto dice bien como mal, y ansí no hace más caso de lo uno
que de lo otro. La segunda, porque le ha dado el Señor mayor luz que de ninguna cosa
buena es suya, sino dada de su Majestad, y como si la viese en tercera persona, olvidada
de que tiene allí ninguna parte, se vuelve a alabar a Dios. La tercera, si ha visto algunas
almas aprovechadas de ver las mercedes que Dios la hace, piensa que tomó su Majestad
este medio de que la tuviesen por buena, no lo siendo, para que a ellas les viniese bien.
La cuarta, porque como tiene más delante la honra y gloria de Dios, que la suya, quítase
una tentación que da a los principios, de que esas alabanzas han de ser para destruirla,
como ha visto algunas, y dásele poco de ser deshonrada, a trueco de que siquiera una
vez sea Dios alabado por su medio: después, venga lo que viniere. Estas razones y otras
aplacan la mucha pena que dan estas alabanzas, anque casi siempre se siente alguna, si
no es cuando poco ni mucho se advierte, mas sin comparación es mayor trabajo verse
ansí en público tener por buena sin razón, que no los dichos; y cuando ya viene a no le
tener mucho de esto, muy mucho menos le tiene de esotro, antes le huelga, y le es como
una música muy suave. Esto es gran verdad, y antes fortalece el alma que la acobarda;
porque ya la espiriencia la tiene enseñada la gran ganancia que le viene por este camino,
y parécele que no ofenden a Dios los que la persiguen, antes que lo primite su Majestad
para gran ganancia suya; y como la siente claramente, tómales un amor particular muy
tierno, que le parece aquéllos son más amigos, y que la dan más a ganar que los que
dicen bien.
También suele dar el Señor enfermedades grandísimas. Este es muy mayor trabajo,
en especial cuando son dolores agudos, que en parte si ellos son recios, me parece el
mayor que hay en la tierra, digo esterior, anque entren cuantos quisieren, si es de los
muy recios dolores, digo, porque descompone lo interior y esterior de manera que
aprieta un alma que no sabe qué hacer de sí, y de muy buena gana tornaría cualquier
martirio de presto que estos dolores; anque en grandísimo estremo no duran tanto, que,
en fin, no da Dios más de lo que se puede sufrir, y da su Majestad primero la paciencia,
mas de otros grandes en lo ordinario y enfermedades de muchas maneras. Yo conozco
una persona que, desde que comenzó el Señor a hacerla esta merced que queda dicha,
que ha cuarenta años, no puede decir con verdad que ha estado día sin tener dolores y
otras maneras de padecer; de falta de salud corporal digo, sin otros grandes trabajos.
Verdad es que había sido muy ruin, y para el Infierno que merecía todo se le hace poco.
Otras que no hayan ofendido tanto a nuestro Señor las llevará por otro camino, mas yo
siempre escogería el del padecer, siquiera por imitar a nuestro Señor Jesucristo, anque
no hubiese otra ganancia, en especial, que siempre hay muchas. ¡Oh, pues si tratamos de
los interiores!, estotros parecerían pequeños, si éstos se acertasen a decir, sino que es
imposible darse a entender de la manera que pasan.
Comencemos por el tormento que da topar con un confesor tan cuerdo y poco
espirimentado que no hay cosa que tenga por sigura: todo lo teme, en todo pone duda,
como ve cosas no ordinarias. En especial si en el alma que las tiene ve alguna
imperfeción, que les parece han de ser ángeles a quien Dios hiciere estas mercedes, y es
imposible mientras estuvieren en este cuerpo, luego es todo condenado a Demonio u
melencolía; y de ésta está el mundo tan lleno, que no me espanto; que hay tanta ahora en
el mundo, y hace el Demonio tantos males por este camino, que tienen muy mucha
razón de temerlo y mirarlo muy bien los confesores. Mas la pobre alma, que anda con el
mesmo temor, y va al confesor como a juez, y ese la condena, no puede dejar de recibir
tan gran tormento y turbación, que sólo entenderá cuán gran trabajo es quien hubiere
pasado por ello. Porque éste es otro de los grandes trabajos que estas almas padecen, en
especial si han sido ruines, pensar que por sus pecados ha Dios de primitir que sean
engañadas, y anque cuando su Majestad les hace la merced, están seguras y no pueden
creer ser otro espíritu sino de Dios, como es cosa que pasa de presto, y el acuerdo de los
pecados se está siempre, y ve en sí faltas, que éstas nunca faltan, luego viene este
tormento. Cuando el confesor la asigura, aplácase, anque torna; mas cuando él ayuda
con más temor, es cosa casi insufrible, en especial cuando tras éstos vienen unas
sequedades que no parece que jamás se ha acordado de Dios ni se ha de acordar, y que
como una persona de quien oyó decir desde lejos, es cuando oye hablar de su Majestad.
Todo no es nada, si no es que sobre esto venga el parecer que no sabe informar a los
confesores, y que los tray engañados, y anque más piensa y ve que no hay primer
movimiento que no los diga, no aprovecha; que está el entendimiento tan escuro, que no
es capaz de ver la verdad, sino creer lo que la imaginación le representa; que entonces
ella es la señora, y los desatinos que el Demonio la quiere representar, a quien debe
nuestro Señor de dar licencia para que la pruebe, y an para que la haga entender que está
reprobada de Dios; porque son muchas las cosas que la combaten con un apretamiento
interior de manera tan sensible e intolerable, que yo no sé a qué se pueda comparar, sino
a los que padecen en el Infierno; porque ningún consuelo se admite en esta tempestad.
Si le quieren tomar con el confesor, parece han acudido los demonios a él para que la
atormente más; y ansí, tratando uno con un alma que estaba en este tormento, después
de pasado, que parece apretamiento peligroso, por ser de tantas cosas juntas, la decía le
avisase cuando estuviese ansí, y siempre era tan peor, que vino él a entender que no era
más en su mano. Pues si se quiere tomar un libro de romance, persona que le sabía bien
leer, le acaecía no entender más de él que si no supiera letra, porque no estaba el
entendimiento capaz. En fin, que ningún remedio hay en esta tempestad sino aguardar a
la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya, u una ocasión, que
acaso sucedió, lo quita todo tan de presto, que parece no hubo nublado en aquel alma,
según queda llena de sol y de mucho más consuelo. Y como quien se ha escapado de
una batalla peligrosa con haber ganado la vitoria, queda alabando a nuestro Señor, que
fue el que peleó para el vencimiento; porque conoce muy claro que ella no peleó, que
todas las armas con que se podía defender le parece que las ve en manos de su contrario,
y ansí conoce claramente su miseria y lo poquísimo que podemos de nosotros si nos
desamparase el Señor. Parece que ya no ha menester consideración para entender esto,
porque la espiriencia de pasar por ello, habiéndose visto del todo inhabilitada, le hacía
entender nuestra nonada y cuán miserable cosa somos; porque la gracia, anque no debe
estar sin ella, pues con toda esta tormenta no ofende a Dios, ni le ofendería por cosa de
la tierra, está tan ascondida, que ni an una centella muy pequeña le parece no ve de que
tiene amor de Dios, ni que le tuvo jamás; porque si ha hecho algún bien, u su Majestad
le ha hecho alguna merced, todo le parece cosa soñada, y que fue antojo: los pecados ve
cierto que los hizo. ¡Oh, Jesús, y qué es ver un alma desamparada de esta suerte y, como
he dicho, cuán poco le aprovecha ningún consuelo de la tierra! Por eso no penséis,
hermanas, si alguna vez os vierdes ansí, que los ricos, y a los que están con libertad,
ternán para estos tiempos más remedio. No, no, que me parece a mí es como si a los
condenados les pusiesen cuantos deleites hay en el mundo delante, no bastarían para
darles alivio, antes les acreditaría el tormento: así acá viene de arriba, y no valen aquí
nada cosas de la tierra. Quiere este gran Dios que conozcamos rey y nuestra miseria, y
importa mucho para lo de adelante.
Pues ¿qué hará esta pobre alma cuando muchos días le durare ansí? Porque si reza es
como si no rezase, para su consuelo, digo; que no se admite en lo interior, ni an se
entiende lo que reza ella mesma a sí, anque sea vocal, que para mental no es este tiempo
en ninguna manera, porque no están las potencias para ello. Antes hace mayor daño la
soledad, con que es otro tormento por sí estar con naide, ni que la hablen; y ansí, por
muy mucho que se esfuerce, anda con un desabrimiento y mala condición en lo esterior,
que se le echa mucho de ver. ¡Es verdad que sabrá decir lo que ha! Es indicible, porque
son apretamientos y penas espirituales que no se saben poner nombre. El mejor
remedio, no digo para que se quite, que yo no le hallo, sino para que se pueda sufrir, es
entender en obras de caridad y esteriores y esperar en la misericordia de Dios, que
nunca falta a los que en él esperan. Sea por siempre bendito, amén.
Otros trabajos que dan los demonios, esteriores, no deben ser tan ordinarios, y ansí
no hay para qué hablar en ellos ni son tan penosos con gran parte; porque por mucho
que hagan, no llegan a inhabilitar ansí las potencias, a mi parecer, ni a turbar el alma de
esta manera, que, en fin, queda razón para pensar que no pueden hacer más de lo que el
Señor les diere licencia, y cuando ésta no está perdida, todo es poco en comparación de
lo que queda dicho.
Otras penas interiores iremos diciendo en estas Moradas, tratando diferencias de
oración y mercedes del Señor, que anque algunas son an más recio que lo dicho en el
padecer, como se verán por cuál deja el cuerpo, no merecen nombre de trabajos ni es
razón que se le pongamos, por ser tan grandes mercedes del Señor, y que en medio de
ellos entiende el alma que lo son, y muy fuera de sus merecimientos. Viene ya esta pena
grande para entrar en la sétima Morada, con otros hartos, que algunos diré, porque todos
será imposible, ni an declarar cómo son; porque vienen de otro linaje que los dichos,
muy más alto; y si en ellos, con ser de más baja casta, no he podido declarar más de lo
dicho, menos podré en estotro. El Señor dé para todo su favor, por los méritos de su
Hijo. Amén.
Capítulo segundo
Parece que hemos dejado mucho la palomica, y no hemos; porque estos trabajos son
los que an la hacen tener más alto vuelo. Pues comencemos ahora a tratar de la manera
que se ha con ella el Esposo, y como antes que del todo lo sea, se lo hace bien desear,
por unos medios tan delicados, que el alma mesma no los entiende, ni yo creo acertaré a
decir para que lo entienda, si no fueren las que han pasado por ello; porque son unos
impulsos tan delicados y sotiles, que proceden de lo muy interior del alma, que no sé
comparación que poner que cuadre. Va bien diferente de todo lo que acá podemos
procurar, y an de los gustos que quedan dichos, que muchas veces estando la mesma
persona descuidada y sin tener la memoria en Dios, su Majestad la despierta, a manera
de una cometa que pasa de presto, o un trueno, anque no se oye ruido; mas entiende
muy bien el alma, que fue llamada de Dios, y tan entendido, que algunas veces, en
especial a los principios, la hace estremecer y an quejar, sin ser cosa que le duele. Siente
ser herida sabrosísimamente, mas no atina cómo ni quién la hirió; mas bien conoce ser
cosa preciosa, y jamás querría ser sana de aquella herida. Quéjase con palabras de amor,
an esteriores, sin poder hacer otra cosa a su Esposo, porque entiende que está presente,
mas no se quiere manifestar de manera que deje gozarse, y es harta pena, anque sabrosa
y dulce; y anque quiera no tenerla, no puede; mas esto no querría jamás. Mucho más le
satisface que el embebecimiento sabroso, que carece de pena, de la oración de quietud.
Deshaciéndome estoy, hermanas, por daros a entender esta operación de amor, y no
sé cómo; porque parece cosa contraria dar a enderder el Amado claramente que está con
el alma, y parecer que la llama con una seña tan cierta, que no se puede dudar, y un
silbo tan penetrativo para entenderlo el alma, que no le puede dejar de oír; porque no
parece sino que en hablando el Esposo, que está en la sétima Morada, por esta manera,
que no es habla formada, toda la gente que está en las otras no se osan bullir, ni sentidos
ni imaginación ni potencias. ¡Oh, mi poderoso Dios, qué grandes son vuestros secretos
y qué diferentes las cosas del espíritu a cuanto por acá se puede ver ni entender, pues
con ninguna cosa se puede declarar ésta, tan pequeña para las muy grandes que obráis
con las almas!
Hace en ella tan gran operación, que se está deshaciendo de deseo, y no sabe qué
pedir, porque claramente le parece que está con ella su Dios. Diréisme, pues si esto
entiende, ¿qué desea u qué le da pena? ¿Qué mayor bien quiere? No lo sé: sé que parece
le llega a las entrañas esta pena y que, cuando de ellas saca la saeta el que la hiere,
verdaderamente parece que se las lleva tras sí, según el sentimiento de amor siente.
Estaba pensando ahora si sería que en este fuego del brasero encendido que es mi Dios,
saltaba alguna centella y daba en el alma de manera que se dejaba sentir aquel
encendido fuego, y como no era an bastante para quemarla, y él tan deleitoso, queda con
aquella pena, y a el tocar hace aquella operación; y paréceme es la mejor comparación
que he acertado a decir; porque este dolor sabroso, y no es dolor, no está en un ser;
anque a veces dura gran rato, otras de presto se acaba, como quiere comunicarle el
Señor, que no es cosa que se puede procurar por ninguna vía humana; mas anque está
algunas veces rato, quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de
abrasar el alma sino ya que se va a encender, muérese la centella y queda con deseo de
tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa. Aquí no hay pensar si es cosa
movida del mesmo natural, ni causada de melancolía, ni tampoco engaño del Demonio,
ni si es antojo; porque es cosa que se deja muy bien entender ser este movimiento de
adonde está el Señor, que es inmutable; y las operaciones no son como de otras
devociones, que el mucho embebecimiento del gusto nos puede hacer dudar. Aquí están
todos los sentidos y potencias, sin ningún embebecimiento, mirando qué podrá ser, sin
estorbar nada ni poder acrecentar aquella pena deleitosa ni quitarla, a mi parecer. A
quien nuestro Señor hiciere esta merced, que si se la ha hecho, en leyendo esto lo
entenderá, déle muy muchas gracias, que no tiene que temer si es engaño; tema mucho
si ha de ser ingrato a tan gran merced, y procure esforzarse a servir y a mejorar en todo
su vida, y verá en lo que para y cómo recibe más y más. Anque a una persona que ésta
tuvo, pasó algunos años con ello, y con aquella merced estaba bien satisfecha, que si
multitud de años sirviera a el Señor con grandes trabajos, quedaba con ella muy bien
pagada. Sea bendito por siempre jamás, amén.
Podrá ser que reparéis en cómo más en esto que en otras cosas hay seguridad. A mi
parecer por estas razones: La primera, porque jamás el Demonio debe dar pena sabrosa
como ésta; podrá él dar el sabor y deleite que parezca espiritual; mas juntar pena, y
tanta, con quietud y gusto del alma, no es de su facultad; que todos sus poderes están
por las adefueras; y sus penas, cuando él las da, no son, a mi parecer, jamás sabrosas ni
con paz, sino inquietas y con guerra. La segunda, porque esta tempestad sabrosa viene
de otra región de las que él puede señorear. La tercera, por los grandes provechos que
quedan en el alma, que es lo más ordinario determinarse a padecer por Dios y desear
tener muchos trabajos, y quedar muy más determinada a apartarse de los contentos y
conversaciones de la tierra, y otras cosas semejantes. El no ser antojo está muy claro;
porque anque otras veces lo procure, no podrá contrahacer aquello; y es cosa tan
notoria, que en ninguna manera se puede antojar, digo, parecer que es, no siendo, ni
dudar de que es, y si alguna quedare, sepan que no son estos verdaderos ímpetus; digo,
si dudare en si le tuvo u si no; porque ansí se da a sentir, como a los oídos una gran voz.
Pues ser melencolía no lleva camino nenguno, porque la melencolía, no hace y fabrica
sus antojos sino en la imaginación; estotro procede de lo interior del alma. Ya puede ser
que yo me engañe, mas hasta oír otras razones a quien lo entienda, siempre estaré en
esta opinión; y ansí sé de una persona harto llena de temor de estos engaños, que de esta
oración jamás le pudo temer.
También suele nuestro Señor tener otras maneras de despertar el alma; que a
deshora, estando rezando vocalmente, y con descuido de cosa interior, parece viene una
inflamación deleitosa, como si de presto viniese un olor tan grande, que se comunicase
por todos los sentidos (no digo que es olor, sino pongo esta comparación) u cosa de esta
manera, sólo para dar a sentir que está allí el Esposo; mueve un deseo sabroso de gozar
el alma de él, y con esto queda dispuesta para hacer grandes atos y alabanzas a nuestro
Señor. Su nacimiento de esta merced es de donde lo que queda dicho, mas aquí no hay
cosa que dé pena, ni los deseos mesmos de gozar a Dios son penosos; esto es más
ordinario sentirlo el alma. Tampoco me parece qué hay aquí que temer, por algunas
razones de las dichas, sino procurar admitir esta merced con hacimiento de gracias.
Capítulo tercero
Otra manera tiene Dios de despertar a el alma; y anque en alguna manera parece
mayor merced que las dichas, podrá ser más peligrosa, y por eso me deterné algo en
ella, que son unas hablas con el alma, de muchas maneras; unas parece vienen de afuera,
otras de lo muy interior del alma, otras de lo superior della, otras tan en lo esterior, que
se oyen con los oídos porque parece es voz formada. Algunas veces, y muchas, puede
ser antojo, en especial en personas de flaca imaginación u melencólicas, digo de
melencolía notable; de estas dos maneras de personas no hay que hacer caso, a mi
parecer, anque digan que ven y oyen y entienden, ni inquietarlas con decir que es
Demonio, sino oírlas como a personas enfermas, diciendo a la priora u confesor a quien
lo dijere, que no haga caso de ello, que no es la sustancia para servir a Dios; y que a
muchos ha engañado el Demonio por allí, anque no será quizá ansí a ella, por no la
afligir más que tray con su humor. Porque si le dicen que es melencolía, nunca acabará,
que jurará que lo ve y lo oye, porque le parece ansí. Verdad es, que es menester traer
cuenta con quitarle la oración, y lo más que se pudiere, que no haga caso dello; porque
suele el Demonio aprovecharse de estas almas ansí enfermas, anque no sea para su
daño, para el de otros; y a enfermas y sanas, siempre de estas cosas hay que temer, hasta
ir entendiendo el espíritu. Y digo que siempre es lo mejor a los principios deshacérsele;
porque si es de Dios, es más ayuda para ir adelante, y antes crece cuando es probado.
Esto es ansí, mas no sea apretando mucho el alma y inquietándola; porque
verdaderamente ella no puede más.
Pues tornando a lo que decía de las hablas con el ánima, de todas las maneras que he
dicho, pueden ser de Dios, y también del Demonio y de la propia imaginación. Diré, si
acertare, con el favor del Señor, las señales que hay en estas diferencias y cuándo serán
estas hablas peligrosas; porque hay muchas almas que las entienden entre gente de
oración, y querría, hermanas, que no penséis hacéis mal en no las dar crédito, ni
tampoco en dársele, cuando son solamente para vosotras mesmas de regalo, u aviso de
faltas vuestras, dígalas quien las dijere, u sea antojo, que poco va en ello. De una cosa
os aviso, que no penséis, anque sean de Dios, seréis por eso mejores, que harto habló a
los fariseos, y todo el bien está como se aprovechan de estas palabras; y ninguna que no
vaya muy conforme a la Escritura hagáis más caso de ellas, que si las oyésedes al
mesmo Demonio; porque anque sean de vuestra flaca imaginación, es menester tomarse
como una tentación de cosas de la fe, y ansí resistir siempre, para que se vayan
quitando; y sí quitarán, porque llevan poca fuerza consigo. Pues tornando a lo primero,
que venga de lo interior, que de lo superior, que de lo esterior, no importa para dejar de
ser de Dios. Las más ciertas señales que se pueden tener, a mi parecer son éstas. La
primera y más verdadera es el poderío y señorío que train consigo, que es hablando y
obrando. Declárome más. Está un alma en toda la tribulación y alboroto interior que
queda dicho, y escuridad del entendimiento y sequedad; con una palabra de éstas, que
diga solamente: -«No tengas pena»-, queda sosegada, y sin nenguna, y con gran luz,
quitada toda aquella pena, con que le parecía que todo el mundo y letrados que se
juntaran a darle razones para que no la tuviese, no la pudieran, con cuanto trabajaran,
quitar de aquella aflición. Está afligida por haberle dicho su confesor, y otros, que es
espíritu del Demonio el que tiene, y toda llena de temor; y con una palabra que se le
diga sólo: -«Yo soy, no hayas miedo»-, se le quita del todo, y queda consoladísima, y
pareciéndole que ninguno bastará a hacerla creer otra cosa. Está con mucha pena de
algunos negocios graves, que no saben cómo han de suceder; entiende, que se sosiegue,
que todo sucederá bien; queda con certidumbre, y sin pena; y desta manera otras
muchas cosas.
La segunda razón, una gran quietud que queda en el alma, y recogimiento devoto y
pacífico, y dispuesta para alabanzas de Dios. ¡Oh Señor!, si una palabra enviada a decir
con un paje vuestro, que a lo que dicen, al menos éstas, en esta Morada, no las dice el
mesmo Señor, sino algún ángel, tienen tanta fuerza, ¿qué tal la dejaréis en el alma que
está atada por amor con Vos, y Vos con ella?
La tercera señal es, no pasarse estas palabras de la memoria en muy mucho tiempo, y
algunas jamás, como se pasan las que por acá entendemos, digo, que oímos de los
hombres, que anque sean muy graves y letrados, no las tenemos tan esculpidas en la
memoria, ni tampoco, si son en cosas por venir, las creemos como a éstas, que queda
una certidumbre grandísima, de manera que, anque algunas veces en cosas muy
imposibles, a el parecer, no deja de venirle duda si será u no será, y anda con algunas
vacilaciones el entendimiento, en la mesma alma está una seguridad, que no se puede
rendir; anque le parezca que vaya todo al contrario de lo que entendió, y pasan años, no
se le quita aquel pensar que Dios buscará otros medios que los hombres no entienden,
mas que, en fin, se ha de hacer, y ansí es que se hace. Anque, como digo, no se deja de
padecer cuando ve muchos desvíos, porque como ha tiempo que lo entendió, y las
operaciones y certidumbre, que al presente quedan ser Dios, es ya pasado, han lugar
estas dudas, pensando si fue Demonio, si fue de la imaginación; nenguna de estas le
queda al presente, sino que moriría por aquella verdad. Mas, como digo, con todas estas
imaginaciones, que debe poner el Demonio para dar pena, y acobardar el alma, en
especial, si es en negocio que en el hacerse lo que se entendió ha de haber muchos
bienes de almas, y es obra para gran honra y servicio de Dios, y en ellas hay gran
dificultad, ¿qué no hará? Al menos enflaquece la fe, que es harto daño no creer que Dios
es poderoso para hacer obras que no entienden nuestros entendimientos. Con todos estos
combates, anque haya quien diga a la mesma persona que son disbarates, digo los
confesores con quien se tratan estas cosas, y con cuantos malos sucesos hubiere para dar
a entender que no se pueden cumplir, queda una centella no sé dónde, tan viva, de que
será, anque todas las demás esperanzas estén muertas, que no podría, anque quisiese,
dejar de estar viva aquella centella de siguridad. Y en fin, como he dicho, se cumple la
palabra del Señor, y queda el alma tan contenta y alegre, que no querría sino alabar
siempre a su Majestad, y mucho más, por ver cumplido lo que se le había dicho, que por
la mesma obra, anque le vaya muy mucho en ella. No sé en qué va esto, que tiene en
tanto el alma, que salgan estas palabras verdaderas, que si a la mesma persona la
tomasen en algunas mentiras, no creo sentiría tanto; como si ella en esto pudiese más,
que no dice sino lo que la dicen. Infinitas veces se acordaba cierta persona de Jonás,
profeta, sobre esto, cuando temía no había de perderse Nínive. En fin, como es espíritu
de Dios, es razón se le tenga esa fidelidad, en desear no le tengan por falso, pues es la
suma verdad. Y ansí es grande la alegría cuando, después de mil rodeos y en cosas
dificultosísimas, lo ve cumplido; anque a la mesma persona se le hayan de seguir
grandes trabajos de ello, los quiere más pasar que no que deje de cumplirse lo que tiene
por cierto le dijo el Señor. Quizá no todas personas ternán esta flaqueza, si lo es, que no
lo puedo condenar por malo.
Si son de la imaginación, nenguna de estas señales hay, ni certidumbre, ni paz y
gusto interior; salvo que podría acaecer, y an yo sé de algunas personas a quien ha
acaecido, estando muy embebidas en oración de quietud y sueño espiritual, que algunas
son tan flacas de complesión u imaginación, u no sé de la causa, que verdaderamente en
este gran recogimiento están fuera de sí, que no se sienten en lo esterior, y están tan
adormecidos todos los sentidos, que como una persona que duerme, y an quizá es ansí
que están adormizadas, como manera de sueño les parece que las hablan, y an que ven
cosas, y piensan que es de Dios, y deja los efetos, en fin, como de sueño. Y también
podría ser, pidiendo una cosa a nuestro Señor afetuosamente, parecerles que le dicen lo
que quieren, y esto acaece algunas veces. Mas a quien tuviere mucha espiriencia de las
hablas de Dios, no se podrá engañar en esto, a mi parecer, de la imaginación. Del
Demonio hay más que temer, mas si hay las señales que quedan dichas, mucho se puede
asigurar ser de Dios, anque no de manera, que si es cosa grave lo que se le dice, y que se
ha de poner por obra de sí u de negocios de terceras personas, jamás haga nada ni le
pase por pensamiento, sin parecer de confesor letrado y avisado y siervo de Dios, anque
más y más entienda y le parezca claro ser de Dios. Porque esto quiere su Majestad, y no
es dejar de hacer lo que él manda, pues nos tiene dicho tengamos a el confesor en su
lugar, adonde no se puede dudar ser palabras suyas; y éstas ayuden a dar ánimo, si es
negocio dificultoso, y nuestro Señor le porná al confesor, y le hará crea es espíritu suyo,
cuando él lo quisiere, y si no, no están más obligados. Y hacer otra cosa sino lo dicho, y
siguirse naide por su parecer en esto, téngolo por cosa muy peligrosa; y ansí, hermanas,
os amonesto de parte de nuestro Señor, que jamás os acaezca.
Otra manera hay, como habla el Señor a el alma, que yo tengo para mí ser muy cierto
de su parte, con alguna visión intelectual, que adelante diré como es. Es tan en lo íntimo
del alma, y parécele tan claro oír aquellas palabras con los oídos del alma a el mesmo
Señor, y tan en secreto, que la mesma manera de entenderlas, con las operaciones que
hace la mesma visión, asegura y da certidumbre no poder el Demonio tener parte allí.
Deja grandes afetos para creer esto, al menos hay siguridad de que no procede de la
imaginación, y también si hay advertencia la puede siempre tener de esto por estas
razones:La primera, porque debe ser diferente en la claridad de la habla, que lo es tan
clara, que una sílaba que falte de lo que entendió, se acuerda, y si se dijo por un estilo u
por otro, anque sea todo una sentencia; y en lo que se antoja por la imaginación, será no
habla tan clara, ni palabras tan distintas, sino como cosa medio soñada.
La segunda, porque acá no se pensaba muchas veces en lo que se entendió, digo que
es a deshora, y an algunas estando en conversación, anque hartas se responde a lo que
pasa de presto por el pensamiento u a lo que antes se ha pensado: mas muchas es en
cosa que jamás tuvo acuerdo de que hablan de ser ni serían, y ansí no las podía haber
fabricado la imaginación, para que el alma se engañase en antojársele lo que no había
deseado, ni querido, ni venido a su noticia.
La tercera, porque lo uno es como quien oye, y lo de la imaginación es como quien
va componiendo lo que él mesmo quiere que le digan poco a poco.
La cuarta, porque las palabras son muy diferentes, y con una se comprende mucho,
lo que nuestro entendimiento no podría comprender tan de presto.
La quinta, porque junto con las palabras muchas veces, por un modo que yo no sabré
decir, se da a entender mucho más de lo que ellas suenan sin palabras. En este modo de
entender, hablaré en otra parte más, que es cosa muy delicada y para alabar a nuestro
Señor; porque en esta manera y diferencias, ha habido personas muy dudosas, en
especial alguna por quien ha pasado, y ansí habrá otras que no acababan de entenderse;
y ansí sé que lo ha mirado con mucha advertencia, porque han sido muchas veces las
que el Señor le hace esta merced, y la mayor duda que tenía era en esto, si se le
antojaba, a los principios, que el ser Demonio más presto se puede entender; anque son
tantas sus sotilezas, que sabe bien contrahacer el espíritu de luz; mas será, a mi parecer,
en las palabras, decirlas muy claras, que tampoco quede duda si se entendieron como en
el espíritu de verdad; mas no podrá contrahacer los efetos que quedan dichos, ni dejar
esa paz en el alma, ni luz, antes inquietud y alboroto; mas puede hacer poco daño, u
ninguno, si el alma es humilde, y hace lo que he dicho, de no se mover a hacer nada por
cosa que entienda. Si son favores y regalos del Señor, mire con atención si por ellos se
tiene por mejor, y si mientra mayor palabra de regalo, no quedare más confundida, crea
que no es espíritu de Dios; porque es cosa muy cierta, que cuando lo es, mientra mayor
merced le hace, muy más en menos se tiene la mesma alma, y más acuerdo tray de sus
pecados, y más olvidada de su ganancia, y más empleada su voluntad y memoria en
querer sólo la honra de Dios, ni acordarse de su propio provecho, y con más temor anda
de torcer en ninguna cosa su voluntad, y con mayor certidumbre de que nunca mereció
aquellas mercedes, sino el Infierno. Como hagan de estos efetos todas las cosas y
mercedes que tuviere en la oración, no ande el alma espantada, sino confiada en la
misericordia del Señor, que es fiel, y no dejará a el Demonio que la engañe, anque
siempre es bien se ande con temor.
Podrá ser que a las que no lleva el Señor por este camino, les parezca que podrían
estas almas no escuchar estas palabras que les dicen y si son interiores, destraerse de
manera que no se admitan, con esto andarán sin estos peligros. A éstos respondo, que es
imposible: no hablo de las que se les antoja que con no estar tanto apeteciendo alguna
cosa ni quiriendo hacer caso de las imaginaciones, tienen remedio. Acá ninguno, porque
de tal manera el mesmo espíritu que habla, hace parar todos los otros pensamientos y
advertir a lo que se dice, que en alguna manera me parece, y creo es ansí, que sería más
posible no entender a una persona que hablase muy a voces a otra que oyese muy bien,
porque podría no advertir, y poner el pensamiento y entendimiento en otra cosa, mas en
lo que tratamos no se puede hacer: no hay oídos que se atapar, ni poder para pensar,
sino en lo que se le dice, en ninguna manera; porque el que pudo hacer parar el sol, por
petición de Josué creo era, puede hacer parar las potencias y todo el interior, de manera,
que ve bien el alma, que otro mayor Señor gobierna aquel Castillo que ella, y hácela
harta devoción y humildad; ansí en escusarlo no hay remedio ninguno. Dénosle la
divina Majestad, para que sólo pongamos los ojos en contentarle, y nos olvidemos de
nosotros mesmos, como he dicho; amén. Plega él, que haya acertado a dar a entender lo
que en esto he pretendido, y que sea de algún aviso para quien lo tuviere.
Capítulo cuarto
Con estas cosas dichas de trabajos y las demás, ¿qué sosiego puede traer la pobre
mariposica? Todo es para más desear gozar a el Esposo; y su Majestad, como quien
conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas, para que tenga
ánimo de juntarse con tan gran Señor, y tomarle por Esposo. Reíros heis de que digo
esto, y pareceros ha desatino; porque cualquiera de vosotras os parecerá que no es
menester, y que no habrá nenguna mujer tan baja, que no le tenga para desposarse con el
Rey. Ansí lo creo yo con el de la tierra, mas con el del Cielo, yo os digo que es menester
más de lo que pensáis; porque nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa,
y tengo por cierto, que si no lo diese Dios, con cuanto veis, u que nos está bien, sería
imposible. Y ansí veréis lo que hace su Majestad para concluir este desposorio, que
entiendo yo debe ser cuando da arrobamientos, que la saca de sus sentidos; porque si
estando en ellos, se viese tan cerca desta gran Majestad, no era posible, por ventura,
quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean, y no flaquezas de mujeres,
como por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éstasi. Y como creo dejo
dicho, hay complesiones tan flacas, que con una oración de quietud se mueren. Quiero
poner aquí algunas maneras que yo he entendido, como he tratado con tantas personas
espirituales, que hay de arrobamientos, anque no sé si acertaré, como en otra parte que
lo escribí: esto y algunas cosas de las que van aquí, que por algunas razones, ha
parecido no va nada tornarlo a decir, anque no sea sino porque vayan las Moradas por
junto aquí.
Una manera hay, que estando el alma, anque no sea en oración, tocada con alguna
palabra, que se acordó u oye de Dios, parece que su Majestad, desde lo interior del
alma, hace crecer la centella que dijimos ya, movido de piedad de haberla visto padecer
tanto tiempo por su deseo, que abrasada toda ella como un ave Fenis, queda renovada, y
piadosamente, se puede creer, perdonadas sus culpas. Hase de entender con la
dispusición y medios que esta alma habrá tenido, como la Ilesia lo enseña. Y ansí
limpia, la junta consigo, sin entender an aquí naide sino ellos dos, ni an la mesma alma
entiende de manera que lo puede después decir, anque no está sin sentido interior;
porque no es como a quien toma un desmayo u parajismo, que ninguna cosa interior ni
esterior entiende. Lo que yo entiendo en este caso, es que el alma nunca estuvo tan
despierta para las cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de su Majestad.
Parecerá imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que
están muertas, y los sentidos lo mesmo, ¿cómo se puede entender que entiende ese
secreto? Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mesmo Creador, y otras cosas
muchas que pasan en este estado, digo en estas dos Moradas; que ésta, y la postrera se
pudieran juntar bien, porque de la una a la otra no hay puerta cerrada; porque hay cosas
en la postrera, que no se han manifestado a los que an no han llegado a ella, me pareció
dividirlas.
Cuando estando el alma en esta suspensión, el Señor tiene por bien demostrarle
algunos secretos, como de cosas del Cielo y visiones imaginarias, esto sábelo después
decir, y de tal manera queda imprimido en la memoria que nunca jamás se olvida; mas
cuando son visiones inteletuales tampoco las sabe decir; porque debe haber algunas en
estos tiempos tan subidas, que no las convienen entender más los que viven en la tierra
para poderlas decir, anque estando sana en sus sentidos, por acá se pueden decir muchas
destas visiones inteletuales.
Podrá ser que no entendáis algunas qué cosa es visión, en especial las inteletuales.
Yo diré a su tiempo, porque me lo ha mandado quien puede; y anque parezca cosa
impertinente, quizá para algunas almas será de provecho. Pues diréisme, si después no
ha de haber acuerdo de esas mercedes tan subidas que ahí hace el Señor a el alma, ¿qué
provecho le train? ¡Oh, hijas!, que es tan grande, que no se puede encarecer, porque
anque no las saben decir, en lo muy interior del alma quedan bien escritas, y jamás se
olvidan. Pues si no tienen imagen ni las entienden las potencias, ¿cómo se pueden
acordar? Tampoco entiendo eso; mas entiendo que quedan unas verdades en esta alma,
tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le dice quien es, y que
está obligada a creerle por Dios, le adorará desde aquel punto por tal, como hizo Jacob
cuando vio la escala, que con ella debía de entender otros secretos, que no los supo
decir; que por sólo ver una escala que bajaban y subían ángeles, si no hubiera más luz
interior, no entendiera tan grandes misterios. No sé si atino en lo que digo, porque
anque lo he oído, no sé si se me acuerda bien. Ni tampoco Moysén supo decir todo lo
que vio en la zarza, sino lo que quiso Dios que dijese; mas si no mostrara Dios a su
alma secretos con certidumbre, para que viese y creyese que era Dios, no se pusiera en
tantos y tan grandes trabajos; mas debía entender tan grandes cosas dentro de los
espinos de aquella zarza, que le dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de
Israel. Ansí que, hermanas, las cosas ocultas de Dios no hemos de buscar razones para
entenderlas, sino que como creemos que es poderoso, está claro que hemos de creer que
un gusano de tan limitado poder como nosotros, que no ha de entender sus grandezas.
Alabémosle mucho, porque es servido que entendamos algunas.
Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender algo
de esto que voy diciendo, y creo no la hay que cuadre; mas digamos ésta: Entráis en un
aposento de un rey u gran señor, u creo camarín los llaman, adonde tienen infinitos
géneros de vidrios y barros y muchas cosas, puestas por tal orden, que casi todas se ven
en entrando. Una vez me llevaron a una pieza de éstas en casa de la Duquesa de Alba,
adonde, viniendo de camino, me mandó la obediencia estar, por haberlos importunado
esta señora, que me quedé espantada en entrando, y consideraba de qué podía
aprovechar aquella baraúnda de cosas, y vía que se podía alabar al Señor de tantas
diferencias de cosas; y ahora me cay en gracia cómo me ha aprovechado para aquí. Y
anque estuve allí un rato, era tanto lo que había que ver, que luego se me olvidó todo, de
manera que de nenguna de aquellas piezas me quedó más memoria que si nunca las
hubiera visto, ni sabría decir de qué hechura eran: mas por junto acuérdase que lo vio.
Ansí acá, estando el alma tan hecha una cosa con Dios, metida en este aposento de cielo
impíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas; porque claro está que, pues
Dios está en ellas, que tiene alguna de estas Moradas; y anque cuando está ansí el alma
en éstasi, no debe siempre el Señor querer que vea estos secretos, porque está tan
embebida en gozarle que le basta tan gran bien, algunas veces gusta que se desembeba y
de presto vea lo que está en aquel aposento; y ansí queda después que torna en sí con
aquel representársele las grandezas que vio: mas no puede decir nenguna, ni llega su
natural a más de lo que sobrenatural ha querido Dios que vea. ¡Luego ya confieso que
fue ver y que es visión imaginaria! -No quiero decir tal, no es esto de que trato, sino
visión inteletual; que como no tengo letras, mi torpeza no sabe decir nada; que lo que he
dicho hasta aquí en esta oración entiendo claro que si va bien que no soy la que lo he
dicho. Yo tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos en los
arrobamientos del alma a quien los ha dado Dios, que no son arrobamientos, sino alguna
flaqueza natural, que puede ser a personas de flaca complesión, como somos las
mujeres, con alguna fuerza de espíritu sobrepujar al natural y quedarse ansí embebidas,
como creo dije en la oración de quietud. Aquéllos no tienen que ver con arrobamientos;
porque el que lo es cree que roba Dios toda el alma para sí y que, como a cosa suya
propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado por
serlo; que, por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere
estorbo de naide, ni de potencias, ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas de
estas Moradas todas, y sólo en la que él está queda abierta para entrarnos. Bendita sea
tanta misericordia y con razón serán malditos los que no quisieren aprovecharse de ella,
y perdieren a este Señor. ¡Oh, hermanas mías!, que no es nada lo que dejamos, ni es
nada cuanto hacemos, ni cuanto pudiéramos hacer, por un Dios que ansí se quiere
comunicar a un gusano. Y si tenemos esperanza de an en esta vida gozar de este bien,
¿qué hacemos?, ¿en qué nos detenemos?, ¿qué es bastante para que un momento
dejemos de buscar a este Señor, como lo hacía la Esposa por barrios y plazas? ¡Oh, que
es burlerío todo lo del mundo si no nos llega y ayuda a esto, anque duraran para siempre
sus deleites y riquezas y gozos cuantos se pudieran imaginar! ¡Que es todo asco y
basura comparado a estos tesoros que se han de gozar sin fin! Ni an éstos no son nada
en comparación de tener por nuestro al Señor de todos los tesoros y del cielo y de la
tierra. ¡Oh, ceguedad humana! -¿Hasta cuándo, hasta cuándo se cuitará esta tierra de
nuestros ojos? Que anque entre nosotras no parece que no es tanta que nos ciegue del
todo, veo unas motillas, unas chinillas, que si las dejamos crecer, bastarán hacernos gran
daño; sino que por amor de Dios, hermanas, nos aprovechemos de estas faltas para
conocer nuestra miseria, y ellas nos den mayor vista, como la dio el lodo del ciego que
sanó nuestro Esposo; y ansí, viéndonos tan imperfectas, crezca más el suplicarle saque
bien de nuestras miserias, para en todo contentar a su Majestad.
Mucho me he divertido sin entenderlo; perdonadme, hermanas, y creed que, llegada
a estas grandezas de Dios, digo, a hablar en ellas, no puede dejar de lastimarme mucho
ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, anque es verdad que son cosas que las
da el Señor a quien quiere, si quisiésemos a su Majestad como él nos quiere, a todas las
daría; no está deseando otra cosa, sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen
sus riquezas.
Pues tornando a lo que decía, manda el Esposo cerrar las puertas de las Moradas, y
an las del Castillo y cerca; que en quiriendo arrebatar esta alma, se le quita el huelgo de
manera que, anque duren un poquito más algunas veces los otros sentidos, en ninguna
manera puede hablar, anque otras veces todo se quita de presto, y se enfrían las manos y
el cuerpo de manera que no parece tiene alma, ni se entiende algunas veces si echa el
huelgo. Esto dura poco espacio, digo para estar en un ser, porque, quitándose esta gran
suspensión un poco, parece que el cuerpo torna algo en sí y alienta para tornarse a morir
y dar mayor vida a el alma, y con todo no dura mucho tan gran éstasi.
Mas acaece, anque se quita, quedarse la voluntad tan embebida y el entendimiento
tan enajenado, y durar ansí días y an días, que parece no es capaz para entender en cosa
que no sea para despertar la voluntad a amar, y ella se está harto despierta para esto y
dormida para arrostrar a asirse a ninguna criatura.
¡Oh!, cuando el alma torna ya del todo en sí, ¡qué es la confusión que le da y los
deseos tan grandísimos de emplearse en Dios, de todas cuantas maneras se quiere servir
de ella! Si de las oraciones pasadas quedan tales efetos como quedan dichos, ¿qué será
de una merced tan grande como ésta? Querría tener mil vidas para emplearlas todas en
Dios, y que todas cuantas cosas hay en la tierra fuesen lenguas para alabarle por ella.
Los deseos de hacer penitencia grandísimos; y no hace mucho en hacerla, porque con la
fuerza del amor, siente poco cuanto hace, y ve claro que no hacían mucho los mártires
en los tormentos que padecían, porque con esta ayuda de parte de nuestro Señor es fácil;
y ansí se quejan estas almas a su Majestad cuando no se les ofrece en qué padecer.
Cuando esta merced les hace en secreto, tiénenla por muy grande; porque cuando es
delante de algunas personas, es tan grande el corrimiento y afrenta que les queda, que en
alguna manera desembebe el alma de lo que gozó, con la pena y cuidado que le da
pensar qué pensarán los que lo han visto. Porque conocen la malicia del mundo y
entienden que no lo echarán por ventura a lo que es, sino que, por lo que habían de
alabar al Señor, por ventura les será ocasión para echar juicios. En alguna manera me
parece esta pena y corrimiento falta de humildad; mas ello no es más en su mano;
porque si esta persona desea ser vituperada, ¿qué se le da? Como entendió una que
estaba en esta aflición de parte de nuestro Señor: «No tengas pena, que, u ellos han de
alabarme a Mí u mormurar de ti, y en cualquiera cosa de éstas ganas tú». Supe después
que esta persona se había mucho animado con estas palabras y consolado; y porque si
alguna se viere en esta aflición, os las pongo aquí. Parece que quiere nuestro Señor que
todos entiendan que aquel alma es ya suya, que no ha de tocar naide en ella; en el
cuerpo, en la honra, en la hacienda, enhorabuena, que de todo se sacará honra para su
Majestad; mas en el alma, eso no, que si ella, con muy culpable atrevimiento, no se
aparta de su Esposo, él la amparará de todo el mundo, y an de todo el Infierno. No sé si
queda dado algo a entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es imposible, como
he dicho, y creo no se ha perdido nada en decirlo, para que se entienda lo que lo es,
porque hay efetos muy diferentes en los fíngidos arrobamientos; no digo fingidos
porque quien los tiene no quiere engañar, sino porque ella lo está; y como las señales y
efetos no conforman con tan gran merced, queda infamada de manera que con razón no
se cree después a quien el Señor la hiciere. Sea por siempre bendito y alabado, amén,
amén.
Capítulo quinto
Otra manera de arrobamientos hay, u vuelo del espíritu le llamo yo, que anque todo
es uno en la sustancia, en lo interior se siente muy diferente, porque muy de presto
algunas veces se siente un movimiento tan acelerado del alma, que parece es arrebatado
el espíritu con una velocidad que pone harto temor, en especial a los principios; que por
eso os decía que es menester ánimo grande para a quien Dios ha de hacer estas
mercedes, y an fe y confianza y resinación grande de que haga nuestro Señor del alma
lo que quisiere.
¿Pensáis que es poca turbación estar una persona muy en su sentido y verse arrebatar
el alma? Y an algunos hemos leído que el cuerpo con ella, sin saber adónde va u quién
la lleva u cómo; que al principio de este momentáneo movimiento no hay tanta
certidumbre de que es Dios. Pues ¿hay algún remedio de poder resistir? En ninguna
manera; antes es peor; que yo le sé de alguna persona, que parece quiere Dios dar a
entender el alma que, pues tantas veces con tan grandes veras se ha puesto en sus manos
y con tan entera voluntad se le ha ofrecido toda, que entienda que ya no tiene parte en sí,
y notablemente, con más impetuoso movimiento es arrebatada; y tomaba ya por sí no
hacer más que hace una paja cuando la levanta el ámbar, si lo habéis mirado, y dejarse
en las manos de quien tan poderoso es, que ve es lo más acertado hacer la necesidad
virtud. Y porque dije de la paja, es cierto ansí, que con la facilidad que un gran jayán
puede arrebatar una paja, este nuestro gran gigante y poderoso arrebata el espíritu. No
parece sino que, aquel pilar de agua, que dijimos, creo era la cuarta Morada, que no me
acuerdo bien, que con suavidad y mansedumbre, digo sin ningún movimiento, se
henchía; aquí desató este gran Dios que detiene los manantiales de las aguas, y no deja
salir la mar de sus términos, los manantiales por donde venía a este pilar del agua; y con
un ímpetu grande se levanta una ola tan poderosa, que sube a lo alto esta navecica de
nuestra alma. Y ansí como no puede una nave, ni es poderoso el piloto, ni todos los que
la gobiernan, para que las olas, si vienen con furia, la dejen estar adonde quieren, muy
menos puede lo interior del alma detenerse en donde quiere, ni hacer que sus sentidos ni
potencias hagan más de lo que les tienen mandado, que lo esterior no se hace aquí caso
de ello.
Es cierto, hermanas, que de sólo irlo escribiendo me voy espantando, de cómo se
muestran aquí el gran poder de este gran Rey y Emperador; ¿qué hará quien pasa por
ello? Tengo para mí que si los que andan muy perdidos por el mundo se les descubriese
su Majestad, como hace a estas almas, que anque no fuese por amor; por miedo no le
osarían ofender. Pues ¡oh, cuán obligadas estarán las que han sido avisadas por camino
tan subido a procurar con todas sus fuerzas no enojar este Señor! Por él os suplico,
hermanas, a la que hubiere hecho su Majestad estas mercedes u otras semejantes, que no
os descuidéis con no hacer más que recibir; mirá que quien mucho debe, mucho ha de
pagar. Para esto también es menester gran ánimo, que es una cosa que acobarda en gran
manera; y sí nuestro Señor no se le diese andaría siempre con gran aflición; porque
mirando lo que su Majestad hace con ella, y tornándose a mirar a sí, cuán poco sirve
para lo que está obligada, y eso poquillo que hace lleno de faltas y quiebras y flojedad,
que por no se acordar de cuán imperfetamente hace alguna obra, si la hace, tiene por
mejor procurar que se le olvide, y traer delante sus pecados, y meterse en la
misericordia de Dios que pues no tiene con qué pagar, supla la piedad y misericordia
que siempre tuvo con los pecadores. Quizá le responderá lo que a una persona que
estaba muy afligida delante de un crucifijo en este punto, considerando que nunca había
tenido qué dar a Dios ni qué dejar por él: díjole el mesmo Crucificado consolándola,
que él la daba todos los dolores y trabajos que había pasado en su Pasión, que los
tuviese por propios para ofrecer a su Padre. Quedó aquel alma tan consolada y tan rica,
según de ella he entendido, que no se le puede olvidar, antes cada vez que se ve tan
miserable, acordándosele, queda animada y consolada. Algunas cosas de éstas podría
decir aquí, que, como he tratado tantas personas santas y de oración, sé muchas; porque
no penséis que só yo me voy a la mano. Esta paréceme de gran provecho, para que
entendáis lo que se contenta nuestro Señor de que nos conozcamos y procuremos
siempre mirar y remirar nuestra pobreza y miseria, y que no tenemos nada, que no lo
recibimos. Ansí que, hermanas mías, para esto y otras muchas cosas, que se ofrece a un
alma, que ya el Señor la tiene en este punto, es menester ánimo; y, a mi parecer, para
esto postrero más que para nada, si hay humildad; dénosla el Señor por quien es.
Pues tornando a este apresurado arrebatar el espíritu, es de tal manera, que
verdaderamente parece sale del cuerpo, y, por otra parte, claro está que no queda esta
persona muerta: al menos ella no puede decir si está en el cuerpo u si no, por algunos
instantes. Parécele que toda junta ha estado en otra región muy diferente de esta que
vivimos, adonde se le muestra otra luz tan diferente de la de acá, que si toda su vida ella
la estuviera fabricando junto con otras cosas, fuera imposible alcanzarlas; y acaece que
en un istante le enseñan tantas cosas juntas, que en muchos años que trabajara en
ordenarlas con su imaginación y pensamiento, no pudiera de mil partes la una. Esto no
es visión inteletual, sino imaginaria, que se ve con los ojos del alma, muy mejor que acá
vemos con los del cuerpo, y sin palabras se le da a entender algunas cosas; digo como si
ve algunos santos: los conoce como si los hubiera mucho tratado. Otras veces, junto con
las cosas que ve con los ojos del alma por visión inteletual, se le representan otras, en
especial multitud de ángeles, con el Señor de ellos, y sin ver nada con los ojos del
cuerpo ni del alma, por un conocimiento admirable que yo no sabré decir, se le
representa lo que digo y otras muchas cosas que no son para decir. Quien pasare por
ellas, que tenga más habilidad que yo, las sabrá quizá dar a entender, anque me parece
bien dificultoso. Si esto todo pasa estando en el cuerpo u no, yo no lo sabré decir; al
menos ni juraría que está en el cuerpo, ni tampoco que está el cuerpo sin alma. Muchas
veces he pensado, si como el sol estándose en el Cielo, que sus rayos tienen tanta
fuerza, que no mudándose él de allí, de presto llegan acá, si el alma y el espíritu, que
son una mesma cosa, como lo es el sol y sus rayos, puede, quedándose ella en su puesto,
con la fuerza del calor que le viene del verdadero Sol de Justicia, alguna parte superior
salir sobre sí mesma. En fin, yo no sé lo que digo, lo que es verdad es que con la
presteza que sale la pelota de un arcabuz cuando le ponen el fuego, se levanta en lo
interior un vuelo, que yo no sé otro nombre que le poner, que, anque no hace ruido, se
hace movimiento tan claro, que no puede ser antojo en ninguna manera; y muy fuera de
sí mesma, a todo lo que puede entender, se le muestran grandes cosas; y cuando torna a
sentirse en sí, es con tan grandes ganancias, y tiniendo en tan poco todas las cosas de la
tierra, para en comparación de las que ha visto, que le parecen basura; y desde ahí
adelante vive en ella con harta pena, y no ve cosa de las que le solían parecer bien que
no le haga dársele nada de ella. Parece que le ha querido el Señor mostrar algo de la
tierra adonde ha de ir, como llevaron señas los que enviaron a la tierra de promisión los
del pueblo de Israel, para que pase los trabajos de este camino tan trabajoso, sabiendo
adónde ha de ir a descansar. Anque cosa que pasa tan de presto no os parecerá de mucho
provecho, son tan grandes los que deja en el alma, que si no es por quien pasa, no se
sabrá entender su valor. Por donde se ve bien no ser cosa del Demonio; que de la propia
imaginación es imposible, ni el Demonio podría representar cosas, que tanta operación y
paz y sosiego y aprovechamiento dejan en el alma, en especial tres cosas muy en subido
grado: conocimiento de la grandeza de Dios, porque mientras más cosas viéremos de
ella, más se nos da a entender: propio conocimiento y humildad de ver cómo cosa tan
baja, en comparación del Criador de tantas grandezas, la ha osado ofender, ni osa
mirarle; la tercera, tener en muy poco todas las cosas de la tierra, si no fueren las que
puede aplicar para servicio de tan gran Dios. éstas son las joyas que comienza el Esposo
a dar a su esposa, y son de tanto valor que no las porná a mal recaudo, que ansí quedan
esculpidas en la memoria estas vistas, que, creo es imposible olvidarlas hasta que las
goce para siempre, si no fuera para grandísimo mal suyo; mas el Esposo que se las da es
poderoso para darle gracia que no las pierda.
Pues tornando a el ánimo que es menester, ¿paréceos que es tan liviana cosa? Que
verdaderamente parece que el alma se aparta del cuerpo, porque se ve perder los
sentidos, y no entiende para qué. Menester es que le dé él que da todo lo demás. Diréis
que bien pagado va este temor: ansí lo digo yo. Sea para siempre alabado el que tanto
puede dar. Plega a su Majestad que nos dé para que merezcamos servirle, amén.
Capítulo sesto
Destas mercedes tan grandes queda el alma tan deseosa de gozar del todo al que se
las hace, que vive con harto tormento, anque sabroso; unas ansias grandísimas de
morirse, y ansí, con lágrimas muy ordinarias, pide a Dios la saque de este destierro.
Todo la cansa cuanto ve en él; en viéndole a solas tiene un gran alivio, y luego acude
esta pena, y en estando sin ella no se hace. En fin, no acaba esta mariposica de hallar
asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquiera ocasión que
sea para encender más este fuego la hace volar; y ansí en esta Morada son muy
continuos los arrobamientos, sin haber remedio de escusarlos, anque sea en público, y
luego las persecuciones y mormuraciones, que, anque ella quiera estar sin temores, no la
dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los confesores. Y
anque en lo interior del alma parece tiene gran siguridad por una parte, en especial
cuando está a solas con Dios, por otra anda muy afligida, porque teme si la ha de
engañar el Demonio de manera que ofenda a quien tanto ama, que de las
mormuraciones tiene poca pena, sino es cuando el mesmo confesor la aprieta, como si
ella pudiese más. No hace sino pedir a todos oraciones, y suplicar a su Majestad la lleve
por otro camino, porque le dicen que lo haga, porque éste es muy peligroso; mas como
ella ha hallado por él tan gran aprovechamiento, que no puede dejar de ver que le lleva,
como lee y oye y sabe por los mandamientos de Dios el que va al Cielo, no lo acaba de
desear, anque quiere, sino dejarse en sus manos. Y an este no lo poder desear le da pena,
por parecerle que no obedece al confesor, que en obedecer y no ofender a nuestro Señor
le parece que está todo su remedio para no ser engañada; y ansí no haría un pecado
venial, de advertencia, porque la hiciesen pedazos, a su parecer; y aflígese en gran
manera de ver que no se puede escusar de hacer mucho sin entenderse. Da Dios a estas
almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquito que
sea, ni hacer una imperfeción si pudiesen, que por sólo esto, anque no fuese por más,
querría huir de las gentes, y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los
desiertos; por otra parte se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser
parte para que un alma alabase más a Dios, y si es mujer, se aflige del atamiento que le
hace su natural, porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad
para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías.
¡Oh, pobre mariposilla, atada con tantas cadenas que no te dejan volar lo que
querrías! Habedla lástima, mi Dios; ordenad ya de manera que ella pueda cumplir en
algo sus deseos para vuestra honra y gloria. No os acordéis de lo poco que lo merece y
de su bajo natural. Poderoso sois Vos, Señor, para que la gran mar se retire, y el gran
Jordán, y dejen pasar los hijos de Israel; no la hayáis lástima, que, con vuestra fortaleza
ayudada, puede pasar muchos trabajos. Ella está determinada a ello, y lo desa padecer;
alargá, Señor, vuestro poderoso brazo, no se le pase la vida en cosas tan bajas.
Parézcase vuestra grandeza en cosa tan feminil y baja para que, entendiendo el mundo
que no es nada de ella, os alaben a Vos, cuéstele lo que le costare, que eso quiere, y dar
mil vidas, porque un alma os alabe un poquito más a su causa, si tantas tuviera; y las dar
por muy bien empleadas, y entiende con toda verdad que no merece padecer por Vos un
muy pequeño trabajo, cuanto más morir.
No sé a qué propósito he dicho esto, hermanas, ni para qué, que no me he entendido.
Entendamos que son éstos los efetos que quedan de estas suspensiones u éstasi, sin duda
nenguna; porque no son deseos que pasan, sino que están en un ser, y cuando se ofrece
algo en qué mostrarlo, se ve que no era fingido. ¿Por qué digo estar en un ser? Algunas
veces se siente el alma cobarde y en las cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco
ánimo, que no le parece posible tenerla para cosa. Entiendo yo que la dejó el Señor
entonces en su natural para mucho mayor bien suyo; porque ve entonces que si para
algo le ha tenido, ha sido dado de su Majestad con una claridad que la deja aniquilada a
sí y con mayor conocimiento de la misericordia de Dios y de su grandeza, que en cosa
tan baja la ha querido mostrar; mas lo más ordinario está como antes hemos dicho. Una
cosa advertí, hermanas, en estos grandes deseos de ver a nuestro Señor: que aprietan
algunas veces tanto, que es menester no ayudar a ellos, sino divertiros, si podéis digo,
porque en otras, que diré adelante, en ninguna manera se puede, como veréis. En estos
primeros, alguna vez sí podrán; porque hay razón entera para conformarse con la
voluntad de Dios, y decir lo que decía san Martín, y podráse volver la consideración si
mucho aprietan; porque, como es, al parecer, deseo que ya parece de personas muy
aprovechadas, ya podría el Demonio moverle, porque pensásemos que lo estamos, que
siempre es bien andar con temor. Mas tengo para mí que no podrá poner la quietud y
paz que esta pena da en el alma, sino que será moviendo con él alguna pasión, como se
tiene cuando por cosas del siglo tenemos alguna pena; mas a quien no tuviese la
espiriencia de uno y de lo otro no lo entenderá, y pensando es una gran cosa ayudará
cuanto pudiere, y haríale mucho daño a la salud; porque es contina esta pena, u, al
menos, muy ordinaria.
También advertid que suele causar la complesión flaca cosas de estas penas, en
especial si es en unas personas tiernas, que por cada cosita lloran; mil veces las hará
entender que lloran por Dios, que no sea ansí. Y an puede acaecer ser (cuando viene
multitud de lágrimas, digo, por un tiempo, que a cada palabrita que oya u piense de Dios
no se puede resistir de ellas), haberse allegado algún humor al corazón, que ayuda más
que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de acabar de llorar; y como ya tienen
entendido que las lágrimas son buenas, no se van a la mano, ni querrían hacer otra cosa,
y ayudan cuanto pueden a ellas. Pretende el Demonio aquí que se enflaquezcan, de
manera que después ni puedan tener oración ni guardar su regla.
Paréceme que os estoy mirando cómo decís que qué habéis de hacer, si en todo
pongo peligro; pues en una cosa tan buena como las lágrimas me parece puede haber
engaño, que yo soy la engañada; y ya puede ser, mas creé que no hablo sin haber visto
que le puede haber en algunas personas, anque no en mí; porque no soy nada tierna,
antes tengo un corazón tan recio, que algunas veces me da pena; anque cuando el fuego
de adentro es grande, por recio que sea el corazón distila, como hace un alquitara, y bien
entenderéis cuando vienen las lágrimas de aquí, que son más confortadoras y pacifican,
que no alborotadoras, y pocas veces hacen mal. El bien es en este engaño, cuando lo
fuere, que será daño del cuerpo, digo si hay humildad, y no del alma, y cuando no le
hay, no será malo tener esta sospecha. No pensemos que está todo hecho en llorando
mucho, sino que echemos mano del obrar mucho, y de las virtudes, que son las que nos
han de hacer al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no haciendo
nosotras diligencias para traerlas. éstas dejarán esta tierra seca, regada, y son gran
ayuda para dar fruto; mientras menos caso hiciéremos de ellas, más, porque es agua que
cay del cielo; la que sacamos cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver con
ésta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas, y no hallaremos ni un charco
de agua, cuanto más pozo manantial. Por eso, hermanas, tengo por mejor, que nos
pongamos delante del Señor, y miremos su misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y
dénos él lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad. él sabe mejor lo que
nos conviene; y con esto andaremos descansadas, y el Demonio no terná tanto lugar de
hacernos trampantojos.
Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente, da nuestro Señor al alma algunas
veces unos júbilos y oración estraña, que no sabe entender qué es. Porque si os hiciera
esta merced, la alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es, a mi
parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad
para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mesmo, sin entender qué es lo que
gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa ansí, que es un gozo tan
ecesivo del alma que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos, para que la
ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas
haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se
ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer
grandes fiestas, por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en siguridad, al
menos por entonces. Y tengo para mí, que es con razón; porque tanto gozo interior de lo
muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de
Dios, no es posible darle el Demonio. Es harto, estando con este gran ímpetu de alegría,
que calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir san Francisco, cuando
le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era
pregonero del gran Rey; y otros santos, que se van a los desiertos por poder apregonar
lo que san Francisco: estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de
Alcántara, que creo lo es, según fue su vida, que hacía esto mesmo, ye tinían por loco
los que alguna vez le oyeron. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a
todas! Y qué mercedes os ha hecho de teneros en parte que, anque el Señor os haga ésta
y deis muestra de ello, antes será para ayudaros que no para mormuración, como
fuérades si estuviérades en el mundo, que se usa tan poco este pregón que no es mucho
que le mormuren. ¡Oh desventurados tiempos y miserable vida en la que ahora vivimos,
y dichosas a las que les ha cabido tan buena suerte, que estén fuera de él! Algunas veces
me es particular gozo cuando, estando juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan
grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el
monesterio; porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior
del alma. Muchas veces querría, hermanas, hiciésedes esto, que una que comienza,
despierta a las demás. ¿En qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis
juntas, que en alabanzas de Dios, pues tenemos tanto porque se las dar? Plega a su
Majestad que muchas veces nos dé esta oración, pues es tan segura y gananciosa; que
adquirirla no podremos, porque es cosa muy sobrenatural; y acaece durar un día, y anda
el alma como uno que ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los
sentidos, u un melencólico, que del todo no ha perdido el seso, mas no sale de una cosa
que se le puso en la imaginación, ni hay quien le saque de ella. Harto groseras
comparaciones son éstas para tan preciosa causa, mas no alcanza otras mi ingenio,
porque ello es ansí: que este gozo la tiene tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no
advierte ni acierta a hablar, en lo que procede de su gozo, que son alabanzas de Dios.
Ayudemos a esta alma, hijas mías todas; ¿para qué queremos tener más seso?, ¿qué nos
puede dar mayor contento?, ¡y ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los
siglos! Amén, amén, amén.
Capítulo sétimo
Pareceros ha, hermanas, que a estas almas que el Señor se comunica tan
particularmente (en especial podrán pensar esto que diré las que no hubieren llegado a
estas mercedes, porque si lo han gozado, y es de Dios, verán lo que yo diré), que estarán
ya tan seguras de que han de gozarle para siempre, que no ternán que temer ni que llorar
sus pecados; y será muy gran engaño; porque el dolor de los pecados crece más,
mientras más se recibe de nuestro Dios; y tengo yo para mí, que hasta que estemos
adonde ninguna cosa puede dar pena, que ésta no se quitará. Verdad es, que unas veces
61/87
aprieta más que otras, y también es de diferente manera; porque no se acuerda de la
pena que ha de tener por ellos, sino de cómo fue tan ingrata a quien tanto debe, y a
quien tanto merece ser servido; porque en estas grandezas que le comunica, entiende
mucho más la de Dios; espántase cómo fue tan atrevida; llora su poco respeto; parécele
una cosa tan desatinada su desatino, que no acaba de lastimar jamás, cuando se acuerda
por las cosas tan bajas, que dejaba una tan gran majestad. Mucho más se cuerda de esto,
que de las mercedes que recibe, siendo tan grandes como las dichas, y las que están por
decir; parece que las lleva un río caudaloso, y las tray a sus tiempos. Esto de los pecados
está como un cieno, que siempre parece se avivan en la memoria, y es harto gran cruz.
Yo sé de una persona que, dejado de querer morirse por ver a Dios, lo deseaba por no
sentir tan ordinariamente pena de cuán desagradecida había sido a quien tanto debió
siempre, y había de deber; y ansí no le parecía podían llegar maldades de ninguno a las
suyas; porque entendía que no le habría a quien tanto hubiese sufrido Dios y tantas
mercedes hubiese hecho. En lo que toca a miedo del Infierno, ninguno tienen; de si han
de perder a Dios, a veces aprieta mucho, mas es pocas veces. Todo su temor es no las
deje Dios de su mano para ofenderle, y se vean en estado tan miserable, como se vieron
en algún tiempo, que de pena ni gloria suya propia no tienen cuidado; y si desean no
estar mucho en Purgatorio, es más por no estar ausente de Dios, lo que allí estuvieren,
que por las penas que han de pasar. Yo no ternía por seguro, por favorecida que un alma
esté de Dios, que se olvidase de que en algún tiempo se vio en miserable estado; porque
anque es cosa penosa, aprovecha para muchas. Quizá como yo he sido tan ruin, me
parece esto, y esta es la causa de traerlo siempre en la memoria; las que han sido
buenas, no ternán que sentir, anque siempre hay quiebras mientra vivimos en este
cuerpo mortal. Para esta pena ningún alivio es pensar que tiene nuestro Señor ya
perdonados los pecados y olvidados, antes añide a la pena ver tanta bondad, y que se
hacen mercedes a quien no merecía sino Infierno. Yo pienso que fue éste un gran
martirio en san Pedro y la Madalena; porque como tenían el amor tan crecido, y habían
recibido tantas mercedes, y tenían entendida la grandeza y majestad de Dios, sería harto
recio de sufrir, y con muy tierno sentimiento.
También os parecerá que quien goza de cosas tan altas no terná meditación en los
misterios de la sacratísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo, porque se ejercitará
ya toda en amor. Esto es una cosa que escribí largo en otra parte, y anque me han
contradecido en ella y dicho que no lo entiendo, porque son caminos por donde lleva
nuestro Señor, y que cuando ya han pasado de los principios es mejor tratar en cosas de
la Divinidad y huir de las corpóreas, a mí no me harán confesar que es buen camino. Ya
puede ser que me engañe, y que digamos todos una cosa; mas vi yo que me quería
engañar el Demonio por ahí, y ansí estoy, tan escarmentada, que pienso, anque lo haya
dicho más veces, decíroslo otra vez aquí, porque vais en esto con mucha advertencia; y
mirá que oso decir que no creáis a quien os dijere otra cosa. Y procuraré darme más a
entender, que hice en otra parte, porque por ventura si alguno lo ha escrito, como él lo
dijo, si más se alargara en declararlo, decía bien; y decirlo ansí por junto a las que no
entendemos tanto puede hacer mucho mal.
También les parecerá a algunas almas que no pueden pensar en la Pasión; pues
menos podrán en la sacratísima Virgen, ni en la vida de los santos, que tan gran
provecho y aliento nos da su memoria. Yo no puedo pensar en qué piensan; porque
apartados de todo lo corpóreo, para espíritus angélicos es estar siempre abrasados en
amor, que no para los que vivimos en cuerpo mortal, que es menester trate y piense y se
acompañe de los que tiniéndole, hicieron tan grandes hazañas por Dios; cuanto más
apartarse de industria de todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad
de nuestro Señor Jesucristo; y no puede creer que lo hacen, sino que no se entienden, y
ansí harán daño a sí y a los otros. Al menos yo les asiguro que no entren a estas dos
Moradas postreras; porque si pierden la guía, que es el buen Jesús, no acertarán el
camino; harto será si se están en las demás con siguridad. Porque el mesmo Señor dice
que es camino; también dice el Señor que es luz, y que no puede nenguno ir al Padre
sino por él; y quien me ve a mí ve a mi Padre. Dirán que se da otro sentido a estas
palabras. Yo no sé esotros sentidos; con este que siempre siente mi alma ser verdad, me
ha ido muy bien.
Hay algunas almas, y son hartas las que lo han tratado conmigo, que como nuestro
Señor las llega a dar contemplación perfeta, querríanse siempre estar allí, y no puede
ser; mas quedan con esta merced del Señor, de manera, que después no pueden discurrir
en los misterios de la Pasión y de la vida de Cristo, como antes. Y no sé qué es la causa,
mas es esto muy ordinario, que queda el entendimiento más inhabilitado para la
meditación; creo debe ser la causa, que como en la meditación es todo buscar a Dios,
como una vez se halla, y queda el alma acostumbrada, por obra de la voluntad, a
tornarle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento. Y también me parece que,
como la voluntad esté ya encendida, no quiere esta potencia generosa aprovecharse de
estotra si pudiese; y no hace mal, mas será imposible, en especial hasta que llegue a
estas postreras Moradas, y perderá tiempo, porque muchas veces ha menester ser
ayudada del entendimiento para encender la voluntad. Y notad, hermanas, este punto,
que es importante, y ansí le quiero declarar más. Está el alma deseando emplearse toda
en amor, y querría no entender en otra cosa, mas no podrá aunque quiera; porque anque
la voluntad no esté muerta, está mortecino el fuego que la suele hacer quemar, y es
menester quien le sople para echar calor de sí. ¿Sería bueno que se estuviese el alma con
esta sequedad, esperando fuego del Cielo que queme este sacrificio que está haciendo de
sí a Dios, como hizo nuestro padre Elías? No, por cierto, ni es bien esperar milagros: el
Señor los hace cuando es servido, por esta alma, como queda dicho y se dirá adelante;
mas quiere su Majestad que nos tengamos por tan ruines que no merecemos los haga,
sino que nos ayudemos en todo lo que pudiéremos. Y tengo para mí, que hasta que
muramos, por subida oración que haya, es menester esto. Verdad es, que a quien mete
ya el Señor en la sétima Morada es muy pocas veces, o casi nunca, las que ha menester
hacer esta diligencia, por la razón que en ella diré, si me acordare; mas es contino no se
apartar de andar con Cristo nuestro Señor, por una manera admirable, adonde, divino y
humano junto, es siempre su compañía. Ansí que cuando no hay encendido el fuego que
queda dicho, en la voluntad, ni se siente la presencia de Dios, es menester que la
busquemos, que esto quiere su Majestad, como lo hacía la Esposa en los Cantares, y
preguntemos a las criaturas quién las hizo, como dice san Agustín, creo en sus
Meditaciones o Confesiones, y no nos estemos bobos perdiendo tiempo por esperar lo
que una vez se nos dio, que a los principios podrá ser que no lo dé el Señor en un año, y
an en muchos: su Majestad sabe el por qué; nosotras no hemos de querer saberlo ni hay
para qué. Pues sabemos el camino, como hemos de contentar a Dios por los
mandamientos y consejos, en esto andemos muy diligentes, y en pensar su vida y
muerte, y lo mucho que le debemos; lo demás venga cuando el Señor quisiere. Aquí
viene el responder que no pueden detenerse en estas cosas; y por lo que queda dicho,
quizá ternán razón en alguna manera. Ya sabéis que discurrir con el entendimiento es
uno, y representar la memoria al entendimiento verdades, es otro. Decís, quizá, que no
me entendéis, y verdaderamente podrá ser que no lo entienda yo para saberlo decir; mas
dirélo como supiere. Llamo yo meditación al discurrir mucho con el entendimiento de
esta manera: Comenzamos a pensar en la merced que nos hizo Dios en darnos a su
único Hijo, y no paramos allí, sino vamos adelante a los misterios de toda su gloriosa
vida; u comenzamos en la oración del Huerto, y no para el entendimiento hasta que está
puesto en la ; u tomamos un paso de la Pasión, digamos como el prendimiento, y
andamos en este misterio, considerando por menudo las cosas que hay que pensar en él
y que sentir, ansí de la traición de Judas, como de la huida de los apóstoles, y todo lo
demás; y es admirable y muy meritoria oración.
Esta es la que digo que ternán razón quien ha llegado a llevarla Dios a cosas
sobrenaturales, y a perfeta contemplación; porque, como he dicho, no sé la causa; mas,
lo más ordinario, no podrá. Mas no la terná, digo razón, si dice que no se detiene en
estos misterios, y los tray presentes muchas veces, en especial cuando los celebra la
Ilesia Católica; ni es posible que pierda memoria el alma que ha recibido tanto de Dios,
de muestras de amor tan preciosas, porque son vivas centellas para encenderla más en el
que tiene a nuestro Señor, sino que no se entiende; porque entiende el alma estos
misterios por manera más perfeta. Y es que se los representa el entendimiento, y
estámpanse en la memoria, de manera que de sólo ver al Señor caído con aquel
espantoso sudor en el Huerto, aquello le basta para no sólo una hora, sino muchos días,
mirando con una sencilla vista quién es, y cuán ingratos hemos sido a tan gran pena;
luego acude la voluntad, anque no sea con ternura, a desear servir en algo tan gran
merced y a desear padecer algo por quien tanto padeció, y a otras cosas semejantes, en
que ocupa la memoria y el entendimiento. Y creo que por esta razón no puede pasar a
discurrir más en la Pasión, y esto le hace parecer que no puede pensar en ella. Y si esto
no hace, es bien que lo procure hacer, que yo sé que no lo empidirá la muy subida
oración; y no tengo por bueno que no se ejercite en esto muchas veces. Si de aquí la
supendiere el Señor, muy enhorabuena, que anque no quiera, la hará dejar en lo que
está; y tengo por muy cierto que no es estorbo esta manera de proceder, sino gran ayuda
para todo bien, lo que sería si mucho trabajase en el discurrir, que dije al principio, y
tengo para mí que no podrá quien ha llegado a más. Ya puede ser que sí, que por
muchos caminos lleva Dios las almas; mas no se condenen las que no pudieren ir por él,
ni las juzguen inhabilitadas para gozar de tan grandes bienes como están encerrados en
los misterios de nuestro bien Jesucristo; ni naide me hará entender, sea cuan espiritual
quisiere, irá bien por aquí. Hay unos principios y an medios, que tienen algunas almas,
que como comienzan a llegar a oración de quietud, y a gustar de los regalos y gustos
que da el Señor, paréceles que es muy gran cosa estarse allí siempre gustando; pues
créanme, y no se embeban tanto, como ya he dicho en otra parte, que es larga la vida, y
hay en ella muchos trabajos, y hemos menester mirar a nuestro dechado Cristo, como
los pasó, y an a sus apóstoles y santos, para llevarlos con prefeción. Es muy buena
compañía el buen Jesús para no nos apartar de ella y su sacratísima Madre, y gusta
mucho de que nos dolamos de sus penas, anque dejemos nuestro contento y gusto
algunas veces. Cuanto más, hijas, que no es tan ordinario el regalo en la oración que no
hay tiempo para todo; y la que dijere que es un ser, terníalo yo por sospechoso, digo que
nunca puede hacer lo que queda dicho; y ansí lo tené, y procurá salir de ese engaño, y
desembeberos con todas vuestras fuerzas, y si no bastaren, decirlo a la priora, para que
os dé un oficio de tanto cuidado, que se quite ese peligro, que al menos para el seso y
cabeza es muy grande, si durase mucho tiempo. Creo queda dado a entender lo que
conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosas corpóreas, que les parezca an
hace daño la Humanidad sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que
convenía que él se fuese; yo no puedo sufrir esto. Ausadas que no lo dijo a su Madre
sacratísima, porque estaba firme en la fe, que sabía que era Dios y hombre; y anque le
amaba más que ellos, era con tanta perfeción, que antes la ayudaba. No debían estar
entonces los apóstoles tan firmes en la fe, como después estuvieron y tenemos razón de
estar nosotros ahora. Yo os digo, hijas, que le tengo por peligroso camino y que podría
el Demonio venir y hacer perder la devoción con el Santísimo Sacramento. El engaño
que me pareció a mí que llevaba no llegó a tanto como esto, sino a no gustar de pensar
en nuestro Señor Jesucristo tanto, sino andarme en aquel embebecimiento, aguardando
aquel regalo; y vi claramente que iba mal; porque como no podía ser tenerle siempre,
andaba el pensamiento de aquí por allí, y el alma, me parece, como un ave revolando
que no halla adónde parar, y perdiendo harto tiempo, y no aprovechando en las virtudes
ni medrando en la oración. Y no entendía la causa, ni la entendiera, a mi parecer, porque
me parecía que era aquello muy acertado, hasta que, tratando la oración que llevaba con
una persona sierva de Dios, me avisó. Después vi claro cuán errada iba, y nunca me
acaba de pesar de que haya habido nengún tiempo que yo careciese de entender que se
podía malganar con tan gran pérdida; y cuando pudiera, no quiero ningún bien, sino
adquirido por quien nos vienen todos los bienes. Sea Para siempre alabado, amén.
Capítulo octavo
Para que más claro veáis, hermanas, que es ansí lo que os he dicho, y que mientra
más adelante va un alma más acompañada es de este buen Jesús, será bien que tratemos
de cómo, cuando su Majestad quiere, no podemos sino andar siempre con él; como se
ve claro por las maneras y modos con que su Majestad se nos comunica, y nos muestra
el amor que nos tiene con algunos aparecimientos y visiones tan admirables, que por si
alguna merced de éstas os hiciere, no andéis espantadas, quiero decir, si el Señor fuere
servido que acierte, en suma, alguna cosa de éstas, para que le alabemos mucho, anque
no nos las haga a nosotras, de que se quiera ansí comunicar con una criatura, siendo de
tanta majestad y poder. Acaece estando el alma descuidada de que se le ha de hacer esta
merced, ni haber jamás pensado merecerla, que siente cabe sí a Jesucristo nuestro Señor,
anque no le ve ni con los ojos del cuerpo ni del alma. Esta llaman visión inteletual, no
sé yo por qué. Vi a esta persona que le hizo Dios esta merced, con otras que diré
adelante, fatigada en los principios harto; porque no podía entender qué cosa era, pues
no la vía; y entendía tan cierto ser Jesucristo nuestro Señor el que se le mostraba de
aquella suerte, que no lo podía dudar, digo, que estaba allí aquella visión; que si era
Dios o no, anque traía consigo grandes efetos para entender que lo era, todavía andaba
con miedo, y ella jamás había oído visión inteletual, ni pensó que la había de tal suerte;
mas entendía muy claro que era este Señor el que la hablaba muchas veces de la manera
que queda dicho; porque hasta que le hizo esta merced que digo, nunca sabía quién la
hablaba, anque entendía las palabras. Sé que estando temerosa de esta visión, porque no
es como las imaginarias, que pasan de presto, sino que dura muchos días, y an más que
un año alguna vez, se fue a su confesor harto fatigada; él la dijo que si no vía nada,
cómo sabía que era nuestro Señor; que le dijese qué rostro tenía. Ella le dijo que no
sabía, ni vía rostro, ni podía decir más de lo dicho; que lo que sabía era que era él el que
la hablaba, y que no era antojo. Y anque le ponían hartos temores todavía, muchas veces
no podía dudar, en especial cuando la decía: «No hayas miedo, que Yo soy». Tenían
tanta fuerza estas palabras, que no lo podía dudar por entonces, y quedaba muy
esforzada y alegre con tan buena compañía; que vía claro serle gran ayuda para andar
con una ordinaria memoria de Dios y un miramiento grande de no hacer cosa que le
desagradase, porque le parecía la estaba siempre mirando; y cada vez que quería tratar
con su Majestad en oración, y an sin ella, le parecía estar tan cerca, que no la podía
dejar de oír; anque el entender las palabras no era cuando ella quería, sino a deshora,
cuando era menester. Sentía que andaba al lado derecho, mas no con estos sentidos que
podemos sentir que está cabe nosotros una persona, porque es por otra vía más delicada,
que no se debe de saber decir; mas es tan cierto, y con tanta certidumbre, y an mucho
más; porque acá ya se podría antojar, mas en esto no, que viene con grandes ganancias y
efetos interiores, que ni los podría haber, si fuese melencolía, ni tampoco el Demonio
haría tanto bien, ni andaría el alma con tanta paz, y con tan continos deseos de contentar
a Dios, y con tanto desprecio de todo lo que no la llega a él; y después se entendió claro
no ser Demonio, porque se iba más y más dando a entender. Con todo, sé yo que a ratos
andaba harto temerosa, otros con grandísima confusión, que no sabía por dónde le había
venido tanto bien. éramos tan una cosa ella y yo, que no pasaba cosa por su alma que
yo estuviese ignorante de ella, y ansí puedo ser buen testigo, y me podréis creer ser
verdad todo lo que en esto dijere. Es merced del Señor, que tray grandísima confusión
consigo y humildad. Cuando fuese del Demonio, todo sería al contrario; y como es cosa
que notablemente se entiende ser dada de Dios, que no bastaría industria humana para
poderse ansí sentir, en nenguna manera puede pensar quien lo tiene que es bien suyo,
sino dado de la mano de Dios. Y anque, a mi parecer, es mayor merced algunas de las
que quedan dichas, ésta tray consigo un particular conocimiento de Dios, y de esta
compañía tan contina nace un amor ternísimo con su Majestad, y unos deseos an
mayores que los que quedan dichos, de entregarse toda a su servicio, y una limpieza de
conciencia grande; porque hace advertir a todo la presencia que tray cabe sí. Porque
anque ya sabemos que lo está Dios a todo lo que hacemos, es nuestro natural tal, que se
descuida en pensarlo, lo que no se puede descuidar acá, que la despierta el Señor que
está cabe ella. Y an para las mercedes que quedan dichas, como anda el alma casi
contino con un atual amor al que ve u entiende estar cabe sí, son muy ordinarias. En fin,
en la ganancia del alma se ve ser grandísima merced, y muy mucho de preciar, y
agradece al Señor, que se la da tan sin poderle merecer, y por nengún tesoro ni deleite
de la tierra la trocaría. Y ansí cuando el Señor es servido que se le quite, queda con
mucha soledad, mas todas las diligencias posibles que pusiese para tornar a tener
aquella compañía aprovechan poco, que lo da el Señor cuando quiere, y no se puede
adquirir. Algunas veces también es de algún santo, y es también de gran provecho.
Diréis que si no se ve, que como se entiende que es Cristo, u cuándo es santo, u su
Madre gloriosísima. Eso no sabrá el alma decir, ni puede entender cómo lo entiende,
sino que lo sabe con una grandísima certidumbre. An ya el Señor, cuando habla, más
fácil parece, mas el santo que no habla, sino que parece le pone el Señor allí por ayuda
de aquel alma y por compañía, es más de maravillar. Ansí son otras cosas espirituales,
que no se saben decir, mas entiéndese por ellas cuán bajo es nuestro natural, para
entender las grandes grandezas de Dios, pues an éstas no somos capaces, sino que con
admiración y alabanzas a su Majestad pase quien se las diere; y ansí le haga particulares
gracias por ellas, que pues no es merced que se hace a todos, hase mucho de estimar, y
procurar hacer mayores servicios, pues por tantas maneras le ayuda Dios a ello. De aquí
viene no se tener por eso en más, y parecerle que es la que menos sirve a Dios de
cuantos hay en la tierra; porque le parece está más obligada a ello que nenguno, y
cualquier falta que hace la atraviesa las entrañas, y con muy grande razón.
Estos efetos con que anda el alma, que quedan dichos, podrá advertir cualquiera de
vosotras a quien el Señor llevare por este camino, para entender que no es engaño ni
tampoco antojo, porque, como he dicho, no tengo que es posible durar tanto siendo
Demonio, haciendo tan notable provecho a el alma, y trayéndola con tanta paz interior,
que no es de costumbre, ni puede anque quiere, cosa tan mala, hacer tanto bien; que
luego habría unos humos de propia estimación, y pensar era mejor que los otros. Mas
este andar siempre el alma tan asida de Dios y ocupando su pensamiento en él, haríale
tanta rabia, que anque lo intentase, no tornase muchas veces; y es Dios tan fiel, que no
permitirá darle tanta mano, con alma que no pretende otra cosa sino agradar a su
Majestad, y poner su vida por su honra y gloria, sino que luego ordenará como sea
desengañada. Mi tema es y será que como el alma ande de la manera que aquí se ha
dicho la dejan estas mercedes de Dios, que su Majestad la sacará con ganancia, si
primite alguna vez se le atreva el Demonio, y que él quedará corrido. Por eso, hijas, si
alguna fuere por este camino, como he dicho no andéis asombradas; bien es que hay
temor, y andemos con más aviso, ni tampoco confiadas; que por ser tan favorecidas, os
podéis más descuidar, que esto será señal de no ser de Dios, si no os vierdes con los
efetos que queda dicho. Es bien que a los principios lo comuniquéis debajo de confesión
con un muy buen letrado, que son los que nos han de dar la luz, u si hubiere alguna
persona muy espiritual; y si no lo es, mejor es muy letrado: si le hubiere, con el uno y
con el otro. Y si os dijere que es antojo, no se os dé nada, que el antojo poco mal ni bien
puede hacer a vuestra alma; encomendaos a la divina Majestad, que no consienta seáis
engañadas. Si os dijeren es Demonio, será más trabajo, anque no dirá si es buen letrado,
y hay los efetos dichos; mas cuando lo diga, yo sé que el mesmo Señor, que anda con
vos os consolará y asegurará, y a él le irá dando luz, para que os la dé. Si es persona que
anque tiene oración, no la ha llevado el Señor por ese camino, luego se espantará y lo
condenará, y por eso os aconsejo que sea muy letrado, y si se hallare, también espiritual;
y la priora dé licencia para ello, porque anque vaya segura el alma por ver su buena
vida, estará obligada la priora a que se comunique, para que anden con seguridad
entramas. Y tratado con estas personas, quiétese, y no ande dando más parte de ello; que
algunas veces, sin haber de qué temer, pone el Demonio unos temores tan demasiados,
que fuerzan a el alma a no se contentar de una vez; en especial si el confesor es de poca
espiriencia, y le ve medroso, y él mesmo la hace andar comunicando. Viénese a publicar
lo que había de razón estar muy secreto, y a ser esta alma perseguida y atormentada;
porque cuando piensa que está secreto, lo ve público, y de aquí suceden muchas cosas
trabajosas para ella, y podrían suceder para la Orden, según andan estos tiempos. Ansí
que es menester grande aviso en esto, y a las prioras lo encomiendo mucho. Y que no
piense que por tener una hermana cosas semejantes, es mejor que las otras; lleva el
Señor a cada una como ve que es menester.
Aparejo es para venir a ser muy sierva de Dios, si se ayuda; mas a veces lleva Dios
por este camino a las más flacas; y ansí no hay en esto por qué aprobar ni condenar, sino
mirar a las virtudes, y a quien con más mortificación y humildad y limpieza de
conciencia sirviese a nuestro Señor que ésa será la más santa; anque la certidumbre poco
se pueda saber acá, hasta que el verdadero Juez dé a cada uno lo que merece. Allá nos
espantaremos de ver cuán diferente es su juicio de lo que acá podemos entender. Sea
para siempre alabado, amén.
Capítulo noveno
Ahora vengamos a las visiones imaginarias que dicen que son adonde puede meterse
el Demonio, más que en las dichas; y ansí debe de ser, mas cuando son de nuestro
Señor, en alguna manera me parecen más provechosas, porque son más conformes a
nuestro natural; salvo de las que el Señor da a entender en la postrera Morada, que a
éstas no llegan nengunas. Pues miremos ahora cómo os he dicho en el
Capítulo pasado
que está este Señor; que es como si en una pieza de oro tuviésemos una piedra preciosa
de grandísimo valor y virtudes; sabemos certísimo que está allí, anque nunca la hemos
visto; mas las virtudes de la piedra no nos dejan de aprovechar, si las traemos con
nosotras. Anque nunca la hemos visto, no por eso la dejamos de preciar; porque por
espiriencia hemos visto que nos ha sanado de algunas enfermedades, para que es
apropiada, mas no la osamos mirar, ni abrir el relicario, ni podemos; porque la manera
de abrirle, sola la sabe cuya es la joya, y anque nos la prestó para que nos
aprovechásemos de ella, él se quedó con la llave, y como cosa suya; y abrirá cuando nos
la quisiere mostrar, y an la tomará cuando le parezca, como lo hace. Pues digamos
ahora, que quiere alguna vez abrirla de presto, por hacer bien a quien la ha prestado;
claro está que le será después muy mayor contento, cuando se acuerde del admirable
resplandor de la piedra, y ansí quedará más esculpida en su memoria. Pues ansí acaece
acá; cuando nuestro Señor es servido de regalar más a esta alma, muéstrale claramente
su sacratísima Humanidad de la manera que quiere, u como andaba en el mundo, o
después de resucitado; y anque es con tanta presteza, que lo podríamos comparar a la de
un relámpago, queda tan esculpida en la imaginación esta imagen gloriosísima, que
tengo por imposible quitarse de ella hasta que la vea adonde para sin fin la pueda gozar.
Aunque digo imagen, entiéndese que no es pintada al parecer de quien la ve, sino
verdaderamente viva, y algunas veces está hablando con el alma, y an mostrándole
grandes secretos. Mas habéis de entender, que anque en esto se detenga algún espacio,
no se puede estar mirando más que estar mirando al sol, y ansí esta vista siempre pasa
muy de presto; y no porque su resplandor da pena, como el del sol, a la vista interior,
que es la que ve todo esto; que cuando es con la vista esterior, no sabré decir de ello
nenguna cosa, porque esta persona que he dicho, de quien tan particularmente yo puedo
hablar, no había pasado por ello; y de lo que no hay espiriencia mal se puede dar razón
cierta, porque su resplandor es como una luz infusa, y de un sol cubierto de una cosa tan
delgada como un diamante, si se pudiera labrar. Como una holanda parece la vestidura,
y casi todas las veces que Dios hace esta merced a el alma, se queda en arrobamiento,
que no puede su bajeza sufrir tan espantosa vista. Digo espantosa, porque con ser la más
hermosa y de mayor deleite que podría una persona imaginar, anque viviese mil años y
trabajase en pensarlo, porque va muy adelante de cuanto cabe en nuestra imaginación ni
entendimiento, es su presencia de tan grandísima majestad, que hace gran espanto a el
alma. Ausadas que no es menester aquí preguntar cómo sabe quién es sin que se lo
hayan dicho, que se da bien a conocer que es Señor del cielo y de la tierra; lo que no
harán los reyes de ella, que por sí mesmos bien en poco se ternán, si no va junto con él
su acompañamiento, u lo dicen. ¡Oh, Señor, cómo os desconocemos los cristianos!
¿Qué será aquel día cuando nos vengáis a juzgar? Pues viniendo aquí tan de amistad a
tratar con vuestra esposa pone miraros tanto temor, ¡oh hijas!, qué será cuando con tan
rigurosa voz dijere: «¡Id, malditos de mi Padre!» Quédenos ahora esto en la memoria de
esta merced que hace Dios a el alma, que no nos será poco bien, pues san Jerónimo, con
ser santo, no la apartaba de la suya, y ansí no se nos hará nada cuanto aquí
padeciéremos en el rigor de la relisión que guardamos; pues cuando mucho durare, es
un momento, comparado con aquella eternidad. Yo os digo de verdad, que, con cuan
ruin soy, nunca he tenido miedo de los tormentos del Infierno, que fuesen nada, en
comparación de cuando me acordaba que habían los condenados de ver airados estos
ojos tan hermosos y mansos y beninos del Señor, que no parece lo podía sufrir mi
corazón; esto ha sido toda mi vida; ¡cuánto más lo temerá la persona a quien ansí se le
ha representado, pues es tanto el sentimiento que la deja sin sentir! Esta debe de ser la
causa de quedar con suspensión: que ayuda al Señor a su flaqueza con que se junte con
su grandeza en esta tan subida comunicación con Dios.
Cuando pudiere el alma estar con mucho espacio mirando este Señor, yo no creo que
será visión, sino alguna vehemente consideración, fabricada en la imagen de alguna
figura; será como cosa muerta en estotra comparación. Acaece a algunas personas, y sé
que es verdad, que lo han tratado conmigo, y no tres u cuatro, sino muchas, ser de tan
flaca imaginación, u el entendimiento tan eficaz, o no sé qué es, que se embeben de
manera en la imaginación que todo lo que piensan claramente les parece que lo ven;
anque si hubiesen visto la verdadera visión, entenderían, muy sin quedarles duda, el
engaño; porque van ellas mesmas compuniendo lo que ven con su imaginación, y no
hace después ningún efeto, sino que se quedan frías, mucho más que si viesen una
imagen devota. Es cosa muy entendida no ser para hacer caso de ello, y ansí se olvida
mucho más que cosa soñada. En lo que tratamos no es ansí, sino que estando el alma
muy lejos de que ha de ver cosas, ni pasarle por pensamiento, de presto se le representa
muy por junto, y revuelve todas las potencias y sentidos con un gran temor y alboroto,
para ponerlas luego en aquella dichosa paz. Ansí como cuando fue derrocado san Pablo
vino aquella tempestad y alboroto en el cielo, ansí acá en este mundo interior se hace
gran movimiento: y en un punto, como he dicho, queda todo sosegado, y está el alma
tan enseñada de unas tan grandes verdades que no ha menester otro maestro; que la
verdadera sabiduría, sin trabajo suyo, la ha quitado la torpeza; y dura con una
certidumbre el alma de que esta merced es de Dios, algún espacio de tiempo, que anque
más le dijesen lo contrario, entonces no la podrían poner temor de que puede haber
engaño. Después puniéndosele el confesor, la deja Dios, para que ande vacilando en que
por sus pecados sería posible; mas, no creyendo, sino como he dicho en estotras cosas, a
manera de tentaciones en cosas de la fe, que puede el Demonio alborotar, mas no dejar
el alma de estar firme en ella; antes mientra más la combate, más queda con certidumbre
de que el Demonio no lo podría dejar con tantos bienes (como ello es ansí, que no puede
tanto en lo interior del alma): podrá él representarlo, mas no con esta verdad y majestad
y operaciones. Como los confesores no pueden ver esto, ni por ventura a quien Dios
hace esta merced sabérselo decir, temen, y con mucha razón; y ansí es menester ir con
aviso, hasta guardar tiempo del fruto que hacen estas apariciones, y ir poco a poco
mirando la humildad con que dejan al alma, y la fortaleza en la virtud; que si es de
Demonio presto dará señal, y le cogerán en mil mentiras. Si el confesor tiene
espiriencia, y ha pasado por estas cosas, poco tiempo ha menester para entenderlo, que
luego en la relación verá si es Dios u imaginación u Demonio; en especial si le ha dado
su Majestad don de conocer espíritus, que si éste tiene y letras, anque no tenga
espiriencia, lo conocerá muy bien. Lo que es mucho menester, hermanas, es que andéis
con gran llaneza y verdad con el confesor; no digo el decir los pecados, que eso claro
está, sino en contar la oración; porque si no hay esto, no asiguro que vais bien, ni que es
Dios el que os enseña; que es muy amigo que a el que está en su lugar se trate con la
verdad y claridad que consigo mesmo, deseando entienda todos sus pensamientos,
cuanto más las obras, por pequeñas que sean; y con esto no andéis turbadas ni inquietas,
que anque no fuese Dios, si tenéis humildad y buena conciencia, no os dañará; que sabe
su Majestad sacar de los males bienes, y que por el camino que el Demonio os quería
hacer perder, ganaréis más; pensando que os hace tan grandes mercedes, os esforzaréis a
contentarle mejor, y andar siempre ocupada en la memoria su figura; que como decía un
gran letrado, que el Demonio es gran pintor, y se le mostrase muy al vivo una imagen
del Señor, que no le pesaría, para con ella avivar la devoción, y hacer a el Demonio
guerra con sus mesmas maldades; que anque un pintor sea muy malo, no por eso se ha
de dejar de reverenciar la imagen que hace, si es de todo nuestro Bien.
Parecíale muy mal lo que algunos aconsejan, que den higas cuando ansí viesen
alguna visión, porque decía que adonde quiera que veamos pintado a nuestro Rey, le
hemos de reverenciar; y veo que tiene razón, porque an acá se sentiría: si supiese una
persona que quiere bien a otra, que hacía semejantes vituperios a su retrato, no gustaría
de ello; pues ¿cuánto más es razón, que siempre se tenga respeto adonde viéremos un
crucifijo, u cualquier retrato de nuestro Emperador? Anque he escrito en otra parte esto,
me holgué de ponerlo aquí, porque vi que una persona anduvo afligida, que la
mandaban tomar este remedio: no sé quién le inventó tan para atormentar a quien no
pudiere hacer menos de obedecer, si el confesor le da este consejo, pareciéndole va
perdida si no lo hace. El mío es, que anque os le dé, le digáis esta razón con humildad y
no le toméis. En estremo me cuadró mucho las buenas que me dio quien me la dijo en
este caso. Una gran ganancia saca el alma de esta merced del Señor, que es cuando
piensa en él o en su vida y pasión, acordarse de su mansísimo y hermoso rostro, que es
grandísimo consuelo, como acá nos le daría mayor haber visto a una persona que nos
hace mucho bien que si nunca la hubiésemos conocido. Yo os digo, que hace harto
consuelo y provecho tan sabrosa memoria. Otros bienes tray consigo hartos, mas como
queda dicho tanto de los efetos que hacen estas cosas, y se ha de decir más, no me
quiero cansar ni cansaros, sino avisaros mucho, que cuando sabéis u oís que Dios hace
estas mercedes a las almas, jamás le supliquéis ni deséis que os lleve por este camino:
anque os parezca muy bueno, y se ha de tener en mucho y reverenciar, no conviene por
algunas razones. La primera, porque es falta de humildad querer vos se os dé lo que
nunca habéis merecido, y ansí creo que no terná mucha quien lo desare; porque ansí
como un bajo labrador está lejos de desear ser rey, pareciéndole imposible, porque no lo
merece, ansí lo está el humilde de cosas semejantes; creo yo que nunca se darán, porque
primero da el Señor un gran conocimiento propio, que hace estas mercedes; pues ¡cómo
entenderá con verdad que se la hace muy grande en no tenerla en el Infierno, quien tiene
tales pensamientos! La segunda, porque está muy cierto ser engañado, u muy a peligro,
porque ha menester el Demonio más de ver una puerta pequeña abierta, para hacernos
mil trampantojos. La tercera, la mesma imaginación, cuando hay un gran deseo, y la
mesma persona, se hace entender que ve aquello que desea, y lo oye como los que
andan con gana de una cosa entre día y mucho pensando en ella, que acaece venirla a
soñar. La cuarta, es muy gran atrevimiento que quiera yo escoger camino, no sabiendo
el que me conviene más, sino dejar al Señor que me conoce, que me lleve por el que
conviene, para que en todo haga su voluntad. La quinta, ¿pensáis que son pocos los
trabajos que padecen los que el Señor hace estas mercedes? No, sino grandísimos, y de
muchas maneras. ¿Qué sabéis vos si seríades para sufrirlos? La sesta, si por lo mesmo
que pensáis ganar, perderéis, como hizo Saúl por ser rey. En fin, hermanas, sin éstas hay
otras; y créeme, que es lo más seguro no querer sino lo que quiere Dios, que nos conoce
más que nosotros mesmos y nos ama. Pongámonos en sus manos, para que sea hecha su
voluntad en nosotras, y no podremos errar, si con determinada voluntad nos estamos
siempre en esto. Y habéis de advertir, que por recibir muchas mercedes de éstas, no se
merece más gloria, porque antes quedan más obligadas a servir, pues es recibir más. En
lo que es más merecer, no nos lo quita el Señor, pues está en nuestra mano; y ansí hay
muchas personas santas que jamás supieron qué cosa es recibir una de aquestas
mercedes, y otras que las reciben, que no lo son. Y no penséis que es contino, ante, por
una vez que las hace el Señor, son muy muchos los trabajos; y ansí el alma no se
acuerda si las ha de recibir más, sino cómo las servir. Verdad es que debe ser
grandísima ayuda para tener las virtudes en más subida perfeción; mas el que las
tuviese, con haberlas ganado a costa de su trabajo, mucho más merecerá. Yo sé de una
persona a quien el Señor había hecho algunas de estas mercedes, y an de dos, la una era
hombre, que estaban tan deseosas de servir a su Majestad, a su costa, sin estos grandes
regalos, y tan ansiosas por padecer, que se quejaban a nuestro Señor porque se los daba,
y si pudieran no recibirlos, lo escusaran. Digo regalos, no de estas visiones, que en fin
ven la gran ganancia, y son mucho de estimar, sino los que da el Señor en la
contemplación. Verdad es que también son estos deseos sobrenaturales, a mi parecer, y
de almas muy enamoradas, que querrían viese el Señor, que no le sirven por sueldo; y
ansí, como he dicho, jamás se les acuerda que han de recibir gloria por cosa, para
esforzarse más por eso a servir, sino de contentar a el amor, que es su natural obrar
siempre de mil maneras. Si pudiese, querría buscar invenciones para consumirse el alma
en él, y si fuese menester quedar para siempre aniquilada para la mayor honra de Dios,
lo haría de muy buena gana. Sea alabado para siempre, amén; que abajándose a
comunicar con tan miserables criaturas, quiere mostrar su grandeza.
Capítulo décimo
De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones; algunas
cuando está afligida, otras cuando le ha de venir algún trabajo grande, otras por
regalarse su Majestad con ella, y regalarla. No hay para qué particularizar más cada
cosa; pues el intento no es sino dar a entender cada una de las diferencias que hay en
este camino, hasta donde yo entendiere, para que entendáis, hermanas, de la manera que
son, y los efetos que dejan; porque no se nos antoje que cada imaginación es visión, y
porque cuando lo sea, entendiendo que es posible, no andéis alborotadas ni afligidas;
que gana mucho el Demonio, y gusta en gran manera en ver afligida y inquieta un alma,
porque ve que le es estorbo para emplearse toda en amar y alabar a Dios.
Por otras maneras se comunica su Majestad harto más subidas y menos peligrosas,
porque el Demonio creo no las podrá contrahacer, y ansí se pueden mal decir, por ser
cosa muy oculta, que las imaginarias puédense más dar a entender.
Acaece cuando el Señor es servido estando el alma en oración, y muy en sus
sentidos, venirle de presto una suspensión, adonde le da el Señor a entender grandes
secretos, que parece los ve en el mesmo Dios; que éstas no son visiones de la
sacratísima Humanidad, ni anque digo que ve, no ve nada; porque no es visión
imaginaria, sino muy inteletual, adonde se le descubre, como en Dios se ven todas las
cosas, y las tiene todas en sí mesmo; y es de gran provecho, porque anque pasa en un
memento, quédase muy esculpido, y hace grandísima confusión; y vese más claro la
maldad de cuando ofendemos a Dios, porque en el mesmo Dios, digo, estando dentro en
él, hacemos grandes maldades. Quiero poner una comparación, si acertare, para dároslo
a entender, que anque esto es ansí y lo oímos muchas veces, u no reparamos en ello, u
no lo queremos entender; porque no parece sería posible, si se entendiese como es, ser
tan atrevidos.
Hagamos ahora cuenta que es Dios como una Morada u palacio muy grande y
hermoso, y que este palacio, como digo, es el mesmo Dios. Por ventura ¿puede el
pecador, para hacer sus maldades, apartarse deste palacio? No por cierto; sino que
dentro, en el mesmo palacio, que es el mesmo Dios, pasan las abominaciones y
deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores. ¡Oh, cosa temerosa y dina de
gran consideración, y muy provechosa para los que sabemos poco, que no acabamos de
entender estas verdades, que no sería posible tener atrevimiento tan desatinado!
Consideremos, hermanas, la gran misericordia y sufrimiento de Dios en no nos hundir
allí luego, y démosle grandísimas gracias, y hayamos vergüenza de sentirnos de cosa
que se haga ni se diga contra nosotras, que es la mayor maldad del mundo ver que sufre
Dios nuestro Criador tantas a sus criaturas dentro en Sí mesmo, y que nosotras sintamos
alguna vez una palabra, que se dijo en nuestra ausencia, y quizá con no mala intención.
¡Oh miseria humana! ¿Hasta cuándo, hijas, imitaremos en algo este gran Dios? ¡Oh,
pues, no se nos haga ya que hacemos nada en sufrir injurias!, sino que de muy buena
gana pasemos por todo, y amemos a quien nos las hace, pues este gran Dios no nos ha
dejado de amar a nosotras, anque le hemos mucho ofendido, y ansí tiene muy gran
razón en querer que todos perdonen, por agravios que les hagan. Yo os digo, hijas, que
anque pasa de presto esta visión, que es una gran merced que hace nuestro Señor a
quien la hace, si se quiere aprovechar de ella, trayéndola presente muy ordinario.
También acaece ansí muy de presto, y de manera que no se puede decir, mostrar
Dios en sí mesmo una verdad, que parece deja escurecidas todas las que hay en las
criaturas, y muy claro dado a entender, que él solo es verdad, que no puede mentir; y
dase bien a entender lo que dice David en un Salmo, que todo hombre es mentiroso, lo
que no se entendiera jamás ansí anque muchas veces se oyera; es verdad que no puede
faltar. Acuérdaseme de Pilatos, lo mucho que preguntaba a nuestro Señor, cuando en su
Pasión le dijo qué era verdad, y lo poco que entendemos acá de esta suma verdad. Yo
quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir. Saquemos de
aquí, hermanas, que para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien
que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo sólo que no digamos
mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no
decirla por ninguna cosa, sino que andemos en verdad adelante de Dios y de las gentes,
de cuantas maneras pudiéramos; en especial no quiriendo nos tengan por mejores de lo
que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo, y a nosotras lo que es
nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y ansí ternemos en poco este mundo, que
es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable. Una vez estaba yo considerando
por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme
delante, a mi parecer sin considerarlo, sino de presto, esto: que es porque Dios es suma
verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de
nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien
más lo entiende agrada más a la suma verdad, porque anda en ella. Plega a Dios,
hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento. Amén.
De estas mercedes hace nuestro Señor a el alma, porque, como a verdadera esposa
que ya está determinada a hacer en todo su voluntad, le quiere dar alguna noticia de en
qué la ha de hacer y de sus grandezas. No haya para qué tratar de más, que estas dos
cosas he dicho por parecerme de gran provecho; que en cosas semejantes no hay que
temer, sino que alabar al Señor, porque las da; que el Demonio, a mi parecer, ni an la
imaginación propia, tienen aquí poca cabida, y ansí el alma queda con gran satisfación.
Capítulo undécimo
¿Si habrán bastado todas estas mercedes que ha hecho el Esposo a el alma para que
la palomilla u mariposilla esté satisfecha (no penséis que la tengo olvidada) y haga
asiento a donde ha de morir? No por cierto, antes está muy peor; anque haya muchos
años que reciba estos favores, siempre gime y anda llorosa, porque de cada uno de ellos
le queda mayor dolor. Es la causa que, como va conociendo más y más las grandezas de
su Dios, y se ve estar tan ausente y apartada de gozarle, crece mucho más al deseo;
porque también crece el amar mientras más se le descubre lo que merece ser amado este
gran Dios y Señor; y viene en estos años creciendo poco a poco este deseo, de manera
que la llega a tan gran pena como ahora diré. He dicho años, conformándome con lo que
ha pasado por la persona que he dicho aquí, que bien entendido que a Dios no hay que
poner término, que en un memento puede llegar a un alma a lo más subido que se dice
aquí: poderoso es su Majestad para todo lo que quisiere hacer y ganoso de hacer mucho
por nosotros. Pues vienen veces que estas ansias y lágrimas y sospiros y los grandes
ímpetus que quedan dichos (que todo esto parece procedido de nuestro amor con gran
sentimiento; mas todo no es nada en comparación de estotro, porque esto parece un
fuego que está humeando, y puédese sufrir, anque con pena), andándose ansí esta alma,
abrasándose en sí mesma, acaece muchas veces por un pensamiento muy ligero u por
una palabra que oye de que se tarda el morir, venir de otra parte, no se entiende de
dónde ni cómo, un golpe u como si viniese una saeta de fuego. No digo que es saeta;
mas cualquier cosa que sea, se ve claro que no podía proceder de nuestro natural.
Tampoco es golpe, anque digo golpe: más agudamente hiere, y no es adonde se sienten
acá las penas, a mi parecer, sino en lo muy hondo y íntimo del alma, adonde este rayo,
que de presto pasa, todo cuanto halla de esta tierra de nuestro natural lo deja hecho
polvos, que por el tiempo que dura es imposible tener memoria de cosa de nuestro ser;
porque en un punto ata las potencias de manera que no quedan con ninguna libertad
para cosa, sino para las que le han de hacer acrecentar este dolor. No querría pareciese
encarecimiento, porque verdaderamente voy viendo que quedo corta, porque no se
puede decir. Ello es un arrobamiento de sentidos y potencias, para todo lo que no es,
como he dicho, ayudar a sentir esta aflición. Porque el entendimiento está muy vivo
para entender la razón que hay que sentir de estar aquel alma ausente de Dios; y ayuda
su Majestad con una tan viva noticia de Sí en aquel tiempo, de manera que hace crecer
la pena en tanto grado, que procede quien la tiene en dar grandes gritos; con ser persona
sufrida y mostrada, a padecer grandes dolores, no puede hacer entonces más; porque
este sentimiento no es en el cuerpo, como queda dicho, sino en lo interior del alma. Por
esto sacó esta persona cuán más recios van los sentimientos de ella que los del cuerpo, y
se le representó ser de esta manera los que padecen en Purgatorio, que no les impide no
tener cuerpo para dejar de padecer mucho más que todos los que acá tiniéndole padecen.
Yo vi una persona ansí, que verdaderamente pensé que se moría, y no era mucha
maravilla, porque cierto es gran peligro de muerte; y ansí, anque dure poco, deja el
cuerpo muy descoyuntado, y en aquella sazón los pulsos tiene tan abiertos como si el
alma quisiese ya dar a Dios, que no es menos; porque el calor natural falta y le abrasa de
manera que, con otro poquito más, hubiera cumplídole Dios sus deseos; no porque
siente poco ni mucho dolor en el cuerpo, anque se descoyunta, como he dicho, de
manera que queda dos u tres días después sin poder an tener fuerza para escribir y con
grandes dolores; y an siempre me parece le queda el cuerpo más sin fuerza que de antes.
El no sentirlo debe ser la causa ser tan mayor el sentimiento interior del alma, que
ninguna cosa hace caso del cuerpo; como si acá tenemos un dolor muy agudo en una
parte: anque haya otros muchos, se sienten poco; esto yo lo he bien probado: acá, ni
poco ni mucho, ni creo sentiría se le hiciesen pedazos. Diréisme que es imperfeción; que
por qué no se conforma con la voluntad de Dios, pues le está tan rendida. Hasta aquí
podía hacer eso, y con eso pasaba la vida; ahora no, porque su razón está de suerte que
no es señora de ella ni de pensar sino la razón que tiene para penar, pues está ausente de
su bien, que ¿para qué quiere vida? Siente una soledad estraña, porque criatura de toda
la tierra no la hace compañía, ni creo se la harían los del cielo, como no fuese el que
ama, antes todo la atormenta; mas vese como una persona colgada, que no asienta en
cosa de la tierra, ni al cielo puede subir; abrasada con esta sed, y no puede llegar a el
agua; y no sed que puede sufrir, si no ya en tal término que con ninguna se le quitaría, ni
quiere que se le quite, sino es con la que dijo nuestro Señor a la Samaritana, y eso no se
lo dan. ¡Oh, válame Dios, Señor, cómo apretáis a vuestros amadores! Mas todo es poco
para lo que les dais después. Bien es que lo mucho cueste mucho; cuanto más que, si es
purificar esta alma para que entre en la sétima Morada, como los que han de entrar en el
Cielo se limpian en el Purgatorio, es tan poco este padecer como sería una gota de agua
en la mar; cuanto más que, con todo este tormento y aflición, que no puede ser mayor, a
lo que yo creo, de todas las que hay en la tierra, que esta persona había pasado muchas,
ansí corporales como espirituales; mas todo le parece nada en esta comparación. Siente
el alma que es de tanto precio esta pena, que entiende muy bien no la podía ella
merecer, sino que no es este sentimiento de manera que la alivia ninguna cosa, mas con
esto la sufre de muy buena gana y sufriría toda su vida si Dios fuese dello servido,
anque no sería morir de una vez, sino estar siempre muriendo, que verdaderamente no
es menos. Pues consideremos, hermanas, aquellos que están en el Infierno, que no están
con esta conformidad, ni con este contento y gusto que pone Dios en el alma, ni viendo
ser ganancioso este padecer, sino que siempre padecen más y más, digo más y más
cuanto a las penas acidentales, siendo el tormento del alma tan más recio que los del
cuerpo, y los que ellos pasan, mayores sin comparación que este que aquí hemos dicho,
y éstos, ver que han de ser para siempre jamás, ¿qué será de estas desventuradas almas?
Y ¿qué podemos hacer en vida tan corta, ni padecer, que sea nada para librarnos de tan
terribles y eternales tormentos? Yo os digo que será imposible dar a entender cuán
sensible cosa es el padecer del alma, y cuán diferente a el del cuerpo, si no se pasa por
ello; y quiere el mesmo Señor que lo entendamos, para que más conozcamos lo muy
mucho que le debemos en traernos a estado que por su misericordia tenemos esperanza
de que nos ha de librar y perdonar nuestros pecados. Pues, tornando a lo que tratábamos
(que dejamos esta alma con mucha pena), en este rigor es poco lo que le dura, será
cuando más tres o cuatro horas, a mi parecer, porque si mucho durase, si no fuese con
milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural. Acaecido ha no durar más que un
cuarto de hora y quedar hecha pedazos; verdad es que esta vez del todo perdió el
sentido, según vino con rigor (y estando en conversación, Pascua de Resurreción, el
postrer día, y habiendo estado toda la Pascua con tanta sequedad, que casi no entendía
lo era), de sólo oír una palabra de no acabarse la vida. ¡Pues pensar que se puede
resistir!, no más que si metida en un fuego quisiese hacer a la llama que no tuviese calor
para quemarle. No es el sentimiento que se puede pasar en disimulación, sin que las que
están presentes entiendan el gran peligro en que está, anque de lo interior no puedan ser
testigos. Es verdad que le son alguna compañía, como si fuesen sombras; y ansí le
parecen todas las cosas de la tierra. Y por que veáis, que es posible, si alguna vez os
vierdes en esto, acudir aquí nuestra flaqueza y natural, acaece alguna vez que, estando el
alma como habéis visto que se muere por morir cuando aprieta tanto, que ya parece que
para salir del cuerpo no le falta casi nada, verdaderamente teme y querríase aflojarse la
pena por no acabar de morir. Bien se deja entender ser este temor de flaqueza natural,
que, por otra parte, no se quita su deseo ni es posible haber remedio que se quite esta
pena hasta que la quite el mesmo Señor, que casi es lo ordinario, con un arrobamiento
grande u con alguna visión, adonde el verdadero Consolador la consuela y fortalece para
que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad. Cosa penosa es ésta, mas queda el alma
con grandísimos efetos y perdido el miedo a los trabajos que le pueden suceder; porque
en comparación del sentimiento tan penoso que sintió su alma, no le parece son nada.
De manera que queda aprovechada y que gustaría padecerle muchas veces; mas
tampoco puede eso en ninguna manera ni hay ningún remedio para tornarla a tener hasta
que quiere el Señor, como no le hay para resistirle ni quitarle cuando le viene. Queda
con muy mayor desprecio del mundo que antes, porque ve que cosa de él no le valió en
aquel tormento; y muy más desasida de las criaturas, porque ya ve que sólo el Criador
es el que puede consolar y hartar su alma, y con mayor temor y cuidado de no ofenderle,
porque ve que también puede atormentar como consolar. Dos cosas me parece a mí que
hay en este camino espiritual que son peligro de muerte. La una ésta, que
verdaderamente lo es, y no pequeño; la otra de muy ecesivo gozo y deleite, que es tan
grandísimo estremo, que verdaderamente parece que desfallece el alma, de suerte que
no le falta tantito para acabar de salir del cuerpo: a la verdad no sería poca dicha la suya.
Aquí veréis, hermanas, si he tenido razón en decir que es menester ánimo y que terná
razón el Señor cuando le pidierdes estas cosas de deciros lo que respondió a los hijos de
Zebedeo: si podrían beber el cáliz.
Todas creó, hermanas, que responderemos que sí; y con mucha razón, porque su
Majestad da esfuerzo a quien ve que lo ha menester, y en todo defiende a estas almas, y
responde por ellas en las persecuciones y mormuraciones, como hacía por la Madalena,
anque no sea por palabras, por obras; y, en fin en fin, antes que se mueran se lo paga
todo junto, como ahora veréis. Sea por siempre bendito y alábenle todas las criaturas,
amén.
Moradas sétimas
Capítulo primero
Pareceros ha, hermanas, que está dicho tanto en este camino espiritual, que no es
posible quedar nada por decir. Harto desatino sería pensar esto: pues la grandeza de
Dios no tiene término, tampoco le ternán sus obras. ¿Quién acabará de contar sus
misericordias y grandezas? Es imposible, y ansí no os espantéis de lo que está dicho y
se dijere, porque es una cifra de lo que hay que contar de Dios. Harta misericordia nos
hace que haya comunicado estas cosas a persona que las podamos venir a saber, para
que mientra más supiéremos que se comunica con las criaturas más alabaremos su
grandeza, y nos esforzaremos a no tener en poco alma con quien tanto se deleita el
Señor; pues cada una de nosotras la tiene, sino que como no las preciamos como merece
criatura hecha a la imagen de Dios, ansí no entendemos los grandes secretos que están
en ella. Plega a su Majestad, si es servido, menee la pluma, y me dé a entender como yo
os diga algo de lo mucho que hay que decir y da Dios a entender a quien mete en esta
Morada. Harto lo he suplicado a su Majestad, pues sabe que mi intento es que no estén
ocultas sus misericordias, para que más sea alabado y glorificado su nombre. Esperanza
tengo, que no por mí, sino por vosotras, hermanas, me ha de hacer esta merced, para que
entendáis lo que os importa, que no quede por vosotras el celebrar vuestro Esposo este
espiritual matrimonio con vuestras almas, pues tray tantos bienes consigo como veréis.
¡Oh gran Dios! Parece que tiembla una criatura tan miserable como yo, de tratar en cosa
tan ajena de lo que merezco entender. Y es verdad que he estado en gran confusión,
pensando si será mejor acabar con pocas palabras esta Morada; porque me parece que
han de pensar que yo lo sé por espiriencia y háceme grandísima vergüenza, porque
conociéndome la que soy, es terrible cosa. Por otra parte, me ha parecido que es
tentación y flaqueza, anque más juicios de éstos echéis; sea Dios alabado y entendido un
poquito más, y gríteme todo el mundo; cuando más que estaré yo quizá muerta cuando
se viniere a ver. Sea bendito el que vive para siempre y vivirá, amén.
Cuando nuestro Señor es servido haber piedad de lo que padece y ha padecido por su
deseo esta alma que ya espiritualmente ha tomado por esposa, primero que se consuma
el matrimonio espiritual métela en su Morada, que es esta sétima; porque ansí como la
tiene en el cielo, debe tener en el alma una estancia, adonde sólo su Majestad mora, y
digamos otro cielo; porque nos importa mucho, hermanas, que no entendamos es el
alma alguna cosa escura, que como no la vemos, lo más ordinario debe parecer, que no
hay otra luz interior, sino esta que vemos, y que está dentro de nuestra alma alguna
escuridad. De la que no está en gracia, yo os lo confieso, y no por falta del Sol de
justicia, que está en ella dándole ser; sino por no ser ella capaz para recibir la luz, como
creo dije en la primera Morada; que había entendido una persona que estas
desventuradas almas es ansí que están como en una cárcel escura, atadas de pies y
76/87
manos para hacer ningún bien que les aproveche para merecer, y ciegas y mudas; con
razón podemos compadecernos dellas y mirar que algún tiempo nos vimos ansí, y que
también puede el Señor haber misericordia de ellas. Tomemos, hermanas, particular
cuidado de suplicárselo, y no nos descuidar, que es grandísima limosna rogar por los
que están en pecado mortal; muy mayor que sería si viésemos un cristiano atadas las
manos atrás, con una fuerte cadena, y él amarrado a un poste, y muriendo de hambre, y
no por falta de qué coma, que tiene cabe sí muy estremados manjares, sino que no los
puede tomar para llegarlos a la boca; y an está con grande hastío, y ve que va ya a
espirar, y no muerte como acá, sino eterna. ¿No sería gran crueldad estarle mirando y no
le llevar a la boca que comiese? Pues ¿qué si por vuestra oración le quitasen las
cadenas? Ya lo veis. Por amor de Dios os pido que siempre tengáis acuerdo en vuestras
oraciones de almas semejantes.
No hablamos ahora con ellas, sino con las que ya, por la misericordia de Dios, han
hecho penitencia por sus pecados y están en gracia, que podemos considerar, no una
cosa arrinconada y limitada, sino un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas
Moradas como habéis visto, y ansí es razón que sea, pues dentro de esta alma hay
morada para Dios. Pues cuando Majestad es servido de hacerle la merced dicha de este
divino matrimonio, primero la mete en su morada, y quiere su Majestad que no sea
como otras veces que la ha metido en estos arrobamientos, que yo bien creo que la une
consigo entonces, y en la oración que queda dicha de unión, anque no le parece a el
alma que es tanta llamada para entrar en su centro, como aquí en esta Morada, sino a la
parte superior. En esto va poco: sea de una manera u de otra, el Señor la junta consigo;
mas es haciéndola ciega y muda, como lo quedó san Pablo en su conversión, y
quitándola el sentir cómo u de qué manera es aquella merced que goza; porque el gran
deleite que entonces siente el alma es de verse cerca de Dios. Mas cuando la junta
consigo, ninguna cosa entiende, que las potencias todas se pierden. Aquí es de otra
manera; quiere ya nuestro buen Dios quitar las escamas de los ojos, y que vea y
entienda algo de la merced que le hace, anque es por una manera estraña y metida en
aquella Morada por visión inteletual; por cierta manera de representación de la verdad,
se le muestra la santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que
primero viene a su espíritu, a manera de una nube de grandísima claridad, y estas
personas distintas, y por una noticia admirable, que se da a el alma, entiende con
grandísima verdad ser todas tres personas una sustancia y un poder y un saber y un solo
Dios; de manera que lo que tenemos por fe allí lo entiende el alma, podemos decir, por
vista, anque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión
imaginaria. Aquí se le comunican todas tres personas, y la hablan, y la dan a entender
aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que venía él y el Padre y el
Espíritu Santo a morar con el alma, que le ama y guarda sus mandamientos. ¡Oh,
válame Dios! ¡Cuán diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta
manera cuán verdaderas son! Y cada día se espanta más esta alma, porque nunca más le
parece se fueron de con ella, sino que notoriamente ve, de la manera que queda dicho,
que están en lo interior de su alma, en lo muy más interior, en una cosa muy honda, que
no sabe decir cómo es, porque no tiene letras, siente en sí esta divina compañía.
Pareceros ha que, según esto, no andará en sí, sino tan embebida, que no pueda entender
en nada: mucho más que antes, en todo lo que es servido de Dios, y en faltando las
ocupaciones, se queda con aquella agradable compañía, y si no falta a Dios el alma,
jamás él la faltará, a mi parecer, de darse a conocer tan conocidamente su presencia, y
tiene gran confianza que no la dejará Dios, pues la ha hecho esta merced, para que la
pierda, y ansí se puede pensar, anque no deja de andar con más cuidado que nunca, para
77/87
no le desagradar en nada. El traer esta presencia entiéndese que no es tan enteramente,
digo tan claramente, como se le manifiesta la primera vez y otras algunas que quiere
Dios hacerle este regalo; porque si esto fuese, era imposible entender en otra cosa, ni an
vivir entre la gente; mas anque no es con esta tan clara luz siempre advierte se halla con
esta compañía. Digamos ahora como una persona que estuviese en una muy clara pieza
con otras y cerrasen las ventanas y se quedase ascuras, no porque se quitó la luz para
verlas, y que hasta tomar la luz no las ve, deja de entender que están allí. Es de
preguntar si cuando torna la luz y las quiere tornar a ver, si puede. Esto no está en su
mano, sino cuando quiere nuestro Señor que se abra la ventana del entendimiento: harta
misericordia la hace en día en nunca se ir de con ella, y querer que ella lo entienda tan
entendido. Parece que quiere aquí la divina Majestad disponer el alma para más con esta
admirable compañía; porque está claro que será bien ayudada para en todo ir adelante en
la perfeción y perder el temor que traía algunas veces de las demás mercedes que la
hacía, como queda dicho. Y ansí fue, que en todo se hallaba mejorada y la parecía que
por trabajos y negocios que tuviese lo esencial de su alma, jamás se movía de aquel
aposento; de manera que en alguna manera le parecía había división en su alma, y
andando con grandes trabajos, que poco después que Dios le hizo esta merced tuvo, se
quejaba de ella, a manera de Marta, cuando se quejó de María, y algunas veces la decía
que se estaba allí siempre gozando de aquella quietud a su placer, y la deja a ella en
tantos trabajos y ocupaciones, que no la puede tener compañía. Esto os parecerá hijas,
desatino, mas verdaderamente pasa ansí, que anque se entiende que el alma está toda
junta, no es antojo lo que he dicho, que es muy ordinario; por donde decía yo que se ven
cosas interiores, de manera que cierto se entiende hay diferencia en alguna manera, y
muy conocida del alma a el espíritu, anque más sea todo uno. Conócese una división tan
delicada, que algunas veces parece obra de diferente manera lo uno de lo otro, como el
sabor que les quiere dar el Señor. También me parece que el alma es diferente cosa de
las potencias, y que no es todo una cosa: hay tantas y tan delicadas en lo interior, que
sería atrevimiento ponerme yo a declararlas; allá lo veremos, si el Señor nos hace
merced de llevarnos, por su misericordia, adonde entendamos estos secretos.
Capítulo segundo
Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, anque esta gran
merced no debe cumplirse con perfeción, mientras vivimos, pues si nos apartásemos de
Dios se perdería este tan gran bien. La primera vez que Dios hace esta merced, quiere su
Majestad mostrarse a el alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para
que lo entienda bien y no esté inorante de que recibe tan soberano don. A otras personas
será por otra forma: a esta de quien hablamos se le representó el Señor, acabando de
comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de
resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y él
ternía cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir.
Parecerá que no era esta novedad, pues otras veces se había representado el Señor a esta
alma en esta manera; fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno,
porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y
también porque en lo interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión
pasada, no había visto otras. Porque entended que hay grandísima diferencia de todas
las pasadas a las de esta Morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio
espiritual, como lo hay entre dos desposados, a los que ya no se pueden apartar. Ya he
dicho que anque se ponen estas comparaciones, porque no hay otras más a propósito,
que se entienda que aquí no hay memoria de cuerpo más que si el alma no estuviese en
él, sino sólo espíritu, y en el matrimonio espiritual, muy menos, porque pasa esta secreta
unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mesmo Dios, y, a
mi parecer, no ha menester puerta por donde entre; digo que no es menester puerta,
porque en todo lo que se ha dicho hasta aquí parece que va por medio de los sentidos y
potencias, y este aparecimiento de la Humanidad del Señor ansí debía ser; mas lo que
pasa en la unión del matrimonio espiritual es muy diferente. Aparécese el Señor en este
centro del alma sin visión imaginaria, sino inteletual, anque más delicada que las dichas,
como se apareció a los Apóstoles, sin entrar por la puerta, cuando les dijo: «Paz vobis.»
Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí a el alma en
un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino
a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el Cielo, por
más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual. No se puede decir más de
que, a cuanto se puede entender, queda el alma, digo el espíritu de esta alma, hecho una
cosa con Dios, que, como es también espíritu, ha querido su Majestad mostrar el amor
que nos tiene en dar a entender a algunas personas hasta adónde llega, para que
alabemos su grandeza; porque, de tal manera ha querido juntarse con la criatura, que
ansí como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar él de ella. El desposorio
espiritual es diferente, que muchas veces se apartan, y la unión también lo es, porque,
anque unión es juntarse dos cosas en una, en fin, se pueden apartar y quedar cada cosa
por sí, como vemos ordinariamente, que pasa de presto esta merced del Señor, y
después se queda el alma sin aquella compañía, digo de manera que lo entiendan. En
estotra merced del Señor no, porque siempre queda el alma con ¡su Dios en aquel
centro. Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en estremo
que toda luz fuese una, u que el pabilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien
se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá
es como si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua,
que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del cielo, o
como si un arroíco pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse, u como si
en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz, anque entra dividida,
se hace todo una luz. Quizá es esto lo que dice san Pablo: -El que se arrima y allega a
Dios, hácese espíritu con él-, tocando este soberano matrimonio, que presupone haberse
llegado su Majestad a el alma por unión. Y también dice, Miqui bibere Cristus est, mori
lucrum; ansí me parece puede decir aquí el alma, porque es adonde la mariposilla que
hemos dicho, muere, y con grandísimo gozo, porque su vida es ya Cristo. Y esto se
entiende mejor cuando anda el tiempo, por los efetos, porque se entiende claro, por unas
secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma, hay muchas veces tan
vivas, que en ninguna manera se puede dudar, porque las siente muy bien el alma, anque
no se saben decir; mas que es tanto este sentimiento que producen algunas veces unas
palabras regaladas, que parece no se puede excusar de decir: ¡Oh vida de mi vida y
sustento que me sustentas!, y cosas de esta manera; porque de aquellos pechos divinos,
adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche, que
toda la gente del Castillo conforta, que parece quiere el Señor que gocen de alguna
manera de lo mucho que goza el alma, y que de aquel río caudaloso, adonde se
consumió esta fuentecita pequeña, salga algunas veces algún golpe de aquel agua para
sustentar los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados. Y ansí como
sentiría esta agua una persona que está decuidada, si la bañasen de presto en ella, y no lo
podía dejar de sentir, de la mesma manera, y an con más certidumbre, se entienden estas
operaciones que digo; porque ansí como no nos podría venir un gran golpe de agua, si
no tuviese principio, como he dicho, ansí se entiende claro que hay en lo interior quien
arroje estas saetas y dé vida a esta vida, y que hay sol de donde procede una gran luz,
que se envía a las potencias de lo interior del alma. Ella, como he dicho, no se muda de
aquel centro ni se le pierde la paz; porque el mesmo que la dio a los Apóstoles cuando
estaban juntos se la puede dar a ella. Heme acordado que esta salutación del Señor debía
ser mucho más de lo que suena, y el decir a la gloriosa Madalena que se fuese en paz;
porque, como las palabras del Señor son hechas como obras en nosotros, de tal manera
debían hacer la operación en aquellas almas que estaban ya dispuestas, que apartase en
ellos todo lo que es corpóreo en el alma y la dejase en puro espíritu para que se pudiese
juntar en esta unión celestial con el espíritu creado, que es muy cierto que en vaciando
nosotros todo lo que es criatura y deshaciéndonos de ella por amor de Dios, el mesmo
Señor la ha de hinchir de Sí. Y ansí, orando una vez Jesucristo nuestro Señor por sus
Apóstoles, no sé dónde es, dijo que fuesen una cosa con el Padre y con él, como
Jesucristo nuestro Señor está en el Padre, y el Padre con él. ¡No sé qué mayor amor
puede ser que éste! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque ansí dijo su Majestad:
«No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en Mí también», y
dice: «Yo estoy en ellos.» ¡Oh, válame Dios, qué palabras tan verdaderas, y cómo las
entiende el alma, que en esta oración lo ve por sí! ¡Y cómo lo entenderíamos todas si no
fuese por nuestra culpa! Pues las palabras de Jesucristo nuestro Rey y Señor no pueden
faltar; mas como faltamos en no disponernos y desviarnos de todo lo que puede
embarazar esta luz, no nos vemos en este espejo que contemplamos, adonde nuestra
imagen está esculpida. Pues tornando a lo que decíamos, en metiendo el Señor a el alma
en esta Morada suya, que es el centro de la mesma alma, ansí como dicen que el Cielo
impíreo adonde está nuestro Señor no se mueve como los demás, ansí parece no hay los
movimientos en esta alma, en entrando aquí, que suele haber en las potencias y
imaginación, de manera que la perjudiquen ni la quiten su paz. Parece que quiero decir
que en llegando el alma a hacerla Dios esta merced, está segura de su salvación y de
tornar a caer. No digo tal, y en cuantas partes tratare desta manera, que parece está el
alma en siguridad, se entienda: mientra la divina Majestad la tuviere ansí de su mano, y
ella no le ofendiere; al menos sé cierto que anque se ve en este estado, y le ha durado
años, que no se tiene por segura, sino que anda con mucho más temor que antes en
guardarse de cualquier pequeña ofensa de Dios, y con tan grandes deseos de servirle,
como se dirá adelante, y con ordinaria pena y confusión de ver lo poco que puede hacer
y lo mucho a que está obligada, que no es pequeña cruz, sino harto gran penitencia;
porque el hacer penitencia esta alma, mientras más grande, le es más deleite. La
verdadera penitencia es cuando le quita Dios la salud para poderla hacer y fuerzas, que,
anque en otra parte he dicho la gran pena que esto da, es muy mayor aquí, y todo le
debe venir de la raíz adonde está plantada, que ansí como el árbol que está cabe las
corrientes de las aguas está más fresco y da más fruto, ¿qué hay que maravillar de
deseos que tenga esta alma, pues el verdadero espíritu de ella está hecho uno con el
agua celestial que dijimos?
Pues tornando a lo que decía, no se entienda que las potencias y sentidos y pasiones
están siempre en esta paz: el alma sí, mas en estotras Moradas no deja de haber tiempos
de guerra y de trabajos y fatigas; mas son de manera que no se quita de su paz y puesto:
esto es lo ordinario. Este centro de nuestra alma u este espíritu es una cosa tan
dificultosa de decir y an de creer, que pienso, hermanas, por no me saber dar a entender,
no os dé alguna tentación, de no creer lo que digo, porque decir que hay trabajos y
penas y que el alma se está en paz es cosa dificultosa. Quiéroos poner una comparación
u dos: plega a Dios que sean tales que diga algo; mas si no lo fuere, yo sé que digo
verdad en lo dicho. Está el Rey en su palacio, y hay muchas guerras en su reino y
muchas cosas penosas, mas no por eso deja de estarse en su puesto: ansí acá, anque en
estotras Moradas anden muchas baraúndas y fieras ponzoñosas, y se oye el ruido, naide
entra en aquélla, que la haga quitar de allí; ni las cosas que oye, anque le dan alguna
pena, no es de manera que la alboroten y quiten la paz; porque las pasiones están ya
vencidas, de suerte que han miedo de entrar allí, porque salen más rendidas. Duélenos
todo el cuerpo, mas si la cabeza está sana, no porque duela el cuerpo dolerá la cabeza.
Riéndome estoy de estas comparaciones, que no me contentan, mas no sé otras. Pensá lo
que quisiéredes; ello es verdad lo que he dicho.
Capítulo tercero
Ahora, pues, decimos que esta mariposica ya murió, con grandísima alegría de haber
hallado reposo, y que vive en ella Cristo: veamos qué vida hace u qué diferencia hay de
cuando ella vivía, porque en los efetos veremos si es verdadero lo que queda dicho. A lo
que puedo entender, son los que diré:
El primero, un olvido de sí, que, verdaderamente, parece que ya no es, como queda
dicho, porque toda está de tal manera, que no se conoce ni se acuerda que para ella ha
de haber Cielo ni vida ni honra, porque toda está empleada en procurar la de Dios, que
parece que las palabras que le dijo su Majestad hicieron efeto de obra, que fue que
mirase por sus cosas, que él miraría por las suyas. Y ansí, de todo lo que puede suceder
no tiene cuidado, sino un estraño olvido que, como digo, parece ya no es, ni querría ser
en nada, nada, sino es para cuando entiende que puede haber por su parte algo en que
acreciente un punto la gloria y honra de Dios, que por esto pornía muy de buena gana su
vida. No entendáis por esto, hijas, que deja de tener cuenta con comer y dormir, que no
le es poco tormento, y hacer todo lo que está obligada conforme a su estado, que
hablamos en cosas interiores, que de obras esteriores poco hay que decir, que antes esa
es su pena, ver que es nada lo que ya pueden sus fuerzas. En todo lo que puede y
entiende que es servicio de nuestro Señor no lo dejaría de hacer por cosa de la tierra.
Lo segundo, un deseo de padecer grande, mas no de manera que le inquiete como
solía; porque es en tanto estremo el deseo que queda en estas almas de que se haga la
voluntad de Dios en ellas, que todo lo que su Majestad hace tienen por bueno: si
quisiere que padezca, enhorabuena; sino, no se mata como solía.
Tienen también estas almas un gran gozo interior cuando son perseguidas, con
mucha más paz que lo que queda dicho, y sin nenguna enemistad con los que las hacen
mal o desean hacer, antes les cobran amor particular, de manera que si los ven en algún
trabajo, lo sienten tiernamente, y cualquiera tomarían por librarlos de él, y
encomiéndanlos a Dios muy de gana, y de las mercedes que les hace su Majestad
holgarían perder porque se las hiciese a ellos, porque no ofendiesen a nuestro Señor.
Lo que más me espanta de todo es que ya habéis visto los trabajos y afliciones que
han tenido por morirse, por gozar de nuestro Señor; ahora es tan grande el deseo que
tienen de servirle y que por ellas sea alabado, y de aprovechar algún alma si pudiesen,
que, no sólo no desean morirse, mas vivir muy muchos años padeciendo grandísimos
trabajos, por si pudiesen que fuese el Señor alabado por ellos, anque fuese en cosa muy
poca. Y si supiesen cierto que en saliendo el alma del cuerpo ha de gozar de Dios, no les
hace al caso, ni pensar en la gloria que tienen los santos: no desean por entonces verse
en ella. Su gloria tiene puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado, en especial
cuando ven que es tan ofendido, y los pocos que hay que de veras miren por su honra,
desasidos de todo lo demás. Verdad es que algunas veces que se olvida de esto, tornan
con ternura los de gozar de Dios y desear salir de este destierro, en especial viendo lo
poco que le sirve; mas luego torna y mira en sí mesma con la continuanza que le tiene
consigo, y con aquello se contenta, y ofrece a su Majestad el querer vivir como una
ofrenda, la más costosa para ella que le puede dar. Temor ninguno tiene de la muerte
más que ternía de un suave arrobamiento. El caso es que el que daba aquellos deseos
con tormento tan ecesivo, da ahora estotros. Sea por siempre bendito y alabado. El fin
es que los deseos de estas almas no son ya de regalos ni de gustos, como tienen consigo
al mesmo Señor, y su Majestad es el que ahora vive. Claro está que su vida no fue sino
contino tormento, y ansí hace que sea la nuestra, al menos con los deseos, que nos lleva
como a flacos en lo demás, anque bien les cabe de su fortaleza cuando ve que la han
menester.
Un desasimiento grande de todo y deseo de estar siempre u solas u ocupadas en cosa
que sea provecho de algún alma; no sequedades ni trabajos interiores, sino con una
memoria y ternura con nuestro Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas, y
cuando se descuida, el mesmo Señor la despierta de la manera que queda dicho, que se
ve clarísimamente que procede aquel impulso, u no sé cómo le llame, de lo interior del
alma, como se dijo de los ímpetus. Acá es con gran suavidad, mas ni procede del
pensamiento ni de la memoria, ni cosa que se pueda entender que el alma hizo nada de
su parte. Esto es tan ordinario y tantas veces, que se ha mirado bien con advertencia:
que ansí como un fuego no echa la llama haciabajo, sino haciarriba, por grande que
quieran encender el fuego, ansí se entiende acá que este movimiento interior procede del
centro del alma y despierta las potencias. Por cierto, cuando no hubiera otra cosa de
ganancia en este camino de oración, sino entender el particular cuidado que Dios tiene
de comunicarse con nosotros y andarnos rogando, que no parece esto otra cosa que nos
estemos con él, me parece eran bien empleados cuantos trabajos se pasan por gozar de
estos toques de su amor tan suaves y penetrativos. Esto habréis, hermanas,
espirimentado porque pienso, en llegando a tener oración de unión, anda el Señor con
este cuidado, si nosotros no nos descuidamos de guardar sus mandamientos. Cuando
esto os acaeciere, acordaos que es desta Morada interior, adonde está Dios en nuestra
alma, y alabalde mucho, porque cierto es suyo aquel recaudo o billete escrito con tanto
amor, y de manera que sólo vos quiere entendáis aquella letra y lo que por ella os pide.
La diferencia que hay aquí en esta Morada es lo dicho: que casi nunca hay sequedad ni
alborotos interiores de los que había en todas las otras a tiempos, sino que está el alma
en quietud casi siempre; el no temer que esta merced tan subida puede contrahacer el
Demonio, sino estar en un ser con seguridad que es Dios, porque, como está dicho, no
tienen que ver aquí los sentidos ni potencias, que se descubrió su Majestad al alma y la
metió consigo adonde, a mi parecer, no osará entrar el Demonio ni le dejará el Señor, y
todas las mercedes que hace aquí a el alma, como he dicho, son con ningún ayuda de la
mesma alma, sino el que ya ella ha hecho de entregarse toda a Dios. Pasa con tanta
quietud y tan sin ruido todo lo que el Señor aprovecha aquí a el alma y la enseña, que
me parece es como en la edificación del templo de Salomón, adonde no se había de oír
ningún ruido: ansí en este templo de Dios, en esta Morada suya, sólo él y el alma se
gozan con grandísimo silencio. No hay para qué bullir ni buscar nada el entendimiento,
que el Señor que le crió le quiere sosegar aquí, y que por una resquicia pequeña mire lo
que pasa, porque anque a tiempos se pierde esta vista y no le dejan mirar, es poquísimo
intervalo, porque, a mi parecer, aquí no se pierden las potencias, mas no obran, sino
están como espantadas.
Yo lo estoy de ver que en llegando aquí el alma, todos los arrobamientos se le quitan
si no es alguna vez, y está no con aquellos arrobamientos y vuelo de espíritu, y son muy
raras veces, y ésas casi siempre no en público como antes, que era muy de ordinario, ni
le hacen al caso grandes ocasiones de devoción, que vea, como antes, que si ven una
imagen devota u oyen un sermón, que casi no era oírle, u música, como la pobre
mariposilla andaba tan ansiosa, todo la espantaba y hacía volar. Ahora, u es que halló su
reposo, u que el alma ha visto tanto en esta Morada, que no se espanta de nada, u que no
se halla con aquella soledad que solía, pues goza de tal compañía. En fin, hermanas, yo
no sé qué sea la causa, que en comenzando el Señor a mostrar lo que hay en esta
Morada, y metiendo el alma allí, se les quita esta gran flaqueza que les era harto trabajo,
y antes no se quitó. Quizá es que la ha fortalecido el Señor y ensanchado y habilitado, u
puede ser que quería dar a entender en público lo que hacía con estas almas en secreto,
por algunos fines que su Majestad sabe, que sus juicios son sobre todo lo que acá
podemos imaginar.
Estos efetos, con todos los demás que hemos dicho, que sean buenos en los grados
de oración que quedan dichos, da Dios, cuando llega el alma a Sí, con este ósculo que
pedía la Esposa, que yo entiendo aquí se le cumple esta petición. Aquí se dan las aguas
a esta cierva que va herida en abundancia. Aquí se deleita en el tabernáculo de Dios.
Aquí halla la paloma que envió Noé a ver si era acabada la tempestad, la oliva, por señal
que ha hallado tierra firme dentro en las aguas y tempestades deste mundo. ¡Oh Jesús!
¡Y quién supiera las muchas cosas de la Escritura, que debe haber para dar a entender
esta paz del alma! Dios mío, pues veis lo que nos importa, haced que quieran los
cristianos buscarlas, y a los que la habéis dado, no se la quitéis por vuestra misericordia,
que, en fin, hasta que les deis la verdadera y las llevéis adonde no se pueda acabar,
siempre se ha de vivir con temor. Digo la verdadera, no porque entienda ésta no lo es,
sino porque se podría tornar la guerra primera si nosotros nos apartásemos de Dios. Mas
¿qué sentirán estas almas de ver que podrían carecer de tan gran bien?
Esto les hace andar más cuidadosas y procurar sacar fuerzas de flaqueza, para no
dejar cosa que se les puede ofrecer, para más agradar a Dios, por culpa suya. Mientra
más favorecidas de su Majestad andan, más acobardadas y temerosas de sí, y como en
estas grandezas suyas han conocido más sus miserias y se les hacen más graves sus
pecados, andan muchas veces que no osan alzar los ojos, como el Publicano; otras, con
deseos de acabar la vida por verse en siguridad, anque luego tornan con el amor que le
tienen a querer vivir para servirle, como queda dicho, y fían todo lo que les toca de su
misericordia. Algunas veces las muchas mercedes las hacen andar más aniquiladas, que
temen que, como una nao que va muy demasiado de cargada, se va a lo hondo, no les
acaezca ansí. Yo os digo, hermanas, que no les falta cruz, salvo que nos las inquieta ni
hace perder la paz, sino pasan de presto, como una ola, algunas tempestades, y torna
bonanza, que la presencia que train del Señor les hace que luego se los olvide todo. Sea
por siempre bendito y alabado de todas sus criaturas, amén.
Capítulo cuarto
No habéis de entender, hermanas, que siempre en un ser están estos efetos que he
dicho en estas almas, que por eso adonde se me acuerda, digo lo ordinario, que algunas
veces las deja nuestro Señor en su natural, y no parece sino que entonces se juntan todas
las cosas ponzoñosas del arrabal y Moradas de este Castillo, para vengarse de ellas, por
el tiempo que no las pueden haber a las manos. Verdad es que dura poco, un día lo más,
u poco más, y en este gran alboroto, que procede lo ordinario de alguna ocasión, se ve lo
que gana el alma en la buena compañía que está, porque la da el Señor una gran
entereza, para no torcer en nada de su servicio y buenas determinaciones, sino que
parece le crecen, ni por un primer movimiento muy pequeño no tuercen de esta
determinación. Como digo, es pocas veces, sino que quiere nuestro Señor que no pierda
la memoria de su ser, para que siempre esté humilde, lo uno; lo otro, porque entienda
más lo que debe a su Majestad, y la grandeza de la merced que recibe y le alabe.
Tampoco os pase por pensamiento que por tener estas almas tan grandes deseos y
determinación de no hacer una imperfeción por cosa de la tierra, dejan de hacer muchas,
y an pecados. De advertencia no, que las debe el Señor a estas tales dar muy particular
ayuda para esto; digo pecados veniales, que de los mortales, que ellas entiendan, están
libres, aunque no siguras; que ternán algunos que no entienden, que no les será pequeño
tormento. También se les da las almas que ven que se pierden, y anque en alguna
manera tienen gran esperanza que no serán de ellas, cuando se acuerdan de algunos que
dice la Escritura que parecía eran favorecidos del Señor, como un Salomón, que tanto
comunicó con su Majestad, no pueden dejar de temer, como tengo dicho. Y la que se
viere de vosotras con mayor seguridad en sí, esa tema más, porque «bienaventurado el
varón que teme a Dios», dice David. Su Majestad nos ampare siempre: suplicárselo,
para que no le ofendamos; es la mayor seguridad que podemos tener. Sea por siempre
alabado, amén.
Bien será, hermanas, deciros qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes en
este mundo. Anque en los efectos de ellas los habréis entendido, si advertistes en ello,
oslo quiero tornar a decir aquí, porque no piense alguna que es para sólo regalar estas
almas, que sería grande yerro: que no nos puede su Majestad hacerle mayor que es
darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado, y ansí tengo yo por
cierto, que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza, como aquí he dicho
alguna vez, para poderle imitar en el mucho padecer.
Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor
fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y los gloriosos
Apóstoles. ¿Cómo pensáis que pudiera sufrir san Pablo tan grandísimos trabajos? Por él
podemos ver qué efetos hacen las verdaderas visiones y contemplación cuando es de
nuestro Señor, y no imaginación u engaño del Demonio. ¿Por ventura ascondióse con
ellas para gozar de aquellos regalos y no entender en otra cosa? Ya lo veis, que no tuvo
día de descanso, a lo que podemos entender, y tampoco le debía de tener de noche, pues
en ella ganaba lo que había de comer. Gusto yo mucho de san Pedro cuando iba
huyendo de la cárcel y le apareció nuestro Señor, y le dijo que iba a Roma a ser
crucificado otra vez. Nenguna rezamos esta fiesta adonde esto está que no me es
particular consuelo; ¿cómo quedó san Pedro de esta merced del Señor u qué hizo? Irse
luego a la muerte, y no es poca misericordia del Señor hallar quien se la dé! Oh,
hermanas mías, qué olvidado debe tener su descanso, y qué poco se le debe de dar de
honras, y qué fuera debe estar de querer ser tenida en nada el alma adonde está el Señor
tan particularmente! Porque si ella está mucho con él, como es razón, poco se debe
acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle y en qué u por dónde
mostrará el amor que le tiene. Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este
matrimonio espiritual: de que nazcan siempre obras, obras. Esta es la verdadera muestra
de ser cosa y merced hecha a Dios, como ya os he dicho; porque poco me aprovecha
estarme muy recogida a solas, haciendo atos con nuestro Señor, propuniendo y
prometiendo de hacer maravillas por su servicio, si en saliendo de allí, que se ofrece la
ocasión, lo hago todo al revés. Mal dije que aprovechará poco, que todo lo que se está
con Dios aprovecha mucho, y estas determinaciones, anque seamos flacos en no las
cumplir después, alguna vez nos dará su Majestad cómo lo hagamos, y an quizá, anque
nos pese, mucho hace muchas veces, que como ve un alma muy cobarde, dale un muy
gran trabajo bien contra su voluntad y sácala con ganancia, y después, como esto
entiende el alma, queda más perdido el miedo para ofrecerse más a él. Quise decir que
es poco, en comparación de lo mucho más que es que conformen las obras con los atos
y palabras, y que la que no pudiere por junto, sea poco a poco: vaya doblando su
voluntad si quiere que le aproveche la oración, que dentro de estos rincones no faltarán
hartas ocasiones en que lo podáis hacer. Mirá que importa esto mucho más que yo os
sabré encarecer.
Poné los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco. Si su Majestad nos mostró el
amor con tan espantables obras y tormentos, ¿cómo queréis contentarle con sólo
palabras? ¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios, a quien,
señalados con su hierro, que el de la , porque ya ellos le han dado su libertad, los pueda
vender por esclavos de todo el mundo, como él lo fue, que no les hace ningún agravio
ni pequeña merced, y si a esto no se determinan, no hayan miedo que aprovechen
mucho, porque todo este edificio, como he dicho, es su cimiento humildad, y si no hay
esta muy de veras, an por vuestro bien, no querrá el Señor subirle muy alto, porque no
dé todo en el suelo. Ansí que, hermanas, para que lleve buenos cimientos, procurará ser
la menor de todas, y esclava suya, mirando cómo u por dónde las podéis hacer placer y
servir, pues lo que hicierdes en este caso, hacéis más por vos que por ellas, puniendo
piedras tan firmes que no seos caya el Castillo. Torno a decir que para esto es menester
no poner vuestro fundamento sólo en rezar y contemplar, porque si no procuráis
virtudes y hay ejercicios de ellas, siempre os quedaréis enanas, y an plega a Dios que
sea sólo no crecer, porque ya sabéis que quien no crece, decrece; porque el amor tengo
por imposible contentarse de estar en un ser adonde le hay.
Pareceros ha que hablo con los que comienzan, y que después pueden ya descansar:
ya os he dicho que el sosiego que tienen estas almas en lo interior es para tenerle muy
menos ni querer tenerle en lo esterior. ¿Para qué pensáis que son aquellas inspiraciones
que he dicho, u por mejor decir, aspiraciones, y aquellos recaudos que envía el alma del
centro interior a la gente de arriba del Castillo y a las Moradas que están fuera de donde
ella está? ¿Es para que se echen a dormir? ¡No, no, no!, que más guerra les hace desde
allí, para que no estén ociosas las potencias y sentidos y todo lo corporal, que les ha
hecho cuando andaba con ellos padeciendo, porque entonces no entendía la ganancia tan
grande que son los trabajos, que, por ventura, han sido medios para traerla Dios allí,
como la compañía que tiene le da fuerzas muy mayores que nunca. Porque si acá dice
David que con los santos seremos santos, no hay que dudar sino que estando hecha una
cosa con el fuerte, por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar
fortaleza, y ansí veremos la que han tenido los santos para padecer y morir. Es muy
cierto, que an de la que a ella allí se le pega, acude a todos los que están en el Castillo, y
an al mesmo cuerpo, que parece muchas veces no siente, sino, esforzado con el esfuerzo
que tiene el alma bebiendo del vino de esta bodega, adonde la ha traído su Esposo, y no
la deja salir, redunda en el flaco cuerpo, como acá el manjar que se pone en el estómago
da fuerza a la cabeza y a todo él. Y ansí tiene harta mala ventura mientra vive, porque,
por mucho que haga, es mucho más la fuerza interior y la guerra que se le da, que todo
le parece nonada. De aquí debían venir las grandes penitencias que hicieron muchos
santos, en especial la gloriosa Madalena, criada siempre en tanto regalo, y aquella
hambre que tuvo nuestro padre Elías de la honra de su Dios, y tuvo santo Domingo y
san Francisco de allegar almas, para que fuese alabado, que yo os digo que no debían
pasar poco, olvidados de sí mesmos. Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos
alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos
ocupemos en la oración. No queramos ir por camino no andado, que nos perderemos al
mejor tiempo, y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el
que él fue y han ido todos sus santos. No nos pase por pensamiento: créeme, que Marta
y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le
hacer mal hospedaje no le dando de comer. ¿Cómo se lo diera María, sentada siempre a
los pies, si su hermana no le ayudara? Su manjar es que de todas las maneras que
pudiéremos lleguemos almas, para que se salven y siempre le alaben.
Decirme heis dos cosas: la una, que dijo que María había escogido la mejor parte, y
es que ya había hecho el oficio de Marta, regalando a el Señor en lavarle los pies y
limpiarlos con sus cabellos. ¿Y pensáis que le sería poca mortificación a una señora
como ella irse por esas calles, y por ventura, sola, porque no llevaba hervor para
entender cómo iba, y entrara donde nunca había entrado, y después sufrir la
mormuración del Fariseo, y otras muy muchas que debía sufrir? Porque ver en el pueblo
una mujer como ella hacer tanta mudanza, y como sabemos, entre tan mala gente, que
bastaba ver que tenía amistad con el Señor, a quien ellos tenían tan aborrecido, para
traer a la memoria la vida que había hecho, y que se quería ahora hacer santa, porque
está claro que luego mudaría vestido y todo lo demás, pues ahora se dice a personas que
no son tan nombradas, ¿qué sería entonces? Yo os digo, hermanas, que venía la mejor
parte sobre hartos trabajos y mortificación, que, anque no fuera sino ver a su Maestro
tan aborrecido, era intolerable trabajo. ¡Pues los muchos que después pasó en la muerte
del Señor! Tengo para mí que el no haber recibido martirio fue por haberle pasado en
ver morir al Señor, y en los años que vivió, en verse ausente de él, que sería de terrible
tormento, se verá que no estaba siempre con regalo de contemplación a los pies del
Señor. La otra, que no podéis vosotras, ni tenéis como allegar almas a Dios, que lo
haríades de buena gana, mas que no habiendo de enseñar ni predicar, como hacían los
Apóstoles, que no sabéis cómo. A esto he respondido por escrito algunas veces, y an no
sé si en este Castillo; mas porque es cosa que creo os pasa por pensamiento, con los
deseos que os da el Señor, no dejaré de decirlo aquí. Ya os dije en otra parte que algunas
veces nos pone el Demonio deseos grandes porque no echemos mano de lo que tenemos
a mano, para servir a nuestro Señor en cosas posibles, y quedemos contentas por haber
deseado las imposibles. Dejado que en la oración ayudaréis mucho, no queráis
aprovechar a todo el mundo, sino a las que están en vuestra compañía, y ansí será mayor
la obra, porque estáis a ellas más obligadas. ¿Pensáis que es poca ganancia que sea
vuestra humildad tan grande y mortificación, y el servir a todas, y una gran caridad con
ellas, y un amor del Señor, que ese fuego las encienda a todas, y con las demás virtudes
siempre las andéis despertando? No sería sino mucha, y muy agradable servicio al Señor
y con esto que ponéis por obra, que podéis, entenderá su Majestad que haríades mucho
más, y ansí os dará premio, como si le ganásedes muchas. Diréis que esto no es
convertir, porque todas son buenas. ¿Quién os mete en eso? Mientras fueren mejores,
más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los
prójimos. En fin, hermanas mías, con lo que concluyo es que no hagamos torres sin
fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que
se hacen, y como hagamos lo que pudiéremos, hará su Majestad que vamos pudiendo
cada día más y más, como no nos cansemos luego, sino que lo poco que dura esta vida,
y quizá será más poco de lo que cada uno piensa, interior y esteriormente ofrezcamos a
el Señor el sacrificio que pudiéremos, que su Majestad le juntará con el que hizo en la
cruz por nosotros al Padre, para que tenga el valor que nuestra voluntad hubiere
merecido, anque sean pequeñas las obras. Plega a su Majestad, hermanas y hijas mías,
que nos veamos todas adonde siempre le alabemos, y me dé gracias para que yo obre
algo de lo que os digo, por los méritos de su Hijo, que vive y reina por siempre jamás,
amén; pero yo os digo que es hasta confusión mía, y ansí os pido por el mesmo Señor
que no olvidéis en vuestras oraciones esta pobre miserable.
Conclusión
J H S
Anque cuando comencé a escribir esto que aquí va, fue con la contradición que al
principio digo, después de acabado me ha dado mucho contento, y doy por bien
empleado el trabajo, anque confieso que ha sido harto poco. Y considerando el mucho
encerramiento y pocas cosas de entretenimiento que tenéis, mis hermanas, y no casas
tan bastantes como conviene, en algunos monesterios de los vuestros, me parece os será
consuelo deleitaros en este Castillo interior, pues sin licencia de los superiores podéis
entraros y pasearos por él a cualquier hora. Verdad es que no en todas las Moradas
podréis entrar por vuestras fuerzas, anque os parezca las tenéis grandes, si no os mete el
mesmo Señor del Castillo; por eso os aviso que ninguna fuerza pongáis, si hallardes
resistencia alguna, porque le enojaréis de manera que nunca os deje entrar en ellas.
Es muy amigo de humildad. Con teneros por tales que no merecéis an entrar en las
Terceras, le ganaréis más presto la voluntad para llegar a las Quintas, y de tal manera le
podéis servir desde allí, acontinuando a ir muchas veces a ellas, que os meta en la
mesma Morada que tiene para Sí, de donde no salgáis más, si no fuerdes llamadas de la
priora, cuya voluntad quiere tanto este gran Señor que cumpláis como la suya mesma. Y
anque mucho estéis fuera por su mandado, siempre cuando tornades, os terná la puerta
abierta. Una vez mostradas a gozar de este Castillo, en todas las cosas hallaréis
descanso, anque sean de mucho trabajo, con esperanza de tornar a él, que no os lo puede
quitar naide.
Anque no se trata de más de siete Moradas, en cada una de éstas hay muchas, en lo
bajo y alto y a los lados, con lindos jardines y fuentes y laberintios y cosas tan
deleitosas, que desearéis deshaceros en alabanzas del gran Dios que lo crió a su imagen
y semejanza. Si algo hallardes bueno en la orden de daros noticias de él, creé
verdaderamente que lo dijo su Majestad por daros a vosotras contento, y lo malo que
hallardes, es dicho de mí. Por el gran deseo que tengo de ser alguna parte para ayudaros
a servir este mi Dios y Señor, os pido que, en mi nombre, cada vez que leyerdes aquí,
alabéis mucho a su Majestad y le pidáis el aumento de su Ilesia y luz para los luteranos,
y para mí que me perdone mis pecados y me saque de Purgatorio, que allá estaré quizá
por la misericordia de Dios, cuando esto se os diere a leer, si estuviere para que se vea,
después de visto de letrados; y si algo tuviere de error, es por más no lo entender, que en
todo me sujeto a lo que tiene la santa Ilesia Católica Romana, que es ésta vivo y
protesto y prometo vivir y morir. Sea Dios nuestro Señor por siempre alabado y bendito.
Amén, amén.
Acabóse esto de escribir en el monesterio de San Josef de ávila, año de mil y
quinientos y setenta y siete, víspera de san Andrés, para gloria de Dios, que vive y reina
por siempre jamás, amén.
FIN