ADRIANO
Elio Esparciano
Historia Augusta


1 La familia más antigua del emperador Adriano
era procedente de Piceno; la más reciente, de Hispania,
puesto que el propio Adriano relata en su biografía que sus mayores habían nacido en
Adria  y que posteriormente fijaron su residencia
en Itálica  en tiempo de los Escipiones. Su padre
fue Elio Adriano, llamado el Africano, primo hermano
del emperador Trajano; su madre fue Domicia
Paulina, natural de Cádiz; su hermana Paulina,
casada con Serviano; su esposa, Sabina, y su abuelo,
Marilino, el primero que en su familia fue senador
del pueblo romano.
Adriano nació en Roma, el 3 de las calendas de
febrero (24/1), durante el séptimo consulado
de Vespasiano y el quinto de Tito. Al quedar
huérfano de padre a los diez años de edad, contó
con dos tutores, su primo hermano Ulpio Trajano,
entonces ex pretor y que después asumió el imperio,
y el caballero  romano Celio Atiano. Tras haberse entregado con gran celo a los estudios griegos
a los que le inclinaba su temperamento de tal
manera que algunos le llamaban "Griegecillo",

2 regresó a su patria a los quince años de edad e inició inmediatamente el servicio militar, entregándose a la caza con pasión hasta merecer censura por ello.
Por este motivo Trajano le sacó de su patria y le
tomó por hijo, y no mucho después le nombró decenviro
para velar por la libertad y la ciudadanía
y, a continuación, tribuno de la segunda legión,
la Auxiliadora. Después de esto, fue trasladado a la
Mesia inferior cuando y a el gobierno de Domiciano
tocaba a su fin. Se dice que allí supo por boca
de cierto matemático  sobre su futuro gobierno lo
mismo que ya sabía por la predicción de su tío paterno,
el gran Elio Adriano, que estaba versado en
la ciencia de la astrología. Después de haber sido
enviado a felicitar al ejército tras la adopción de
Trajano por Nerva, fue trasladado a la Germania
superior. Partiendo desde allí presuroso a visitar a
Trajano con el fin de anunciarle el primero la muerte
de Nerva, Serviano, el esposo de su hermana
(quien suscitó contra él el odio de Trajano delatando sus gastos y sus deudas) le entretuvo y retuvo
durante mucho tiempo rompiendo a propósito su
carruaje, pero él se adelantó al emisario del propio
Serviano haciendo el viaje a pie. Gozó del amor
de Trajano pero, a pesar de ello, sufrió una maquinación por obra de los pedagogos de unos muchachos
a los que Trajano amaba con pasión, con el
apoyo de Galo. Por aquel tiempo, por cierto,
cuando consultaba las suertes virgilianas por hallarse
inquieto ante el juicio que el emperador tenía
sobre él, le salió la siguiente profecía que, según la
versión de otros escritores, le sobrevino de unos
versos sibilinos :
"¿quién es aquél que allá lejos, coronado con ramas de oliva,
lleva las ofrendas sagradas? Reconozco los cabellos y la barba blanca
del rey de Roma, que cimentará por primera vez una ciudad con leyes
y que, desde su humilde Cures y su pobre tierra,
será enviado a regir un gran imperio, al cual sucederá después..."

También, tuvo la premonición de que llegaría después a ser emperador, gracias a una respuesta
procedente del templo de Júpiter Nicéforo, que el filósofo platónico Apolonio Siró había incluido en sus libros. Finalmente, gracias al apoyo
de Sura, volvió enseguida a lograr una amistad
más plena con Trajano, al aceptar como esposa a la
nieta de la hermana del emperador, matrimonio que
favorecía Plotina pero que Trajano apenas deseaba,
según cuenta Mario Máximo .

3 Ejerció la cuestura siendo cónsules Trajano, por
tercera vez, y Articuleyo y, habiendo provocado la
risa durante el ejercicio de esta magistratura al leer
en el senado un discurso del emperador con una
Eronunciacion muy ruda, dedicó su esfuerzo hasta
egar al más profundo conocimiento y elocuencia
del latín. Después de su cuestura, se encargó de las
actas del senado 18 y acompañó a Trajano a la
guerra dácica, manteniendo una relación muy amistosa
con él; puesto que, como él mismo afirma, llegó incluso a darse al vino para mostrarse complaciente
con las costumbres de Trajano, y que por
esto se vio recompensado por él con gran liberalidad.
Durante el segundo consulado de Cándido y
de Cuadrato fue nombrado tribuno de la plebe ,
y en el transcurso de su magistratura, según confesión suya, se le vaticinó la perpetuidad del poder
tribunicio porque perdió la pénula  que solían utilizar
en tiempo lluvioso los tribunos de la plebe,
nunca los emperadores. Y ésta es la razón por la
que todavía hoy los ciudadanos romanos ven a los
emperadores sin esta prenda.
En la segunda expedición contra los dacios, Trajano le puso al frente de la primera legión Minervia
y se lo llevó consigo. Por cierto, en aquella ocasión
se hicieron célebres muchas de sus acciones. Por
eso, lo galardonó Trajano con una piedra preciosa
con un diamante que había recibido de Nerva, le hizo
concebir la esperanza de que llegaría a ser su sucesor.
Fue nombrado pretor durante el segundo
consulado de Suburano y Serviano y, con tal motivo,
Trajano le dio dos millones de sestercios
para la celebración de los juegos. Destinado después en calidad de legado pretoriano  a Panonia
inferior, rechazó a los sármatas, mantuvo en el ejército la disciplina militar y reprimió a los procuradores
que se extralimitaban excesivamente en sus
atribuciones. Por ello fue nombrado cónsul. Durante
el ejercicio de esta magistratura, se enteró por
mediación de Sura de que Trajano tenía el propósito
de adoptarle y , a partir de aquel momento, los
amigos del emperador dejaron de menospreciarle y
darle de lado. A la muerte de Sura, se incrementó
la confianza de Trajano hacia su persona, sobre
todo por los discursos que compuso al emperador.
Esta costumbre se remonta a Augusto quien, según Dión Casio, dio su anillo a Agripa indicando que sería su sucesor.


4 Se valió también del favor de Plotina, por cuya
influencia fue nombrado legado cuando se realizó
la campaña contra los partos. Por cierto, por aquel
tiempo, Adriano mantenía amistad con los senadores
Sosio Papio y Platorio Nepote y con los caballeros
Atiano, que había sido antaño tutor suyo,
Liviano y Turbón. Recibió la promesa de su
adopción cuando Palma y Celso, que habían sido
siempre enemigos suyos y a quienes él mismo persiguió después, se hicieron sospechosos de aspirar
al trono.

Luego que fue nombrado cónsul por
segunda vez Con el apoyo de Plotina, adquirió la
certeza absoluta de su adopción. Numerosos rumores aseguraron que había seducido a los libertos del
emperador, que se había mostrado solícito con sus
favoritos y que les había hecho frecuentes visitas
por aquella época en la que gozaba de mayor intimidad en Palacio. Recibió la carta de su adopción el día quinto de los idus de agosto (9/8), cuando se encontraba como legado en Siria
y ordenó que se celebrara siempre en dicho día
el aniversario de aquel acontecimiento. Le anunciaron la muerte de Trajano el día tercero de los idus del mismo mes (11/8), fecha en la que decretó que debía celebrarse el aniversario de su acceso
al poder.

 Ciertamente, corrieron frecuentes rumores de
que Trajano había decidido nombrar como sucesor
suyo a Neracio Prisco, no a Adriano, y que sus
amigos estaban de acuerdo con su designación, hasta
tal punto que le dijo a Prisco en cierta ocasión:
"Te confío las provincias, si me ocurre alguna fatalidad.
" También muchos dicen que Trajano deseó morir sin nombrar un sucesor fijo, como Alejandro
de Macedonia; y otros muchos aseguran que
tuvo la intención de enviar un discurso al senado
para pedirle que, si le ocurría algo, nombrara un
príncipe para la República Romana, adjuntando solamente
los nombres de algunos candidatos para
que el senado eligiera al mejor de entre ellos. Y no
faltaron quienes propalaron que, por un ardid de
Plotina, cuando había muerto ya Trajano, Adriano
había sido llamado para recibir la adopción por un
individuo que se hallaba escondido y que hablaba
en lugar del emperador.

5 Tan pronto como consiguió el poder, se atuvo a
las costumbres tradicionales y aumentó su esfuerzo
por mantener la paz en todo el orbe de la tierra.
Porque, coincidiendo con la sublevación de aquellas
naciones a las que Trajano había subyugado,
los moros frecuentaban los ataques, los sármatas incitaban a la lucha, a los britanos no era posible mantenerlos sometidos bajo el dominio de Roma, Egipto se veía apremiado por distintas sediciones y, finalmente, Libia y Palestina dejaban entrever sus intenciones
hostiles. Por este motivo, Adriano abandonó todas las regiones que poseía Roma más allá
del Tigris y del Eúfrates imitando, según él, a Catón,
quien declaró libres a los habitantes de Macedonia
dada la imposibilidad de mantener su protección.
Al ver que Partamasiris, al que Trajano había hecho rey de los partos, no tenía demasiado prestigio
entre éstos, le nombró rey de los pueblos de
al lado.
Por otra parte, mostró tanta inclinación a la clemencia que, a pesar de que Atiano le aconsejó en
los primeros días de su reinado mediante una carta
que diera muerte a Bebió Macro, prefecto de la
Ciudad, en caso de que se opusiera a su gobierno,
a Laberio Máximo que se hallaba desterrado
en una isla, pues se había hecho sospechoso de
conspirar al trono, y a Frugo Craso, a ninguno
causó daño; sin embargo, más tarde y sin orden
suya, el procurador asesinó a este último cuando
ya había salido de la isla, bajo el pretexto de que
tramaba una conjura. Distribuyó entre los soldados una gratificación doble de la normal para celebrar
la inauguración de su reinado. Separó a Lusio
Quieto del mando de los pueblos mauritanos,
que entonces estaban bajo su poder, porque se había
hecho sospechoso de aspirar al trono, y encargó
a Marcio Turbón que reprimiera el tumulto de
Mauritania tras apaciguar a los judíos. Tomadas estas medidas, partió para Antioquía con el fin de inspeccionar
los restos mortales de Trajano que trasladaban
Taciano, Plotina y Matidia. Después de haberse hecho cargo de ellos y de remitirlos por mar
a Roma, regresó a Antioquía y, tras poner al frente
de Siria a Catilio Severo, se volvió a Roma atravesando el Ilírico.

6 Adriano pidió honores divinos para Trajano mediante
una carta refinadísima que entregó al senado
y logró su concesión, con el beneplácito general,
hasta tal punto que la asamblea decretó espontáneamente
en favor de Trajano otros muchos honores
que aquél no había pedido. En otra carta que
escribió al senado pidió excusa por no haber permitido
que la asamblea decidiera sobre su ascensión
al imperio pues, como era evidente, había sido aclamado
emperador por los soldados con gran celeridad,
porque la república no podía permanecer sin
él. Al concederle el senado el triunfo que se debía
a Trajano, rehusó personalmente dicho honor e
hizo transportar la imagen de Trajano en el carro
triunfal, con la intención de que un emperador tan
extraordinario no se viera privado, ni siquiera después de muerto, del honor del triunfo. Aplazó la
aceptación del título de Padre de la patria que le
ofrecieron nada más asumir el poder y por segunda
vez algo después, argumentando que Augusto
se había hecho acreedor de este nombre tarde. Devolvió a Italia el oro coronario y rebajó este impuesto
en las provincias, pero solamente después
de que le dieron cuenta al detalle y con escrupulosidad
de las dificultades por las que atravesaba el tesoro.
Cuando se enteró poco después de la sublevación de los sármatas y roxolanos, se dirigió a Mesia,
enviando por delante a su ejército. Puso al frente de Panonia y de Dacia provisionalmente a Marció Turbón, una vez que dejó la administración de
Mauritania, galardonándole con las insignias de la
prefectura. Concertó la paz con el rey de los roxo- 8
íanos, que se quejaba de la disminución de los tributos,
pero después de que se informó adecuadamente
del tema.

7 Adriano se vio libre de las asechanzas que Nigrino, con la complicidad de Lusio y de otros
muchos, había tramado contra él, para llevarlas a
cabo cuando ofrecía un sacrificio, a pesar de que le
había designado como sucesor. Por lo cual, Palma
fue asesinado en Tarracina, Celso en Bayas, Nigrino
en Faenza y Lusio en el transcurso de un viaje,
de acuerdo con las consignas del senado, pero contra
la voluntad de Adriano. En consecuencia, para
refutar enseguida el amarguísimo concepto que
corría sobre su proceder, puesto que había permitido
que se diera la muerte simultáneamente a cuatro
consulares38, regresó a Roma después de haber
confiado a Turbón la Dacia, honrándole con el título
de prefecto de Egipto, para que gozara de
mayor autoridad; y, para reprimir los rumores que
corrían en torno a su persona, mandó que se distribuyera
al pueblo ante su vista un doble congiario, aparte de los tres áureos por persona que
habían sido repartidos ya durante su ausencia. Tras
justificar también en el senado sus actuaciones anteriores,
juró que nunca castigaría a ningún senador sin contar con la resolución de la asamblea. Instituyó enseguida un servicio de correo a cargo del
fisco, para que los magistrados no se vieran oprimidos
por esta carga. No omitiendo ninguna oportunidad para ganarse el favor popular, perdonó a
los deudores privados de la Ciudad y de Italia las
incalculables sumas de dinero que debían al fisco y
a las provincias también las inmensas cantidades
que adeudaban, una vez que fueron quemados en
el foro del divino Trajano los pagarés, para conferirlos
a todos mayor seguridad. Prohibió que ingresaran los bienes de los condenados en su tesoro
privado, habiendo sido depositados en su totalidad
en el del Estado. Aumentó la cuantía de la donación a los niños y niñas a los que Trajano había repartido
ya alimentos 43. A los senadores que se habían arruinado sin culpa propia les completó los
bienes patrimoniales de su censo senatorial en
consonancia con el número de hijos, de tal modo
que a la mayor parte de ellos les proporcionó, en la
fecha señalada y sin dilación alguna, la ración que
necesitaban para su sustento. Para que pudieran
ejercer sus cargos, se mostró extremadamente liberal
en sus donativos no sólo con sus amigos, sino
también con otros muchos, sin distinción alguna.
Ayudó con sus dispendios a algunas mujeres para
que pudieran mantener su plan de vida. Ofreció
combates gladiatorios durante seis días consecutivos
y exhibió mil animales salvajes en el día de su
cumpleaños.

8 Asoció a la intimidad de la majestad imperial a
los miembros más distinguidos del senado. Despreció los juegos circenses decretados en su honor, a
excepción de los conmemorativos de su natalicio.
Aseguró frecuentemente en las asambleas del pueblo
y en el senado que gobernaría la república,
consciente de que era un bien del pueblo, no de su
propiedad. Nombró a muchos ciudadanos cónsules por tercera vez, porque él también había ostentado
este cargo tres veces; sin embargo, encumbró
a un número incontable de ellos con el honor de
un segundo consulado. Y, por lo que respecta a su
tercer consulado, lo desempeñó sólo durante cuatro
meses y administró justicia con mucha frecuencia
durante su ejercicio. Asistió siempre a las sesiones reglamentarias del senado, cuando se encontraba
en Roma o en sus cercanías. Elevó la dignidad
del senado a tal altura restringiendo los nombramientos
de los senadores que, cuando nombró senador
a Atiano revistiéndole con los ornamentos
consulares tras dejar la prefectura del pretorio,
manifestó que no disponía de ningún título más
honroso que ofrecerle. No permitió que los caballeros romanos actuaran como jueces en los procesos que afectaban a los senadores, ni cuando él se hallaba
presente ni cuando estaba ausente. En efecto,
por aquel entonces era costumbre que, cuando el
príncipe revisaba determinados procesos, llamara a
consejo a senadores y caballeros romanos y dictara
sentencia ateniéndose a la opinión de ambos estamentos.
En fin, despreció a los príncipes que tuvieron menos consideraciones con los senadores. A
su cuñado Serviano, con el que mostró tanta deferencia
que corría siempre a su encuentro cuando venía
de su dormitorio, sin que mediara una petición
o una súplica suya, le concedió por tercera vez el
consulado, no asumiendo él esta magistratura como
colega suyo, para no emitir su opinión en segundo
lugar, dado que Serviano había sido ya dos veces
cónsul antes que él.

9 Entre tanto, abandonó muchas provincias adquiridas por Trajano y destruyó, contra los deseos generales,
el teatro que éste había construido en el
Campo de Marte. Y, ciertamente, estas medidas de gobierno parecían mucho más siniestras porque
Adriano fingía que Trajano le había dado órdenes
en secreto para que realizara todo aquello que considerara
molesto para el pueblo. Decidió dar
muerte a Atiano su actual prefecto y en otro tiempo
tutor suyo, porque no podía soportar su influencia
política; pero se retractó inmediatamente
porque se veía asediado por el odio que había provocado
el asesinato de cuatro consulares, cuya
muerte, por cierto, él atribuía a los designios de
Atiano. Como no podía darle un sucesor, porque
él no lo pedía, se las ingenió para que lo pidiera y,
tan pronto como presentó su petición, transfirió la
dignidad pretorial a Turbón, Por entonces también nombró a Septicio Claro sucesor de Simile,
el otro prefecto. Después de alejar de la prefectura
a estos dos hombres a los que debía el poder, se dirigió
a Campania y ayudó a todas sus ciudades con
beneficios y largezas, incluyendo entre sus amistades
a los mejores ciudadanos. En Roma, en cambio, honró con su presencia las ceremonias con que
los pretores y los cónsules inauguraban sus cargos,
asistió a los convites que ofrecían sus amigos, visitó
dos y tres veces al día a los enfermos, incluso a
algunos caballeros y libertos, los restableció con sus
consuelos, los animó con sus consejos y los invitó
en todo tiempo a sus festines. En definitiva, actuó
en todo como un simple particular. Tributó honores extraordinarios a su suegra mediante la celebración
de juegos gladiatorios y con otros homenajes.
Después de esto, se dirigió a la Galia y ayudó a
todas las ciudades con distintas liberalidades. Desde allí se trasladó a Germania y, aunque prefería la
paz a la guerra, entrenó a los soldados, como si la
guerra fuera inmediata, instruyéndoles con pruebas
de resistencia, dándoles ejemplo de vida militar incluso
con su presencia entre los pelotones y comiendo
con placer el rancho castrense delante de todos,
es decir, tocino, queso y agua mezclada con vinagre,
a imitación de Escipión Emiliano, de Metelo
y de su protector Trajano, remunerando a
muchos con premios y a algunos con cargos, para
que pudieran soportar sus órdenes que resultaban
muy severas. Fue él efectivamente quien, después
de César Octaviano, mantuvo la disciplina que se
estaba relajando por la despreocupación de los
príncipes que le precedieron. Reguló los servicios
y los gastos y no toleró jamás que nadie se ausentara del campamento sin causa justificada, no siendo
la simpatía de los soldados, sino la justicia la que
determinaba la recomendación de los tribunos. Y
animaba a los demás también con el ejemplo de su
virtud, ya que hacía marchas armado por espacio
de veinte mil pasos, hacía demoler los suntuosos
comedores de los cuarteles, los pórticos, las grutas
artificiales y los jardines, vestía con frecuencia
una indumentaria muy sencilla, empuñaba un tahalí
desprovisto de oro, prendía su sayo con una fíbula
sin piedras preciosas y llevaba envainada una
espada que sólo tenía la empuñadura de marfil; visitaba a los soldados enfermos en sus alojamientos,
escogía el lugar para emplazar el campamento, no
daba el bastón de mando de centurión a nadie que
no fuera fuerte y que no tuviera buena fama, ni
nombraba tribunos más que a los que tenían la barba
poblada o una edad tal que, por su prudencia y
años, pudieran sobrellevar el peso del tribunado y
no permitía que los tribunos aceptaran ningún presente
de los soldados, hacía desaparecer todo tipo
de refinamientos de todas las partes y , finalmente,
reparaba el armamento de los soldados y renovaba
su equipaje. Respecto a la edad de los soldados, él
consideraba también que nadie debía servir en el
ejército, contrariando las costumbres ancestrales,
con menos años de los que el valor militar exigía,
ni con más de los que permitía la condición humana,
y procuraba siempre conocer a los soldados y
saber su número.
Procuraba además inspeccionar minuciosamente
los almacenes del ejército, examinando también los
impuestos de las provincias sagazmente para poder
subsanar cualquier necesidad, si se echaba en falta
algo en algún sitio. Con todo, se esforzaba más que
ningún otro emperador por no comprar nunca ni
conservar nada que fuera superfluo. Y así, después
de haber cambiado la actitud de los soldados comportándose
como un rey, se dirigió a Bretaña donde
reprimió gran número de abusos, siendo el primero
que construyó un muro de ochenta mil pasos
de longitud, para que mantuviera separados a los
bárbaros de los romanos.
Sustituyó en sus cargos a Septicio Claro, prefecto del Pretorio, a Suetonio Tranquilo, jefe de la
correspondencia y a otros muchos, alegando que
por aquella época se habían comportado con su esposa
Sabina con mayor familiaridad en el trato de
lo que exigía la etiqueta de la corte imperial y asegurando
que, si hubiera sido un simple ciudadano,
la habría repudiado por su actitud displicente y huraña.
Deseaba saber no sólo lo que ocurría en su palacio, sino también en la casa de sus amigos hasta
tal extremo que se enteraba de todos los secretos
por mediación de los "frumentarios", y sus amigos
no se daban cuenta de que conocía su vida privada
hasta que él mismo no se lo revelaba. Por ello,
no resultará aburrido insertar la narración de un incidente
que demuestra que él consiguió múltiples
noticias sobre sus amigos. En efecto, en una ocasión en que a cierto individuo le había escrito su esposa
reprochándole que no quisiera volver con ella
porque se lo impedía su afición a los placeres y a
los baños, y Adriano se había enterado de ello por
los "frumentarios", cuando aquél le pidió un permiso
de viaje, Adriano le reprochó su afición referida.
Entonces aquél le replicó: "¿Acaso mi esposa
te ha escrito también a ti lo que a mí?" En realidad,
piensan que esta práctica constituyó su vicio más
importante y añaden a él otras afirmaciones sobre
su pasión por los muchachos y sus adulterios con
mujeres casadas por las que se dice que Adriano anduvo
inquieto, imputándole además que no fuera
capaz de ser fiel a sus amigos.

12 Normalizada la situación en Bretaña, se trasladó a la Galia preocupado por una sedición que surgió en Alejandría, a causa del buey Apis.
Su hallazgo, después de muchos años, dio origen a una refriega entre diversos pueblos, dado que todos competían con celo por ver en cuál de ellos debía ser entronizado. Por este tiempo hizo construir en Nimes en honor de Plotina una basílica de admirable arquitectura. Después se dirigió a Hispania e invernó en Tarragona, donde restauró el templo de Augusto
a sus expensas. Convocó a todos los colonos
de Hispania a una asamblea en Tarragona y al ver
que los procedentes de Itálica rechazaban el alistamiento
entre mofas, como textualmente afirma Mario
Máximo, y que el resto de los colonos lo hacían
con fuertes amenazas, actuó con prudencia y
cautela. Por esta época, cuando paseaba en Tarragona por un bosquecillo, afrontó, no sin que, se le
alabara por ello, un gravísimo peligro, pues le atacó
con violencia, y espada en mano, un siervo de
su huésped. Lo retuvo y entregó luego a los criados
que corrían hacia él; pero, cuando constató que
estaba loco, mandó que lo llevaran a los médicos
para que lo curaran, sin dar él muestras de turbación
alguna. Por estas fechas y en otras ocasiones,
en muchos lugares en los que servían de frontera
con los bárbaros no los ríos sino unos simples mojones,
separó a los bárbaros clavando profundamente
troncos enormes y entrelazándolos a modo
de empalizada que sirviera de muro. Impuso un rey
a los germanos, reprimió las revueltas de los mauritanos
y consiguió suplicaciones58 del senado. Por 8
aquel tiempo la guerra con los partos no fue más
que una intentona que Adriano reprimió mediante
una entrevista.

13 Después de esto, se dirigió por mar a Acaya a través
de Asia y de las islas y, siguiendo el ejemplo de
Hércules y Filipo, se inició en los misterios Eleusinos, otorgó muchos favores a los atenienses y
ocupó un sitial actuando como presidente de los
juegos. Y aseguran que en Acaya también se observó la costumbre de que ninguno de sus acompañantes
entrara en los templos con armas, a pesar
de que durante las celebraciones religiosas muchos
de los asistentes solían llevar cuchillos. Después navegó hasta Sicilia, donde subió al monte Etna, para
contemplar la salida del sol que, según dicen allí,
aparece con varios colores a modo de arco iris. Desde allí vino a Roma y desde Roma se trasladó a
África, asignando muchos privilegios a las provincias
africanas. Difícilmente emperador alguno recorrió tantas tierras con tanta rapidez. Finalmente,
después de volver a Roma tras haber permanecido
en Africa, dirigiéndose inmediatamente a Oriente,
hizo el viaje pasando por Atenas, donde inaguró las
obras que había iniciado en esta ciudad, como el
templo de Júpiter Olímpico y un altar erigido en
su propio honor, y, de la misma manera, a lo largo
del itinerario que hizo por Asia, consagró los templos que habían recibido su nombre. Después aceptó de los habitantes de Capadocia unos esclavos
destinados al servicio de los campamentos. Invitó
a la amistad a gobernadores y reyes, cursando también
dicha invitación a Osdroe, rey de los partos,
al que devolvió su hija que había sido hecha prisionera
por Trajano, garantizándole la devolución de
la silla regia que igualmente le había sido arrebatada.
Y, cuando acudieron a visitarle algunos reyes,
se portó con ellos de tal modo que los que no quisieron
venir se arrepintieron de ello; y actuó así especialmente
por Farasmanes, que despreció orgullosamente
su invitación. Ciertamente, cuando
nacía el recorrido por las provincias, castigó a los
procuradores y gobernadores por sus faltas con
tanta rigurosidad que se creía que era él quien por
propia iniciativa sobornaba a los acusadores.

14 En el curso de estos viajes concibió tal odio contra
los habitantes de Antioquía que decidió separar
Siria de Fenicia para que no se llamara Antioquía
la metrópoli de tantas ciudades. También por este
tiempo los judios se alzaron en guerra, porque se
les prohibió la práctica de la circuncisión. En una
ocasión en que estaba haciendo un sacrificio en el
monte Casio, a donde había subido por la noche
para contemplar la salida del sol, se desencadenó
una tempestad y un rayo carbonizó a la víctima y
al victimario. Tras recorrer Arabia, llegó a Pelusio,
donde construyó el túmulo de Pompeyo, al que
dotó de gran suntuosidad. Perdió durante una travesía por el Nilo a su favorito Antinóo, al que
lloró como si fuera una mujer. Sobre lo cual corren
diversos rumores, pues unos autores dicen que él
se había consagrado al servicio de Adriano otros,
lo que hace presumir la belleza de Antinóo y la excesiva
sensualidad de Adriano. Pero, como quiera
que sea, los griegos le deificaron accediendo al deseo
de Adriano, pues afirmaban que pronunciaba
oráculos que, según dicen, había compuesto el mismo
emperador.
Fue muy aficionado a la poesía y a la literatura,
y muy experto en aritmética, geometría y pintura.
Se jactaba de su habilidad para tocar la cítara y para cantar. Era inmoderado en sus deseos. Llegó incluso
a componer muchos poemas en verso sobre las
personas a las que amaba.
(Escribió poemas eróticos). Fue muy diestro
en el manejo de las armas y muy entendido en el
arte militar, e hizo también prácticas con las armas
de los gladiadores. Fue, al mismo tiempo, severo y afable, serio y jocoso, irresoluto y presuntuoso, tacaño
y generoso, doble y franco, cruel y clemente
y, siempre y en todo, constante.

15 Enriqueció a sus amigos sin que ellos se lo pidieran
realmente, no negándoles tampoco nada
cuando se lo pedían. No obstante, también escuchó
cosas que se rumoreaban sobre ellos  y por esto los consideró corno
enemigos a casi todos, a los más amigos y
a aquéllos a los que había elevado a los más altos
cargos, como a Atiano, Nepote y Septicio Claro.
En efecto, precipitó en la indigencia a Eudemón,
anteriormente cómplice de su ascenso al trono;
obligó a Polieno y a Marcelo a que se dieran una
muerte voluntaria, zahirió a Heliodoro con libelos
infamantes y permitió que Ticiano fuera acusado
como culpable de un intento de usurpación y que
por ello se le proscribiera. Persiguió encarnecidamente a Umidio Cuadrato, Catilio Severo y Turbón
y obligó a morir al esposo de su hermana, Serviano, que tenía noventa años de edad, a fin de que
no le sobreviviera. En fin, persiguió a libertos y a
algunos soldados. Y, a pesar de que poseía mucha
facilidad para redactar en prosa y en verso y de que
tenía muchos conocimientos en todas las artes, no
obstante, se rió, despreció y humilló a los profesores
de todas ellas por creerse más entendido que
ellos. Con frecuencia compitió con estos mismos
profesores y filósofos, y por ambas partes publicaron
libros y poemas en plan de réplica. Por cierto,
un individuo llamado Favorino, habiéndose visto
reprendido por Adriano por el uso que había hecho
en cierta ocasión de un término y habiendo cedido
a su crítica, ante los reproches de sus amigos
que le censuraban su mal proceder por plegarse a
la voluntad de Adriano respecto al uso de un término
que ya habían empleado escritores afamados,
suscitó grandes carcajadas entre todos los presentes,
pues les dijo: "No me aconsejáis bien, amigos
míos, puesto que no soportáis que yo considere
más sabio que nadie a quien tiene bajo su mando a
treinta legiones".

16 Adriano deseó tanto que su fama se hiciera célebre,
que dio a algunos libertos suyos versados en
las letras los libros que había escrito sobre su
vida, ordenándoles que los publicaran con sus
firmas; por otra parte, también se dice que los libros
de Flegonte son de Adriano. Escribió libros
muy oscuros de contenido satírico imitando a Antímaco. Al poeta Floro que escribió este poema:

"Yo no quiero ser César,
caminar entre britanos,
ocultarme entre...,
soportar hielos de Escitia".
le contestó:
"Yo quiero ser Floro,
andar de taberna en taberna,
ocultarme por los tugurios,
soportar rechonchas chinches".


Le gustaba además el estilo arcaico en la expresión. Declamó controversias. Prefería Catón a
Cicerón, Ennio a Virgilio y Celio a Salustio,
y con igual jactancia emitía juicios sobre Homero
y Platón. Se creyó tan entendido en astrología que
el día uno de enero por la noche había escrito ya
aquello que podría ocurrirle a lo largo del año y ,
de hecho, dejó escrito para el año en que murió lo
que iba a realizar hasta la crítica hora en que murió. Pero, aunque era propenso a censurar a los músicos,
a los autores trágicos y cómicos, a los gramáticos
y a los retóricos y oradores, con todo, honró
y enriqueció a todos los profesores, a pesar de
que les acosaba constantemente con preguntas. Y,
aunque él mismo era el culpable de que muchos se
apartaran de su presencia apesadumbrados, afirmaba
que le causaba mucha tristeza ver a alguien
afligido. Trató con gran familiaridad a los filósofos
Epicteto y Heliodoro y, para no citar a todos por
su nombre, a los gramáticos, retóricos, músicos,
geómetras, pintores y astrólogos, y por encima de
los demás, según dicen, a Favorino. A los maestros
que parecían ineptos para ejercer su profesión los
enriqueció y dio distintos honores, pero luego los
destituyó.
17 A los que tuvo por enemigos mientras era un ciudadano
particular los despreció siendo emperador
hasta tal extremo, que a un enemigo capital de antaño
le dijo cuando ya ocupaba el trono: "te has
librado". Proporcionó siempre caballos, mulos,
vestidos y todo el equipamiento necesario a los alistados
por él personalmente a las armas. Envió frecuentemente a sus amigos, sin que lo esperaran, los
regalos típicos de las Saturnales y las Sigilarías
y los recibía también gustoso de ellos y, a su vez,
les ofrecía otros. Para descubrir los fraudes de sus
proveedores, cuando ofrecía banquetes en múltiples
triclinios, ordenaba que sirvieran manjares de
otras mesas, incluso de las más alejadas. Superó a
todos los reyes en sus dádivas. Se bañaba frecuentemente
en público y mezclándose con todo el
mundo. Por ello, se hizo célebre aquella broma de
los baños: en una ocasión en que vio a un veterano
al que había conocido en el ejército restregarse en
la pared la espalda y el resto del cuerpo, le preguntó el motivo por el que se rascaba en el mármol y,
cuando oyó que actuaba así porque no tenía esclavo,
le regaló esclavos y dinero para que los mantuviera.
En cambio, otro día, cuando una multitud de
ancianos se restregaban en la pared con el fin de
provocar su generosidad, ordenó que los hicieran
acudir ante él y que luego se rascaran los unos a
los otros mutuamente. Fue también amante de la
plebe, pero muy jactancioso. Era tan aficionado a
los viajes que quería aprender personalmente todo
lo que había leído sobre los distintos lugares del
mundo. Soportó fríos y tempestades con tanta paciencia que nunca se cubrió la cabeza. Se mostró extremadamente deferente con muchos reyes, en cambio,
a un gran número de ellos llegó a comprarles
la paz, se vio despreciado por algunos, y a muchos hizo extraordinarios regalos, pero a ninguno más
espléndidos que al rey de los iberos, al que envió
un elefante y una cohorte de cincuenta soldados,
además de otros magníficos presentes. Habiendo recibido de Farasmanes también como donación
personal ricos regalos, y entre ellos unas clámides de oro, Adriano envió a luchar a la arena a 300 reos
vestidos con clámides de oro para reírse de tales regalos.

18 Cuando administraba justicia, mantenía en el
tribunal no sólo a sus amigos o a los miembros de
su séquito, sino también a jurisconcultos, principalmente
a Juvencio Celso, Salvio Juliano, Neracio
Prisco, y otros, a condición de que su elección la
hubiera realizado la totalidad de los senadores. Entre otras disposiciones, estableció que no se destruyera
ninguna casa en ninguna ciudad con el propósito
de transportar a otras ciudades sus materiales

de construcción, aunque fueran de poco valor.
Concedió la duodécima parte de los bienes de sus
padres a los hijos de los proscritos. No admitió acusaciones de lesa majestad. Rehusó las herencias de las personas desconocidas, y no aceptó tampoco
las de las conocidas si tenían hijos. Respecto a
los tesoros, dispuso que si alguien se los había encontrado
en sus propias fincas, se hiciera dueño de
ellos; si los había encontrado en terreno ajeno, diera
la mitad a su dueño; y, si los había encontrado
en unas fincas de dominio público, los repartiera a
medias con el fisco. Prohibió que los amos mataran a sus esclavos y ordenó que fueran los jueces
quienes los condenaran, si eran dignos de condena.
A los mercaderes y maestros de gladiadores les prohibió
la venta de esclavos o esclavas, si no había razón
para ello. Mandó azotar en el anfiteatro a los
que habían dilapidado sus propios bienes, si tenían
poder legal sobre ellos, y luego les dejó libres. Eliminó los calabozos de esclavos y de siervos. Repartió
los baños por sexos. Ordenó que, si algún
amo había resultado asesinado en su casa, no se interrogara
a todos los esclavos, sino a aquéllos que
podían saberlo por vivir cerca.
19 Desempeñó la pretura en Etruria siendo emperador.
Fue dictador, edil y duunviro  en distintas ciudades latinas, demarco  en Ñapóles, magistrado
quinquenal  en su país natal y en Adria, a
la que consideró como su segunda de patria, y arconte en Atenas.
En casi todas las ciudades construyó algún edificio y organizó juegos. Ofreció en el estadio de
Atenas una cacería de un millar de fieras. Jamás desterró de la ciudad de Roma a ningún cazador ni a
ningún actor. En Roma, además de otros espectáculos desmedidos, distribuyó especias al pueblo en
honor de su suegra y dio órdenes para que rociaran
las gradas del teatro con chorros de bálsamo y
de azafrán en honor de Trajano. Ofreció en el teatro representaciones de todo tipo, siguiendo una
costumbre ancestral e hizo actuar públicamente a
los histriones de la corte. Hizo dar muerte a multitud de fieras en el circo, y a menudo hasta un centenar
de leones. Ofreció con frecuencia al pueblo
las danzas militares pírricas. Asistió a menudo a
las luchas gladiatorias. A pesar de que erigió infinidad de construcciones en todas las partes, nunca
grabó su propio nombre, excepto en el templo de
su padre Trajano. En Roma reconstruyó el Panteón, los Setos y la basílica de Neptuno, un gran número de templos, el foro de Augusto, los
baños de Agripa, y consagró todos ellos con
los nombres propios de sus fundadores. Construyó también un puente, al que le dio su propio
nombre, un sepulcro al lado del Tiber  y el templo
de la Buena Diosa. También, con la colaboración de su arquitecto Decriano, llevó a cabo el
traslado del Coloso del lugar en el que actualmente
está situado el templo de la Ciudad, manteniéndolo
en pie y en suspenso, pero con un esfuerzo
tan gigantesco que tuvo que emplear para su
transporte veinticuatro elefantes. Y, después de haber consagrado al Sol esta estatua, tras borrar el rostro
de Nerón al que había estado dedicada anteriormente,
proyectó tallar otra similar en honor de la
Luna, bajo la dirección del arquitecto Apolodoro.

20 Fue muy afable en las entrevistas, incluso en las
de los más humildes, despreciando a aquéllos que
trataban de privarle de la satisfacción de ser bondadoso,
bajo el pretexto de que así preservaba su
dignidad imperial. Cuando estuvo en Alejandría propuso en el museo a los profesores múltiples cuestiones
y respondió él personalmente a las que ellos
le proponían. Mario Máximo dice que fue cruel por
naturaleza y que realizó con humanidad muchas de
sus acciones precisamente movido por el temor de
que le aconteciera lo mismo que a Domiciano. Y,
aunque no eran de su agrado las inscripciones en
las obras públicas, dio el nombre de Adrianópolis
a muchas ciudades, como por ejemplo, a la propia
Cartago y a una parte de Atenas. También impuso
este nombre a un número incalculable de acueductos.
Fue el primero que instituyó el abogado del fisco. Tenía una gran memoria y un talento extraordinario; en efecto, dictaba personalmente sus discursos
y respondía a todo tipo de cuestiones. Se
conservan muchísimos de sus chistes, pues era muy
dicharachero, de ahí que se hizo famosa aquella respuesta
que dio a un individuo que ya comenzaba a
estar cano, cuando se le presentó por segunda vez
con la cabeza teñida a pedirle algo que le había pedido
antes : "Ya le he dicho que no a tu padre". Llamaba por su nombre, sin necesidad de nomenclátor, a muchísimas personas, cuyos nombres había
oído una sola vez y todos juntos, de tal modo
que, en muchas ocasiones, corregía las equivocaciones
de los nomenclátores. Decía también los nombres de los veteranos que había licenciado tiempo
atrás. Repetía de memoria a muchos oyentes los libros
que acababa de leer y que le eran incluso desconocidos.
Escribía, dictaba, escuchaba e incluso,
si ello se puede creer, hablaba con los amigos al
mismo tiempo. Conocía todas las cuentas públicas
con más precisión que la que cualquier padre de
familia escrupuloso tiene sobre su propia casa.
Amaba a sus caballos y a sus perros hasta tal extremo
que construyó sepulcros para enterrarlos.
Fundó la ciudad de Adrianoteras en cierto lugar,
porque allí había tenido una cacería con suerte y había
dado muerte a una osa.
Investigó sobre todas las sentencias escudriñando
constantemente los últimos detalles hasta que
consiguió descubrir la verdad. No consintió que sus
libertos fueran conocidos por sus actividades públicas
ni que poseyeran poder alguno en su casa,
culpando con sus propias palabras a todos los emperadores anteriores de los vicios de aquéllos, tras
haber condenado a todos los libertos suyos que se
habían jactado de su poder sobre él. De ahí que aún
se recuerda aquella acción suya severa, pero no ausente
de gracia, en relación con el trato a los esclavos.
En efecto, como en una ocasión vio que un esclavo
suyo paseaba, lejos de su vista, entre los senadores
envió a un individuo para que le diera una
bofetada y le dijera: "No se te ocurra pasear entre
personas de las que algún día puedas ser esclavo".
El único alimento que comió con gusto, entre todos,
fue el tetrafármaco, un combinado de faisán,
tetina de cerda, jamón y pasteles.
Hubo durante su reino hambre, peste y terremotos cuyos efectos, en su conjunto, alivió cuanto
pudo, y prestó auxilio a muchas ciudades que habían
sido devastadas por ellos. También se desbordó el Tiber. Concedió el derecho Latino a muchas ciudades y a muchas otras perdonó sus tributos. No hubo durante su reinado ninguna expedíción bélica grave; y las guerras pasaron casi en silencio.
Fue muy amado por los soldados por la extraordinaria preocupación que mostró hacia el ejército
y , al mismo tiempo, porque fue muy generoso
con ellos. Mantuvo siempre la amistad con los partos, porque destituyó al rey que Trajano les había
impuesto. A los armenios les permitió tener un rey, siendo así que durante el gobierno de Trajano solamente
habían tenido un legado. No exigió a los
habitantes de Mesopotamia el tributo que Trajano
les había impuesto. Mantuvo una amistad muy estrecha con los albanos e iberos, pues colmó de donativos
a sus reyes, a pesar de que habían desdeñado
visitarle. Los reyes de los lactrianos le enviaron 14
legados para pedirle en tono suplicante su amistad.

22 Nombró tutores con muchísima frecuencia.
Mantuvo tanto la disciplina en la vida civil como
en la militar. Ordenó que los senadores y los caballeros romanos vistieran siempre la toga en público,
excepto cuando volvieran de alguna cena. El
mismo se presentaba siempre con la toga cuando se
encontraba en Italia. A los senadores, cuando acudían a un festín, los recibía de pie y se reclinaba junto
a la mesa o cubierto con el palio o con la toga
suelta. Actuó con la escrupulosidad de un juez fijando los gastos de los banquetes y los redujo de
acuerdo con las costumbres tradicionales. Prohibió
que entraran en Roma vehículos con cargas desmesuradas. No permitió montar a caballo en las ciudades.
Tampoco permitió a nadie, a menos que se
encontrara enfermo, bañarse en público antes de la
hora octava. Fue el primero que confió las procuratelas de la correspondencia y de las requisitorias
a caballeros romanos. Enriqueció espontáneamente a los que veía que eran pobres e intachables,
pero llegó incluso a odiar a los que se habían
enriquecido con astucia. Se preocupó con especial
atención por los ritos romanos, pero menospreció
a los extranjeros. Desempeñó el cargo de Pontífice
Máximo. Presidió frecuentemente los procesos
que se celebraban en Roma y en las provincias, admitiendo
en su tribunal a los cónsules, a los pretores
y a los senadores más conspicuos. Drenó el lago
Fucino. Nombró como jueces para toda Italia a
cuatro consulares. Cuando visitó África, llovió a su
llegada tras cinco años de sequía y por ello fue estimado
por los habitantes de esta provincia.

23 Tras haber recorrido casi todas las partes del
mundo con la cabeza descubierta, la mayor parte
de las veces entre las más violentas tempestades y
los fríos más intensos, cayó en una enfermedad
mortal. Embargado de preocupación por buscar un
sucesor, pensó primero en Serviano al que, como
ya dijimos, obligó después a morir. Mantuvo en
el más absoluto desprecio a Fusco porque, instigado
por los presagios y prodigios, había concebido
la esperanza de alcanzar el imperio. Detestó a
Platorio Nepote, al que antes había amado de tal manera que, cuando acudió a visitarle porque se
hallaba enfermo, o no le admitió a su presencia por
considerarle sospechoso, pero tampoco le castigó.
Y detestó igualmente a Terencio Genciano aunque
a éste con más violencia aún porque veía que
entonces el senado le apreciaba y, finalmente, a todos aquéllos que pensó que accederían al poder imperial,
como si se tratara de futuros emperadores.
Y, realmente, reprimió toda la fuerza de su congénita
crueldad hasta el momento en que estuvo a
punto de morir en su residencia de Tívoli, debido
a una hemorragia. Entonces ya, sin traba alguna, después de haber dado muerte a muchas personas
directamente o mediante manejos ocultos,
obligó a Serviano a suicidarse, acusándole de que
aspiraba al trono porque había obsequiado con una
cena a los esclavos imperiales, porque se había sentado
en el escaño real que estaba situado junto a su
lecho y porque se había presentado en actitud marcial
ante las guardias de los soldados, a pesar de ser
un anciano de noventa años. También murió por
entonces su esposa Sabina, rumoreándose que había
sido Adriano quien la había dado un veneno.
Entonces determinó adoptar a Ceyonio Cómodo, yerno del antiguo conspirador Nigrino, pues le
resultaba agradable por su belleza. Adoptó por tanto a Ceyonio Cómodo Vero, a pesar de la oposición
general, y le llamó Elio Vero César. Con ocasión de su adopción concedió unos juegos circenses
y distribuyó un donativo entre el pueblo y los soldados. Le honró con la pretura y le impuso inmediatamente al frente de la Panonia, tras
habérsele concedido el consulado y las costas precisas
para su ejercicio. Le volvió a designar cónsul
por segunda vez. Y, como veía que tenía poca salud, solía repetir: "Nos hemos apoyado en una pared
caediza y hemos perdido los cuatro millones de
sestercios que hemos distribuido al pueblo y a los
soldados por la adopción de Cómodo". Por lo demás, Cómodo ni siquiera pudo dar gracias a Adriano
en el senado por la adopción a causa de su enfermedad.
Por fin, al arreciar ésta por la ingestión
excesiva de un antídoto, murió el mismo día de las
calendas de enero mientras dormía. Por ello Adriano
no prohibió su luto, pues era el día destinado a
los votos públicos.

24 Y, una vez muerto Elio Vero César, ante el acoso
violento de una funestísima enfermedad, Adriano
adoptó a Arrio Antonino, que recibió después el nombre de Pío, pero con la condición de
que adoptara él, a su vez, a Anio Vero y a Marco
Antonio. Estos son los primeros que después
gobernaron el Estado como dos Augustos, en igualdad
de condiciones. Respecto a Antonino, se dice
que recibió el nombre de Pío porque ofrecía su brazo a su suegro, fatigado ya por la edad, si bien
otros afirman que recibió dicho apodo porque
arrancó a muchos senadores de las manos de Adriano,
que ya comenzaba a mostrarse cruel, y otros,
porque ofreció grandes honores al propio Adriano
después de su muerte. Muchísimos vieron con dolor
que se hubiera adoptado a Antonino en aquellos momentos, especialmente Catilio Severo, prefecto
de la Ciudad, que preparaba para sí el trono.
Pero, cuando se descubrieron sus intenciones, éste
fue destituido de su cargo, tras haberle asignado un
sucesor.
Adriano, sin embargo, atormentado ya por el tedio
con que vivía los últimos momentos de su vida, ordenó
que un siervo le atravesara con la espada.
Cuando se dio a conocer este suceso y le llegó la
noticia también a Antonino, al ver a los prefectos
y a su hijo que habían entrado a visitarle y que le
rogaban que sobrellevara con ánimo sereno el destino
que le reservaba la enfermedad, indignado contra
ellos, ordenó que dieran muerte al delator
quien, no obstante, fue salvado gracias a la intervención
de Antonino. Enseguida redactó el testamentó, pero no por ello abandonó las actividades
exigidas por la política, mientras que Antonino aseguraba
que él sería un parricida si, tras haber sido
adoptado, permitía que Adriano se suicidara. Después de haber testado, intentó de nuevo darse la
muerte, enfureciéndose más aún porque se le había
sustraído el puñal. Pidió también veneno a su médico, pero éste se suicidó para no dárselo.

25 Por aquel tiempo se presentó inesperadamente
una mujer que decía que había recibido durante un
sueño un aviso para que indujera a Adriano a que
no se suicidara, pues se iba a restablecer de la enfermedad y que, como no había realizado el encargo,
se había quedado ciega; que, no obstante, había
recibido por segunda vez la orden de darle el
mismo aviso y de besar sus rodillas, con la promesa
de recobrar la vista, si así lo hacía; y que, cuando ella hizo esto de acuerdo con la petición del sueño,
recobró la vista, después de haber lavado sus
ojos con agua del santuario de donde había venido.
Acudió también desde Panonia un anciano ciego a
visitar a Adriano que estaba con fiebre y le tocó.
Como consecuencia de la acción, aquél recobró la
vista y la fiebre le desapareció a Adriano, aunque
Mario Máximo recuerda que estas cosas se realizaron
mediante un simulacro.
Después de esto, Adriano se dirigió a Bayas dejando a Antonino en Roma a cargo del gobierno.
Al ver que allí tampoco mejoraba nada su salud,
mandó llamar a Antonino y murió en su presencia
en la misma ciudad de Bayas el día sexto de los idus
de julio. Y odiado por todos, recibió sepultura en
una quinta que poseía Cicerón en Puzol. Cuando estaba a punto de morir, como ya dijimos anteriormente, ordenó suicidarse al referido Serviano, ya nonagenario, con el fin de que no viviera más tiempo que él, ni llegara a ser emperador, como él creía; y, por pequeñas ofensas, decretó la muerte de otros muchos ciudadanos a los que salvo Antonino. Se
dice que, ya moribundo, compuso los siguientes
versos :


"Almilla blandilla y tiernecilla,
huésped y compañera de mi cuerpo,
a qué regiones te dirigirás ahora
paliducha, rígida y desnudita.
Ya no bromearás, como de costumbre" compuso otros versos similares a éstos, y no mucho mejores en calidad, y también versos en griego.
Vivió sesenta y dos años, cinco meses y diecisiete días. Reinó veintiún años y once meses.

26 Fue de elevada estatura, de elegante figura, de cabello ondulado; tenía la barba larga, para cubrir las cicatrices que poseía en su rostro de nacimiento, y una complexión robusta. Cabalgaba y caminaba mucho, y se ejercitaba constantemente en el uso de las armas y en el lanzamiento de la jabalina. En las cacerías mató muchas veces un león con su propia mano; pero, un día, en una de ellas, se rompió una clavícula y una costilla. Repartía siempre con sus amigos las piezas cobradas. Exhibió durante sus banquetes tragedias, comedias, Atelanas; a tañedores de sambucas, a lectores y poetas, de acuerdo siempre con las circunstancias.
Reconstruyó admirablemente la residencia de Tívoli, haciendo que colocaran en ella inscripciones con los nombres más famosos de las provincias y de otros lugares, como los de Liceo, Academia, Pritaneo, Canope, Pecile y Tempe. Y para no omitir nada, también hizo que representaran los infiernos. Tuvo los siguientes presagios de su muerte: en su último cumpleaños, cuando estaba encomendando a los dioses a Antonino, su pretexta se le deslizó espontáneamente dejándole la cabeza descubierta. Un anillo, en el que estaba esculpida su imagen, se le cayó espontáneamente del dedo. La víspera de su cumpleaños se presentó un individuo
desconocido gritando ante el senado. Adriano se
irritó contra él, pensando que hablaba sobre su
muerte, aun cuando nadie comprendió sus palabras.
El mismo, al querer decir en el senado "Después de
la muerte de mi hijo", dijo "Después de mi muerte". Soñó, además, que pedía a su padre una poción soporífera. Soñó, igualmente, que un león le
ahogaba.

27 Tras su muerte, muchos lanzaron múltiples improperios contra él. El senado quería anular sus actos.
Tampoco le hubiera concedido la apoteosis
si no lo hubiera solicitado vivamente Antonino.
Finalmente, éste erigió en su honor un templo en
Puzol, en lugar de una tumba, instituyó un certamen
quinquenal, flámenes, cofrades  y otras
muchas cosas apropiadas para honrar a alguien
a quien se considera como una divinidad. Como ya
hemos dicho, muchos piensan que fue por esto por
lo que Antonino fue llamado Pío.

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